A 60 kilómetros de Bariloche, el Hotel Tronador y la Hostería Pampa Linda son precursoras de la actividad turística en el lago Mascardi.
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Benito Vereertbrugghen fue el primer europeo en pisar el extremo noroeste del lago Mascardi. Y, si algún explorador le ganó de mano, solo estuvo allí de paso. Don Ben, como lo conocían en el Valle de los Vuriloches, fue con certeza el primero en asentarse en la zona allá por 1913.
Llegó en compañía de Pedro Mesas, un baqueano que lo secundó en la ardua tarea de abrir una picada a través del espeso bosque de caña colihue. Este sendero le permitió llevar hasta allí su arreo de vacas que avanzó desde las tierras a orillas del lago Gutiérrez, donde se había asentado su padre.
Ben había descubierto el sitio tiempo atrás, navegando lago arriba en compañía de un socio norteamericano. El gringo regresó al norte para buscar a su novia pero cuando llegó, ella se había casado con otro. Con la desesperación que provoca el mal de amores, olvidó el proyecto patagónico, se enlistó en el ejército y al poco tiempo murió en el frente de la Primera Guerra Mundial.
Ben se quedó sin socio. Entonces, apareció Mesas y el plan siguió adelante. Ambos construyeron una casa a orillas del arroyo Casalata, que lleva ese nombre para recordar aquella primera vivienda hecha con latas usadas. Allí, en ese rincón lejano del Mascardi, se estableció Mesa y su familia oficiando de puesteros. Ben vivió dos años en carpa muy cerca del lugar. Luego edificó su casa en la orilla opuesta. Diez años más tarde esa misma casa se convirtió en el Hotel Tronador.
El primer médico de Bariloche
Los Vereertbrugghen habían llegado a Bariloche en 1907. José Emmanuel, el padre de Ben, fue el primer médico de la ciudad. Arribó con su mujer María Leopoldina de Mey y su único hijo. Eran belgas, pero habían pasado varios años en Canadá en busca de una vida mejor.
José Emmanuel y su familia se asentaron en los alrededores del lago Gutiérrez, en una parcela de tierra que el gobierno de Julio A. Roca otorgaba a los inmigrantes.
El belga se la pasó viajando entre las actuales ciudades de San Martín de los Andes y Esquel, porque era el único médico en aquellas lejanías. Llegaba con su porte señorial y un caballo de repuesto. Era un hombre culto, hablaba tres idiomas y tocaba el piano. No cobraba un peso porque la gente no tenía con qué pagarle; a veces los pobladores agradecían sus servicios con alguna vitualla que salía de las huertas o de los animales del corral propio.
Tanta fue la gratitud de los pobladores que un grupo de estancieros pudientes decidió premiarlo y encargó un piano a Europa a modo de obsequio. El piano tuvo que viajar dos veces desde Londres porque la primera vez que llegó al puerto de San Antonio Oeste no supieron a dónde mandarlo. Por suerte, el segundo intento tuvo éxito. Cuentan que el piano era de tan buena calidad que luego de kilómetros y kilómetros en carreta arribó a la casa de los Vereertbrugghen y no fue necesario afinarlo.
José y su hijo Ben eran fanáticos de la pesca y fueron ellos los encargados de conseguir las truchas con que el gobierno argentino homenajeó al ex presidente norteamericano Teodoro Roosevelt durante su visita a Bariloche en 1913.
La leyenda va más allá: dicen que ellos – los Vereertbrugghen– solían llevar en grandes tachos las truchas vivas que pescaban en el lago Gutiérrez hasta el Mascardi, donde aún el Departamento de Piscicultura no había sembrado esta especie.
Con los años otro médico se estableció en Bariloche. Las autoridades exigieron a José que revalidara su título. Tal imposición no le gustó para nada y partió a Europa para ayudar con los heridos que dejaba la Primera Guerra. Murió en 1937 como Jefe de Cirugía de un hospital belga.
Hotel Tronador, su historia
El extremo noroeste del lago Mascardi es un sitio paradisíaco. Allí desemboca el río Manso, un torrente de aguas lechosas, producto del deshielo, que se vuelcan en el espejo turquesa del Mascardi. De esta mixtura de aguas se obtiene un tono verde esmeralda, casi mágico. Detrás, el cerro Tronador se hace sentir: los 3.478 metros de altura y las tres cumbres cuentan la historia de un volcán extinto hace miles de años.
Los extraños sonidos que emiten sus laderas también son parte del encanto que ofrece esta montaña. Los pobladores originarios aseguraban que esos ruidos eran un aviso de los dioses frente a la presencia de extraños. Hoy sabemos que la causa es otra. Los atronadores sonidos se deben a la caída de los seracs –grandes bloques de hielo– que se desprenden de los glaciares, que son siete, y que avanzan sobre las laderas del cerro.
La casa de Ben se construyó en la orilla opuesta al arroyo Casalata, un sitio con vientos benignos y más asoleado. En aquellos tiempos, aún no existía un camino por tierra. Sin embargo, la zona tenía un interesante movimiento turístico.
Diana Vereertbrugghen cuenta la historia de su bisabuelo. “Ben, que hasta entonces se había dedicado a la ganadería, se asoció con Reinaldo Knapp, quien más tarde sería el dueño de la Hotel Mascardi, y comenzó a recibir huéspedes en su casa, todos llegaban por lancha. Esto habrá sido alrededor alrededor de 1929. Al poco tiempo compró su propia embarcación y el negocio creció”.
Ubicado a 60 km de Bariloche, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, el hotel pasó por una larga historia de cambios. La primera construcción se quemó en 1933 al poco tiempo de nacer el primer hijo de Ben, José “Pepe” Vereertbrugghen, abuelo de Diana. Reconstruyeron el edificio en tiempo récord, íntegramente con madera de la zona y para el verano siguiente ya estaban abiertos provistos de una turbina que les daba luz cuando llegaba la noche. En 1935 nació, Andy, el segundo hijo de Ben, y su mujer, Clara Emma Runge.
“Ben se encargaba de llevar a pescar a los pasajeros, actividad que era su pasión, mientras que Clara se ocupaba de recibir en la hostería”, cuenta Diana.
Por aquellos años, solo a pico y pala, se hizo el camino desde la hostería hasta Pampa Linda, muy cerca de los ventisqueros negros. Recién en 1940 se finalizó la ruta actual que avanza por el sur del lago hasta la hostería. Esto aumentó la presencia de viajeros que llegaban en colectivos turísticos, pero todo era una verdadera aventura.
La primera ampliación del hotel sumó nueve cuartos al edificio original que solo contaba con 10 habitaciones y cuatro baños. “Eran épocas de la Segunda Guerra Mundial y como la demanda crecía, construyeron luego dos bungalows más, de cinco habitaciones cada uno. Hasta aquí llegaban turistas con diferentes convicciones, estaban los aquellos que se manifestaban a favor del Eje, pero también había fanáticos de los Aliados, ambos “bandos” se distribuían en las instalaciones según sus creencias políticas. Sin embargo, había suficiente espacio para todos y las diferencias no impedían disfrutar del maravilloso paisaje.
En los años ‘60, luego de un período durante el cual los Vereertbrugghen se alejaron de la actividad turística, la familia retomó el gerenciamiento del hotel, ya en manos de Pepe y su mujer Beatriz Ardüser, una joven suiza que se ocupó de crear los hermosos jardines que rodean el complejo.
“Hoy el hotel está a cargo de sus hijos Benito, Oscar y Alejandro; casi todos los nietos de Pepe hacemos trabajo golondrina en el hotel”, cuenta Diana, quien es una de las más fervientes seguidoras de la historia familiar.
Actualmente el complejo cuenta con tres edificios que conservan un estilo patagónico-andino en piedra y madera, edificados en diferentes períodos. Grandes ventanales, preciosos cuartos, varios salones con las chimeneas siempre encendidas cuando baja la temperatura y todas las comodidades de la vida moderna. La ambientación interior exhibe mobiliario de madera, la mayoría hecho en la carpintería propia, que funciona ahí mismo.
Las dos huertas proporcionan los ingredientes necesarios para hacer delicias en la cocina que. Entre los platos más apreciados del menú está la bondiola con salsa de mosqueta, piñones y calabazas salteadas con salvia.
El sitio es ideal para los amantes de la pesca con mosca y las actividades de aventura: senderismo, trekking y salidas a caballo y en kayak.
Hostería Pampa Linda
Al oeste del Hotel Tronador, Ben tenía dos puestos más: Creton y Pampa Linda, este último muy cerca del Ventisquero Negro, un sitio único donde el hielo glaciar adquiere un color terroso y oscuro debido a los sedimentos que acumula en su recorrido. Se trata de un glaciar en retroceso; esa característica se pone en evidencia al comparar las antiguas fotografías donde se ven a los primeros viajeros guiados por los Vereertbrugghen y las tomas actuales.
En Pampa Linda estaban los caballos que durante todo el verano se usaban para las cabalgatas turísticas. Con el tiempo Ben construyó allí una casa de té – edificio que luego donó a Gendarmería– y más tarde levantó otra que es la casa que aún persiste y funciona como hostería. El sitio es y fue un punto clave en el camino de aquellos que buscan ascender la cumbre del cerro Tronador.
Andy (el segundo hijo de Ben) y Elisa Blasquiz (Licha), su mujer, retomaron los negocios familiares allí en la década de ‘60. Hoy son Hugo, Fabián y Linda, sus hijos, los que siguen esos pasos.
“Andy se dedicaba al campo y Licha a la hostería, recuerda Linda Vereertbrugghen. Mi mamá contaba que tenían un menú de cuatro platos y los viajeros no dejaban nada.” Hoy la cocina de la hostería es muy apreciada por los viajeros; uno de los platos mas ricos son los ñoquis rellenos, una receta alemana, que se sirve con una salsa acompañada de carne salvaje.
La hostería que vemos hoy es resultado de las obras de remodelación que concluyeron en 1993 y convirtieron a la casa de té en un hotel de 14 habitaciones con dos apartamentos y un lindísimo comedor en la planta alta. Piedra y madera conforman el ADN del edificio que mantiene intacto el espíritu patagónico de antaño.
Pampa Linda es el paso obligado para aquellos que suben el Tronado, pero también para los que planean llegar a las Cinco lagunas, al Paso Vuriloche, al Paso de las Nubes, la Laguna Ilón, el refugio Otto Meiling, entre otros desafíos.
También hay propuestas menos esforzadas para conocer los alrededores en excusiones que se organizan desde la hostería para amantes del trekking o bien salidas a caballo por los alrededores.
Alojarse en el Hotel Tronador o en la Hostería Pampa Linda permite a los viajeros acceder a un sitio único en los alrededores del Lago Mascardi rodeado de los Andes patagónicos, pero también propone un viaje en el tiempo a esos primeros años del siglo XX cuando una familia belga se animó a poblar un pedacito de Patagonia, cuando casi nadie se atrevía.
Hotel Tronador. RP 82 s/n • Parque Nacional Nahuel Huapi. T: +54 294 4490 550/ 556. Abierto del 15 de noviembre al 18 de abril . Desde u$s 195 por persona en base doble con pensión completa en temporada alta. Hay habitaciones familiares y departamentos para aquellos que van en grupo. En temporada baja (del 15 de nov al 20 de diciembre) hay tarifas mas económicas. Valor dólar: cotización Banco Nación de tipo de cambio vendedor.
Hostería Pampa Linda. RP 82 (KM 40 de la RN 40). T: +54 9 294 411-0390. Para alojarse, abierto de 15 de octubre al 15 de abril. Luego de esa fecha, permanece abierta durante el día como restaurante. Hay horarios de ascenso y descenso al sitio, consultar antes de viajar. $25.400 la habitación doble con desayuno y $41.000 con pensión completa, los precios incluyen IVA. Los menores de 4 años solo pagan las comidas y existen descuentos en las estadías de menores de 12.
*En ambos sitios las actividades y los traslados tienen costo adicional y las tarifas están sujetas a variaciones.
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