En la casona del viejo almacén de esta localidad de 100 habitantes abrió en 2009 “La Tranca”, un espacio cultural que irradia proyectos colectivos. Todos los viernes, al caer la tarde, con las mesas en la vereda, se arma la fiesta hasta la madrugada
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“Me gusta presentarme como Mercedes Resch, de Cura Malal, hija de José y de Reimunda. Creo que eso me define bastante. Nací en 1968 en La Lucema, un campo de lavandas cerca de aquí. Soy la novena de diez hermanos”, dice esta morocha de sonrisa franca que es el alma del pueblo del sur bonaerense donde viven 100 personas.
Siendo aún adolescente se fue de allí para poder estudiar y después de mucho andar volvió con el título de profesora de Bellas Artes y un torbellino de ideas y proyectos colectivos. Con unos ahorros y mucho esfuerzo compró en 2001 la casona del viejo almacén. Lo recuperó con esmero, rediseñó la arcada y levantó ella misma las paredes que faltaban y en 2009 abrió las puertas de La Tranca, un espacio cultural, taller de danzas folklóricas, cine, biblioteca, sala de arte, hospedaje y, desde 2018, una magnética pulpería de la que habla toda la zona.
Curumalán, Curumalal, Curramalán… En la entrada del boliche que da a la calle, en una madera reciclada, Mercedes pintó con letras blancas las diferentes maneras de nombrar a Cura Malal, hoy la versión más extendida de la voz araucana que significa “Corral de piedra”. Junto a la puerta de ingreso está también el pizarrón con las actividades previstas para la semana. Puede ser una película para los chicos, la presentación de un libro, un taller de cocina, una jornada de dibujo y las clases de folklore, que son gratuitas (como todo), para principiantes e iniciados de 0 a 100 años.
El taller de danza se hace ahora todos los sábados a las 15, y a las mujeres se les pide que lleven una pollera para menearse con gracia en los zarandeos. Primero, el profesor Hugo Sein comparte las indicaciones y, terminada la lección, se quedan bailando y ensayando los miembros de la Agrupación La Tranca, que son más de 40. Todo se hace al aire libre en el campito lindero, que tiene una carreta que sirve de escenario y unas gradas para sentarse a mirar. Algunos van a disfrutar del espectáculo con sus propias reposeras y el equipo de mate. A fines de septiembre, para el aniversario del pueblo, la ronda reunió a más de 200 personas.
En la zona, todos comentan las veladas de los viernes, cuando La Tranca se convierte en pulpería. Los “parroquianos” llegan al caer la tarde. Vecinos propios y de ciudades y pueblos aledaños, algunos turistas también, ocupan las mesas que se sacan a la vereda para compartir un vaso de vino y unas empanadas. Velitas prendidas y música en los parlantes hasta que alguien toma el bombo o la guitarra para entonar una chacarera, un gato o una zamba melancólica que inspira a un par de bailarines a dejar las sillas a un costado. Cada noche es distinta, depende de la gente. Y así, entre charla y canciones, se hace la medianoche, avanza la madrugada.
El cantinero es Marcelo Morel, la pareja de Mercedes, compañero incondicional del proyecto. Sobre la barra hay una caja con libros usados para quien quiera tomarlos. También se pueden dejar allí nuevos ejemplares. Esta biblioteca al paso es otra idea de La Tranca, para promover la lectura.
Volver, con la frente en alto
“Mi apellido es alemán. Mi abuelo era de los alemanes del Volga que llegaron a las colonias de Coronel Suárez. Mi padre nació en Argentina y trabajó de niño en una cantera. Mi madre, Reimunda, hermosa, era una mezcla de muchas sangres, portuguesa, francesa, india”, repasa Mercedes, que tenía apenas 2 años cuando cerró la plantación de lavandas y su familia se radicó en Cura Malal. Por la diferencia de edad entre los hermanos, durante muy poco tiempo permanecieron todos juntos en la casa, ya que a medida que crecían, sin posibilidades de estudiar, los varones se iban a trabajar al campo y las mujeres partían a cuidar a algún niño o a ocuparse como empleadas.
“Algunos estaban en Buenos Aires y con los pocos recursos que tenían pudieron mejorar sus vidas. Mis hermanas, junto con mis padres, que ni habían terminado la escuela primaria, querían que yo estudiara e hicieron un gran sacrificio para mandarme a Coronel Suárez, a una escuela de monjas, donde estuve pupila. Recuerdo que mi padre juntó el dinero de los cueros de nutria que cazaba en el arroyo y me pagó un año completo. Quizá porque era la más chica y me veían más frágil, el hecho de que yo pudiera estudiar se vivía como un anhelo familiar”, asume Mercedes, con inmensa gratitud, pese a que recuerda esos años como los más tremendos de su vida.
En esa época había leído Juvenilia, de Miguel Cané, e maginaba experiencias de novela en el internado, pero lo cierto es que le resultó durísimo. De noche lloraba en su cama y durante el día trataba de imitar los movimientos de las chicas de la ciudad, casi todas de familias de buena posición económica. “Yo les copiaba hasta la manera de lavarme los dientes para no parecer un bicho más raro de lo que ya era. En el pueblo andaba sin horarios, trepada arriba de los árboles, medio salvaje”, resume. Para sintonizar con el rigor, el control y la disciplina de esa nueva comunidad, bordó por primera vez en su vida una bolsita con el número que ordenaba su turno para bañarse, para comer, para acostarse. “Yo era la 13″, recuerda.
Cuando terminó el secundario se fue a vivir a Pigüé con una de sus hermanas y se inscribió en el magisterio. No lo imaginaba como un plan de vida. De hecho, le quedaron pendientes las prácticas, pero ser maestra era lo que supuestamente podría granjearle un futuro. Hoy, cuando su vida gira en torno a la docencia, no podría entenderse a sí misma sin esa manera de compartir el saber. Es un saber colectivo, siempre vinculado al arte, mundo que se le abrió ante sus ojos cuando partió a la ciudad de Buenos Aires, donde primero estudió diseño gráfico (otra vez, primó una idea de seguridad económica para elegir la carrera, que también quedó trunca), y finalmente se anotó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon, donde sí se sintió feliz, a gusto y en plenitud.
En la última etapa de la carrera iba y venía varias veces por mes por Cura Malal porque todos los proyectos que se le ocurrían la llevaban al pueblo de sus amores. Cuando se recibió en 2003, se instaló definitivamente en ese lugar tan propio, donde estaban sus hermanos, su mamá y su tío “Mingo” Silvera, un experimentado jinete y domador de potros en sus años jóvenes, al que se lo ve paseando por el pueblo con las mejores pilchas. Un gaucho elegante, indemne a la polvareda que son las calles en invierno.
En la misma escuela rural N°6 Hipólito Yrigoyen donde de niña no había modo de mantenerla sentada en el banco, Mercedes es desde 2005 la “profe” de Plástica. “La primaria tiene 26 alumnos, divididos en dos ciclos, y reciben clases de inglés, de música y de computación. Además, ahora tienen biblioteca y comedor”, describe. Varios de sus alumnos, algunos ya grandes, se convirtieron en asiduos concurrentes a las actividades de La Tranca y fueron la natural conexión para que se integraran también sus madres.
“Vuelta al pago”, el mural de la plaza pleno de color, diseñado con venecitas, azulejos y mosaicos, es uno de los proyectos colectivos que realizó con los vecinos. Lo empezó en 2009 con las artistas Florencia Delucchi y Sol Ramos, y lo continúa con la escuela. Un detalle llama la atención: el haz de luz de una linterna que apunta alto. Es que pararse sobre el andén y hacer señas de luces era, hasta 2015, la única manera de indicarle al maquinista que se detuviera en el pueblo. Ahora, la nueva formación directamente pasa de largo.
Memoria viva
En los primeros años de La Tranca, Mercedes desarrolló con el artista Fernando García Delgado un proyecto de arte correo que invitaba a recrear con distintas técnicas el plano del pueblo y recibieron producciones de más de 20 países. También hizo muestras de poética rural con frases cotidianas que se convirtieron en cuadritos o afiches, como esa que dice: “Por favor, no haga nada, pero no estorbe”, atribuida a su tía Juana Silvera, o “Es fácil con cuerpo ajeno”, del ya mencionado Morel.
Jorge Barker, otro de los antiguos pobladores (1933-2020, murió durante la pandemia), acuñó la palabra “vividero” para referirse a Cura Malal, el pueblo que nunca tuvo cementerio porque la gente se va a morir a otro lado. De una memoria prodigiosa –narró la historia local en dos entrevistas que compiló Mercedes en un librito amoroso–, Barker fue el tutor designado por la familia Resch que todos los viernes retiraba a la joven pupila del colegio de monjas.
La música y yo
“Cuando La Tranca está cerrada es mi casa y también se escucha folklore. Mi músico preferido es José Larralde, es como mi ídolo, me gusta mucho su poesía, pero también escucho Cafrune y Argentino Luna. De adolescente me encantaba Serrat, y me sigue encantando. También me gusta el tango, pero lo que más escucho es el silencio. Te diría que en el 80% de mi día prefiero el silencio, un silencio que aquí está lleno de pajaritos y de sonidos de la naturaleza. O sea que mucho silencio no es, pero me encanta esa música”, concluye.
Mercedes no lo dice, pero fue por ella que el célebre Juan Carlos “Tata” Cedrón compuso la milonga La curamaleña. La anécdota se remonta a 2012, al cabo de un concierto en la Casa del Bicentenario, en CABA, al que había asistido Mercedes. Fue a saludarlo y le contó que venía desde 500 kilómetros, de Cura Malal, un pueblo llano junto a las vías, cerca de Coronel Suárez. Cedrón no lo había escuchado ni nombrar, pero se entusiasmó al saber que era un lugar muy tranquilo. Cuando fue a conocerlo, volvió con su mujer, la escritora chilena Antonia García Castro, y se quedó un mes.
De lo que vivieron en ese pueblito que no tiene kiosco ni estación de servicio, ni farmacia, ni almacén ni cementerio, salieron estrofas como ésta: Cosa’e mandinga que en estos pagos/ nada se vende si no se da./ Nada se muestra, hay que encontrar/ como rescoldo en la oscuridad./ Cura Malal, se dice aquí:/ no hay campo santo, hay que vivir.
LA TRANCA DE CURA MALAL El Aromo esquina El Fresno, Cura Malal. Acceso por la ruta provincial 67, a 15km de Coronel Suárez. T: (02923) 65-2059. FB: La Tranca Cura Malal IG: @latrancadecuramalal La pulpería abre los viernes al caer la tarde y cierra cuando se va el último, a eso de las 3. Pase sin golpear. Se sirven pizzas y empanadas caseras. Mesas en burbuja, con protocolo. Los sábados, a partir de las 15, son las clases abiertas de folklore. Todos los talleres son gratuitos.
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