A medida que la demanda de vuelos aumenta, las aerolíneas deben cuidar su impacto ambiental más que nunca. ¿Cómo buscan reducir sus emisiones de CO2 y cómo cumplirán su compromiso de “huella cero” para 2050?
- 5 minutos de lectura'
Quien se haya subido a un avión en los últimos 18 meses lo sabe: los vuelos operan, casi sin excepciones, a su máxima capacidad. Según cifras de agosto de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), el tráfico aéreo mundial ya casi alcanzó los niveles prepandemia y las proyecciones a futuro son optimistas: Boeing estima que la flota aérea global se duplicará y alcanzará las casi 50.000 aeronaves en los próximos 20 años. Pero, si la aviación crece, también aumentan sus emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global.
“En 2022, la aviación representó el 2% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO2) relacionadas con la energía, habiendo crecido más rápidamente en las últimas décadas que el ferrocarril, la carretera o el transporte marítimo. De ahí que el sector se encuentre bajo una creciente presión para abordar su huella de carbono y reducir su impacto ambiental: lograrlo es de suma importancia en el contexto actual de creciente conciencia sobre el cambio climático”, apunta Josefina Loyola, Business Development Manager de Carbon Neutral+, que acompaña a organizaciones a medir, compensar y gestionar su huella de carbono.
Las aerolíneas ya tomaron nota del horizonte promisorio en lo económico, pero complejo en lo ecológico que se les avecina. A fines de 2021, IATA lanzó la campaña “Fly Net Zero”, que comprometió a sus miembros (más de 300 aerolíneas de 120 países, que representan el 80% del tráfico aéreo mundial) a alcanzar las emisiones netas de carbono cero para el año 2050. “El Grupo IAG (resultado de la fusión de Iberia y British Airways) fue pionero en 2019 al anunciar este objetivo. Poco después, todo el sector asumió la misma meta”, cuenta Teresa Parejo, directora de Sostenibilidad en Iberia. “Trabajar en esto es fundamental porque el problema es gravísimo. Si bien volar representa hoy entre el 2% y el 3% de las emisiones totales globales, otros sectores ya se están electrificando con energía renovable e irán bajando su porcentaje de emisiones. De ahí que, en algunos años, la aviación pueda ser responsable de hasta un 20% de la huella de carbono global”.
El mayor desafío es, por lejos, cómo mitigar el impacto desmesurado que tiene el uso de combustible aéreo derivado del petróleo. El Plan de Acción Climática 2023 de KLM muestra el panorama sin rodeos: el 99% de sus emisiones directas de CO2 provienen del consumo de nafta de sus aviones.
Para minimizar el daño, “la primera estrategia es la renovación de la flota; cada vez que se reemplaza un avión por uno más ligero y eficiente, se usa menos combustible y las emisiones de los vuelos se reducen entre un 15% y un 30%”, señala Teresa, y agrega: “Desde abril, en la ruta Madrid-Ezeiza, Iberia produce un 20,4% menos de CO2 que la media de otras aerolíneas en esa ruta gracias a la incorporación de aviones A350″. Este flamante modelo de Airbus, uno de los principales fabricantes de aeronaves del mundo, reduce en un 25% el consumo de combustible y cuenta con innovaciones sustentables inspiradas en la naturaleza: los ingenieros de Airbus estudiaron a albatros, águilas y hasta tiburones para repensar el diseño de los aviones.
La segunda manera de ahorrar combustible es graficada genialmente en la película The Martian, con Matt Damon. Para volver a la Tierra, un astronauta varado en Marte debe eliminar de su cohete casi 500 kilos (sólo así le alcanzará el combustible para despegar) y entonces tira “por la borda” provisiones, asientos y escotillas. Sin ser tan radicales, las aerolíneas vienen revisando su operatoria en cada detalle. Por ejemplo, ¿conviene reemplazar los cubiertos de un solo uso por otros de metal? Si bien reducir desechos es clave, el metal es más pesado que el bambú o el plástico, y los kilos se acumulan cuando tenedores, cuchillos y cucharas se multiplican por hasta 550 pasajeros. “De aquí y de allá, aunque suene increíble, se va generando muchísimo peso extra, por eso es tan importante medir y evaluar integralmente”, advierte Teresa. Por último, los propios pilotos están implementando nuevas maniobras, como los “descensos continuados” o andar con un solo motor por la pista, para ahorrar nafta.
Más temprano que tarde, habrá que cortar el problema de raíz. Por eso, IATA prevé que la solución definitiva será reemplazar la nafta tradicional por SAF (“combustible aeronáutico sostenible”, por sus siglas en inglés). Elaborado a partir de cultivos y desechos alimenticios e industriales (desde aceite de cocina usado hasta algas o grasa animal), la buena noticia es que el SAF reduce las emisiones hasta en un 80%. La no tan buena noticia es que, actualmente, sólo el 0,1% del combustible que usan los aviones es SAF: todavía es caro (tres o cuatro veces más que el de origen fósil) y no se produce a gran escala.
“El SAF tiene el potencial de revolucionar la aviación, pero dependerá de la inversión, la tecnología y las políticas gubernamentales que promuevan su desarrollo y utilización”, analiza Josefina. Todo indica que será cuestión de tiempo. Por caso, KLM anunció que comprará 75.000 toneladas de SAF por año a la futura planta de SkyNRG, la primera de toda Europa dedicada a producir este combustible, que se inaugurará entre 2026 y 2028.
Mientras tanto, la mejor opción para seguir viajando sin culpa (pero a conciencia) es la de medir y compensar la propia huella de carbono como pasajeros. Aerolíneas como Lufthansa lo hacen cada vez más fácil: sus Green Fares brindan la opción de una tarifa adicional que cubre las emisiones del vuelo y hasta puede canjearse por millas.
¿Elegir pagar de más por viajar suena a utopía? Teresa remata: “Aunque se trata de un sector todavía muy sensible al precio, así como ahora nos parece una locura que se pueda fumar dentro de un avión (¡pero se hacía!), llegará el momento en el que quien quiera volar no conciba no hacerlo de la manera más sostenible posible”.