Los descendientes de la Niña Yolanda son los anfitriones de este casco de estancia lleno de historia, en la localidad jujeña de Lozano.
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La casa está igual. Se conserva tal como se la gestó hace casi 300 años en Lozano, Jujuy, y como la concibió la propietaria célebre que la habitó durante el siglo pasado. Y no sólo porque conserva muebles originales, pisos auténticos de cerámica y objetos históricos, sino también por lo inalterable de su espíritu, el de un lugar de puertas abiertas. Primero, como posta; luego, como escenario de arte, música, poesía; y ahora, como hotel boutique para turistas locales y del extranjero.
El camino que lleva hasta la finca, ubicada a solo 20 km de la capital provincial, sabe de historia. Era la antigua traza de la Ruta 9, que antes fue el Camino Real al Alto Perú. Allí, Domingo Carenzo llegó en 1776 como enviado del Rey de España para levantar una posta por la que años después pasó el general Manuel Belgrano. La finca de Carenzo es hoy, como entonces, un destino donde alojarse y descansar.
Unas llamas curiosas se acercan a la galería de acceso para recibir a los visitantes sin ninguna vergüenza junto con cinco ovejeros belgas, más previsibles en su rol de responsables de dar la bienvenida.
Las puertas de madera -pesadas, gruesas, impecables- se abren de par en par hacia la sala, un casco de estancia exquisitamente conservado. El almanaque viaja hacia atrás en un segundo: bajo esos techos altos se cobijan reliquias. Hay teléfonos dorados y negros, de pared; hay candelabros, arañas, máquinas de escribir, una mecedora, y escritorios, cómodas, sillones y mesas de gran antiguedad.
Pero sobre todo hay una historia, con letra y música.
Epicentro de artistas
La casa fue propiedad durante el siglo pasado de una mujer especial. Yolanda Pérez de Carenzo, conocida popularmente como la Niña Yolanda, nació en 1902 y era hija de quien fue dos veces gobernador de la provincia, Pedro José Pérez. Música y letrista, además de haber cantado en radios porteñas, se presentó en teatros de Salta, Tucumán, San Juan y Mendoza.
“Era mi bisabuela por el lado paterno”, explica Facundo Carenzo, a cargo hoy de la Sala junto con su hermana Sofía. Ambos cuentan que Yolanda organizaba, en esos mismos ambientes en los que reciben ahora a los viajeros, veladas culturales con folkloristas, tangueros, músicos clásicos, poetas. En ese rol de anfitriona de artistas, dio cobijo al charanguista Jaime Torres y al cantautor Atahualpa Yupanqui, entre muchos otros.
Pero su perfil más llamativo es que fue la protagonista de la archifamosa y bella Zamba de Lozano, una de las más conocidas del cancionero folklórico argentino. La canción tiene letra de Manuel Castilla y música de Gustavo Cuchi Leguizamón, y fue popularizada por Mercedes Sosa, entre decenas de intérpretes. Fue presentada por primera vez cuando Yolanda cumplió 50 años: esa noche, Leguizamón tocó en el piano de su casa la zamba que le habían dedicado. Hoy los visitantes desayunan junto a ese instrumento.
La partitura de un tango compuesto por Yolanda (letra y música) en 1937 descansa a la vista de los huéspedes, sobre el piano de la sala.
Yolanda murió en 1968 y está sepultada en un cementerio detrás de la finca, denominado La castellana porque así la llamaba su marido. Allí, cada noviembre se organiza en el anfiteatro contiguo un festival musical gratuito en su honor, la Serenata a la Niña Yolanda.
Refugio privilegiado
El acogedor living con hogar y sillones deriva a los únicas dos habitaciones, por lo que la privacidad está garantizada. Una es triple, con baño privado externo; la otra es una suite con cama doble.
Los Carenzo prevén sumar más habitaciones, y también cabañas. Pero no se va a alterar el carácter íntimo de la propuesta, porque la finca es enorme. El parque es tan grande que además de ofrecer una piscina tiene un arroyo con un puente colgante y, pronto, un lago que está en pleno diseño.
En la galería que bordea al patio central, una especie de cristalero llama la atención. En su frente, un mosquitero de trama chica hace pensar en las viejas fiambreras del campo, cuando no había heladeras y la comida se resguardaba a la sombra. Pero en lugar de un cubo para colgar, tiene altura humana. “¿Qué imaginan que es?”, desafía Claudia Rozas Garay, la mamá de Facundo y Sofía, a la que todos llaman Pachi. Y entonces, la revelación: es un antiguo filtro de agua, en perfecto estado de funcionamiento. El líquido que se vierte desde su parte superior pasa por una piedra que retiene las partículas indeseadas, hasta decantar por goteo en una vasija de barro, de boca ancha.
“Los turistas que vuelven de algún trekking suelen servirse un vaso de agua fresca, con un cucharón desde la vasija”, cuenta la anfitriona con satisfacción.
Facundo y Sofía abrieron su casa como alojamiento una semana antes de la pandemia, a principios de 2020, y con la experiencia que había acumulado él durante años de haber recibido a más de 500 extranjeros, bajo las modalidades de couchsurfing y work & travel.
No hay restaurante en este hotel boutique ni tampoco locales cercanos donde almorzar o cenar, por lo que los viajeros piden comida por delivery desde Yala. Muchas veces se improvisan asados entre los huéspedes y los anfitriones en la parrilla del patio.
Yolanda seguramente sonríe. Su casa sigue llena de vida y con las puertas abiertas para recibir gente de todas partes.
La sala de Yolanda. Finca Carenzo, ex Ruta Nacional 9, Lozano, Jujuy. Whatsapp: +54 9 3884 76-7038.
IG: @lasaladeyolanda
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