Junto a sus hermanos, Sebastián y Miguel, la hija de José Alberto Zuccardi lidera la empresa familiar como anfitriona de las bodegas Santa Julia y Zuccardi.
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Hace poco escribió en sus redes sociales un texto sobre su vínculo con la bodega mendocina que se llama como ella. Santa Julia nació en el departamento de Maipú cuando la única hija mujer de José Alberto Zuccardi, uno de los empresarios vitivinícolas más respetados del mundo, tenía doce años, y él eligió su nombre para crear la marca con la que se lanzaría al mercado internacional. En aquel momento, la homenajeada lo vivía sin hacerse cargo, con más pudor que otra cosa y sin tener en claro si algún día iba a involucrarse en el proyecto que sería pionero en enoturismo y en gastronomía de bodegas, con más de 40.000 visitas al año. A los 38, orgullosa de su doble rol como embajadora de la marca y como responsable de Turismo y Hospitalidad de la empresa, Julia Zuccardi es una de las figuras femeninas más fuertes del universo del vino argentino. Está a cargo de los restaurantes Pan & Oliva y Casa del Visitante en Bodega Santa Julia y de Piedra Infinita en Zuccardi Valle de Uco, pero dice que su mayor responsabilidad es que cada persona que llegue a conocerlos, además de comer y beber rico, viva una gran experiencia y conozca el trabajo de sus hermanos.
-Hace poco compartiste en tu cuenta de Instagram la historia de tu identificación con la marca Santa Julia, ¿cómo fue ese proceso?
-Fue una reflexión para repasar qué significa Santa Julia en mi vida, porque poder responder “sí, se llama así por mí” no fue de un día para el otro. Al principio, ésta era una bodega chiquita, la familia venía de hacer vino en damajuana y mis papás crearon una marca nueva para hacer vino en botella. Yo no tenía demasiada conciencia de lo que significaba y siempre fui muy tímida, así que con la pregunta “¿es por vos?” moría de vergüenza. La bodega creció conmigo. Cuando entré a trabajar entendí que era algo grande, ahí dimensioné el valor que tenía que me asociaran con esto, era una responsabilidad enorme. Si bien nadie me exigió que me hiciera cargo, hice un clic, me apropié y elegí que la marca contara lo que yo quería decir, que representara mis valores y todo lo que me importa. Mi papá acá haría el chiste que soy “más Julia que santa”.
-¿Cuáles son esos valores?
-Hay cuatro pilares: la calidad, la innovación y la sostenibilidad que tiene que ver con el cuidado de la tierra y de nuestra gente. En cuanto a lo sustentable, vamos por ese camino con mucha fuerza, tenemos 300 hectáreas de viñedos orgánicos certificados y queremos alcanzar el 100%. La calidad siempre ha sido una condición que no negociamos, a pesar de que son vinos accesibles. La innovación es parte del ADN, mi abuelo Tito era ingeniero civil, vino desde Tucumán a Mendoza a probar un sistema de riego sin saber nada de vitivinicultura. Esa es nuestra esencia, por eso siempre jugamos con variedades nuevas, nos animamos a los vinos naturales, lanzamos las latas. El cuidado de nuestra gente fue algo que comenzó mi abuela Emma, que siempre tuvo muy claro que el vino es un producto artesanal y que la impronta que le dan los trabajadores en el viñedo llega hasta la botella y trasciende. Por eso armó espacios para la educación, salud, recreación y asistencia de las familias que trabajan con nosotros en las fincas.
FAMILY GAME
-¿Cuándo decidiste trabajar con tu familia? ¿Pesó el mandato?
-Mis hermanos y yo siempre agradecemos la libertad que nos dieron para elegir. En las empresas familiares lo más difícil suele ser el mandato: si tu abuelo empezó algo y tu papá lo siguió, vos tenés que hacerlo de la misma manera. Nunca sentí esa presión, de hecho, soy profesora de inglés. Cuando terminé el colegio, no me veía acá. En 2001, mientras estudiaba, empezamos con el turismo y trabajaba en las vacaciones, como cualquier guía, haciendo visitas para ganar plata. Al poco tiempo abrimos Casa del Visitante, pero seguí estudiando el traductorado, hasta que me recibí y en 2008 empecé a trabajar formalmente y segura de que era lo que quería. Mi papá en eso fue atípico, su generación era más del palo del legado, pero nos dejó hacer camino. Mi hermano Seba siempre supo que lo suyo era la agricultura y estudio agronomía, y Zuccardi Valle de Uco fue su proyecto. Miguel salió de la universidad y planteó que, en lugar de vino, quería hacer aceite de oliva, algo que no hacíamos, y mi papá le dijo “dale”. A pesar de que sigue dirigiendo la empresa, se corrió para dejarnos brillar y que la refundemos con la impronta de la tercera generación. A veces pienso en lo difícil que debe ser para él dejarnos hacer y que nos equivoquemos. Es muy inteligente, porque creo que ese es el secreto de que funcione.
-¿Cuál es la fórmula para trabajar con padres, marido y hermanos?
-Es clave que todos estemos en áreas separadas. Ésta es una empresa familiar pero grande, así que tiene que ser profesional. Tenemos la suerte de que cada uno encontró su lugar y toma sus decisiones con autonomía, no somos los Campanelli que nos juntamos a trabajar revueltos. Hay mucha admiración mutua y tenemos una filosofía muy fuerte, entonces ninguno va a largarse a hacer cualquier cosa. Yo agradezco no tener que dividir mi vida personal de la laboral, que sean dos mundos compartidos, poder ver a mis papás todos los días, juntarme a almorzar con mi marido, que mis hijos vengan a la finca, se tomen un helado en el restaurante, estén rodeados de naturaleza, aprendan con un tío sobre el aceite y sepan que el otro hace los vinos. Fue lo que viví desde chiquita con mucha felicidad.
-Entraste en una industria acaparada por hombres siendo muy joven y la hija del dueño, ¿te costó construirte como líder y lidiar con los prejucios?
-Fue el desafío más grande, pero me di cuenta rápido de que el camino era la humildad. Tenía que poder decirle a Matías (Aldasoro, Chef Ejecutivo) o a los chicos del salón “vos sabés de esto más que yo, enseñame”. Sigo teniendo muy claro que para eso hay un equipo formado en su área, cada uno da lo mejor y todos aprendemos de todos, sin importar los rangos ni las posiciones. Claro que hay un montón de prejuicios y eso es intimidante, pero me fui fogueando gracias a la figura de mi abuela y de mi mamá, que siempre estuvieron en puestos altos, y gracias a ellas las mujeres son muy valoradas y respetadas dentro de la empresa. Pero también muy cercanas, así que me permito mostrarme vulnerable y pedir ayuda.
-¿Alguna vez te pesó el apellido?
-Me dio muchos privilegios. Por ejemplo, poder trabajar de lo que me gusta y tener la suerte de que la gente reconozca y valore lo que hacemos. En algún momento me pesaron las expectativas del afuera sobre el estilo de vida ostentoso que deberíamos tener, porque la verdad es que somos bastante austeros. Me incomodaban esas fantasías, no mi apellido. Nos damos los gustos que queremos, pero suelen ser bastante simples. Y lo cierto es que cuando nos educaron, no teníamos un apellido, se convirtió en marca mucho después. Distinto va a ser el caso de nuestros hijos, que ojalá lo engrandezcan viviendo con libertad.
LA ZETA DE JULIA
-¿Qué hitos marcaron un crecimiento importante para vos dentro de la empresa?
-La apertura de Pan & Oliva. Fue el primer espacio al que le dimos vida en 2012, tiene mi corazón. Después, la apertura de Piedra Infinita y de Zuccardi Valle de Uco fue algo muy grande, era el sueño de Seba que se estaba haciendo realidad, y un evento con periodistas de todo el mundo que no podía fallar. Y hoy digo, sí, lo hicimos con mi equipo, estoy muy orgullosa.
-¿Cómo se te ocurrió montar Pan & Oliva al lado de otro restaurante que funcionaba tan bien?
-En 2009 viajamos con mi mamá a Sudáfrica a recorrer bodegas y nos encontramos con que muchas tenían dos espacios gastronómicos en el mismo predio. Me llamó la atención un lugar muy chiquitito, que tenía una heladera llena de quesos, fiambres colgados, mesones con panes, y ahí podías comprar para hacerte una tapa o un sanguchito. En otro sector, tenían un restaurante más elegante y grande. Ese fue el disparador para empezar a pensar nuestro segundo espacio. Al mismo tiempo, Miguel se afianzaba con el aceite de oliva, así que tenía sentido que fuera protagonista. Como tenemos alma de kiosqueras, tomamos el concepto de almacén que nos había inspirado, queríamos que hubiera cosas lindas para comprar. En aquel momento, todas las bodegas proponíamos el menú de pasos extenso, con maridaje y súper costoso, necesitábamos crear algo nuevo, que no compitiera con lo que ya teníamos para atraer a otro público. El oliva tiene mucho que ver con la huerta, los vegetales, lo fresco, la cocina mediterránea, y así fuimos encontrando la identidad y un menú accesible, a la carta, orgánico, de producto, que funciona todo el año.
-¿Qué se viene?
-Durante los últimos años, el foco estuvo en Zuccardi. Ahora, el trabajo está en Santa Julia. Queremos que tenga un espacio de turismo muchísimo más interesante, dotado de todo lo que hablamos de sustentabilidad, viñedos orgánicos, compost y, en un mediano plazo, correr el enfoque turístico del proceso de elaboración del vino al agroturismo. Volver al origen, desde la tierra y el viñedo.
Bodega Santa Julia RP 33, Km 7,5. Fray Luis Beltrán, Maipú.
Bodega Zuccardi Valle de Uco Calle Costa Canal s/n. Paraje Altamira, La Consulta. Central de reservas: (0261) 441-0000. Todos los días de 9 a 18.
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