La confitería que abrió algunos años después del Tortoni se ha mantenido siempre en la misma esquina, consolidándose como un clásico de Almagro.
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De los carruajes y el tranvía al subte. De las galeras y puntillas al jean y zapatillas. El próximo 21 de septiembre la confitería Las Violetas cumple 140 años en la misma esquina de Almagro y lo celebrará desde el lunes 16/9 con shows artísticos, jazz, tango, folclore y jornadas de poesía en el gran salón con capacidad para 280 personas. “El acto contará con actores vestidos de época, violinistas que circularán por el local y tortas con velitas en todas las mesas. El 21 de setiembre, en tanto, cantaremos todos juntos el feliz cumpleaños alrededor de una torta gigante”, adelanta Pablo Montes, al frente de Las Violetas.
Patricio Piani y Jorge More son dos de los mozos históricos. Día a día cargan sus bandejas con las joyitas del “museo de las masas y facturas”, que insumen 2.500 kilos de harina y 800 kilos de manteca de primera calidad por mes para sus productos de pastelería y panadería.
Era difícil de imaginar, hace 140 años, que este sitio en los confines de Almagro –zona de quintas y baldíos del Camino Real que unía la Plaza de Mayo con la zona oeste–, se transformaría en un clásico, donde los fines de semana el público formaría largas filas para entrar. La espera tiene premio: se reparten bombones y chocolate caliente para matizar los minutos que faltan para entrar al templo patrimonial del té. Un título que se ganó a fuerza de años, con la presencia de habitués de distintas épocas.
Carlos Gardel, Alfonsina Storni, el jockey Irineo Leguisamo, Roberto Arlt, Mercedes Sosa y más personalidades se sentaron a disfrutar del clásico café con leche con medialunas. Las Abuelas de Plaza de Mayo también la eligieron como punto de reunión, cuando simulaban festejar cumpleaños para redactar las primeras cartas que difundieron la desaparición de sus nietos en organismos internacionales. Félix Luna y Arturo Frondizi disfrutaron del té de la tarde, cuya versión María Callas hoy se ofrece para dos, pero ni entre cuatro personas logran terminarla. El combo incluye variedad de tortas, masas, budines, sándwiches de miga, tostadas, chips y fosforitos. El gran final llega con copas de espumante.
“Acá atendemos muy bien a todo el mundo. Desde Matt Damon (visitó la confitería en 2022) a cualquier vecino. Nunca se sabe quién está sentado a la mesa. Somos muy exigentes con la velocidad y el servicio profesional, que además de excelencia demanda pasión y vocación”, señala Jorge Paniagua, encargado general de la tarde y la noche. Además de coordinar a los mozos, Jorge recibe a los clientes en la puerta, les indica en qué mesa ubicarse y sobrevuela con su mirada el salón para asegurarse de que no falte nada. En tanto, de lo que sobra, confirma, se realizan donaciones al colegio Don Bosco y la Basílica María Auxiliadora y San Carlos, sobre la Av. Hipólito Yrigoyen al 3900.
Para que el festival de delikatessen sea un éxito los 365 días del año un ejército de 75 empleados asegura que la calidad de los productos, la atención dedicada y los tiempos cumplan con estándares de excelencia. “Los turistas quedan deslumbrados y los habitués cumplen con su propio ritual de disfrute”, apunta Jorge. Y subraya que el pan dulce se consigue en cualquier temporada. “No hay que esperar a diciembre, forma parte de nuestra carta”, dice.
Una historia particular
La gran producción es parte del secreto de la marca. La usina proviene del gran subsuelo que uno de los primeros herederos de los que se tiene registro, don Pedro Anzola, mandó construir en 1928. Él dotó a la confitería de sus vitrales curvos y sus columnas de mármol. El problema es que para financiar la construcción hipotecó el inmueble, y al cabo de cuatro años, no pudo responder por ella, por lo que entró en remate judicial. El 8 de septiembre de 1933 apareció el nuevo comprador, Mateo Figallo, que escrituró el 29 de diciembre de ese año.
Su esposa Adela, gran filántropa, fue la que se encargó de tomar las riendas de la propiedad y la que, diez años después, en 1943, encaró la obra de sumarle los tres pisos superiores a la estructura, apoyados en el local existente, preparado para ello. Entre 1945 y 1947, el ingeniero civil A. Portinari puso fin a la obra que es la que se conoce hasta hoy. La confitería siempre estuvo alquilada. Los pioneros fueron el español José María Rodríguez Acal y su socio el ruso (aunque en varios artículos se lo menciona como alemán) Marcos Feldmann.
Ellos serían los pioneros creadores de la marca a comienzos del siglo XX –los primeros registros datan de 1906– , pero parecen haberse amparado en fondas y confiterías anteriores (en la guía Kunz de 1886 figura en esa esquina una fonda regenteada por Natalio Saettone, y en 1895 una confitería a cargo de M. Diz y R. Gómez) para fundar los orígenes en 1884. La dupla Rodríguez-Feldmann perduró varios años, pero en un libro de memorias “La vida de un inmigrante” (1886-1975) de Santiago Gastón Añaños, histórico mozo (que trabajó seis años en dos etapas, entre 1918 y 1924), se cuenta que hacia 1919 la sociedad se disolvió, y Feldmann instaló en la esquina de enfrente (Av. Rivadavia 3900), una confitería nueva llamada Los Rosales. según él “para fundir a «Las Violetas»”.
“Como primer paso, había llamado a todo el personal de «Las Violetas» para que trabajaran con él; desde el capataz, hasta el último peón, ofreciéndoles a todos mejoras. Lo que sucedió fue una lección tremenda para él. Ninguno de los obreros abandonó «Las Violetas», que trabajaba cada vez más, mientras que «Los Rosales» se estaba secando y Feldmann se estaba arruinando”, relata el viejo mozo.
Con todo, el enfrentamiento entre Las Violetas y Los Rosales no duró mucho, porque Feldmann apareció muerto en julio de 1923. En un primer momento, todos pensaron que se había asfixiado por un escape de gas, pero luego la noticia terminó siendo parte de las páginas de policiales de la época, señalando un oscuro pasado como proxeneta.
De todas las sociedades que han pasado a lo largo de casi un siglo medio, se destacan también las figuras de Manuel López, Manuel Pazos, Ramón Conde e Isidro Montes, predecesor de Pablo.
Sus salones ilustres ambientados con vitrales franceses también se transformaron en sets de filmación, durante el rodaje de varias películas: La Mafia, de Leopoldo Torre Nilson y Sol de Otoño, de Eduardo Mignona, protagonizada por Norma Aleandro y Federico Luppi, llevaron al cine los detalles y ornamentos que la hicieron famosa.
En el libro sobre Borges que escribió Bioy Casares, se cuenta cómo el 12 de septiembre de 1957, mientras regresaban de la zona de Caballito (recordemos que en aquel tiempo, Rivadavia era doble mano a esa altura), al pasar por Medrano, Bioy dijo: “Ahí está la confitería Las Violetas”. Borges respondió: “Sí, famosa por las letras, muy feas, del nombre. Un día le comenté a una señora que era un lugar muy bueno para encontrarse. ‘El inconveniente –me contestó–, es que todo el mundo piensa lo mismo, así que lo más seguro es que ahí una se encontrará con la hermana de su marido”.
A 140 años del primer café, Las Violetas lleva grabada entre sus mesas historias de éxitos y fracasos. Remates, quiebres, cierre (entre 1998 y 2001) y cambio de concesionarios forman parte de su recorrido. Pablo Montes, vocero del grupo empresario que impulsó la restauración y su puesta en valor, explica: “El compromiso para alquilar la confitería a la familia propietaria implicó una inversión que junto a un grupo empresario dio como resultado la reapertura de Las Violetas totalmente renovada en 2001″.
Así llega hoy a soplar las velitas por los 140 años; con las puertas de vidrios curvos, las delicias y el salón lleno que revalida el título de Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana, como la catalogó en 1984 el Museo de la Ciudad. Un hito porteño, sinónimo de calidad, está de festejo.
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