Rodó por las calles de París y terminó oxidado en un campo de La Pampa. Décadas más tarde, un grupo de entusiastas de los autos clásicos lo devolvió a su esplendor y hoy el Gobron Brillié de 1911 es patrimonio histórico de Intendente Alvear. Cómo fue la aventura de recuperarlo.
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El ‘Gobron’ de lujo de Marcelo T. de Alvear es una institución en el pueblo pampeano de Intendente Alvear. Coche francés, de alta gama, hecho a pedido, habitó una mansión en las afueras de París y su dueño, cuando regresó a la Argentina, se convirtió en Presidente de la Nación.
Mucho glamour que con los años se fue diluyendo. El auto estuvo años abandonado en un campo de la familia en La Pampa y desde 1971 quedó arrumbado en el corralón municipal.
Todo el pueblo lo sabía, pero a Carlos Crova, un vecino de la localidad, le molestaba. Él, que era un apasionado de los autos antiguos, no concebía que un vehículo con tanta historia y características únicas pudiera terminar sus días así, oxidado y olvidado. O peor aún, vendido a algún coleccionista e irremediablemente perdido para Intendente Alvear.
En 2004 los temores cobraron forma: apareció un interesado que ofreció por el Gobron u$s 130.000 más una ambulancia y un ecógrafo para el hospital.
La propuesta era tentadora y la intendencia municipal la veía con buenos ojos. Pero a Crova le parecía una vergüenza y se lo hizo saber al Concejo Deliberante. En una encendida carta defendió al auto como patrimonio público que había que recuperar y proteger. Y dijo que la ambulancia y el ecógrafo se podrían conseguir de otra forma pero no “manoteando lo más fácil”, que era el indefenso Gobron.
La carta tocó alguna fibra. Se frenó la venta, se hizo una consulta a las fuerzas vivas del pueblo y empezó a cambiar lo que hasta hacía poco parecía el destino ineludible del viejo automóvil. Cuando el municipio lo declaró patrimonio de la ciudad, comenzó la ilusión.
A ambos lados del Atlántico
El auto tenía mucha historia. Alvear lo había encargado a la fábrica Gobron-Brillié en 1911. En ese entonces vivía en Francia, en la residencia de Coeur Volant, y estaba casado con Regina Pacini, la famosa cantante de ópera a la que había seguido por media Europa hasta que le dio el sí. El casamiento había sacudido a la familia Alvear y a la alta sociedad porteña porque alguien que no era de alcurnia finalmente se había quedado con el soltero más codiciado de la Argentina. Pero, más allá de los destratos recibidos de la familia del novio, el matrimonio Pacini-Alvear fue muy feliz. Así, Regina paseó sus galas en el Gobron por Francia y también por Buenos Aires, porque cuando la pareja se vino a establecer a la Argentina se trajo el auto.
Alvear fue presidente entre 1922 y 1928, falleció en 1942 y en algún momento el auto terminó en los campos de la familia. En la década de 1970 la intendencia de Intendente Alvear hizo gestiones y lo consiguió en donación, pero no mejoró su situación. Sólo cambió de galpón.
Más de 30 años después, el nuevo siglo trajo nuevos aires para el Gobron. Recayó en Crova, como impulsor de la recuperación, la tarea de reunir el equipo de trabajo. Para eso convocó a Gastón García Loperena, Eduardo Panadeiro, Enrique Valetto y Nino González.
En mayo del 2006 el grupo puso manos a la obra. Al ser un vehículo artesanal, de una fábrica desaparecida que no había producido tantas unidades, no iba a resultar fácil la tarea.
Restaurar el auto implicaba aplicar mucho conocimiento de mecánica e iban a tener que sumar a artesanos de la madera y del metal para fabricar partes específicas que no se pudieran comprar. Tampoco iba a resultar barato.
Pronto quedó en evidencia que más que restauración la tarea iba camino a ser una proeza de reconstrucción. Al auto le faltaba la placa de los platinos, algunas levas, los conectores de los cables de bujía, la madera de la carrocería, los faroles, los neumáticos… y, además, le habían robado el radiador. “Una joya mecánica devastada”, como lo había calificado un semanario de la zona.
A soldar se ha dicho
Como primera medida el grupo empezó a buscar información y hacer contactos por internet. En Francia no encontraron nada, pero en Inglaterra sí. “En un museo de Londres se interesaron y nos mandaron el manual del auto. Ahí estaba toda la información que necesitábamos”, cuenta Crova.
Los mecánicos se enfocaron en el motor. El Gobron tenía uno naftero de 4 tiempos. Con alivio vieron que se podían conservar las piezas originales. Pero “trabajamos como locos para desarmarlo porque estaba todo oxidado”, explica Crova.
Para sumarle atractivo a la historia, el Gobron era una “rareza mecánica” porque en cada cilindro llevaba dos pistones. Afortunadamente, aunque herrumbrados se pudieron recuperar. Los mecánicos calculaban que el auto no habría tenido tanto uso así que prefirieron mantener los originales.
Luego llegó el turno al radiador y se convirtió en uno de los grandes desafíos. Como había sido robado tuvieron que reemplazarlo íntegramente. Reprodujeron una pieza exactamente igual a la original, lo que implicó soldar uno por uno sus casi 1.700 caños.
Gomas indias
Aparte de las reparadas, algunas piezas debieron hacerse de cero. Allí intervinieron los estudiantes de la Escuela Provincial de Educación Técnica que aportaron la tapa del tanque de nafta, los logos y otros repuestos.
En el caso de piezas más emblemáticas se intentó conseguir las originales y la meticulosa tarea terminó siendo casi detectivesca. La bocina la encontraron en Estados Unidos; las luces, en Buenos Aires (a un costo de u$s 3.500). Éstas eran a gasógeno, alimentadas a carburo, sumando otra curiosidad: eran desmontables y se sacaban cada vez que había que darle manija al motor para hacerlo arrancar.
De todos los repuestos que necesitaron quizás la mayor proeza fue conseguir los neumáticos. Al tratarse de un rodado 26 no existían en la Argentina. Contactaron a Michelin y luego a BF Goodrich. Los franceses no respondieron pero la fábrica estadounidense sí. “Se interesaron por el auto, pidieron fotos, preguntaron qué estábamos haciendo y nos mandaron a decir que iban a buscar en el mundo dónde estaba la matriz para hacer esas gomas y el dibujo de la época”.
A los pocos días les avisaron que habían localizado la matriz en la India y que podían fabricarlas. Ahora la cuestión era el costo: 10.000 pesos (unos u$s 2900) por las cinco gomas con sus cámaras y protectores.
Justo en esa época el gobernador pampeano Carlos Verna pasó por Intendente Alvear. Ingeniero de profesión, le daba curiosidad el famoso Gobron del que todos hablaban, así que pidió verlo. Se encontró con un chasis sin carrocería pero le ofrecieron hacer arrancar el motor. Llevaron un bidoncito de nafta, le dieron manija y arrancó.
A Verna se le cayeron las lágrimas. No podía creer lo que veía. Y, por supuesto, entusiasmado, quiso colaborar. Así se cubrieron los neumáticos.
Conforme avanzaba la restauración mecánica no podía dejarse de lado la carrocería. Un carpintero y su sobrino, también vecinos de Alvear, emprendieron la tarea. Faltaban las maderas del piso, los estribos y la terminación final del asiento trasero. A esto había que sumarle el tapizado. Otro entusiasta aportó el cuero azul y la mano de obra la puso un tapicero de Córdoba enamorado del proyecto.
Ataque comando para robarlo
Si al Gobron no le faltaban historias de su vida previa, hubo otras que sumaron para seguir construyendo la leyenda. La persona que vendió las luces delanteras en Buenos Aires le dijo al comprador que quería conocer a Crova. Se encontraron y luego de una larga charla le dijo la razón de la convocatoria: había llegado a sus oídos que un grupo comando se iba a robar el Gobron.
Insólita como parecía la advertencia, Crova puso sobre aviso al intendente. Pasaron unos meses y no se habló más del tema.
Una noche aparecieron cerca del corralón municipal una grúa, dos vehículos y un grupo de gente. A pesar de lo inusual de la hora, nadie les prestó atención. De pronto, se produjo un accidente en la ruta y, como es habitual en los pueblos en esos casos, comenzaron a sonar las sirenas. El grupo comando, pensando que los habían descubierto, se desbandó y hasta la grúa salió huyendo por la ruta. Luego se supo que habían maltratado al sereno del corralón para que dijera dónde estaba el Gobron. Se salvó por poco.
En La Pampa, volvió a brillar
Entre trabajo e investigación pasaron seis años. En 2011 la restauración llegó a su fin y en la parrilla ya se leía “Gobron” en letras cursivas doradas. Habían trabajado mecánicos, chapistas, pintores, carpinteros…, tanto vecinos como gente de otros pueblos, todos entusiasmados para sacar adelante un proyecto titánico. Ya todas las piezas estaban en su lugar y, justo a sus cien años, el Gobron volvía a brillar.
La restauración había sido el sueño de unos pocos y necesitó de la colaboración de muchos. Crova insiste en que al pueblo “no le costó una moneda”, que todo fue aporte particular. Y deja en claro que la ambulancia y el ecógrafo se consiguieron sin necesidad de sacrificar al Gobron.
El 3 de septiembre de 2011, con la banda tocando el himno y escoltado por una caravana de autos antiguos, el centenario auto de lujo de Marcelo T. de Alvear hizo el recorrido hasta su nueva residencia. Orgulloso, Crova iba al volante, de riguroso traje oscuro y moñito, acompañado por los cinco amigos que trabajaron durante todos esos años en el proyecto. También se subió el encargado de darle manija al motor.
Todo fue emoción y satisfacción.
Finalmente, ya con el vehículo totalmente restaurado y en exhibición, llegó la última sorpresa. Desde aquel museo británico que les mandara el manual seis años atrás les pidieron que midieran el motor. Si era de 50 HP, el auto era único en el mundo. Confirmado. Esa era la potencia del Gobron de Intendente Alvear.
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