Doña Nelly lidera el emprendimiento familiar, un sencillo comedor con venta de productos locales abierto a los viajeros que recorren la Cuesta de Miranda, en La Rioja.
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Doña Nelly es menuda y se mueve con la agilidad de un gato, va de un lado al otro de la casa sin que nada escape a su atención. Sin embargo, cuando se detiene para conversar con los visitantes, lo hace de modo pausado, con voz cantarina, siempre con un sonrisa dulce. Ahí sí, está en su salsa. Tiene el don de la palabra y una habilidad natural para acercarse a la gente .
Doña Nelly es María Nélida Oliva, una riojana que se enorgullece de sus siete hijos y diecinueve nietos. Su casa, un rancho sencillo de adobe, está en Aicuña. Lo encontramos casi al final del pueblo, sobre la calle principal que lleva al camping.
La vivienda conserva el oratorio familiar en honor a la Virgen de Luján. Tiene ciento sesenta años y fue construido por la bisabuela de su suegra.
En la galería de la casa funciona el comedor que lleva su nombre, Lo de Nelly, un emprendimiento familiar que motorizó el turismo de esta peculiar aldea.
Aicuña es un oasis en medio de la geografía árida de la zona. Tanto verde tiene su explicación, “Aquí tenemos agua pura de vertiente que baja por las venas –así le decían las gentes de antes –del Nevado de Famatina”, cuenta Nelly. “El agua no nos falta casi nunca”, asegura.
El pueblo invita a un alto durante el recorrido que lleva por la Cuesta de Miranda, en el oeste riojano. El sitio tiene una llamativa característica: presenta una alta tasa de albinismo entre sus pobladores.
Es casi mediodía y la cocina de la casa es un alboroto de gente. Los hijos y las nueras han llegado para ayudar porque es feriado y esperan recibir muchos viajeros. Hoy es día de empanadas, riojanas, por supuesto.
Unos amasan, otros estiran la masa y recortan los discos, otros se aprestan a rellenarlos con el picadillo que prepararon bien temprano. Junto al fogón, uno de los chicos, es el encargado de fritarlas sobre el fuego lento de la leña.
En un rincón la abuela, que hace rato pasó los 90 años, moja un pancito en mate cocido y observa el trajín familiar, atrás el chisporroteo del aceite marca el ritmo de las tareas. No escucha muy bien, pero su presencia es una suerte ángel guardián, una figura que les recuerda de dónde vienen.
Todos tienen un rol en este emprendimiento, que nació por casualidad, pero creció y se sostiene gracias a la tenacidad de Nelly. La mujer ya había cumplido los 50 cuando decidió dar un cambio a su vida y a la del pueblo.
Primeros tiempos
“Yo empecé con el truismo en el 2009 y nunca imaginé que llegaría hasta donde estoy hoy. La gente venía a Aicuña, pero nadie salía a preguntarles que precisaban”, recuerda Nelly.
La mujer que de tanto en tanto habla de ella misma en tercera persona nos cuenta, “Un día Nelly se animó, tejió un canastito de poleo, todo rústico, le puso una bolsita de nueces, otra de yuyos y pancito casero que había amasado y salí”.
Los primeros turistas que pararon aquí eran de La Plata, Edith y Miguel; le compraron todo y fueron los primeros en firmar su cuadernito. Hoy los cuadernos de visitantes suman decenas, nosotros también firmaremos al final de la visita porque nadie se va sin cumplir el ritual de dejar escrito su nombre y un comentario.
Ese fue el primer paso, después se decidió a abrir su casa para dar de comer. “Al principio a me daba vergüenza, yo tenía solo una mesa viejita que había que enderezar con tablitas en las patas y un mantel deslustrado. Veía las confiterías de Chilecito .a donde me llevaba mi hijo, tan lujosas que no me animaba”.
Un mediodía, una familia que llegó de paseo golpeó las manos en su rancho y preguntaron si tenía algo para comer. ”Nosotros estábamos de fiesta porque era el cumpleaños de mi marido, así que había preparado varias cosas. La mesa estaba puesta, los hice pasar y les serví todos los brindis que teníamos para la reunión . Se fueron con besos y abrazos, emocionados , y me pagaron muy bien”.
Cuando llegó el marido encontró que había vendido toda la comida, pero ella lo remedió encargando unas pizzas con el dinero obtenido. Así, festejaron felices. “Lo hice por mi pueblo -aclara - porque la gente no se va a acordar de mí, pero sí de Aicuña, van a volver y recomendar "
De ahí en más no paró. En la galería de su casa están puestas varias mesas para los viajeros, quienes siempre encuentran las empanadas recién hechas. De tanto en tanto, se ofrece locro y en verano Nelly hace magia con los zapallitos, morrones y tomates – que sirve rellenos– cultivados en huerta propia.
En el centro del patio las nueces se secan al sol, son necesarios cinco días de buen tiempo y estarán listas para embolsar y vender a los visitantes en una suerte de showroom de adobe que ella armó junto a la casa.
Otro de sus productos estrella es el vino casero que elabora su hijo Leonardo y Luisa, la mujer. Malbec y Torrontés con uva que traen de otra región.
“Son vinos diferentes, rústicos, con cuerpo, muy frutados, más astringentes porque usamos las levaduras naturales de la uva”, explica Luisa.
Reutilizan las botellas, los envases son todos diferentes, aunque con la misma etiqueta Vinos Aicuña. Trabajan con otra familia del pueblo y juntos producen unas 8.000 botellas al año
Un pueblo único
Aicuña convoca a los viajeros que recorren Cuesta de Miranda, un bellísimo tramo de la RN 40 en el camino que une Villa Unión con Chilecito. El trayecto avanza por unos 12 kilómetros de curvas, contracurvas y despeñaderos porque trepa hasta los 2.000 metros a través de una geografía encendida de rojo. Este recorrido panorámico, que además sorprende por la ingeniera de su trazado, está totalmente asfaltado. Para llegar hay desviarse de la RN 40 y avanzar por un camino de tierra durante 8 kilómetros.
Aquí y allí crecen los nogales – el principal cultivo– también hay otros frutales como membrillos, damascos, duraznos y ciruelos.
Los datos sobre su antigüedad son confusos, según Nelly, “El pueblo tiene 414 años y somos 260 los que vivimos fijo, muchos se han ido por falta de trabajo. Lo fundaron un 23 de enero que es el nombre de la calle principal”.
Las casitas de Aicuña están hechas en barro y piedra. El uso de la piedra aparece en las pircas que bordean el camino y también en los corrales, de los ranchos más antiguos, sierra arriba.
Una mujer, pura energía
Nelly hoy tiene 65 años, pero sus ojos luminosos y la vitalidad que despliega lo desmienten. A los 60 empezó a participar de la ferias de turismo y terminó la escuela secundaria. Con unos compañeros del colegio armó el proyecto Tramando Historias, una iniciativa que busca impulsar a los jóvenes del pueblo a trabajar el telar rústico, una actividad que se está perdiendo lentamente en la comunidad. “Al tejer uno va recordando la historia de su infancia, de su familia, además es una salida laboral. Aquí hay mucha gente mayor que sabe tejer y podría enseñarles, ojalá se concrete”, sueña Nelly.
Es la hora de almorzar y los viajeros comienzan a llenar las llenar las mesas.
Entre los recién llegados, un grupo de pintoras manchistas montan sus caballetes en el terreno frente a la casa, embelesadas con el paisaje. Están aprendiendo a pintar con tintes naturales, por eso aprovechan la pausa para recolectar cochinilla, un parásito que descubren en un enorme cardón. Con solo raspar la superficie rugosa de la planta se obtiene una pelusa blanca que al presionar nos maravilla con un tono carmín.
Nelly se apronta a recibir a los viajeros y luego parte a la cocina para echar el último vistazo. “Mis hijos vienen a ayudar todo lo que pueden, pero Nelly está atenta a todo porque Nelly no quiere bajar, al contrario, quiere que la gente se vaya conforme con lo que le damos”, nos dice con sonrisa cómplice. Sus ojos oscuros brillan llenos de orgullo.
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