Queda a pasitos del mar, en el deck del complejo hotelero Fazenda Verde, y tiene 25 años de puro éxito.
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“Quise cambiar la ecuación. En Buenos Aires tenía un estándar de vida alto, pero una pésima calidad de vida”, desliza Marcelo Heredia sobre su vida antes de Praia do Rosa, a 90 kilómetros de Florianópolis, en el sur de Brasil. Había crecido entre Mendoza, Bahía Blanca y Bariloche, que lo había puesto cara a cara con la naturaleza. “Aprendí a esquiar en la nieve y después me pasé al esquí acuático. Fui tres veces campeón argentino y me dediqué al deporte hasta los 17 años”, agrega mientras convida una cachaça de maracuyá en el deck de Coral, el restaurante de playa que montó hace 25 años.
Economista de profesión, en la década del 90 trabajaba como gerente regional de una red de cajeros automáticos que implementaba el pago de sueldo por ese sistema. “Me iba bien. Atendía muchos bancos y me tomaba cuatro aviones por semana. Ganaba plata y tenía un buen futuro. Vivía en un loft en Libertador y Esmeralda. Pronto me iba a casar, tendría hijos y entraría al sistema para nunca más salir… Entonces lo pensé: es ahora o nunca”, rememora Marcelo, que siempre había trabajado en relación de dependencia y lo único que sabía de restaurantes era porque le gustaba comer bien, por eso asesoraba a gastronómicos.
Familiarizado con Rosa, hasta acá llegaba todos los veranos en los años ‘90 porque su ex suegro tenía una casa en el Canto Norte. Y fue en el marzo de 1997, cuando se terminaba la temporada, que pensó en venirse en serio. “Vimos este lugar cerrado y me gustó. Rosa explotaba de argentinos, pero no había propuestas gastronómicas de nivel. Hablé con Neco –Cristiano Agrifoglio– el dueño de este terreno y de Fazenda Verde, el complejo hotelero que está acá arriba y le dije que quería poner un restaurante a la carta porque sus clientes, que pagaban cara la habitación, tenían que poder comer bien. Es que en Praia do Rosa no había casi nada: solo un barcito en cada punta. Tampoco había camino. Todo era arena y restos de lo que había sido una gran plantación de mandioca. Neco tenía su fazenda con cerco, pasto, caballos y vacas que ordeñaba para la leche del café que le servía a la mañana a sus huéspedes”, recuerda Marcelo sobre esa Rosa pujante que había dejado de ser el campo de la familia Rosa para convertirse en la playa de surfers y aventureros de Porto Alegre, que cada vez atraía más argentinos.
En pareja con su ex mujer, Marcelo se animó: le dejó una seña a Neco y le dijo que el 15 de octubre de ese 1997 estaría de vuelta para abrir el restaurante. Renunció a la empresa que lo contrataba en Buenos Aires y quemó naves. Iba a montar el primer gran restaurante de Praia do Rosa. Le puso Coral porque alguna vez había ido a un restaurante en la playa Bikini, en Punta del Este, que se llamaba así y le gustó. Nada más que por eso. “¿Podés creer que hace unos años, de casualidad, los dueños vinieron y me contaron que tenían un restaurante con el mismo nombre? Les dije la verdad”, cuenta Marcelo y repasa que en aquellos comienzos cocinaba con un amigo. “Servía almuerzo y cena desde diciembre hasta el carnaval. El restaurante explotaba. Neco me pidió que preparara el desayuno para los huéspedes del hotel. Y en un año recuperé la inversión. Claro que laburé muchísimo, pero valió la pena”, señala este gastronómico que a pesar de separarse de su esposa tres años después de llegar, no pensó en volver a Buenos Aires. Y que, tras la crisis del 2001, se trajo a su papá que trabajó con él y luego puso su propio restaurante en Garopaba. También lo siguió su hermana, que todavía vive en Rosa.
Mientras sirve unas casquinha de sirí, Marcelo cuenta que la estructura de Coral al principio era mucho más chica. Cuando llegó casi no había cocina, ni baños. Hoy la ambientación está súper a tono con la propuesta natural y descontracturada de esta playa protegida, que valora la naturaleza. Tiene bancos de madera tallada a mano que eran parte del ingenio de la mandioca, y puertas recicladas de casas antiguas. Ante las ponderaciones por la delicia del camarón que sirve con arroz, farofa, tapioca y banana, cuenta que hace 25 años le compra el pescado y los frutos de mar en la misma pescadería. “También es clave tener un equipo de gente responsable. Que no vengan solo a pasar el verano. Yo lo armé con brasileños que viven acá. Me costó, pero hace varios años que tengo un grupo estable. Son 4 empleados en temporada baja, y 10 en alta. Es que en verano esto se llena. Tengo 300 personas por día; muchos hacen fila para entrar”, asegura el economista que se convirtió en cocinero y que como empresario no le va mal. Desde que se separó, en el 2000, tiene una casa frente a la laguna de Ibiraquera, que es “el patio de mi casa”.
Padre de dos hijas brasileñas, de 18 y 16 años, que trabajan con él, dice que venir a vivir a Rosa era más fácil en los 90 que ahora. De todas maneras, aclara: “Poner el bar en la playa es el sueño del pibe, pero es muy demandante”. Y cuenta que de noviembre a Semana Santa es el primero en llegar y el último en irse del restaurante. Sirve solo almuerzo, pero para eventos especiales puede abrir a la cena. En temporada baja, tiene tres días libres porque abre de jueves a domingo. Entonces sale a navegar en su catamarán. “Llevo acá 25 años y nunca quise volver a Buenos Aires. No extraño nada de nada. Voy cada tanto para visitar sobrinos, amigos y disfrutarla como turista… ¡es tan linda Buenos Aires!”, ríe Marcelo con la calma del hombre de mar.
Datos útiles
Coral. En temporada alta se llena y conviene ir temprano para asegurarse una mesa. Especialistas en frutos de mar y pescados, todo es de muy buena calidad y abundante. En temporada abre todos los mediodías hasta las 16. El resto del año, de jueves a domingos. A orillas del mar, sobre el deck de Fazenda Verde by Neco. T: +55 (48) 98833-1714.
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