De Jagüé al Paso de Pircas Negras, en la frontera con Chile, la RN 76 está prácticamente asfaltada. Cómo es la excursión de día completo que permite conocer los variados tonos minerales de las alturas riojanas.
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La Argentina no tiene muchos pasos cordilleranos asfaltados: el mendocino, el de Jama en Jujuy, algunos en la Patagonia, últimamente el San Francisco en Catamarca… y próximamente, el de Pircas Negras, que está prácticamente listo. Sólo le faltan dos sectores que suman unos 70 km (el tramo de cuesta de la Quebrada de Santo Domingo que fue anunciado por el gobierno nacional este año y unos 26 km después de la Aduana).
A la ventaja estratégica que este pavimento implica se ha sumado, desde hace varias temporadas, el crecimiento sostenido de la excursión por el día a la reserva de Laguna Brava. Se trata de un área de 405.000 hectáreas a 70 km de la localidad de Jagüé (a la que suelen llamar “Jagüel”). Alrededor de los años 30, Alto Jagüé tenía una población de 5.400 personas. En la actualidad, no llegan a 200. La prosperidad duró hasta mediados del siglo pasado, cuando se comenzó a exportar a Chile la carne faenada; esto cambió la costumbre de arrear el ganado a pie hasta Copiapó, en el país vecino (a unos 350 km). Hoy, de los arrieros que cruzaban la cordillera en maratones de un mes sólo quedan los recuerdos y algunos murales coloridos que los homenajean.
En 1958 se realizó el último arreo. Casi todos dejaron el pueblo y, como escribe Atahualpa Yupanqui en El canto del viento, nada más “quedaron los heroicos, los arraigados, los que jugaban con el corazón de las cosas tradicionales de la zona, los que querían morir en su pago”. En ese libro, Yupanqui recuerda un viaje que emprendió en mayo de 1940, intrigado porque un riojano le había dicho que la Laguna Brava tenía olas. Le demandó varios días subir a tranco de mula por las montañas, con parada en los refugios de piedra y argamasa construidos hace dos siglos para dar cobijo a los arrieros, y que ahí siguen en pie, a prueba de ráfagas de viento que superan los 100 km por hora, de heladas y garrotillos, como llaman a los temporales de granizo y nieve.
Los Mudaderos es una excelente base para recorrer la zona. Construida en lo que fue la primera escuela de Alto Jagüé, es una encantadora posada de adobe pintada de en tonos fuertes, con siete habitaciones (5 con baño privado, dos con baño compartido) que abrió Carlos del Piero en 2013. El pueblo tiene una única calle, que es por donde baja en verano –época de lluvias– la crecida que arrastra todo lo que encuentra en su camino. Esa corriente ha horadado tanto el nivel del suelo, que las casas están más de un metro por encima.
La reserva Laguna Brava fue creada por la Ley 3944 el 7 de marzo de 1980 y en 1996 se la declaró Reserva Provincial de Vicuñas y de Protección de Ecosistemas de Laguna Brava. En 2016, como parte del Plan de Uso Público, se estableció que es requisito ingresar acompañado obligatoriamente por un guía registrado y habilitado. Los turistas particulares también deben registrarse y confirmar que sólo circularán por la RN 76, y no tomarán atajos, huellas, ni andarán a campo traviesa. En temporada alta, cuando la demanda es mucha y no hay suficientes guías para la cantidad de autos, se suelen armar caravanas.
Para trepar hasta los 4.320 m de la Laguna Brava, no hace falta 4x4, pero sí tener en cuenta que se trata de mucha altura, y un camino muy solitario. Más allá de la obligatoriedad de buscar un guía en Villa Unión, Vinchina o Jagüé, es indispensable subir con abrigo, víveres y muy recomendable llevar doble auxilio. El mal de altura puede hacerse sentir al acercarse a los 3000 metros. Se recomienda comer liviano, tomar bastante líquido, y oler las hierbas de la zona: ajenjo y topasaire, o botón de oro, una planta usada para aliviar inflamaciones. Con un día de sol, en los cerros refulge el manganeso, conocido como el barniz del desierto. Se destaca entre rojos intensos y amarillos.
Al llegar a los 3.600 metros aparece el refugio El Peñón, el primero de una serie de 13 que se construyeron entre 1864 y 1873: tienen una forma circular, que algunos asocian con construcciones mongolas. El ingreso es espiralado y la puerta apunta al este, en dirección contraria al viento predominante que suele venir del oeste; en los muros, unos ventanucos mínimos y, en el techo, una abertura que habilita hacer un buen fuego adentro. Fueron la salvación de los arrieros durante décadas. Dos de los refugios se hicieron cuando Mitre era gobierno; los 11 restantes, durante el mandato de Sarmiento. Los hermanos italianos Carlos y Antonio Zanata, maestros constructores, fueron los autores de tan eficaces estructuras.
La distancia entre cada uno es (o era, porque no todos están en pie) de unos 30 km: Mulas Muertas, El Destapadito (el más antiguo), Veladero (el más alto), Zanjoncito, Come-caballos (el más cercano a la frontera con Chile), El Peñón (el más bajo), Laguna Verde, Fandango, Pastillo, Pucha Pucha, Pastos Amarillos, Pastos Largos, Barrancas Blancas. Por supuesto, no siguen la lógica vial de los caminos, que no existían, sino la de las cotas de los cerros, los pasos, y algunos se han desmoronado por completo. Ya a principios del siglo XX estaban bastante maltrechos y, en 1947, el senador Ramón Linidor Martínez, oriundo de Vinchina, fue autor de la Ley 12.894 en la que se disponía de una partida para la reconstrucción de varios de ellos.
Como Jagüé tiene una población estable tan pequeña Vinchina es, con 2500 habitantes, la localidad más próxima a la laguna. Las geoglifos líticos ubicados a 3 km del pueblo forman, desde 2019, el Parque Arqueológico Estrellas de Vinchina. Se estima que en la región hay 29 estructuras del tipo, distribuidas en 12 sitios, en los departamentos de Vinchina y Antinaco, pero la concentración de siete de ellas a 200 metros del cauce del río Vinchina popularizó el paraje. Tienen nueve puntas y están formadas por piedras blancas, rojizas y azules o negras. La Municipalidad construyó en 2020 las primeras pasarelas elevadas, que permiten apreciarlas mejor y protegen de las pisadas. De Vinchina a Jagüé son sólo 34 km de ripio y curvas cerradas que pasan por la interesante Quebrada de La Troya, de un intenso color marrón y con pliegues que parecen chocolate en rama.
Al llegar a la Laguna Brava uno puede constatar, como habrá hecho Atahualpa, que es serena y poco profunda (apenas medio metro) y está enmarcada por algunos de los volcanes más altos del planeta, como el Bonete Chico, el Pissis y el Veladero, de picos siempre blancos.
A lo lejos se ven los restos del avión Curtiss, que una mañana despejada de mayo de 1964 usó la laguna como pista de aterrizaje. Cuenta la historia que las seis yeguas preñadas y de pedigrí que llevaba el avión desde Perú hacia Buenos Aires murieron, o fueron sacrificadas, pero una se habría salvado y sería la responsable del linaje de todos los pingos ganadores que andan dando vuelta por esos pagos. En la laguna hay flamencos (la mejor temporada de avistaje es entre septiembre y noviembre), gráciles y esquivas vicuñas; surcan los cóndores el cielo. Otro alto indispensable es el que propone el refugio de El Destapadito, así llamado porque el cuerpo de un difunto –que pereció de frío– aparece semidescubierto en un sepulcro de piedras.
Desde allí, la laguna se ve tricolor por la mezcla del agua, la sal y los pastizales amarillos de la costa. La tercera y última parada es en Los Géiseres, donde se obtiene la mejor vista de la laguna a la que también visitan cada año guayatas y chorlitos. Los motociclistas, tradicionales visitantes de estos parajes, se ubican en línea con sus motos, como si estuvieran sentados en plateas. El altímetro acusa los 4.300 metros. “No es sólo la laguna, es el camino”, dice el guía. Y dice bien.
DATOS ÚTILES. Los Mudaderos. Av. Principal, Jagüé 5357. T: (0221) 548-5242.
Fernando Zavaley. T: (03825) 45-4109/ 40-0905. Acompaña a los turistas en su propio auto.
Facundo Carrizo. T: (03825) 66-0112. También es guía para Laguna Brava.
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