Cuatro días en kayak por los Esteros del Iberá, una travesía de 67 km que vincula el Carambola con el puerto de Capivarí a puro remo.
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Desde la ventanilla del auto veo un paisaje con palmeras al derecho y otras al revés, reflejos en la llanura inundada. Está soleado, pero anoche la lluvia no paraba. Las aguas estarán altas, ideales para la aventura que está por comenzar.
Estoy en Mercedes, camino a Concepción, ciudad próxima al portal Carambola, donde me embarcaré con el grupo convocado por Pura Vida para hacer el primer cruce oficial de los Esteros del Iberá, con acampe y navegación a remo por el mayor humedal del país. Llevo poco equipaje, me sobra expectativa.
En Concepción me encuentro con nuestros guías (y luego amigos): Hermann Feldkamp y Juan Martín Rivas, el “Cucho”. Ellos llevan adelante este emprendimiento de ecoaventura que organiza travesías en kayak y trekkings de turismo sustentable por distintos lugares de la Argentina. Almorzamos en Los Aguirre, comedor familiar que forma parte de la red Cocineros del Iberá, que sirven comidas típicas de la región. Nos toca kiveve (puré de zapallo cocido en leche con cebolla frita y queso criollo), guiso carrero, y de postre, mamón con queso.
Antes de ir al campamento visitamos el Museo Histórico, donde se narra la historia de Concepción del Yaguareté Corá, nombre original guaraní recuperado hace cinco años, que quiere decir “Corral del jaguar”. Concepción es una de las ciudades más antiguas de Corrientes; por aquí pasó el ejército del general Belgrano y aún se conservan rasgos de la vida tradicional. Frente a la Municipalidad –con su monumento al yaguareté– no es raro encontrar un caballo apostado junto a una moto y un auto. Es tierra de menchos –como se los llama a los gauchos correntinos–, que andan con sus pañuelos de distintos colores según su filiación política, y se mueven a caballo por el campo, la ciudad, el asfalto y el ripio.
En el Centro de Interpretación, el guardaparques Juan Ramón Pereyra nos explica la complejidad del sistema Iberá: esteros, embalsados, bañados, lagunas, pastizales, bosques y más de 4.000 especies de flora y fauna en una misma área protegida, estatus ganado a finales del siglo XX. Hasta ese momento, el sistema productivo extractivo había puesto en riesgo este ecosistema y llegó a la extinción de varias especies. Entonces no existía una conciencia de la salud del ecosistema; para los pobladores, la fauna salvaje implicaba una amenaza para el ganado, o bien era un recurso de supervivencia para vivir de su venta. Con el siglo XXI comenzó a imponerse un modelo económico sustentable con base en el ecoturismo. Los cazadores se reconvirtieron en custodios de la naturaleza, como guías e incluso guardaparques, y se trabaja en el “rewilding”, o sea en la “reintroducción” de especies desaparecidas. El yaguareté, que le dio nombre a la ciudad, estuvo 70 años extinto, pero desde 2020 los tres ejemplares reintegrados al hábitat de los esteros es una realidad exitosa. “Hoy, la cadena está salvada, está sana y cada eslabón cumple su función”, dice orgulloso Juan Ramón.
Son 27 km de arena hasta el portal Carambola. En el camping Carambolita recorremos las instalaciones y las plataformas de deck elevado que llevan de un mogote a otro, pequeños montes de vegetación nativa.
Al final del día, visitamos el muelle del puerto Juli Cué y, de cara al estero, saludamos por primera vez al manantial de agua. Ya casi es de noche, llega una lancha y baja un hombre mayor con sombrero. Luis Sotelo tiene 76 años, vive en Ñu-py –campo adentro–, y cuando necesita ir a la ciudad llama a un guardaparques para que lo trasladen. Aún hay pobladores que habitan el laberinto que estamos por penetrar.
DÍA 1
SE LARGA LA TRAVESÍA
Amanece radiante. Llegan los últimos que se suman al grupo de expedición; seremos 12 kayakistas. Alistamos las embarcaciones: cinco kayaks dobles y dos simples. Los últimos preparativos son un alboroto. El muelle se llena de bolsos, carpas y víveres que parecen multiplicarse y que, mágicamente, se reorganizan bajo las directivas de Hermann y Cucho, ubicados con habilidad en la lancha de apoyo que nos escoltará durante el recorrido.
Es clara la experiencia de la dupla. Hermann y Cucho llevan miles de kilómetros remados desde los orígenes del proyecto, allá por 2005 en Gualeguaychú. Aquel año fue clave. Hermann y Cucho participaban de la lucha ambientalista en el colectivo “El agua manda” y, como forma de expresión contra la instalación de las pasteras, emprendieron –junto al hermano de Cucho– una travesía de 2.000 kilómetros en kayak, desde la naciente del río Uruguay hasta Puerto Madero, con paradas en todos los poblados, para difundir la lucha bajo el mensaje de “río libre para pueblos libres”. En homenaje a esa hazaña, el periodista y escritor Eduardo Galeano los saludó: “En esas seis manos, muchas manos remarán”, dijo.
También navegaron del Chaco a Gualeguaychú; todo el río Santa Cruz desde Lago Argentino hasta el Atlántico, y desde la naciente del río Paraguay en el Mato Grosso hasta Puerto Madero, adonde llegaron pelilargos y barbudos después de cinco meses. Mientras tanto, extienden a otros el amor por los ríos y el cuidado del ambiente bajo la noción de quien conoce preserva.
Hermann y Cucho hicieron 67 travesías en Iberá, pero esta es la primera vez que tratarán de atravesarlo de este a oeste por el único cruce náutico, desde Carambola hasta el puerto de Capivarí. Para llevar adelante este programa se prevé acampe (una noche) y alojamiento en diferentes puntos de los esteros en los refugios de la Fundación Rewilding.
Y acá estamos, dentro de los kayaks, listos para la aventura. Convertidos en seres combinados, torso humano y base de nave, nos lanzamos a fluir con el agua dulce.
Es la primera vez que remo, pero tengo suerte y me toca con Cucho, que va detrás de mí, al mando del timón. Dejamos el puerto y avanzamos por el arroyo Carambolita. Al frente del kayak, lo primero que noto es el extraño punto de vista casi a ras de la superficie acuática, el lugar de encuentro entre el aire y el agua, un límite móvil que toma distintas formas según el modelaje del viento: destellos, ondas expansivas, cadenas de montañas en miniatura. Esa superficie de contacto es un manto hipnótico. “Escuchá”, me dice Cucho. Distingo una maraña de ruidos y ruiditos: viento en los pirizales, insectos invisibles y aves superpuestas. Mis sentidos se están expandiendo. Afinamos la vista y vemos una bandada de los coloridos federales, de pecho y cabeza roja, comiendo de las achiras al borde del arroyo.
A los seis kilómetros paramos en Lechuza Cué y caminamos 1.500 metros hasta un refugio con baños y cocina a nuevo, en el que se puede acampar. Las construcciones son las típicas del estero con paredes de piri (una especie de junco) y techos de paja colorada. Apenas pisamos tierra nos envuelve una ola de mosquitos. Esto será así de acá en adelante, una compañía con la que hay que aprender a convivir (repelente mediante, claro). Comemos unas empanadas a la sombra de un timbó gigante. Este tramo fue corto, pero fue el primero. Recuperamos fuerza descansando en unos catres de lona blanca comodísimos. Y al agua otra vez.
Avanzamos a buena velocidad con viento a favor, siempre tranquilos, a nuestro ritmo, disfrutando del curso de agua angosto que nos lleva cobijados. Son ocho kilómetros hasta Tacuaral Guazú, donde haremos campamento.
Al llegar, las carpas están hechas y sólo nos queda instalarnos en el muelle a contemplar el atardecer. Este hit está asegurado en el Iberá: cielo amarillo, naranja y rosado, duplicado en el espejo de agua. Cae la noche, pero continúa el espectáculo. Creo que nunca vi tantas estrellas, que también se multiplican en el arroyo. Prendemos las linternas y descubrimos unos nuevos brillos acuáticos: pares de puntos que se desplazan lentamente en la superficie. Son los ojos de los yacarés.
Un sonido desvía la atención; es una hembra de carpincho hurgando en las carpas. Parece estar preñada y herida. Es muy amigable, nos deja acercarnos y guiarla hacia el río.
La cena está lista. Charlamos y vamos haciendo de este equipo un grupo de pertenencia. Somos los kayakistas del Iberá.
DÍA 2
DE LAS CARPAS A LOS KAYAKS
El tramo matinal será un tirón de 12 km hasta isla Toroní.
En el camino, cigüeñas sobrevuelan nuestras cabezas. La fauna es protagonista, y aunque esta no sea la zona más poblada, tenemos varios avistajes. En las márgenes hay jacanas; tienen patas largas, como aves acuáticas que son, y viven en los camalotes donde también hacen sus nidos. Al llegar a Toroní, bajamos del kayak y avanzamos unos metros con el agua hasta las rodillas. Vemos una cría de yacaré muy cerca. Buscamos a su madre, pero no la encontramos y seguimos sin molestar.
Esta vez almorzamos a la sombra de un sauce llorón. Los árboles son pocos por aquí, pero siempre encontramos uno que nos aloja.
Volvemos a las naves y pido ir en la lancha para hacer algunas fotos de todos los kayaks. Viajo con Chopé al volante. Ojos claros, risa tímida, voz baja; Chopé quizás sea quien mejor conozca el complejo sistema que es el Iberá. Lleva 42 años recorriendo sus canales. Antes era mariscador, no cazaba por gusto, sino por necesidad. Pero hace 15 años la Fundación Rewilding entró en contacto con él y comenzó a trabajar en el control y vigilancia de todo el estero. Entre sus tareas está la de reportar avistajes de fauna. Me cuenta contento que este año encontró un tordo amarillo, especie en peligro de extinción, que casi nunca se ve.
El recorrido va variando y pasamos del arroyo a pequeñas lagunas y luego a un estrecho camino de agua en el que nos alineamos como patitos en fila. Fueron seis kilómetros hasta llegar a Medina. Hoy remamos 18 km en total.
Caminamos 2.000 metros hasta el campamento. Se siente raro alejarse tanto del agua. El refugio es precioso; otro timbó escolta la casa en la que se puede pasar la noche durmiendo en catre. Cada cual saca su equipo de mate y nos sentamos alrededor de un fuego mientras atardece y se prepara el cordero a la cruz.
Disfrutamos de unos chamamés en vivo y nos vamos a dormir. Hay que descansar para mañana, el tramo más largo de la travesía.
DÍA 3
LAGUNA MEDINA E ISLA DISPARO
Madrugón. Dejamos el campamento con los primeros rayos. Volvemos a los kayaks –ya los extrañábamos– y salimos con el despertar de las aves que, como un coro espontáneo de voces superpuestas, festejan al sol. Cada día es diferente. Hoy, el cielo está semicubierto y me entretengo mirando las típicas nubes litoraleñas que tan bien pintó Cándido López. Entramos a la gran laguna Medina.
Ya somos más expertos y estamos listos para alejarnos de la costa. Igual que cuando en la infancia se deja de andar en bici con rueditas, ahora también se siente esa adrenalina y se exacerban las sensaciones. El viento te toca la cara, el agua te salpica en cada remada que te propulsa con tu propia fuerza. Somos uno con el ambiente. Miro a los demás kayaks, la coreografía de brazos dibuja círculos constantes en el aire. Con las últimas fuerzas, llegamos a la Isla Disparo, a orillas de la laguna Trim. Somos los primeros en utilizar el refugio que acaba de ser inaugurado. Tiene instalaciones para guardaparques y turistas, zona de acampe, quincho de madera abierto con parrillas y mesas, baños con agua caliente, muelle y un mirador.
A la tarde salimos a pasear y rodeamos la isla a remo. Creo que nos estamos volviendo anfibios que después de un poco de tierra necesitan volver al agua.
Cae la noche y la banda sonora queda a cargo de ranas y grillos. Es la última cena. Mientras comemos pollo al disco pienso que me siento como en casa, y no quiero salir del laberinto.
DÍA 4
LAGUNA TRIM – PUERTO CAPIVARÍ
Levantamos el último campamento y hacemos una foto grupal, remos incluidos, como si fueran parte de nuestros cuerpos. Está ventoso para este tramo: cuatro kilómetros a través de la laguna Trim. Como si fuera la prueba final, el trayecto es muy abierto y de a ratos olvido dónde estoy. Es excitante el horizonte tan abierto que da sensación de libertad oceánica. Cucho nos hace barrenar olas, por momentos orzamos –vamos contra el viento– para luego dejarnos derivar corriente a favor.
Suena el handy de Cucho. Es Hermann: “Caranday, caranday, caranday”. Eso significa que avistamos horizonte, la orilla en la que crece la especie nativa de palmeras caranday.
Tenemos que rastrear entre los juncales la entrada al canal y finalmente lo encontramos. A los siete kilómetros aparece el puerto de Capivarí y comienzan los gritos y aplausos. ¡Lo logramos! ¡Cruzamos los Esteros del Iberá! Nos abrazamos y nos felicitamos. Estamos felices, pero no queremos que se termine, no queremos dejar nuestra parte acuática. Tengo la sensación de que este fue un viaje de iniciación. Prometemos travesías futuras.
Subo a la camioneta que me llevará a Mercedes por un camino demasiado seco, demasiado firme. Cada vez que quedamos detenidos siento un vaivén, como si me estuvieran acunando. “Mal de tierra” la llaman a la oscilación que sienten los navegantes al desembarcar. Es el movimiento del agua que quedó en mí.
DATOS ÚTILES
Juan Martín Rivas y Hermann Feldkamp son los responsables de este emprendimiento de turismo sustentable.
El próximo Transiberá será del 8 al 13 de octubre. $72.000 por persona. La travesía de 6 día incluye las 5 noches de pernocte en campamento y hosterías en Mercedes y en Paraje Medina dentro del estero, todas las comidas con bebidas y transfer de ida y de vuelta en 4x4 a la ciudad de Mercedes.
Whatsapp: +54 9 3446 50-8504 / +54 9 3446 37-3891
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