Fernando Zuccaro rescató un velero de 1886 del fondo del río Luján a fines de los años 80 y lo convirtió en su hogar. Ahora, con el respaldo de las autoridades de Génova, se prepara para emprender una travesía épica en 2024, cerrando así el ciclo de la Goleta Gringo después de 138 años
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En los últimos años, Fernando Zuccaro se convirtió en una suerte de celebridad marítima. La historia de cómo recuperó un velero de 1886, al que rescató del fondo del río Luján e hizo suyo a cambio de 1500 dólares, recorrió los portales de varios países y las redes sociales. No es para menos: se trata de la segunda goleta más antigua del mundo en actividad. Un velero que, además, es el hogar en el que vive desde hace más de 20 años junto a su familia. Ahora, Fernando va por más. Quiere embarcarse en una nueva aventura: regresar el Lugini Palma (el nombre original del barco, luego rebautizado Pegli y finalmente, Goleta Gringo) a su puerto de origen, en Génova, Italia, y romper así el récord del barco más antiguo del mundo en atravesar el océano Atlántico a vela.
Fernando está seguro de que éste será el año en el que podrá cumplir el sueño que viene arrastrando desde que comenzó esta gesta, allá por fines de los años 80. “Estamos en contacto con las autoridades de Génova, que están interesadas en solventar parte de la expedición”, cuenta desde un puerto cercano a Angra Dos Reis, Brasil, país en el que los Zuccaro viven desde hace casi siete años. “Tenemos una ventana para aprovechar el clima y poder cruzar a vela, creemos que en 2024 lo vamos a lograr: queremos cerrar el ciclo del barco para que vuelva a origen 138 años después”, se entusiasma.
Una historia de película
El rescate de la Goleta Gringo fue una verdadera proeza a la que Fernando se encomendó apasionadamente luego de una búsqueda intensa por dar con una embarcación de este tipo. En la mira tenía dos barcos: el Favorito San Antonio y el Pegli. Ambos veleros tenían su mística: habían sido las embarcaciones a vela más rápidas de su tiempo. Con paciencia, Fernando recorrió el submundo de los navegantes y astilleros. Llegó hasta Misiones. En Rosario, tuvo un primer guiño de la suerte. Se encontró con el Favorito San Antonio, pero ya le habían cortado el fondo. En una segunda visita al Tigre, entró a un astillero que se llamaba Chávez, sobre el río Luján. Un tal Beto le dijo: “El Pegli está hundido por allá”, extendiendo el brazo sobre la costa a la altura de Carapachay. Y estaba en lo cierto.
El Pegli había sido abandonado a mediados de los 70. Desde entonces, sólo había juntado barro y desechos, hasta hundirse sin pena ni gloria. Fernando se obsesionó con sacarlo a flote. Con bombas de extracción, y algo de suerte, logró su cometido. La primera sonrisa se le dibujó en la cara cuando vio la cubierta. Contrató a un arenero para remolcarlo hasta un astillero. Mientras lo subían a tierra, el caso se iba a partiendo, despidiendo chapas podridas. Pero él no se echaba atrás. “Estuve tres días mirándolo, sentado en una silla, con una cerveza”, recuerda. ¿Se imaginaba su vida en la cubierta atravesando los ríos y mares? “No, sólo veía un barco hermoso”, dice.
“Me puse a desarmarlo a los martillazos”, cuenta entre risas. Nacía entonces la historia del Gringo Loco. “Era 1989, 1990, 1991, estaba todo parado, crisis total, los únicos mazazos que se escuchaban eran los míos… ahí me pusieron el mote de ‘Gringo Loco’”, añade. Cuando finalmente lo pudo poner en el agua, la gente iba a ver la nueva joya del río y quedaban fascinados. “A mí me sacaron el mote de Loco, pero al barco le seguían diciendo Gringo. Así que le quedó ese nombre, la Goleta Gringo”, explica, acerca del origen del nombre.
Fernando todavía recuerda con emoción la primera vez que pudo navegar con su goleta. Más bien, fue un escape de las autoridades. Una picardía de navegante. Como todavía el barco no estaba habilitado, Fernando se propuso llegar hasta el puerto de su ciudad, La Plata, sobre todo, para evitar los viajes que tenía que realizar a diario hasta el astillero. “Salimos por el río Luján y le íbamos cambiando el nombre a medida que pasábamos los puestos de Prefectura”, ríe. “Hasta que llegamos a La Plata, donde amarramos, a los dos o tres días apareció la Prefectura, buscando al dueño… yo les decía que lo estaba cuidando, hasta que me entregué. Hoy somos todos amigos, fue una travesura”, comenta.
De esta manera, la Goleta Gringo se transformó en su hogar. Aunque seguía manteniendo su casita en el canal Saladero, la mayor parte del tiempo la pasaba en su barco. Desde allí partía para trabajar en tareas de mantenimiento. “Hacía de todo, cortaba el pasto, electricidad, construcción, hasta vendí hortensias en los semáforos”, asegura.
La costa platense explica mucho de su pasión por el agua. Fernando elige una anécdota de cuando tenía 10 años. Junto a su grupo de amigos organizaron una fallida travesía para cruzar el Río de la Plata en dirección hacia Colonia del Sacramento. Habían sacado la cuenta, en base a un planisferio, que había 40 kilómetros de distancia. Probaron, a escondidas en una pileta de una vecina, una balsa improvisada con cámaras infladas y una tabla, usando escobas como remos. Por supuesto, nunca llegaron a destino. Pero algo se instaló en su corazón. Nunca más se alejó del agua, ni siquiera tras haber soportado naufragios y accidentes que podrían haberle costado la vida: “Me sigue gustando el agua… qué querés que te diga”.
La joya rescatada
La Goleta Gringo es un velero de 29,80 metros de altura y 37,60 metros de longitud, con una quilla como refuerzo. Es una verdadera pieza de colección, con interiores cargados de madera y una estética tradicional, acogedora. Según pudo recabar Fernando, el Luigino Palma fue construido por el Astillero Roncallo de Génova, y era utilizado para transportar mármol, carbón y personas.
En una de las primeras presentaciones del barco, Fernando entró en contacto con marineros que habían surcado las aguas a bordo. Pero hubo un testimonio fundamental: el de Tito Bragani, un italiano al que conoció cuando tenía 86 años. Era el hijo de quien había sido capitán del Luigini Palma. “Tito se había criado acá, cuando entró al camarote de popa, se largó a llorar”, cuenta. “Nos hicimos amigos y él hizo muchos aportes, dibujando las partes del barco para poder restaurarlas de manera idéntica”, agrega.
Fernando trató de recuperar los archivos, pero se topó con que los registros se habían perdido en una inundación en La Boca. Sin embargo, asegura que la reconstrucción es auténtica y fiel a como era originalmente la embarcación, algo que lo diferencia de otras barcazas antiguas recuperadas: “Otras embarcaciones son totalmente remodeladas y modernizadas, nosotros lo único que tenemos eléctrico es el sistema para levantar el ancla, el resto es todo a fuerza de brazo, como las velas y el timón mecánico que es pesadísimo”.
La vida sobre el mar
A bordo de la Goleta Gringo viven Fernando y su pareja, la bióloga marina Bárbara Beron Vera, y dos de sus cinco hijos, Aquiles y Juan, quien acude a una escuela en Caravelas, un pueblo al sur de Bahía, donde viven sobre el barco, en el agua. Allí atracaron hace siete años, cuando decidieron dejar La Plata en búsqueda de nuevas aventuras. En el camino, se fueron sustentando gracias a “viajes chárter” y curiosos que desean hacer la experiencia de viajar a vela (Ver Datos Útiles).
Durante la pandemia, compraron una vieja casa del 1700 en el pueblo, con la intención de instalar una cervecería. Pero enseguida Juan les reprochó: “Para qué queremos una casa que no puede ir a ningún lado”. “Hoy por hoy podemos llevar esta vida. Para ir de un lado a otro, se suma gente que quiere navegar a vela, que nos ayudan a solventar los costos. Tenemos también muchos amigos amantes de los veleros, que quieren tener la experiencia de ir de un puerto al otro. Nos vamos moviendo, pagamos los gastos y la olla”, detalla.
Fernando asegura que lo que más le gusta de la vida a bordo de la Goleta Gringo “es la libertad”. “Vivimos con lo justo y necesario, la pulsión de consumo desaparece. Andás en patas todo el tiempo, con una remera cualquiera. No hay que vestirse para andar. Hace ocho años que no me pongo zapatos”, bromea.
De esta manera, la familia Zuccaro apunta la proa para devolver la joya marítima a su origen, escribiendo un capítulo único en la historia de la navegación, desafiando las adversidades y celebrando la autenticidad de un velero que ha resistido el paso del tiempo.
Datos Útiles
“Nosotros ofrecemos un viaje a bordo, pero no de un barco cualquiera, sino de un tall ship del Siglo XIX”, explica Bárbara. “Son experiencias de navegación -como marineros y tripulantes- como solía ser en la época dorada de la vela; la idea es revivir ese estilo de navegación, transportarse en la historia (como si fuese Narnia) y vivir en esa atmósfera”, completa. Durante la travesía hay que subir y bajar las velas con los brazos -sin la ayuda de molinetes eléctricos-, y llevar la embarcación sin ayuda de ninguna tecnología actual.
Para contactarlos y participar de alguna travesía, hay que escribirles al IG de la Goleta (@goleta.gringo_1886), y desde allí recibirán toda la información necesaria, como dónde encontrarlos, valores -que dependen del trayecto- y opciones de navegación.
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