La sequía se nota en la laguna de Mar Chiquita –la salada más grande de Sudamérica– y los restos de los hoteles icónicos y del anfiteatro quedan a mano de los turistas.
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“La laguna de Mar Chiquita se nutre de tres grandes ríos: el Xanaes, el Suquía y el Dulce, que se ramifica en varios riachos. Es salada y muy mineralizada porque sólo achica por evaporación. No es profunda, puede tener olas de dos metros y se expande en función de los ríos”, explica Franco Michelutti, al frente de la lancha que hace excursiones por este espejo de agua de dimensiones exuberantes –600.000 hectáreas– y que se ganó el mote de Mar de Ansenuza, en Miramar, Córdoba. Nieto de uno de los italianos que fundó la localidad, cuenta que de las tres inundaciones que sufrió el pueblo, a él le tocó sólo la última, la de 2003. “Ahí estaba el Hotel Mira-Mar”, dice desde el timón, mientras señala las ruinas de este y de otros hoteles que ya no están. Luego nos acerca hasta el Gran Hotel Viena, único devastado, pero en pie. “Sólo se inundó el sótano y quedó abandonado. Pero su historia es muy distinta… Ya te la contarán”, me adelanta. Y dice que, de chico, con sus amigos, se colaba para jugar entre las lámparas y camas derruidas de este gigante que tenía restos de vajilla con un águila bicéfala como insignia.
Ruinas como museo
“Fue la noche triste del 2 de diciembre de 1978″, dice Mariana Zapata para empezar con el relato más doloroso de la historia de Miramar. Ese que hace años se cuenta y que ahora queda al descubierto por la sequía y la bajante de la laguna. “Las ruinas se ven como nunca antes en 45 años”, dice la profesora de Historia. Y las caminamos entre lo que deja el gris de los bloques de hormigón, que sirvieron para nada; las bañaderas de un tiempo de placer y lujo; y las columnas, que cayeron simétricas al compás de la onda expansiva. Cuando llegamos a lo que era la rambla del Hotel Marchetti, Mariana cuenta que sus padres eran mozo y encargada de limpieza de lugar. “Con la inundación del 78, que fue la peor, los edificios se hicieron ruinas, pero seguían en pie. Era un duelo constante… Mucha gente se fue de la ciudad, pero los que se quedaron apoyaron las implosiones controladas de 1992. El problema llegó cuando había que demoler la iglesia. Los militares no se animaban a apretar el botón. La dejaron para el final y lo pulsó el padre Julio Ferreyra”, rememora Mariana cuando bordeamos los restos de ladrillos que alguna vez fueron templo.
A diferencia de otras colonias cordobesas y santafesinas que eran agrícolas, Miramar surgió como un pueblo turístico a fines de 1890. Fue gracias a italianos del Piamonte que llegaron para levantar hoteles a orillas de la laguna. “En la década del 40 aparecieron alemanes, austríacos y españoles. Antes de la gran inundación, Miramar llegó a tener 110 hoteles. Recibían terratenientes y aristócratas de Buenos Aires y Santa Fe, que se instalaban durante 40 días, en verano, para disfrutar de las propiedades terapéuticas de la laguna. Hacían tratamientos de fango con yodo, calcio, azufre y magnesio. El agua no era termal, pero se termalizaba con calderas a leña. Había un señor con barril, carrito y caballo que la calentaba y la transportaba a cada hotel”, señala Mariana y repasa las tres grandes inundaciones de la laguna. La primera sucedió en 1959, pero no fue tan grave. La segunda, entre 1977 y 1985, se llevó las 37 manzanas más lindas del pueblo. Estas que caminamos esta tarde y que tienen como epicentro de la desazón lo que queda del anfiteatro municipal. Cientos de butacas y mesas de cemento dispuestas en semicírculo, para una inauguración que se hizo con bombos y platillos, apenas tres meses antes de que las tapara el agua.
“No es como el río, que arrasa con todo en horas. La laguna crece de a poco. Es una lenta agonía. Por eso se hicieron intentos para detenerla, con bloques de hormigón y paredones de ladrillo. Algunos vecinos murieron de pena o se quitaron la vida. El Estado no ayudó ni contuvo”, cuenta Mariana y dice que la tercera, en 2003, afectó sobre todo al Barrio 105. Ese mismo año se hizo un estudio para ver hasta dónde podía crecer la laguna y, según ella, ahora se construye en función de eso. Además, se agregaron canales aliviadores del río Dulce para sacar agua cuando la laguna crece.
Una de las víctimas de esta última inundación, pero que también recuerda bien la del 78 es Daniel Fontana, propietario del Hotel Miramar, de 1997. “Este es el primer hotel que se levantó después de la gran inundación y éxodo”, cuenta. Hijo de un mozo de origen piamontés, tenía 13 años cuando murió su padre y 16 cuando murió el turismo en Miramar. Entonces tuvo que buscar una alternativa y aprendió el oficio de peletero. “A los 18 años tenía un criadero de nutrias y curtiembre. Trabajé mucho y crecimos. Entonces puse el hotel, con un socio. Muchos nos decían que éramos locos y ¡tenían razón! Al principio perdíamos plata, pero yo podía bancarlo porque tenía las pieles. Siempre fui porfiado con Miramar”, resume Fontana, que es muy bueno recibiendo huéspedes y lo hace en familia.
“La inundación de 2003 se llevó mi casa, el criadero y la fábrica. Todos hacemos lo mismo: te vas recién cuando tenés el agua a la rodilla. La sal es rápida para convertir todo en ruinas”, comenta Daniel, que no perdió el hotel porque lo había levantado en zona segura. Y que ama este pueblo solidario y resiliente, cuya historia recién termino de comprender cuando visito el Museo de la Fotografía, que registra lo que fue y lo que quedó.
Los atractivos de un gigante
Distinto, muy distinto a todo, es el Gran Hotel Viena. Lo conozco el último día. Cerró por completo con la inundación de 1985 y, desde hace años, está en litigio con sus herederos, que reclaman a la Municipalidad que deje de difundir la historia –más leyenda que verdad– que vincula al lugar con un sitio de lavado de dinero nazi, un spa para los jerarcas del régimen y otros cuentos por el estilo. Los guías piden no identificarse ni salir en las fotos. Está claro que el discurso que asocia a este hotel y al Edén, en La Falda, con propietarios afines al nacionalsocialismo impulsa la curiosidad y, por ende, el turismo. Según explican en la visita, el hotel empezó a construirse en 1940 y tardaron cinco años en terminarlo. “A todo lujo y tecnología, tenía 6800 m2, entre los que había una gran biblioteca, casino, peluquería y spa”, dice la guía, mientras la humedad, la oscuridad y el silencio nos marcan los pasos.
Lo levantó el alemán Máximo Pahlke –que llegó a ser director para Sudamérica de la empresa de tubos Mannesmann–, junto a su esposa Melita Fleischberger, que era austríaca. Fue tras romper una sociedad con otra alemana, María Tremetzberger, propietaria de la Pensión Alemana que hoy es Punta Encanto, donde me alojo. “Los Pahlke se fueron tres meses después de inaugurar la última gran ampliación de su hotel, en marzo de 1946, y poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial. El jefe de seguridad Martín Krüger quedó a cargo de todo”, agrega la guía al señalar el zócalo sanitario y las camas de una plaza que, con otros indicios y múltiples testimonios, abonan la teoría de que, tras finalizada la guerra, el hotel también fue hospital. Y nos insta a avanzar, rápido y en fila, por los pasillos aún en pie de este edificio con algo de racionalismo alemán y otro poco de art déco náutico que está frente a la laguna, pero alejado de la manzana inaugural de Miramar.
“Así funcionó hasta 1954, cuando Krüger apareció muerto. Luego lo manejaron dos familias vinculadas a los Pahlke. En 1980 se inundó el subsuelo, se demolió un sector y finalmente quedó abandonado. Fue desmantelado, pero en 2005 un grupo de vecinos logró que se declarara Patrimonio Histórico Cultural Municipal”, rescata la guía sobre esta mole carcomida que, como Miramar y su laguna, ve con buenos ojos que se avecina una vuelta de página en su historia.
Datos útiles
Mariana Zapata. Profesora de historia y guía, sabe muchísimo y coordina salidas de interpretación por las ruinas. Salida $1.000 por persona. T: +54 9 3563 49-1874. FB: /HabíaUnaVez
Museo Gran Hotel Viena. Manejado por la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena, es una atrapante invitación a descubrir la historia de este gigante que fue importantísimo para la localidad. Se accede solo con visita guiada, de martes a sábado a las 10, 11, 15 y 16; domingo 10, 11, 12, 13 y 14 horas. Arranca puntual, por eso conviene llegar un ratito antes. Consultar por la visita nocturna. Entrada diurnia: $1.000; nocturna, $2.000. Liniers 138. T: (3563) 41-4731
Museo de la Fotografía. Reconstruye el devenir de la localidad a partir de un registro fotográfico de gran valor testimonial. Se puede ver impactantes escenas del auge turístico de comienzos y mediados del siglo pasado, la gran inundación y la reconstrucción de la localidad. Todos los días, de 9 a 13 y de 15 a 18 horas. $700. Miramar 175. T: +54 9 3563 40-3078
Excursiones Michelutti. Pioneros en avistaje de aves, tienen experiencia en el trato con turistas, en cuidado medio medioambiental y cuentan con embarcaciones de todos los tamaños para adecuarse a los pedidos del público. Salen desde la costanera. La tarifa depende del tipo de salida y la cantidad de personas. T: (3513) 47-1679. IG: @excursionesmichelutti
Hotel Miramar. En el centro de la ciudad, es familiar y está muy bien atendido por Daniel Fontana y sus hijos. Tiene pileta y sauna que funcionan a la perfección. Llevan 25 años recibiendo en 27 habitaciones muy confortables. El desayuno es súper completo y con café de máquina expreso. Desde $28.000 la doble con desayuno. Buenos Aires 200. T: (3563) 49-3000.
Punta Encanto. Ex Hotel Alemán, es propiedad de Susana Bulacio desde 2010. Son 11 habitaciones que sólo reciben mayores de 18 años. Tiene vista a la laguna de Mar Chiquita y está a cinco minutos del centro. Desde $27.000 la doble con desayuno. Belgrano 825. T: +54 9 3563 49-1045.
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