Reciclada, la vivienda que hospedó al gran poeta recibe visitantes interesados en la flora y la fauna de este pequeño territorio insular.
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Enmarcada por jazmines del país, espinillos, anacahuitas y ceibos, la casa que habitó el poeta nicaragüense Rubén Darío en la isla Martín García fue convertida en un Centro de Interpretación de la Reserva Natural que la rodea. Durante mucho tiempo, el lugar de gran valor patrimonial, estuvo abandonado; ahora es habitual escuchar el murmullo y las risas de los visitantes, que acceden al espacio de forma libre y gratuita.
Inmersa en un paisaje rocoso con lagunas, playas y pantanos, los viajeros pueden conocer allí las características de la flora y la fauna de la zona, lo que incluye una diversidad de felinos ariscos, más bien salvajes, que en nada se parecen a los lindos gatitos de la ciudad. La bandurria mora, el lagarto overo, la yarará y una reducida población de ciervos dama de origen exótico son algunos de los múltiples habitantes que conviven con más de 800 especies de plantas insulares de mil distintos tonos de verde.
En 2022 se halló en Martín García el zorro de monte y, aunque esporádico, el ciervo de los pantanos, en peligro de extinción.
Durante una terapia de desintoxicación por el exceso de alcohol, el más grande escritor modernista de nuestra lengua escribió en esa residencia La Marcha triunfal, uno de sus poemas emblemáticos, con el que le rindió homenaje al 25 de mayo, fecha patria del territorio que consideró su segundo hogar.
Ya pasa el cortejo /Señala el abuelo los héroes al niño:/ved como la barba del viejo/ los bucles de oro circunda de armiño./Las bellas mujeres aprestan coronas de flores/ y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;/ y la más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores, dicen esos versos urgentes surgidos de un tirón la noche del 23 de mayo que llegaron por correo fluvial a la ciudad y fueron leídos en el Ateneo Buenos Aires, en el marco de las celebraciones.
Desde la cubierta del vapor Jenner, en abril de 1893, lo primero que Darío divisó de la isla fue la figura recortada del lazareto, entonces pintado de blanco y que fuera cerrado en 1915. Allí, tras desembarcar y atravesar el precario muelle, el bardo caminó un tramo hasta ocupar una de las habitaciones de la casa principal, devenida en centro de salud y habitada por el doctor Prudencio Paz.
Preocupado por la “vida disoluta” de su amigo ilustre y su creciente afición por la bebida, el galeno lo convenció para que pasara unos meses lejos del ritmo alocado de la metrópoli del sur, donde Darío se entregaba en cuerpo y alma a todas las fiestas.
Paz era amigo del poeta y el encargado del nosocomio de la isla. Fue predecesor en sus funciones de otros académicos prestigiosos al frente de la institución sanitaria, como Luis Agote, quien logró llevar electricidad al lugar y pasó a la historia por descubrir el método para evitar la coagulación de la sangre. También dirigió el lugar un joven Salvador Mazza, el investigador de la vinchuca y el mal de Chagas.
En una de sus notas para el diario La Nación, compiladas por Pedro Luis Barcia y con el título de “Cartas del lazareto”, escribió Darío que en los tiempos del cólera y la fiebre amarilla era tal el temor al contagio, que cuando moría un enfermo “se lo cremaba, al día siguiente se recogían las cenizas, se las trituraba y se las colocaba en una pequeña caja de zinc, que era depositada en una estantería en la Intendencia”. Cada una tenía el nombre del fallecido y un resumen de su historia clínica. Pero no todo era tanático en el lazareto. Cuando se extendía la cuarentena, se organizaban bailes que duraban dos horas entre los hombres y las mujeres internados en el establecimiento.
La casa donde hoy se emplaza el Centro de Interpretación es una planta simétrica que responde al estilo de los edificios de las villas “palladianas”, destinados originalmente al ocio y a la producción. Se localiza sobre el Paseo Romero, a metros del principal restaurante denominado Comedor Solís, en homenaje al conquistador español que descubrió la isla. Forma parte de un conjunto de construcciones de Martín García –declarado Monumento Histórico Nacional en 1983–, entre las que se cuentan el Centro Cívico, el antiguo Faro de la Armada Argentina y el Cine Teatro General Urquiza.
A mediados del siglo XIX, Sarmiento había imaginado que esa porción encantadora de tierra insular, que no supera los 2 kilómetros cuadrados, sería “Argirópolis”. Es decir, la ciudad de la Plata que soñó capital de los Estados Confederados del Río de la Plata, que abarcarían la Confederación Argentina, Uruguay y Paraguay.
Además de textos líricos y periodísticos, el poeta nacido en Metapa se distraía disparando fusiles Máuser, leyendo El Quijote y recorriendo la isla. Desconectado del mundo, compartió la cuarentena con un contingente de ingleses y vivió un romance con Betina, joven empleada de un negocio. En Buenos Aires cumplía el rol de cónsul honorario de Colombia aunque el título era decorativo, ya que no había casi residentes de ese país en la capital argentina.
La isla había sido bautizada en 1513 con el nombre del despensero de una expedición muerto en el viaje, Martín García, que fue enterrado en el lugar. Siglos más tarde, cuenta el historiador Felipe Pigna, sería renombrada por el humor popular como la isla YPF, debido a los ex presidentes detenidos en su prisión: Yrigoyen, Perón y Frondizi.
Por varias décadas, estar deshabitada y sin mantenimiento produjo un gran deterioro en la construcción del solar donde residió Darío. El Ministerio de Ambiente de la Provincia de Buenos Aires la restauró el año pasado sin alterar su diseño original y dándole una nueva función. La obra se implementó en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD Argentina 22/008. La tarea formó parte de un plan integral de puesta en valor de toda la reserva y estuvo supervisada por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos.
Hoy, tanto el interior de la antigua casona como sus espacios exteriores, se transformaron en un Centro de Interpretación con nueva cartelería y mobiliario. El sitio cuenta con una amplia sala, varias áreas de exposiciones con paneles adaptables y una sala de conferencias, apta para desarrollar capacitaciones, conciertos y muestras. Durante las tareas de recuperación se descubrió la existencia de dos sótanos ocultos por el solado de mosaico y se preservaron sus vistas mediante una placa de vidrio.
En el exterior se colocó luminaria y se acondicionó un espacio para charlas y talleres. Se preservó la galería y se retiraron construcciones precarias que se habían realizado en los últimos años y que no respetaban el carácter original del edificio.
Se construyeron, además, un depósito y sanitarios adaptados para personas con discapacidad, se mejoraron los accesos, la galería y los techos. Por otra parte, se instalaron en el predio una kitchenette, desagües y biodigestores; se erigieron una torre y una cisterna que reciben agua de lluvia, siguiendo la tendencia de las obras sustentables.
Las 180 hectáreas sobre las que se extiende la isla, bajo soberanía argentina, sorprenden por su biodiversidad. El naturalista y lepidopterólogo Ezequiel Núñez Bustos la calificó como “un lugar excepcional” por ser el sitio bonaerense con mayor cantidad de clases de mariposas diurnas: 135 especies, más del 10 % de las que existen en la Argentina.
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