Historia de la sede de gobierno porteño, escenario de los hechos locales más trascendentes
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El funeral de Diego Maradona fue su último evento público, pero desde hace más de un siglo, la Casa de Gobierno, suele concentrar las miradas de los sucesos de alcance nacional. Para rastrear la genealogía de esa relevancia es preciso remontarse a finales del siglo XIX. En el período 1880-1920 Buenos Aires experimentó una transformación vertiginosa e inaudita para una urbe cuya evolución había sido gradual desde que se proclamó la Revolución en el histórico Cabildo. Si bien a través de la ley de federalización se estableció de modo formal como la capital permanente de la República, sus edificios públicos eran herencia del gobierno provincial, con quien además compartía el uso. Este último los cedería paulatinamente al nacional, a partir de la fundación de la ciudad de La Plata en 1882, y el consecuente traslado de sus sedes administrativas. Es en este contexto que los dirigentes de la llamada generación del 80 consideraron una cuestión de Estado construir “edificios dignos de la Nación”, tal como dijo Julio Argentino Roca. No serían meras oficinas, sino auténticos palacios basados en modelos europeos en los que se representaría una Argentina pujante y moderna.
La construcción de la sede del Poder Ejecutivo nacional se puede definir como una compleja superposición de estratos. Una vez demolida parcialmente la fortaleza de origen hispano que ocupaba este histórico solar frente a la Plaza de Mayo, en 1873 el presidente Domingo F. Sarmiento decretó levantar en la esquina suroeste (actuales Balcarce e Hipólito Yrigoyen) una nueva sede para las oficinas de Correos y Telégrafos, proyecto llevado adelante por los arquitectos suecos Carlos Kihlberg y Enrique Aberg. El ecléctico edificio, una de las primeras construcciones palaciegas de la ciudad, fue terminado en 1879. Tres años más tarde, el presidente Julio A. Roca le encargó a Aberg ampliar la sede de la gobernación, que ocupaba en la misma manzana la antigua “Casa de los Virreyes”, vestigio del fuerte, cercana a la esquina de las actuales Balcarce y Rivadavia. El proyecto fue concluido en 1883. En un comienzo se conservó la residencia anexada a un nuevo edificio construido por delante, con un frente similar al del Palacio de Correos y Telégrafos; se incorporaron en el primer piso dos loggias y, en el centro, un balcón para ceremonial de Estado, que a lo largo del siglo XX sería utilizado como arengario por las principales autoridades nacionales.
Sin embargo, las obras de reforma y ampliación ideadas por Aberg contemplaban un plan mucho más ambicioso, que incluía la unión del Palacio de Correos y Telégrafos con la sede del Gobierno a través de un arco triunfal y la extensión de todo el conjunto hacia la barranca. No obstante, en 1883, se sancionó la Ley 1347 para la construcción de una nueva Casa de Gobierno por un presupuesto de $650.000, y se le pidió al embajador en Roma que contratara a otro arquitecto para dirigir las obras.
A finales de ese año se envió a Buenos Aires al ingeniero y arquitecto Francisco Tamburini, a quien se encargó sustituir el proyecto de Aberg.
El italiano consideró difícil la ejecución de la unión entre los dos edificios, debido particularmente a razones estilísticas. Expresó en una nota al Departamento de Ingenieros: “… se encuentra de todo un poco; las ventanas germanas del plano del terreno no armonizan con las columnas del renacimiento o con las ventanas venecianas o florentinas del primer piso, las cuales a su vez forman un extraño contraste con los pesados techos germanos que cubren el edificio”. A pesar de ello, logró rediseñar la obra manteniendo gran parte de las fachadas preexistentes, tratando de “armonizar, sin ligarme a la irracionalidad de las partes”.
En su proyecto para la unión de los dos edificios, Tamburini continuó la propuesta de Aberg de erigir un arco triunfal, que terminaría en septiembre de 1886, y luego de la demolición de la antigua Casa de los Virreyes, el resto de los frentes se irían completando en etapas: primero sobre Rivadavia, luego Paseo Colón, y por último, la fachada sur sobre Hipólito Yrigoyen. Pese al fallecimiento del arquitecto el 3 de diciembre de 1890, la obra se mantuvo y, a mediados de 1896, el palacio estaba terminado, aunque recién sería inaugurado formalmente en 1898, durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca.
Cabe destacar la profusa decoración visible en las fachadas e interiores del Palacio de Gobierno, obra debida mayormente al italiano Carlo Bianchi, quien trabajó bajo la supervisión de Tamburini, que también era maestro en ornato. De todos, uno de los elementos más sobresalientes es el gran grupo escultórico que completa el frente este, orientado hacia el río, y que representa la República Argentina, coronada por el Trabajo y la Agricultura, escoltada por las figuras alegóricas a la Navegación, el Comercio, la Ley, la Educación, la Historia y la Fuerza.
En los interiores se distinguen el gran vestíbulo de ingreso sobre la explanada de la avenida Rivadavia, hoy llamada Galería de los Bustos Presidenciales; las escaleras de Honor Francia e Italia; el Patio de Honor con sus famosas palmeras, el actual despacho presidencial que originalmente funcionaba como comedor (por eso su gran tamaño), y que culmina en la tríada de los salones Sur, Norte y Blanco, siendo este último el espacio donde se realizan desde finales del siglo XIX las principales ceremonias de Estado.
A lo largo del siglo XX y comienzos del XXI, el palacio sufrió numerosas modificaciones y daños: entre 1911 y 1914, el presidente Roque Sáenz Peña lo habitó, y construyó su residencia en el primer piso, a la que dotó de elegantes salones y un estupendo jardín de invierno que miraba a la Plaza Colón; la destrucción del ala sur sobre la calle Hipólito Yrigoyen entre 1937 y 1938 (en base a un proyecto que contemplaba la demolición total de la Casa Rosada para despejar la vista del río desde la Plaza de Mayo, afortunadamente anulado por el presidente Roberto M. Ortiz); y no se puede dejar de mencionar el atentado del 16 de junio de 1955, en el que fallecieron cientos de personas y el edificio sufrió severos daños.
¿Fue siempre rosada?
El nombre con el que se conoce popularmente a la sede del Gobierno Nacional desde finales de la década de 1860 alude al color con el que se pintó la antigua residencia del Fuerte durante la presidencia de Sarmiento. Esta construcción no sobrevivió ya que fue demolida por la obra de ampliación realizada por Tamburini a partir de 1883.
Sin embargo es probable que las fachadas de los edificios proyectados por Kihlberg y Aberg estuviesen pintadas originalmente con un color grisáceo. En los cateos realizados por la restauradora Cristina Lancellotti en el frente de la Casa Rosada orientado a la Plaza de Mayo se hallaron en los sectores correspondientes a estas dos primitivas construcciones rastros de un pigmento cercano al gris azulado, aclarando la especialista que el color probablemente haya sido más claro pero se ha degradado debido a que la composición de las pinturas antiguas solían tener aditivos orgánicos que se deformaban un poco con el paso del tiempo. Asimismo el arquitecto y vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, Fabio Grementieri, añade que el color semejante al gris-verdoso era característico de la obra de los arquitectos escandinavos.
Se estima que hacia 1889 se repintó la mayor parte del edificio –aún en construcción– de color rosado; así lo detalla la revista “La Ilustración Española y Americana” en su número del 9 de noviembre de 1889 donde menciona “el color rosa pálido” que lucían sus fachadas. Asimismo El Diario del 29 de marzo de 1890 menciona “La casa de gobierno nacional, a la que vuelven a dar el color rosado con que siempre se distinguió”, haciendo referencia evidentemente a que antes exhibía otro color.
Grementieri en un informe de restauración y puesta en valor de los exteriores que presentó en 2006 señala que cuando fue terminada la Casa Rosada a mediados de la década de 1890 sus fachadas no presentaban un color uniforme sino claroscuros que se pueden distinguir en las fotografías blanco y negro e ilustraciones de la época. Estos no eran producto solamente del patinado que se solía hacer al colocar la pintura, o al desgaste de la misma por estar a la intemperie, sino también se trataba de una técnica consistente en aplicar diversos tonos a fin de poner en valor las áreas u ornatos del frente.
También en los cateos se encontraron algunos detalles de luces con hojas de oro en el sector inferior de las columnas de la fachada orientada a Plaza de Mayo, dorados que probablemente hayan sido agregados en 1900 durante las obras que se realizaron al Palacio por la visita del presidente del Brasil Manuel Ferraz de Campos Salles, o por los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910.
No obstante el enigma respecto a su coloración no termina aquí. En 1916 el periodista brasileño Mario Brant visitó la ciudad con motivo del Centenario de la Independencia Argentina, y en su memoria titulada “Viagem a Buenos Aires” menciona que al pasar frente al Palacio de Gobierno no sabía el motivo por el que se lo llamaba “Casa Rosada” ya que su fachada tenía un tono “vinho verde diluido”.
En definitiva, la única certeza es que la “Casa Rosada” no siempre ha sido rosada.