Sobre 140 hectáreas de parque condensa naturaleza y arte contemporáneo. Presenta alrededor de 1800 obras de más de 280 artistas de todo el mundo.
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A una hora y media de Belo Horizonte, en el estado brasileño de Minas Gerais, Inhotim es difícil de definir. Algunos dirán que es un gran parque, otros un gran museo. Y puede que sea las dos cosas juntas. Sin embargo, Inhotim es mucho más que el placer de caminar entre orquídeas, la aventura de perderse en laberintos de espejos y el desafío de descifrar la mente de artistas complejos. Inhotim es una experiencia onírica, dónde la belleza y la perfección de los jardines sirven de marco para el derroche de inventiva e ingenio que proponen las distintas galerías e instalaciones de arte.
Queda en Brumadihno, localidad famosa por la extracción de hierro y por el alud de 2019, cuando buena parte de la ciudad quedó destruida y murieron más de 250 personas. Gestado como una entidad privada y sin fines de lucro, que se sostiene de donaciones, nació en la década del ‘80, cuando el empresario minero Bernardo Paz quiso en preservar la zona y luego levantar, en 2006, este museo a cielo abierto de dimensiones extraordinarias. Su ubicación puede resultar azarosa, pero es bien significativa. Inhotim está entre la Mata Atlántica y El Cerrado, que son dos tipos de biomas bien característicos de Brasil. Sobre 140 hectáreas –con más de 4.300 especies botánicas– expone 1800 obras de más de 280 artistas que vienen de 43 países diferentes.
Prevenir para sacarle el jugo
La primera medida para visitarlo será decidir cuándo ir. Como si se tratara de Iguazú, Disney o cualquier otro parque convocante, vale la pena evitar los fines de semana largos y las temporadas muy calurosas, que en el caso de Belo Horizonte van de noviembre a marzo y coinciden con las lluvias. Con un día será suficiente para tener un pantallazo, pero aquellos que puedan disfrutarlo dos días tendrán una versión más acabada de lo que ofrece. Otra cuestión a tener en cuenta es reservar, con tiempo y por la web, lugar en un carrito –tipo golf– que circula por el parque y permite acortar distancias.
Tras el ingreso, nuestra visita empieza con un plato fuerte: Yayoi Kusama. Cerca de la entrada, la G24 está en el sector naranja y es una galería que tiene dos salas. Una se llama Aftermath of Obliteration of Eternity, y es una de las pocas a las que se accede reservando un turno para volver más tarde (que por una cuestión de tiempos nos perderemos). Sí entramos a I’m Here, But Nothing, que está montada como el interior de una casa sencilla, con luz tenue, efecto flúor y lunares –¡cómo no!–, por todos lados. Pasamos tres minutos mágicos con otras seis personas que están igual de dispuestas que nosotras a inmiscuirse, aunque sea por un ratito, en la cabeza de esta japonesa tan brillante como rupturista.
La cosa sigue por la G19, de la española Cristina Iglesias y su Vegetation Room. Es una estructura espejada y laberíntica, con flores y hojas creadas por la artista que se funden con la mata que la rodea. Cómo le pega el sol y cómo inciden las sombras completan la percepción. A unos pasos, la G15 es de Cosmococa. Hay que hacer cola, pero muy rápido se avanza a un hall donde habrá que dejar los zapatos. De ahí, a un gran espacio dividido en cinco salas, donde el aire acondicionado se siente fuerte. Cemento, piedra, colchonetas, hamacas y colchones hacen a esta propuesta dirigida a que no seamos espectadores, sino parte. Ideada por los brasileños Hélio Oiticica y Neville D’Almeida, que son artista plástico y cineasta, nos invita a jugar en otro plano, pero no daré más detalles para no spoilear sensaciones.
De ahí caminamos unos pasos para tomar un carrito (ese que reservamos previamente) y llegar a la G18, de Carlos Garaicoa. Ahora Juguemos a Desaparecer II se llama lo que presenta este artista plástico cubano que mucho sabe de lo efímero y lo permanente. Sobre una mesa cuadrada, una especie de maqueta de edificios y velas se trasluce, se desarma y sobrevive a la llama, pero además se proyecta en una pantalla. Como en todas las galerías, al ingresar un cuidador brinda una indicación clara. “No soplar las velas”, es la prohibición en este caso. En otra será qué tocar y qué no, cómo moverse y cuánto tiempo permanecer. Montada en la sala principal de una casa pequeña, sobre la vereda tiene un banco que se talló sobre un tronco imperfecto y que se replica a lo largo de todo el parque.
Pausa para seguir disfrutando
El almuerzo es en un local de comidas rápidas, que está junto a uno de jugos que ofrece açai, ideal para energizarse en días de calor. Pero hay más restaurantes, algunos de muy buen nivel. Y si bien está el carrito, algunos trechos se pueden hacer caminando. Solo bastará con apoyarse en el mapa que entregan en la entrada para calcular cómo encarar el recorrido, priorizando algunos artistas sobre otros. Porque resultaría imposible entrar en todas las galerías y apreciar todas las instalaciones en un solo día.
Metáfora del bioma donde está ubicado el parque, hay un sector botánico que tiene un Jardín de transición. Frondoso y muy bonito, recrea el paso entre el Bosque Atlántico, entendido como la mata que corre en paralelo al océano, y El Cerrado, que es principalmente sabana. A unos pasos, entre otros jardines que en el mapa se marcan con una letra J, aquí hay también un Jardín para todos los sentidos y otro Jardín desértico, que son un viaje entre especies de diferentes formas, tamaños y verdores. A mano de los visitantes, también en el sector naranja –el más grande del parque–, los jardines son apenas una puesta en valor de tanta naturaleza, en medio de este gran predio bien cuidado por jardineros que circulan a toda hora. ¿El plus? Ir hasta Vandário: un deck cubierto de orquídeas colgantes.
La tarde sigue por la G21, Galería Psicoativa Tunga, que es enorme, totalmente vidriada e insertada en medio del bosque. En desniveles se reparten calaveras, vigas de acero, carbón, nudos y trenzas para darle sentido a In Light of Two World, que el brasileño Tunga presentó originalmente en La Pirámide del Museo del Louvre en 2002. Inspirada en los pintores holandeses que llegaban a estas tierras en el siglo XVII, pone foco en los contrastes y sacrificios que imponía el Nuevo Mundo. Por momentos inquietante, esta galería da cuenta de las extraordinarias dimensiones de Inhotim, que funciona algo así como una veintena de museos Malba levantados en medio de la naturaleza.
Para más juego de espejos duplicados, los de la G14 de Valeska Soares, se combinan con oscuridad y música. Es solo una más entre las tantas galerías permanentes que presentan obras de Cildo Meireles, Miguel Rio Branco, Adriana Varejão, Doris Salcedo, Victor Grippo, Matthew Barney, Rivane Neuenschwander, Doug Aitken, Marilá Dardot, Lygia Pape, Carroll Dunham, William Kentridge y Claudia Andújar.
Finalmente, aunque queda mucho más por ver, como hito de Inhotim está el A12, que al igual que todos los espacios marcados con una letra A son obras de arte o instalaciones. De Hélio Oiticica, el Magic Square fue construido post mortem por su equipo, siguiendo sus textos y maquetas. Figura geométrica bien definida, brilla por sus colores e invita a repensar el concepto de espacio, su finitud y márgenes. Propone e interpela, para que cada uno le dé un sentido. Porque con eso tiene que ver la visita a Inhotim: con el arte que resuena, se resignifica y se hace propio.
Datos útiles
Inhotim. Galerías, instalaciones artísticas y jardines sobre un gran predio divinamente parquizado. Miércoles a viernes de 9.30 a 16.30 horas; sábados, domingos y feriados de 9.30 a 17.30 horas. Entrada general R$50 (u$s 10), pero hay a mitad de precio. Los menores de 5 años no pagan. Para reservar el carrito hay que pagar R$35. Conviene hacerlo con antelación. Rua B, 20 Fazenda Inhotim, Brumadinho, Minas Gerais. T: +55 31 3571-9700. IG: @inhotim
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