La capital de la región de la Emilia-Romaña es una bellísima ciudad medieval que atesora una grandiosa manifestación del arte bizantino. Una riqueza de 1.500 años plasmada en piedra.
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Hace 1.500 años que Teodora mira desde lo alto de San Vital. Toda enjoyada en perlas y piedras preciosas, y vestida de púrpura –como corresponde a su rango imperial–: es la expresión misma del boato bizantino. En la pared de enfrente del mismo ábside, a su esposo, el emperador Justiniano, también lo acompaña su séquito. Lleva corona y nimbo y lo secunda Maximiano, el obispo de la ciudad que decidió inmortalizarse al dejar su nombre escrito en piedra.
Ambos paneles son exquisitas composiciones en mosaico que nos legó el arte bizantino en la ciudad italiana de Rávena (a 350 km de Roma y a orillas del Adriático), y San Vital, como un todo, es la gema de esa expresión musivaria que llegó casi inalterada hasta el presente. Esta técnica impacta por la minuciosidad de la tarea que requiere plasmar un dibujo con piedras –teselas– de distintos colores de apenas 1 cm cúbico, o incluso más pequeñas.
Hasta los primeros siglos de la era cristiana, los mosaicos –sobre todo romanos– mostraban diseños geométricos o escenas mitológicas en colores más bien pálidos. Los bizantinos se volvieron sacros. Incorporaron colores fuertes, recrearon pieles con piedras pintadas y sumaron oro a su paleta. Pero además abandonaron los pisos para engalanar paredes, ábsides y cúpulas de iglesias y basílicas, razón por la cual se convirtieron en una de las principales manifestaciones artísticas del imperio.
EL LUGAR DE RÁVENA
Su posición geográfica –rodeada de marismas que complicaban el movimiento de los ejércitos y alejada de las rutas de conquista– contribuyó a la supervivencia de estos mosaicos hasta nuestros días. También ayudó que aquí no prosperara la iconoclasia que tanta obra de arte destruyó en el corazón de Bizancio y, por último, que Rávena brillara durante 150 años. Luego su estrella se apagó.
El enclave dejó de ser un pueblo cuando el emperador Octavio Augusto estableció la base de la flota de guerra romana en el puerto de Classe, a apenas cuatro kilómetros de Rávena, unas décadas antes de la era cristiana. Cuatro siglos más tarde, en el año 402, cuando avanzaron los ostrogodos desde el norte y obligaron a evacuar Milán, se convirtió en la cabeza del Imperio Romano de Occidente y en una próspera urbe.
VIAJE AL PASADO
La basílica de San Vital –desde cuyo ábside nos mira Teodora– es sobria por fuera e increíblemente rica y colorida por dentro; se trata de uno de los ocho monumentos que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad.
Para los amantes del arte paleocristiano y bizantino, esta iglesia produce una experiencia cercana al misticismo. El aire que se respira –una combinación de humedades viejas y un milenio y medio de velas encendidas– crea el ambiente idóneo para ese viaje sin escalas a los orígenes de esta historia. La luz que se cuela desde las ventanas en altura contribuye con su baño de claroscuro.
El edificio está en su nivel original, es decir, 1,20 metros por debajo de la ciudad actual, y, cuando se bajan esos pocos escalones de madera, de un soplo desaparecen 1.500 años. Consagrada en el 547 por el obispo Maximiano (el del panel junto al emperador), San Vital no es la clásica basílica de tres naves, sino que tiene planta octogonal; por eso se la suele comparar con San Sergio y San Baco de Estambul, contemporánea de San Vital y transformada en mezquita con la caída de Constantinopla casi mil años después.
Por fuera se aprecia un edificio discreto con muros de ladrillo y contrafuertes. Por dentro, un arte finísimo cubre cada resquicio tanto en paredes como en columnas, pisos y techos.
Quienes integran la pareja del ábside, el emperador Justiniano y su esposa Teodora, nunca pisaron Rávena, pero aparecen en la parte más importante de la basílica como contundente muestra del cesaropapismo imperante en el primer milenio de la cristiandad.
Los maestros musivaras representaron a la emperatriz con absoluta suntuosidad. Su capa luce un drapeado de increíble plasticidad, si se considera la rigidez del mosaico con el que fue compuesto; un diseño de piedras preciosas cubre la parte superior del atuendo y, en la inferior, un “bordado” representa a los tres Reyes Magos.
Todo este despliegue preciosista se lograba gracias a la extraordinaria expertise en el manejo de las minúsculas teselas de mármol, oro y piedra de las que disponían los virtuosos artesanos, formados en la metrópoli imperial.
San Vital tiene doble altura, con galerías y mármoles que proceden de las canteras de la isla de Mármara, cercana a Constantinopla (hoy Estambul). De esos mármoles del antiguo Proconeso son las columnas veteadas y los capiteles dobles, tallados en algunos de sus laterales con tal delicadeza que parecen bordados. No por nada otras muchas columnas terminaron en Aquisgrán, expoliadas por Carlomagno a fines del siglo VIII.
Una pila bautismal sorprende a ras del suelo, y pisos con mosaicos de factura romana completan la imagen; estos mosaicos son tan protagonistas del esplendor de San Vital como los techos y las paredes. Sirva como ejemplo el complejo laberinto de apenas un metro cuadrado que aparece por allí sin mucha explicación.
ELLA, GALA PLACIDIA
A pocos metros de San Vital, en el mismo predio, el mausoleo de Gala Placidia, bajo y pequeño, enamora tanto o más que la basílica. Es un siglo anterior a la iglesia (425-430) y su interior está revestido de mosaicos y mármoles con la misma profusión, riqueza y belleza. Tiene planta de cruz griega con un techo abovedado cubierto de miles de teselas azules y otras doradas que forman estrellas. Esa composición remite al manto de la Virgen, imagen que, a su vez, se remonta a los techos azules y estrellados de las tumbas del Valle de los Reyes en Egipto.
Un ataúd de piedra, macizo y compacto, con tallas rústicas en su frente, fue ubicado en un espacio pequeño, recorrido en la pared posterior por una greca en dorado y azul profundo. Pero la dama murió en Roma, así que hay dudas de que sus restos alguna vez hayan descansado aquí. No obstante, la pregunta que se impone es otra: ¿quién fue Gala Placidia que se hizo construir una última morada tan imponente? Respuesta: igual que Teodora, emperatriz del panel de San Vital, fue una mujer fuerte. Pero, en este caso, de noble linaje.
Hija y hermana de emperadores, esposa de un rey godo y luego de un cónsul romano, madre de otro emperador y, a su vez, ella misma “augusta” (emperadora) del Imperio romano de Occidente, Gala tuvo una vida novelesca. Nacida alrededor del año 392, en el 410 los godos se la llevaron como preciado rehén para negociar con su hermano, el emperador, las condiciones de la retirada del territorio que habían invadido. Pero Honorio no negoció nada. La abandonó en su cautiverio.
Cuatro años más tarde ella se casó con el rey de los godos que la habían secuestrado, Ataúlfo. Cuando enviudó, Gala volvió a Rávena. Se volvió a casar. La convivencia política con su hermano se complicó y debió escapar a Constantinopla. Tras dos años en el exilio, regresó a la muerte de Honorio para asumir ella misma en calidad de “augusta”, y gobernar durante doce años desde el rol de regente de su hijo.
La historia la presenta bella y refinada en su condición de princesa. También, como la mecenas más importante de Rávena en la primera mitad del siglo V, impulsora de la construcción de muchas iglesias. Entre ellas, la de la Santa Cruz –hoy, del otro lado de la calle y a la que se supone que estuvo unido el mausoleo en su momento– y la basílica de San Juan Evangelista, de la misma época y la única prácticamente destruida cuando fue bombardeada por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
SAN APOLINAR NUEVO
Rávena tuvo un período en el que no fue romana, pero igualmente ganó en esplendor. La invadieron los ostrogodos y uno de sus reyes más destacados fue Teodorico, que también era cristiano, pero de culto arriano y había sido criado en la corte de Constantinopla. Alrededor del año 505, junto a su residencia construyó una basílica palatina revestida de mármol, iglesia que, desde el siglo IX, lleva el nombre de San Apolinar Nuevo.
Es un edificio amplio, con muchas ventanas en su parte superior, que es referencia del arte musivara por la decena de metros cuadrados cubiertos de teselas que hay en su interior. La nave central está flanqueada por 12 columnas de cada lado y encima de los arcos hay dos increíbles mosaicos de 20 metros de largo, cada uno construido con esas mínimas piedras de 1 cm3. En la pared norte se despliega una procesión de 22 mujeres magníficamente ataviadas, con túnicas y aire oriental. En la pared sur, la procesión es de 26 hombres, también con nimbos, y túnicas blancas de aspecto romano. Por supuesto, lo primero que impresiona son las dimensiones de esos mosaicos, pero luego, en los detalles, se ve la exquisitez del trabajo.
Superado el primer impacto, también se descubren algunas perlas. Cuando los generales bizantinos recuperaron el control de la ciudad de mano de los ostrogodos en el año 540, Justiniano impuso nuevamente su ley y la ortodoxia religiosa barrió con el arrianismo. El arte sacro fue el principal afectado. Es muy probable que estos paneles que admiramos hoy no sean los originales que hizo componer Teodorico, el rey constructor, sino que se reemplazaron 50 años después para borrar de la iglesia los vestigios de la herejía arriana. Esto se debe a algunas pistas que quedaron en parte de la composición, las más burdas en uno de los extremos de un panel.
Allí, en la representación de las columnas de un palacio –que se presume era el de Teodorico– se ven, sueltas, dos manos y un brazo. Esto sugiere que el diseño actual con cortinas primorosas entre las columnas no es el original, que quizás retrataba a funcionarios o familiares de la corte del rey godo.
La iglesia tiene tres filas de mosaicos. La más impactante por su tamaño es la de las procesiones; pero encima de ellas, entre las ventanas, hay una veintena de personajes, y más arriba otra franja más pequeña, cercana al techo, todas con el despliegue de la misma riqueza.
Las teselas del ábside no existen más y fueron reemplazadas por una pintura y ornamentación barroca, que nada tiene que ver con la exquisitez musivara de la nave central. También desapareció el piso original y seguro que las paredes de las naves laterales estuvieron cubiertas hace un milenio o más. Aun así, San Apolinar Nuevo sigue siendo un monumento artístico de la humanidad y una visita ineludible en el corazón de la ciudad vieja.
SAN APOLINAR EN CLASSE
A 20 minutos (4 km) del centro de Rávena un colectivo lleva hasta el antiguo puerto de Classe. Parece una zona rural, con pocas casas y muy apacible, y resulta difícil verlo como el enclave militar que fue, sede de la flota más importante del Imperio romano en el Adriático.
Frente a lo que hoy es un descampado, se levanta San Apolinar en Classe, otra basílica tan magnífica como las dos anteriores. A diferencia de San Vital, San Apolinar es pura luz, espaciosa, como es posible imaginar una iglesia en el medio del campo. Fue construida entre los años 532 y 536 y consagrada también en el año 547. Tiene una nave central imponente, del doble del tamaño de sus naves laterales, y separada de estas por 12 columnas de cada lado, aunque las tres parecen fundidas en un solo espacio. Su interior huele a velas y una escalinata (que data del siglo XVIII) lleva al altar, donde todo está preparado para la próxima misa.
Desde la semicúpula del ábside, cubierta de mosaicos, San Apolinar recibe a los fieles con los brazos abiertos en oración. Está en un campo verde, con ovejas que representan a los apóstoles, y sobre su cabeza hay una cruz de grandes proporciones. Estas magistrales composiciones son originales y también tienen 1.500 años. Ese gran ábside está decorado por otros célebres taraceados, que se hicieron a posteriori, entre los siglos VI y XII, como el del emperador Constantino IV, similar al de San Vital, en el que aparece Justiniano.
Las columnas son de mármol veteado en gris y blanco, proveniente también de las canteras del Mármara, y sus capiteles muestran hojas de acanto, como las que se veían en los edificios de Grecia y Constantinopla. Medallones pintados hace apenas 200 años con obispos de la ciudad festonean los dos flancos de la gran nave central, encima de las columnas, y en las naves laterales hay una docena de ataúdes de piedra de distintas etapas.
ADEMÁS, LO DEMÁS
A las basílicas y al mausoleo de Gala Placidia, se suman también los mosaicos que atesoran dos baptisterios de la misma época y una capilla episcopal (los tres son integrantes del grupo de ocho monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), en un piso de 700 m2 de una antigua residencia romana y en una cripta inundada en la iglesia de San Francisco.
La realidad es que, en una primera incursión en Rávena, sus preciados mosaicos dominan la escena y opacan el resto de las expresiones artísticas. Pero hay que darse tiempo para recorrer el Museo Nacional, pegado a San Vital, y la tumba del Dante, que murió aquí en 1321. La ciudad recuerda con muchas actividades cada año a su más ilustre vecino y en el cercano claustro de los franciscanos funciona un museo dedicado al padre de las letras italianas.
La capital de la Emilia-Romaña también es una bellísima ciudad de adoquines centenarios, construcciones bajas y diseño de calidad que se disfruta, en especial, en el casco viejo. Rávena también tiene playas y un delta del Po que puede recorrerse en bici, entretenimientos que no están reñidos con la historia del arte bizantino.
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