Propiedad de la familia Palma, pone en valor el escenográfico Camino de La Carrera. Caballos criollos y una vista inigualable del Cordón del Plata, de hasta 6.000 metros de altura.
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“Antes esto era el lejano Oeste”, dice Dina Palma, Dinita para todos, ama y señora de la estancia Las Pircas en el Camino de La Carrera de Mendoza, que conecta la villa de San José, en Tupungato, con la de Las Vegas, en Potrerillos. Estos 60 kilómetros siempre fueron de tierra, pero ahora el Gobierno decidió pavimentar un trecho: los 11 kilómetros que van entre el río Anchayuyo y el centro de salud de La Carrera. La iniciativa divide a los primeros pobladores de la región. Algunos están en contra del asfalto, otros creen que consolida una zona que viene creciendo mucho a nivel turístico. A futuro, el plan es pavimentar toda la ruta.
Dinita es descendiente de los pioneros que se afincaron hace más de dos siglos. Su familia tuvo 25.000 hectáreas en lo que era la antigua estancia Palma. Junto con los Bombal eran dueños de toda la tierra de La Carrera, después comenzaron las divisiones y subdivisiones y las divisiones de esas subdivisiones. El paso del tiempo. A ella le quedó esta estancia, de la que no quiere desprenderse y adora con locura: muchas veces, cuando no hay huéspedes, se queda sola en el casco con galerías y ventanas que miran al hegemónico Cordón del Plata. Tradicionalmente fue la casa de veraneo y de fin de semana de la familia; sólo hace 20 años comenzaron a recibir turistas.
La zona es de cultivos de arvejas y papas. También se planta maíz para las vacas. Algunos tienen viñedos y otros pierden viñedos: la carrera por plantar cada vez más alto se topa con los límites climáticos; acá hace más frío y muchas uvas no resisten el invierno de postales blancas.
Paleta otoñal
Está oscureciendo y vuelven camiones con trabajadores de las viñas; son las últimas jornadas de la cosecha de este año. Más allá de eso, no hay mucho tránsito. Esta parece ser aún una de las partes más aisladas del Valle de Uco. Nos detenemos a hacer algunas fotos. Dinita dice que en verano el paisaje “es repugnante de verde”, ahora lo que hay es una cascada degradé de marrones, naranjas, amarillos y ocres, la paleta afable del otoño. Las cumbres de nieves eternas tocan los 6.000 metros, con unos cerros más bajos y ondulantes por debajo. De luz queda apenas un hilo, lo suficiente para adivinar contornos y figuras, cuando llegamos a Las Pircas.
El fuego ya está encendido en la chimenea del living. Hay fotos familiares en blanco y negro enmarcadas, y pieles de animales, como abrigo y como trofeo. Hay ajetreo en la cocina, llegan voces y risas detrás de una puerta. Dinita está preparando uno de sus platos estrella: un guiso de arvejas con huevos escalfados, sabroso y nutritivo. Antes compartiremos algunas tandas de empanadas cocinadas apenas unos minutos en un horno de barro al que se le adivina un uso intenso. Esa noche habrá vino de sobra.
El casco tiene cuatro habitaciones con baño privado, amplias, con sábanas que huelen bien y mantas suaves, para los que eligen hospedarse. No son la mayoría. El plan que más se contrata es el día de campo, que incluye asados al aire libre y actividades como cabalgatas, trekkings y paseos en camionetas 4x4 por los alrededores. La estancia está abierta todo el año, pero la temporada más aprovechable es entre noviembre y abril.
En el trato con los turistas, a Dinita la ayuda una de sus muchas sobrinas, Paula Palma (su padre, Ricardo, está al frente de Rancho ‘e Cuero, y la familia también es propietaria de Los Chulengos y la más recientemente recuperada estancia El Totoral, todas en La Carrera, pero a diferentes altitudes). Paula tiene tres hijas preciosas que montan a pelo unos caballos criollos gráciles y de pelaje brillante, con los que también hacen las cabalgatas los huéspedes, guiados por Ángel, gaucho nacido en San José, que sabe hornear empanadas, hacer buenos asados y, según notamos, tiene un sentido estético y un ojo envidiables para sugerir buenos encuadres para las fotos.
Paseo entre los maizales
Salimos con Ángel y con Paula a andar a caballo por la mañana. Arrope destaca entre todos los pingos. Es juguetón, pero confiable, acostumbrado a que los chicos de la familia hagan lo que quieran con él. Da vueltas por una pequeña laguna que en invierno se congela y que en esta mañana de otoño se ilumina con los rayos que se filtran entre los álamos. Subimos por los cerros que están detrás de la estancia, lo más alto que podemos, hasta un rincón donde hay una cruz y una vista bien abierta del valle. Nos marcan a lo lejos el lugar donde iban a construir una cancha de polo, pero que terminó siendo un barrio cerrado. El regreso es más escarpado. Ya en el llano, los caballos se meten entre los maizales que se comieron las vacas y las plantas caídas crujen bajo las herraduras, pero luego los animales aceleran el paso cuando se saben ya cerca de casa.
Al mediodía, se sirve el prometido asado. Una ronda de quesos y blancos en la galería y a mover entre varios una mesa de madera pesada para disponerla bajo la arboleda. Cae gente de improviso, siempre hay lugar para uno más. Aprendo lo que para los mendocinos quiere decir “manyín”. El diccionario indica que es alguien que “bebe o come en exceso”, pero acá lo usan para los picaflores o mujeriegos. A los que no son muy vivos, en tanto, les dicen “ahuevonados”. Reímos. Después del postre, una caminata.
Días después, le pregunto a Paula por sus recuerdos de chica en la estancia. Me responde enseguida con un mensaje por WhatsApp. “Recuerdo el aroma a menta cuando andaba a caballo con mi abuelo. Había mucha menta al lado de los canales de agua que se usaban para regar las plantaciones de papa. El ruido del cencerro de la yegua madrina cuando nos acercábamos con los caballos a su manada. Las sobremesas eternas. Las siestas que nos obligaban a dormir a los chicos”, dice.
Hace 30 años en La Carrera no se veía ni una luz por la noche. Los campos se usaban exclusivamente para cultivar y criar ganado. Nada de turismo ni desarrollos inmobiliarios. Pero Paula es optimista: “El lugar es tan lindo y único que ni el crecimiento que ha tenido la zona ha logrado quitarle la belleza”.
Datos útiles
Las Pircas. A cargo de los Palma, una de las familias pioneras del valle de La Carrera. Ambiente campestre, con mucho estilo, y amplios ventanales que miran a la montaña. Hay empanadas, asados y cabalgatas entre los maizales, con buena guía, y unos caballos dóciles y ágiles. Desde u$s 380 por persona el alojamiento y u$s 200 el día de campo. RP 89 s/n, La Carrera. T: (261) 485-5238.
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