Es una tradición que empezó hace 240 años, con los primeros españoles en llegar a San Luis, y que se acrecentó en pandemia. Además, la localidad tiene una mina que se puede recorrer con casco y botas de goma.
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La Carolina tiene los encantos de esos pueblitos que nacieron alrededor de un oficio y de su ilusión. Fue la mina –más bien el oro– lo que atrajo exploradores allá por 1784. Se fundó unos años más tarde, en 1792, al pie del cerro Tomolasta, después de que el archifamoso virrey Sobremonte –aquel que luego huyó con un tesoro– comprobara la validez del metal precioso. “Tiene entre 17 y 20 quilates”, le contestó un minero que había sido enviado a investigar el oro de la zona que un tiempo después llegó a albergar tres mil mineros y que hoy tiene trescientos habitantes, sobre la RP 9, en la provincia de San Luis.
Una callecita central y casas bajas de adobe conducen hasta Pablo Jolivot, guía de la agencia Huellas Turismo, que está bien dispuesto a compartir sus saberes carolinos. “Se cree que el marqués le puso nombre al pueblo en honor a Carlos III de España”, asegura el guía sobre la actividad que empezó con la búsqueda de oro en los ríos, siguió con la construcción de minas de manos de los españoles y que tras un parate durante las guerras de la independencia, se reactivó con fuerza en 1850 con la llegada de los ingleses.
“Buscar pepitas de oro en los ríos una tradición que los abuelos mineros compartían con sus nietos, y así por generaciones”, apunta Ariel Farber, que también es guía de Huellas. “Es una actividad que empezó hace 240 años y que todavía muchos hacen como hobby, más aún en tiempos de pandemia, cuando no había trabajo”, agrega mientras nos lleva hasta la parte baja del río La Carolina, que está a metros de la mina.
Con un sombrero de paja, una pala y una fuente redonda de madera, basta con escuchar las indicaciones del guía y ponerlas en práctica. Sacar arena de un sector donde se acumula, y depositarla en la fuente. Luego con paciencia girar la fuente de un lado al otro, al ras del agua, para que decante la arena. Así lo más pesado, que vendría a ser el oro, queda en lo hondo de la fuente. ¿Cómo se ve? Es apenas un granito brillante que los lugareños juntan muy de a poco y con tiempo, para luego vender. ¿Cuánto se los pagan? Un gramo por 7 mil pesos. Por eso los turistas que se toman media hora para participar de esta práctica experimental, suelen llevarse como souvenir la minúscula pepita que encuentran. ¡Todo un trofeo!
Sin embargo, La Carolina no es solo el río, sino también la mina. Para recorrer un túnel hay que usar botas de goma y un casco con linterna. El guía abre una reja con candado y cuenta que lo construyeron los ingleses, que está abandonado desde 1870, y que quedó tal cual lo dejaron, con un túnel principal de 2,5 metros de ancho por 2,5 metros de alto y galerías más angostas. Agrega que los pocos registros que quedan sobre este túnel dicen que recién después de los primeros 180 metros encontraron oro. “En otro, que es el que más oro dejó, hallaron dos betas de más de 200 metros a cada lado”, explica Jolivot.
Al avanzar, señala –y pide no tocar– unas mini estalactitas que tardaron años en formarse. “Es el agua que se filtra por la piedra y arrastra carbonato de calcio, un mineral blanco. Por los cambios de presión y temperatura forman la gotita con el mineral que cristaliza alrededor de la gota”, apunta. Dice que el oro se hallaba en la roca volcánica que predomina en el túnel, donde hay colores anaranjados y negros que responden al óxido de hierro y al manganeso. También hay algo de cuarzo, traquiendesita –que es una roca que parece hojaldre– y esquistos –la que más se ve en estas sierras–.
Entre la humedad y el silencio, el guía repasa: “Los túneles se empezaron a agotar a principios del siglo pasado. Entonces parece que la codicia pudo más y no respetaron los 20 metros que había que dejar entre los niveles. Por eso el cerro no soportó y colapsó. Algunos dicen que fue en 1902, otros en 1903. Algunos que murieron 30 mineros, otros 50″. Lo concreto es que tras varios años de concesiones intermitentes, la actual está en manos de la familia Chacur. Hay quienes calculan que todavía quedan 5.500 mil kilos de oro para explotar en la mina de Buena Esperanza, Basualdo y Romualdo –ese es su nombre técnico–, que de todas maneras es poco para trabajarla, y por eso el turismo es mejor opción.
Según cuenta Jolivot y consta en los diarios de la época, desde que llegaron los ingleses a La Carolina, en 1850, solía haber siete de ellos como capataces por cada mina. Los mineros, en tanto, eran en su mayoría chilenos y bolivianos, porque conocían el trabajo y no eran como los argentinos –aunque había un par–, que estaban acostumbrados al campo. “Usaban botas de cuero engrasadas para que fueran impermeables, aunque no eran tan efectivas. Hacían la extracción del oro entre dos o tres, con pico y pala. Lo cargaban en bolsas de cuero –capachos– y lo traían al hombro desde las galerías hasta el túnel central donde estaba el carro. Usaban pañuelos para evitar el polvillo de la piedra, pero muchos sufrieron silicosis, o enfermedad del minero, que les endurecía los pulmones. Iluminaban, primero con velas, en la época de los españoles, y luego, con lámparas de carburo, de olor espantoso y a pesar del riesgo de explosión. Tenían un promedio de vida de 40 años. Y ¡ningún minero nunca se hizo rico!”, asegura el guía.
¿Cómo sigue la recorrida? Tras avanzar 200 metros desde la boca, que a lo lejos se percibe como un punto luminoso, Jolivot conduce al grupo por una galería de 100 metros que es más angosta que el túnel principal. Acá sí que no hay salida a la vista. Entonces su propuesta es arriesgada: apagar las linternas del casco, el celular, y quedar a oscuras y en silencio durante un minuto para agudizar los sentidos. Todo un experimento... muy interesante ¡y bastante aterrador!
Datos útiles:
Huellas Turismo. 16 de Julio s/n. esquina El Minero, en La Carolina. T: (2651) 490224. Desde el centro del pueblo sale el paseo a la mina y al río. Queda todo a pasitos. También tienen programas para hacer rapel. IG: @huellasturismo.
Bodegón de Oro. 16 de julio s/n, La Carolina. T: (2664) 024909. Gran lugar para almorzar, a cargo del talentoso chef Marcos Diciano. Abren solo al mediodía. Con seis años en el pueblo, ofrecen, entre otras cosas, un muy buen cordero al disco. También sale mucho el matambre a la pizza y los ravioles. ¿El detalle? Si pediste un guiso, una vez que terminaste y no dejaste nada en el plato, puede que te ofrezcan una segunda vuelta. IG: @bodegondeoro.
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