La Biblioteca de la Legistatura Porteña data de 1931 pero fue pública seis años después. Su trabajo en madera, obra del ebanista Gabriel Tarris, es lo más vistoso de ese espacio.
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En pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires, a metros de la Plaza de Mayo, hay una biblioteca que bien podría ser la escenografía de cualquier película de Harry Potter. Es la Biblioteca del Palacio de la Legislatura Porteña. El edificio, construido entre 1926 y 1931 es un proyecto del arquitecto argentino Héctor Ayerza, y en 2011 fue declarado Monumento Histórico Nacional. Su estilo fusiona elementos del neoclasicismo y el academicismo francés, y aunque fue concebido para oficiar como sede del Concejo Deliberante, también tiene espacios típicos de una residencia porque está inspirado en palacios europeos, como el de Versalles.
La construcción le fue otorgada a la constructora Falcone, entre 1925 y 1931. En la biblioteca puede verse el álbum fotográfico que documenta todo, desde la colocación de la piedra fundamental, en 1926, hasta su inauguración el 3 de octubre de 1931, en pleno período de facto. Después del golpe a Yrigoyen no hubo actividad parlamentaria, entonces el palacio se inauguró con una gran fiesta, pero no abrió a su función legislativa sino hasta 1932, después de las elecciones. El recinto, que en ese momento era de 30 legisladores y hoy son el doble, estuvo entonces inaugurado pero vacío durante casi un año.
El artista, el ebanista
Ubicada en el primer piso, la Biblioteca Esteban Echeverría tiene techos altos y decenas de estanterías con miles de libros en sus dos plantas. Ayerza trabajó con distintos gremios de la construcción, pero en la biblioteca se destaca el trabajo del ebanista, Gabriel Tarris, que también trabajó la madera en el salón San Martín y en el recinto de sesiones. Venía de una generación de muebleros franceses y su padre ya había cosechado elogios con todo el mobiliario del Teatro Colón. “Es un poco tardía en el estilo porque en los años 30 ya se construía con un sentido más racionalista y otro tipo de arquitectura más simple, pero Ayerza tomó el modelo de Versalles, y el palacio es muy parisino en su enfoque”, explica María Eugenia Villa, directora de la biblioteca desde 2005.
Tarris, entonces, se lució en la propuesta con materiales traídos de Europa. Hay una sola piedra en todo el Palacio que está en el Salón San Martín y fue traída de la Cordillera de Los Andes; es una piedra caliza andina que tiene tallado el bajo relieve de San Martín.
La madera de las escaleras, estantes, cajones y puertas es nogal de Italia, y el piso es de roble de Eslavonia, como se usaba en esa época, con diseño Versalles; en la biblioteca está natural y jamás se plastificó. Todo es original.
Tiene dos pisos: en la planta baja está la sala de referencia, la de lectura y otro sector adjunto que es el taller de restauración y conservación de material bibliográfico, en la plata alta, la galería que balconea con la sala de referencia. Una escalera caracol lleva al segundo piso y su particularidad es que está recubierta por un tambor con vitraux, algo bastante poco usual en la arquitectura argentina porque siempre están a la vista.
Regalo de la Infanta Isabel
En la pared, junto a la entrada, hay un cuadro que se llama Salida del teatro, del pintor catalán Román Rivera y fue un regalo que trajo la mismísima Infanta Isabel de Borbón cuando visitó Buenos Aires durante su centenario. Lo donó a la ciudad en 1910, mucho antes de la colocación de la piedra fundamental del palacio, “pero se cree que cuando construyeron la biblioteca pensaron en que el cuadro iba a ir allí porque el enmarcado de la boiserie quedó perfecto. Hubo muchas teorías sobre la mujer de capa amarilla, se decía que podría ser la Infanta, pero investigando descubrimos que no, porque Rivera pintaba la Belle Époque en París, que era un poco anterior, y la Infanta fue una especie de mecenas del pintor y adquirió varias de sus obras”, detalla Villa.
Hay dos arañas exactamente iguales, diseñadas por Ayerza, de bronce macizo; se estima que cada una pesa una tolerada y media y marcan la simetría del espacio.
Además, hay un hogar ficticio de hierro forjado, un elemento decorativo que, se cree, intentó emular a las bibliotecas de residencias particulares. En el ‘33 era un lugar de ocio, para leer un libro, fumar un habano, reposar un rato. No fue biblioteca pública hasta 1937 y la bautizaron Esteban Echeverría (escritor y poeta que introdujo el romanticismo en nuestro país) porque se cumplían 100 años del salón literario de la época del romanticismo. La firma de Tarris puede adivinarse en las dos columnas que enmarcan el hogar, cerca de su busto.
Un libro de 1600
Aunque el espacio se inauguró en 1933, la colección de la biblioteca empezó a formarse en 1884 y se mudó varias veces, junto con el Poder Legislativo: estuvo en Teatro Colón, en el Cabildo, en la Manzana de las luces, y los libros iban rotando con ese movimiento.
La directora María Eugenia Villa cuenta que “hay 40.000 ejemplares, el más antiguo es de 1646, que expusimos en la Noche de los Museos después de mucho tiempo porque terminaron de restaurarlo. No lo llevaron a su encuadernación original porque estaba encuadernado en pergamino; se cree que en el 1900 alguien decidió ponerle tapas duras lo que generó un deterioro en el libro, y ahora buscaron una encuadernación más acorde a la original. Se llama Histórica relación del reino de Chile y está escrito en italiano por Alonso de Ovalle, un jesuita chileno de padres españoles. Tenemos colecciones muy importantes, como por ejemplo todos los acuerdos del extinguido Cabildo de la ciudad de Buenos Aires que muestran la evolución institucional del Poder Legislativo, con acuerdos de 1624; las memorias municipales, los censos de la ciudad de 1887, 1904, 1909 y 1936, antiguos planos de Buenos Aires. Hay libros, fotografías, expedientes y estamos organizando la colección de tango, hay más de 300 partituras. Este año lanzamos la colección Juana Azurduy, que plantea el proceso de independencia con mirada regional. Hay mapas, testimonios de juicios, ensayos y mucha información para generar el interés de la investigación. Cuesta mucho que a las bibliotecas se las vea como lugares de producción de conocimiento, que en un momento lo eran, pero hoy con la proliferación de otras fuertes de información y la competencia con lo virtual, es muy difícil seguir sosteniendo ese lugar, aunque no todo está subido a internet”.
Por la biblioteca pasan más de 1.450 personas mensualmente, en sus días hábiles de 10 a 18. “Es un promedio alto para una biblioteca porque hoy están muy vacías. Vienen varias personas a estudiar porque está en el centro de la ciudad, hay silencio y PC de uso público. Hay mucho material de la ciudad de Buenos Aires en todos sus aspectos, y además tiene un enfoque legislativo porque es una biblioteca parlamentaria, y desde los diez últimos años a esta parte tratamos de ayudar cada vez más en lo que es el trámite legislativo con un servicio de referencia anticipada, y sugerimos bibliografía específica para acompañar el proyecto de cada legislador. Y desde 2017 implementamos el lenguaje claro en la normativa porque a veces no es fácil entender esas normativas; buscamos que la legislatura se comunique de una forma clara, sencilla y directa, y que la población tenga garantizado el derecho a la comprensión”, explica Villa, que cuenta con un equipo de 25 personas a su cargo. Y aclara que “en 2012 se inundó la biblioteca y parte del palacio pero se recuperaron todos los libros que se mojaron por la rotura de un caño, más de 8.000. Fue un punto de inflexión fuerte que capitalizaron como una oportunidad de crecimiento”.
En la biblioteca también se dice que habita un fantasma y, aunque se habla por lo bajo del tema, se sabe que algunas personas lo detectaron y que se trata de un varón adulto mayor que se pasea por la galería del segundo piso, buscando libros.