Ischigualasto no es el único Valle de la Luna argentino. Conocé los otros.
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¿Viajar a la luna sin salir de la Argentina? ¿Pisar terrenos colorados como el de Marte o amarillos como en algún planeta lejano? Todo eso es posible en las espectaculares formaciones de Ischigualasto, San Juan, que siempre merece una visita, pero también existen otras regiones que ofrecen paisajes de colores con geografías áridas y moldeadas por la erosión y el viento. El Valle de la Luna Rojo y el Valle de la Luna Amarillo en la Patagonia, cerca de General Roca, Rio Negro, y el Valle de la Luna de Cusi Cusi o Valle de Marte, en la puna jujeña, invitan a viajar en el tiempo y el espacio.
En Estados Unidos, los pueblos originarios llamaban Badlands o “tierras malas” a la versión extrema del desierto, suelos áridos moldeados por los vientos y lluvias escasas en los que se puede leer el paso del tiempo.
Las granjas y el desierto
General Roca es un oasis en la estepa patagónica, regada por el Rio Negro. El valle es famoso por el verde de sus chacras y su producción de frutas de exportación. Pero, del otro lado del río, asoma un paisaje árido y prehistórico que parece tomado de otro planeta.
A solo 18 kilómetros de la ciudad, por la RN 22 y luego por la RP 6, se ingresa al Área Natural Protegida Paso Córdoba, creada en 1997 para proteger este sector del valle con barrancas, terrazas, bardas, y dos formaciones con colores contrastantes: el Valle de la Luna Amarillo y el Valle de la Luna Rojo.
Para ingresar al Valle de la Luna Amarillo hay que hacer 100 metros desde el puente del Paso Córdoba, bajar del asfalto hacia la izquierda y pasar frente al Club Náutico sobre el río Negro. Es una zona apta para caminatas, picnics o bicicleteadas con paisajes dorados. Vale la pena levantarse temprano para ver los paredones amarillos bajo la luz del amanecer o quedarse hasta que atardezca. La caminata, entre subidas y bajadas, permite descubrir que la aridez también esconde vida: aves como las águilas moras y los jotes que suelen revolotear en busca de carroña, o hierbas que pelean cada rastro de humedad como el alpataco, la jarilla, la uña de gato, el molle y la zampa.
Del otro lado se accede al Valle de la Luna Rojo. Para ingresar, luego del puente del Paso Córdoba, hay que seguir hasta los santuarios de Gauchito Gil y Ceferino Namuncurá, salir de la ruta en dirección al río y tomar el primer desvío a la izquierda. No se puede ingresar al área protegida con vehículos, un cartel de madera anuncia en la entrada: Valle de la Luna Roja - Zona de Alta Sensibilidad- No retire fósiles – Sólo Trekking.
El suelo es como un libro abierto en el que se pueden leer millones de años. Está compuesto por rocas sedimentarias del Mesozoico, Cretácico y Cenozoico, es decir que estamos pisando tierras que tienen más de cien millones de años y, si miramos con atención, tal vez encontremos en el suelo fósiles de caracoles marinos. A finales del Cretácico (145 millones de años) el Océano Atlántico sumergió gran parte de la provincia de Río Negro, y fue conocido como el mar Rocaense. Este mar dejó gran cantidad de fósiles marinos como almejas, amonites, caracoles, corales, dientes de tiburones y cangrejos.
Por estas tierras también circularon los dinosaurios. En 1912 el geólogo alemán Ricardo Wichmann encontró en el Valle de la Luna Rojo los restos de un Antarctosaurus, un saurópodo (lagarto) de grandes dimensiones. Este fue el primer yacimiento fósil de dinosaurios de la Patagonia.
La zona es ideal para descansar, tomar mate, explorar y admirar las extraordinarias bardas coloradas y los meandros de colores del paisaje. Para terminar la visita a la región se puede ascender hasta el Mirador de las Tres Cruces, un punto panorámico ubicado a la vera de la RP 6, desde el que se puede ver el contraste entre la estepa, los paredones, el curso del Río Negro, el verde de las chacras y la ciudad de General Roca.
Marte en medio de la Puna
En el otro extremo del país, en las alturas de la puna jujeña, sobre el nuevo trazo de la RN 40 (de ripio) y no muy lejos de la frontera con Bolivia, otro paisaje solitario invita a retroceder en el tiempo. El Valle de la Luna de Jujuy, Valle de la Luna de Cusi Cusi o Valle de Marte, está marcado en la ruta como un punto panorámico con una cámara fotográfica.
Este valle es un rincón secreto y solitario bajo el cielo puro de la puna. Se trata de una formación geológica ubicada en el paraje de Matancillas, que encandila con sus colores en degradé: blanco, rosado, rojo, carmesí. Las formas esculpidas por la erosión pueden ser sinuosas o afiladas, formar domos, meandros, columnas, montañas cortadas a cuchillo. Este paisaje tan vistoso se extiende por una amplia hoyada de 60 km de diámetro formada por basaltos, escoria y lava volcánica. La mejor hora para apreciar los colores es por la tarde, cuando el sol da de frente y se pueden distinguir las vetas de colores con su rica composición mineral. Los 3800 metros sobre el nivel del mar pueden hacerse notar, por lo que es conveniente andar despacio, comer liviano, hidratarse y eventualmente tomar un té de coca para combatir el mal de altura.
A solo 4 km está Cusi Cusi, un agradable pueblito puneño con árboles, casas de adobe, una antigua capilla y una hostería (averiguar con anticipación). Los pueblos originarios llamaban “cusi cusi” a una araña saltarina que vive en la región y se presume que trae buena suerte. A comienzos del siglo XX, la población era una modesta comunidad de pastores alrededor de una vieja iglesia construida hace 200 años. En 1954, el poblado se trasladó tres kilómetros hasta su ubicación actual. El pueblo tiene cerca de 250 habitantes que se dedican a la cría de ovejas, llamas y asnos, a la minería de subsistencia y a la fabricación de artesanías. En los últimos años, la quinoa, cultivo milenario en esta región, ha aumentado su demanda porque se descubrieron sus propiedades como “superalimento”. En el pueblo se estableció una cooperativa agrícola que tiene una pequeña planta de lavado de quinoa.
Cusi Cusi es un pueblo hospitalario que guarda el secreto de los colores y sabores de la Puna.
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