Se construyó entre 1916 y 1919, sobre la calle Cerrito, entre Posadas y Alvear.
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Cualquier hombre enamorado que se crea el último romántico, capaz de prodigarse en atenciones desusadas a su amada, palidecerá ante el regalo de bodas que Félix Saturnino Pedro José de Álzaga Unzué (1885-1974) le hizo a su prometida Elena Peña Unzué (1892-1982): un palacete de 25 ambientes entre los estilos Luis XVI y el georgiano en la barranca de la calle Cerrito.
El detalle de compartir el segundo apellido no es casual; eran primos segundos. No tuvieron hijos, pero convivieron con muchos perros y papagayos. Alternaban sus veranos entre San Simón, Santa Clara y San Jacinto, en Rojas, o en Mar del Plata, todas estancias o mansiones del clan Unzué.
A diferencia de otras familias poderosas contemporáneas, no desembarcaron en la política o la diplomacia, sino en la caridad, dominada por las mujeres de la familia y en el negocio de la administración de campos y casas de renta. Viajaban con frecuencia a París y al Derby de Chantilly, donde competían los caballos de Félix, que fue presidente del Jockey Club entre 1934 y 1950.
Ícono de la “Petit París” porteña del eje Arroyo-Plazoleta Pellegrini-Av. Alvear-Quintana, la mansión se sumó al entorno de obras presentes o ausentes de proyectistas como Paul Pater, Jules Dormal, Louis Martin, René Sergent, Édouard Le Monnier, Alejandro Christophersen, León Dourge, Eduardo Sauze o el escultor del monumento a Pellegrini, Jules Félix Coutan.
En el interior, una escalera central distribuía la circulación hacia cada ala; el comedor principal era para 10 personas, la sala de estar posee boiserie proveniente de un castillo francés del siglo XVIII. En el Salón de Madame había un retrato de Elena, realizado por Philip de László, un pintor húngaro que retrató, entre cientos de personalidades, a los emperadores Francisco José I de Austria y Guillermo II de Alemania, al príncipe Luis II de Mónaco, al papa León XIII (1900), a los presidentes norteamericanos John Calvin Coolidge y Theodore Roosevelt y a los reyes Alfonso XIII, Victoria Eugenia de España y Eduardo VII, Jorge VI y a Isabel II. En el subsuelo se ubicaron las cocinas, el lavadero, la bodega y un comedor para los 20 miembros del personal de servicio.
El autor de esta notable obra de la Belle Époque fue una rara avis en el medio argentino (acostumbrado a profesionales europeos que estudiaban en su país de origen). Se trató del arquitecto Robert Russell Prentice (1883-1960) nacido en Fife, Escocia, educado en Highgate School y luego en la École des Beaux-Arts de París. En 1910 emigró a Buenos Aires, donde se asoció con Louis Faure Dujarric. Juntos realizaron la Estación de Ferrocarril Central-Córdoba, la capilla de la estancia Huetel, el edificio Romaguera y la Compañía de Seguros Sudamericana sobre Av. Alem.
Iniciada la Primera Guerra Mundial, Prentice regresó al Reino Unido, para servir como técnico en los ferrocarriles y en la Fuerza Aérea británicos. En 1919, volvió a Buenos Aires esporádicamente, ya que tenía su residencia en Río de Janeiro, donde diseñó la estación Barón de Mauá, varias salas de cine y la Embajada Británica.
Para los urbanistas porteños, el caso de la mansión y su refuncionalización como área de banquetes y siete suites de lujo de la torre de 15 pisos que surgió en el jardín fue motivo de un largo debate. Elena Peña, felizmente, nunca llegó a saberlo. Y el Hotel Four Season, propietario de la mansión Álzaga Unzué desde este nuevo milenio, la celebra y pone en lo más alto, para que huéspedes y visitantes la disfruten.
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