Pionero de la tendencia de “platitos”, propone comida callejera y a la vez sofisticada, vinos de baja intervención y un ambiente muy cool.
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La pasión compartida por el buen comer y beber de una banda de amigos de toda la vida –Santiago Balliana, Hernán Blumenthal, Leandro Cabuli, Felipe “Pipe” Colloca y Facundo Torres– fue el disparador de este espacio reducido, pero de gran corazón, en una esquina de La Lucila. En 2017 decidieron incursionar en un emprendimiento diferente a lo que ofrecía la escena local.
Inspirados por la comida callejera de las capitales del mundo, crearon una carta breve de platitos de variadas influencias con Pedro Silva como chef ejecutivo. Si bien la tendencia del picoteo ya tenía sus exponentes, fueron pioneros en ofrecer pequeñas raciones que permiten degustar un poco de todo.
En la mesa comunal de hormigón armado que atraviesa el salón, salpicada por plantas que resguardan cierta intimidad, los comensales interactúan, se tientan con lo que ven pasar y fluye un clima de buena onda permanente. “Al final del día es un experimento social que salió muy bien”, reflexionan los dueños.
Todo se hace de cero en la cocina a la vista y rodeada de grafitis. Ahí están Martín Ruiz Filei, Tincho Tuñón y Lu Vazzana a cargo de los fuegos y cuidando los productos para lograr sabores y texturas complejos en platos de apariencia simple.
La sorpresa es total cuando se prueba el aguachile de besugo con habas, frutilla y pochoclo, los wonton (pollo, panceta, jengibre, negui y chili oil), el tabule (trigo burgol, semillas de girasol, pasas de uva, yogur ácido, pickles de uvas blancas y menta fresca) o una molleja en versión espuma de paté con pan brioche, crumble de remolacha y mostaza de Dijon.
Amantes de la evolución, rotan la carta cada cuatro meses. Aunque no les gusta atarse a ningún plato, la cuota asiática está presente con alguna variación de dumplings y baos. Y las papas fritas, el hit para habitués y debutantes, tienen un secreto: llevan tres cocciones y se condimentan con una sal de especias. Son un camino de ida.
Los simpáticos Juani Colloca (hermano de Pipe) y Martín Rodríguez son los encargados de coordinar lo que sucede en el salón con precisión de relojito suizo –hay dos turnos, que se respetan a rajatabla–, sin afectar el servicio hiperrelajado. Explican los ingredientes y recomiendan vinos –tintos ligeros, naranjos o pet nat de productores pequeños y baja intervención, orgánicos y biodinámicos–, que se exhiben en los estantes, precios incluidos.
Tal fue la sensación que causó L&R, que sumó hace un año un hermano menor en Chacarita: Lardito (debería llamarse “Lardote”, porque es tres veces más grande), donde además funciona Club Vilardo, una vinoteca federal nacida en cuarentena que acerca el vino a los más jóvenes y que permite descubrir cepas y etiquetas de autor. De la misma manera que en la casa matriz, hay platitos ricos y originales, mesa comunal con flores (otras más chicas en el patio), y es un lugar donde reina la alegría y se la pasa bien.
Av. del Libertador 3810, La Lucila. Martes a sábado, a las 19.45 y a las 22, con reserva sí o sí.
IG: @ lardoyrosemary