A 14 kilómetros de Capilla del Monte, este parque autóctono esconde una asombrosa geografía y antiguos rastros de los primitivos habitantes de la región.
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El parque Los Terrones es una singular reserva ubicada al noreste de Capilla del Monte (Córdoba), un territorio de piedra arenisca colorada donde se alinean sorprendentes formas que fueron talladas por el viento y la lluvia durante siglos.
El sitio, que es privado, está abierto al público desde hace mucho tiempo e invita a participar de un circuito que se recorre, exclusivamente, en compañía de un guía del lugar.
La propuesta no encierra mayor dificultad, pero requiere estado físico adecuado ya que lleva un poco más de dos horas de caminata, primero por el cañadón de un arroyo y luego cuesta arriba hasta la cima de esta formación, ubicada a 1.400 metros de altura.
Se trata de una salida ideal para compartir con amigos o en familia, siempre y cuando los que se sumen estén dispuestos a realizar un esfuerzo físico. Después, vendrá la gran recompensa: atravesar un paisaje maravilloso.
El origen
Para llegar hay que hacer unos 14 km con rumbo norte desde Capilla del Monte. Parte del trayecto se realiza por asfalto, aunque el último tramo avanza por un camino de tierra, generalmente en buen estado, a través de la Quebrada de Luna.
Los Terrones es una antigua formación de origen sedimentario. El proceso se inició en la Era Primaria cuando el valle de Punilla era una gran cuenca: “Esta zona era la parte más profunda de ese inmenso pozo – nos cuenta Héctor Moyano, coordinador de los guías de sitio– allí se fueron acumulando sedimentos, especialmente una arenisca que al compactarse toma un tono rojizo por su alto contenido de hierro y diferentes tipos de piedras”.
Durante el periodo Terciario, los movimientos que generaron las Sierras Chicas, actuaron también sobre estos materiales que empezaron a levantarse y se resquebrajaron por su naturaleza más blanda. Luego, las lluvias y el viento hicieron su trabajo y le dieron la forma actual.
Los Terrones son la silueta emblemática, pero la imaginación de pobladores y visitantes hace posible ver un camello echado, una bota, un puma, un submarino… y otras muchas figuras, solo es cuestión de dejar volar la fantasía.
Rumbo al cañadón
Luego de las explicaciones geológicas de rigor iniciamos la caminata de la mano de Nicolás Thomé, otro de los guías. Los grupos se arman a medida que llegan los visitantes, suelen ser de entre 15 a 20 personas.
El primer tramo es un descenso corto hasta el cañadón del arroyo Los Terrones donde la naturaleza cambia de forma inesperada. Es que este arroyo de aguas mansas alimenta una suerte de “selva” de líquenes, helechos y hongos. “La presencia de Barbas de Viejo (una especie epífita de la zona) –cuenta Nicolás– es un signo de la pureza del aire”.
El sendero entre piedras es fresco y agradable. De tanto en tanto, uno se encuentra con escaleras que permiten avanzar entre los paredones del cañadón que alcanzan los 100 a 120 metros de alto.
Aroma a menta peperina y verbenas lilas y rojas aparecen aquí y allí mientras avanzamos por lecho del arroyo. Así, se llega a la Cueva del Ángel, un sitio que en tiempo de lluvia cuenta con una pequeña cascada que le otorga un encanto especial.
Los relatos locales aseguran que este era un sitio elegido por las mujeres comechingonas para dar a luz, sin embargo no se han encontrado registros científicos que lo corroboren. Lo cierto es que la zona era una geografía de tránsito de los antiguos pueblos, cuyos pobladores llegaban aquí en busca de hierbas para diversas ceremonias. En la reserva se encontraron dos grupos de morteros que, llenos de agua, podrían haber sido usados para la observación del cielo.
De ovnis y avistajes
Después de caminar un buen rato por las inmediaciones del cañadón, iniciamos el ascenso por un sendero rodeado de molles (nos señalan uno que podría tener 400 años) y algarrobos, el preferido de los nativos, porque de esta especie obtenían madera para sus viviendas y con sus frutos hacían una harina de múltiples usos alimentarios. En lo alto, el bosque desaparece, todo se vuelve más árido, pero la visión es magnífica
Los Terrones se encuentran en una suerte de triángulo custodiado por tres cerros: el Uritorco, el Charalqueta y el Pajarillo. Este último se hizo famoso en 1986 cuando unos pobladores, la familia Gómez, un niño de 10 años y su abuela, vieron descender un enorme plato volador que emitía una luz blanca, enceguecedora y sólida.
Nadie sabe a ciencia cierta si esto ocurrió. Sin embargo, el supuesto fenómeno dejó una marca significativa: un óvalo gigante y perfecto sobre el terreno, quemado de arriba hacia abajo, cuya presencia permaneció intacta durante los diez años que siguieron. Incluso, sobrevivió a un gran incendio, hasta que finalmente lo devoró la vegetación.
El hecho fue largamente estudiado, hasta arribaron a la zona especialistas de la NASA. Nunca se obtuvo una explicación definitiva, al menos para el común de los mortales.
De regreso, en el parador del sitio, vale la pena hacer un alto para ver las antiguas fotografías donde la marca que habría dejado el supuesto aterrizaje extraterrestre aparece con pasmosa evidencia.
LOS TERRONES. Quebrada de Luna, a 17 km de Capilla del Monte. T: (3548) 41-8914. @losterronesoficial. A partir de marzo de 9 a 18.30 hs. En verano de 9 a 19.30 hs. $1.800 por persona. Menores de 9 años gratis.
El sitio ofrece dos alternativas: una caminata corta hasta un mirador y un circuito que lleva de dos a tres horas y se interna por esta singular geografía, con guía del sitio. La visita guiada es a contribución voluntaria, no está incluida en la entrada. El lugar cuenta con un restaurante de comidas sencillas.