El nuevo corazón de la capital española tiene 70.000 metros cuadrados y representa una transformación urbanística y paisajística sin precedentes,
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Ahora sí da gusto pasear y detenerse en esa zona de la ciudad que mira a Oriente y que tiene las mejores vistas del atardecer, ese mismo que eligieron desde los visigodos y los musulmanes hasta los Asturias para erigir sus fortalezas.
Con reminiscencias a lo que logró la ciudad de Nueva York con su High Line, a fines del 2021 se inauguró, después de dos años de renovaciones, una Plaza España que hace de “kilómetro cero” para recorrer a pie o en bicicleta los tramos que la separan de atracciones y enclave históricos como el Palacio Real, el Templo de Debod o Parque Madrid Río, la Casa de Campo, Campo del Moro los jardines de Sabatini y hasta la Gran Vía. Todos ellos tienen a la remozada plaza como su eje central.
Se trata de un proyecto urbanístico y paisajístico sin precedentes -de más de 70.000 metros cuadrados- que vino a revalorizar una zona must para el turista, pero que rara vez visitaban los propios madrileños y que, en cualquier caso, siempre llamó la atención por sus pocas y descuidadas opciones para transitar.
A cargo de los arquitectos Fernando Porras-Isla, Lorenzo Fernández-Ordoñez y Aránzazu La Casta (Porras Guadiana Arquitectos), la reconfiguración incluyó el soterramiento del tráfico, nuevos espacios de juego y ocio para los chicos, la creación de “parches verdes” (se plantaron más de 1.000 árboles), y, sobre todo, trazó una plataforma ajardinada que une no sólo los monumentos ya mencionados, sino que incluso llega a extenderse hacia el inicio del parque Madrid Río, que se extiende a lo largo del río Manzanares y conecta ambas orillas por antiguos puentes de piedra y modernas pasarelas metálicas.
Es un paseo ideal para disfrutar hasta donde cada quien quiera llegar, a cualquier día y a cualquier hora, pero especialmente memorable si se emprende durante el fin de semana, cuando los locales pasean entre amigos, en familia o con sus perros. Uno puede entonces acoplarse a esa misma caminata sin prisa, que se acompasa al ritmo de una buena charla y, por qué no, se saborea mejor con un helado artesanal en mano.