La capital española vive una temporada de verano récord y si hay una postal que resume el boom turístico es la de la gente disfrutando de una caña helada en las alturas, con la ciudad a sus pies. Aquí, una guía con los high spots más buscados (y donde es mejor reservar con anticipación).
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Se trata de una tendencia que ya se vislumbraba antes del Covid-19 pero que, ahora, se transformó en todo un estilo de la vida: en Madrid, casi no quedan azoteas que no hayan sido acondicionadas para recibir a quienes quieren disfrutar al aire libre y a cualquier hora (aunque, claro, al atardecer, explotan). La movida es tan fuerte que, en una adopción del inglés casi sin precedentes (se sabe que los españoles defienden su idioma a capa y espada), los propios madrileños hablan de “rooftops”. Y es que, vale la aclaración, las “terrazas” son para ellos espacios al nivel de la calle, con mesas en la vereda; y son tan esenciales a su idiosincrasia que hasta inventaron el verbo “terracear”.
Pero volvamos a la flamante costumbre de los rooftops. Basta mirar para arriba en cualquier punto de la Gran Vía, Plaza del Callao o Plaza España para empezar a encontrarlos. Sin embargo, también hay otras opciones que, a menor altura y un poco más escondidas en las callecitas laberínticas de Madrid, ofrecen vistas igual de encantadoras. La mayoría abre temprano por la mañana y cierra pasada la medianoche, por lo cual, además de la obligada carta de cañas y picoteo, suele haber menú de desayuno, brunch, almuerzo, cócteles y cena. Por lo general, también, conviene reservar con anticipación, ya que –por si hiciera falta aclararlo una vez más–, suelen estar “petadas”, como advierten los locales.
Rooftop Bar 360º
Emplazada en el piso 27 del Hotel Riu, con una panorámica privilegiada de la Plaza España, esta azotea se inauguró en 2019 y enseguida se convirtió en una de las más populares de la ciudad. Sus vistas 360 y su icónico “puente colgante” (una pasarela de vidrio no apta para sensibles, ya que incluso el piso es transparente y la sensación es la de estar caminando sobre el abismo) parecen haber sido hechas para deslumbrar en Instagram. Y sí que lo hacen.
Quien no se hospede en el hotel tendrá que pagar entrada (5 euros por persona antes de las 18, 10 euros a partir de esa hora; no incluye consumición) y subir por un ascensor especialmente diseñado para el acceso directo, sobre la Calle del Maestro Guerrero, que asciende 26 pisos en 26 segundos. Cuando se abran las puertas, se ingresa al Edén Gastrobar, donde es posible tapear a casi cualquier hora. Un piso más arriba, por escalera, se llega al Sky Bar, donde la música suena fuerte desde temprano y todos los días hay, por lo menos, una sesión de DJ en vivo. Es, sin dudas, el rooftop con más fiesta de la ciudad y el ideal para sacarse las fotos más espectaculares.
Círculo de Bellas Artes
Así como Antonio Gaudí fue un arquitecto esencial para la configuración de la Barcelona moderna, otro Antonio, de apellido Palacios, lo fue para Madrid. Para intuir la impronta decisiva de Palacios en la capital española, basta con saber que fue el encargado de diseñar los interiores de las primeras estaciones del subte y que es el responsable de algunos edificios emblemáticos del skyline urbano, entre ellos, el que alberga, desde 1926, al Círculo de Bellas Artes, en el número 42 de la Calle Alcalá.
Su azotea –coronada por una gigantesca escultura de bronce de Minerva, la diosa romana de la sabiduría y el arte– fue usada por años como solarium; luego, se mantuvo cerrada hasta que, en 2013, se inauguró ahí uno de los rooftops pioneros de la ciudad. A 56 metros de altura, entre cúpulas y torres, con un primer plano del magnífico edificio Metrópolis, no podría ser más cierto eso que reza el cartel de bienvenida: “El cielo que te mereces”.
A pesar de la elegancia del enclave, la propuesta es bien descontracturada, con plantas en cada rincón y diferentes opciones para sentarse (mesas altas con banquetas, mesas bajas con silloncitos y hasta camastros al ras del piso). Hay, también, un escenario cubierto con césped sintético en donde, cuando no hay show en vivo, se agregan mesas bajísimas, que invitan a sentarse sobre el “pasto”. La sombra, eso sí, es escasa: conviene llevar protector, sombrero y/o anteojos de sol.
Subir cuesta 5 euros y los precios de la carta pueden resultar un poco excesivos; si la idea es tomarse más de un trago o consumir algo más que un pintxo, conviene visitar –antes o después– La Pecera, un restaurante con aires de café europeo ubicado la planta baja del Círculo, en donde se come mejor y más barato (el menú del día arranca en 16 euros). Un lugar que respira arte gracias a pinturas, frescos y esculturas, y en el que, con un poco de suerte, se podrá coincidir con un concierto de jazz.
The Hat
Este hostel, que parece más bien un hotel boutique, convoca a viajeros de todas las edades, y lo mismo logra su rooftop, pequeño pero rebosante de atmósfera, en donde se congregan turistas y locales por igual. The Hat se ubica en el centro histórico de Madrid y, si bien no es un spot secreto, hay que salirse de la ajetreada Calle de Toledo a tiempo y prestar atención a no marearse en la bifurcación de la Calle Imperial y la Calle de la Lechuga para no terminar dando vueltas en redondo.
Para subir a la azotea, se usa el mismo ascensor que los huéspedes para llegar a sus habitaciones y, de estar llena, habrá que esperar en el lobby hasta que se haga lugar. Una vez arriba, se tiene la sensación de estar en un rincón escondido en pleno corazón de la ciudad, con un despliegue encantador de los tejados de la Madrid de los Asturias y vistas privilegiadas de la Colegiata de San Isidro y de la Parroquia de Santa Cruz.
La correcta propuesta gastronómica incluye platos fusión, algunas tapas y picoteo de raciones, pero lo que llama la atención es su coctelería: descrita por sus dueños como “100% fun”, invita a probar los tragos de la casa servidos en bolsa de plástico y con sorbete, como se suelen tomar los jugos de frutas en el Sudeste Asiático. Advertencia no sólo para golosos: no irse sin probar la tarta de queso con un toque de queso azul.
El Viajero
Un emblema desde que abrió sus puertas en 1995, en una esquina privilegiada frente al Mercado de la Cebada, El Viajero es uno de esos restaurantes imposibles de pasar de largo. Se trata de una casona del siglo 19 de tres pisos, pintada de rojo y azul, que pareciera que está a punto de ser devorada por sus propias enredaderas. Fue uno de los primeros restaurantes en una zona que, con el tiempo, se pobló de bares, tascas y tabernas, generando una movida nocturna que, desde entonces, caracteriza al barrio La Latina.
A cualquier hora, pero sobre todo de noche, cuando prende sus guirnaldas de luces, la azotea resulta irresistible. Los dueños hablan de “un jardín en las alturas”, y el ambiente está muy logrado para que la sensación sea de total confort y relax. Una muy buscada, sobre todo, si hubo que esperar mucho tiempo para conseguir mesa, como suele pasar, ya que no se admiten reservas (para quienes lleguen con hambre, a no desesperar: en los pisos de abajo, casi siempre habrá lugar).
La carta es corta y tiene sus altibajos, pero las mini hamburguesas, la tortilla de papas y el vermut casero nunca defraudan. Buena música, una atmósfera vibrante, pero cool, y la espectacular cúpula de la Basílica de San Francisco el Grande enmarcado la velada hacen que la experiencia sea memorable.
Picalagartos Sky Bar & Restaurant
De regreso en la Gran Vía, con las mejores vistas de edificios emblemáticos del centro como el Telefónica o el Carrión (con su icónico cartel luminoso de Schweppes), puede que Picalagartos, alojado en el octavo y noveno piso del Hotel NH Collection Gran Vía, sea el rooftop más logrado de la lista en cuanto a su gastronomía. Es que la cocina está a cargo de Manuel Berganza, un chef asturiano que trabajó en varios restós con más de una estrella Michelin y que alcanzó la propia en 2014, en Nueva York, al frente de Andanada 141.
Así describe Berganza su propuesta: “Una carta cercana, en la que damos protagonismo al buen producto, con sabores limpios, siempre con un recuerdo a humo de fondo”. En la práctica, eso se traduce en platos que, ya de sólo nombrarlos, a uno se le hace agua la boca, como el tartare de atún rojo, yema, trufa y vinagreta de ajetes o la txuleta de vaca madurada, pimientos de piquillo caramelizados y ensalada verde.
En honor al espíritu original, bohemio y literario del edificio (una joya neobarroca de 1918), el nombre Picalagartos hace referencia a la taberna homónima que aparecía en la obra de teatro Luces de Bohemia del mítico escritor Ramón del Valle-Inclán.
Oroya
Es el rooftop más reciente y, sin dudas, una de las inauguraciones más esperadas de 2022. En la cima del novísimo hotel de lujo The Madrid Edition (que abrió sus puertas en mayo de este año en lo que era el antiguo edificio de oficinas de Caja Madrid-Bankia, a metros de la Puerta del Sol), Oroya deslumbra no sólo porque está a cargo del reconocido cocinero peruano Diego Muñoz sino porque su propuesta a nivel diseño no tiene parangón.
Simulando un invernadero tropical y exuberante, el espacio interior, a puro vidrio y verde, es una explosión de color. El exterior también fue pensado para impactar, con un jardín de césped real, la pileta en altura más grande de Madrid (exclusiva para huéspedes) y una pérgola de glicinas. Acá, a diferencia de la mayoría de las azoteas, la invitación no pasa tanto por admirar las panorámicas de la ciudad, sino por sumergirse de lleno en la experiencia de Oroya bajo el cielo ancho y despejado que hace de cúpula natural.
Cómo llegar
La aerolínea de bandera española lanzó este año el programa Hola Madrid. Los pasajeros pueden incluir gratis una escala en esa ciudad de 1 a 6 noches, ya sea a la ida o a la vuelta (teniendo así dos destinos por un único precio).
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