Llevan 276.000 kilómetros arriba de una Yamaha Super Tenere 1200 y 32 años juntos. Estuvieron en Alaska, Italia, Gibraltar. El próximo paso: África
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Viven en Puerto Pirámides, una aldea con 400 habitantes y el resto, turistas. Viajan por todas partes, pero no podrían mudarse lejos de la península. Tienen dos hijas, dos hijos, nietos y una casa construida en altura, a metros de la playa, desde la que se escuchan y ven las ballenas, la salida y la puesta del sol. Se conocieron a los 18 y 21 años, cómo no, arriba de una moto.
Pamela Liberati había terminado el secundario, estaba haciendo la publicidad de una marca de ropa –a punto de irse a estudiar a Buenos Aires– y pasó él, lo más campante. Miguel Sosa paseaba en moto por Puerto Madryn y frenó a mirar cómo filmaban una publicidad. No había modelo, lo llamaron a trabajar. Y parece que fue un flechazo inmediato: el 15 de diciembre de 1989, Pamela fue a su fiesta de egresados, el 6 de enero de 1990, veinte días después de aquella fiesta, se casaron.
Cuatro generaciones de capitanes
A él le dicen Micky, es hijo de Peke Sosa, uno de los hombres más conocidos de Península Valdés, y uno de los pioneros en el avistaje de ballenas. Fue el primer gaurdafauna de la provincia de Chubut, quien inauguró la lobería de Punta Loma en Puerto Madryn. Micky tenía dos años cuando recibieron un juego de llaves y se quedaron a vivir en una casita que había en el lugar, a cuidar el hábitat de los lobos marinos.
Por los 80, el biólogo Roger Payne se acercó a Peke Sosa, que además era buzo y había trabajado para el CONICET, y le preguntó si podían ver ballenas. Empezaron a hacer navegaciones que incluían salidas nocturnas, mientras Micky crecía en aquel universo anfibio, de cetáceos y profundidades. A los 18 se recibió de guía ballenero, y desde entonces es lo que hace, guiar avistajes de ballenas. Pero claro, no de cualquier modo. “Estuvimos haciendo avistajes en Guerrero Negro, Baja California, con una ballena gris, en el mar de Cortés”, dice. Pero aquella embarcación navegaba tan cerca de la ballena que era capaz de lastimarla. Una vez que terminaron, él se acercó al hombre que había hecho el avistaje y le contó cómo lo hacían en Puerto Pirámides. Miraron fotos, le habló de la convivencia con ese animal gigante que puede ser dócil, igual que un perro bueno. “…Le mostré cómo hacemos las cosas acá, para que bajara un cambio”. Ese modo es el que transmite a sus hijos, que hoy están al mando de las embarcaciones.
Sus nietos, Beltrán y Mía, siguen el mismo camino, o misma ruta marítima. Si pensamos que Micky ama el agua desde que nació, se podría afirmar que en la familia Sosa, ya existen cuatro generaciones de capitanes.
La primera moto en llegar a Alaska en invierno
“Empezamos a viajar en moto, también, por una cuestión de comunicación de pareja, de encontrar nuestro espacio”, dice Pamela. Conocieron Argentina (aunque falta Ushuaia), América (excepto Venezuela). Además, Portugal, Andorra, Mónaco, Bosnia, Croacia, Turquía, Austria, Eslovenia por nombrar algunos. El 5 de diciembre de 2015, a pesar de haber estado en decenas de lugares, iniciaron el viaje más ambicioso: Alaska.
Para eso, debieron dejar una logística organizada, la empresa de avistajes en plena temporada, cuatro hijos arreglándoselas solos, y perfectamente. Un abogado y un escribano ocupándose de transferirles el 08 de los autos porque podían no volver. “No me hagan esto”, les dijo la hija mayor. “Para ella fue re fuerte. Fue la única que nos dijo que no. Nosotros les pedimos permiso a nuestros cuatro hijos para hacer ese viaje. Ella dijo que no y puso sus motivos, y nosotros le dimos los nuestros”. Pamela y Micky tenían un mensaje claro: “Confiamos en ustedes. Si se equivocan, está todo bien”.
La primera moto en pisar Alaska en invierno fue la ellos. Alaska. Invierno. Cuando llegaron hacía 20 grados bajo cero. Significa que: se puede congelar la nariz, se pueden congelar los dedos, hay solo cuatro horas de luz, y se debe usar, indefectiblemente, un traje con resistencias por dentro, que se enchufan a la batería de la moto, rodean al cuerpo, le dan calor.
Llegaron hasta la línea del Polo Norte. Vieron la aurora boreal a las dos de la mañana. “El sueño de Alaska era más mío que de Micky… Era un algo. Me provocaba algo diferente. Cuando él me dijo, parece que sí llegamos, tenemos una ventanita ahí de buen clima, yo empecé a llorar y llorar”.
Fideos con manteca, un plato de lo más exótico
“De ningún viaje, por más que hagas cien kilómetros de tu casa, volvés igual”, dice Pamela. De cada viaje queda algo para contar. Por ejemplo, que te persiga un tornado, en Georgia, Atlanta, y tengas que acelerar para que no te agarre. “Tenemos un amigo que es argentino, que vive allá, ‘nos dijo, loco, rajá de ahí que tenés un tornado en la nuca’”; o tardar doce horas para hacer 200 kilómetros, y no recordar por qué. “Dijimos, ¿qué hicimos hoy en todo el día? Y me dice él, te acordás que vimos… doblamos por la ruta 1, vimos montaña, acantilado, Pacífico.
Y él vio una ballena. No se puede desprender. Vio una ballena. Y nada. Teníamos medio paquete de papas fritas y un agua. Nos sentamos a charlar”; o que estés en Bocas del Toro, Panamá, y quieras comer el plato más simple (y rico) del mundo, fideos con manteca y queso, lo pidas y te miren desconcertados como si hablara una perfecta excéntrica. Era el restaurante del hotel donde paraban, hacían comidas muy elaboradas, pero Pamela pidió fideos con manteca y queso, le dijeron que no había. “Si tenés spaghetti con frutos de mar, tenés fideos con queso”. “No tengo”. Entonces llegó el chef y dio un sí a regañadientes. El plato tardaría 40 minutos. Pamela y Micky se rieron de la situación. Cuando se fueron del hotel hicieron el check out. No más risas. El exótico plato de fideos con manteca costó 100 dólares.
África, el paso que sigue
“Llevamos 54 países recorridos. Hace veinte años que viajamos en moto”, dice Pamela pensando en el próximo destino: África. Para este viaje hará falta una logística nueva: plan de vacunación, visitar Ushuaia antes (metas personales), ir en una moto cada uno (siempre viajaron los dos en una), definir ruta según la actualidad del continente: ahora, entre otras, hay guerra en Etiopía y Sudán del Sur (que acaben las guerras), tener presente que para sacar fotos a una persona, siempre, pero siempre, hay que pedir permiso.
El viaje sigue y ya se ha dicho, no son varios, sino uno solo. Un mapa enorme que se despliega, atravesando paisajes, decisiones, años y deseos, de una hermosa y posible manera de vivir.
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