Están en el Museo de Arqueología de Alta Montaña, en Salta, y fueron hallados en una polémica expedición en 1999; estudiaron los cuerpos a través de tomografías computadas y tienen un enorme potencial científico; se trata de chicos enterrados en el marco de una ceremonia de la cultura inca
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SALTA.- “Es el sitio con cuerpos y objetos arqueológicos más alto de todo el planeta. Conserva las momias mejor preservadas del mundo”, asegura la licenciada Gabriela Recagno Browning, antropóloga y directora del Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) de Salta capital. Habla del volcán Llullaillaco, en la cordillera de los Andes, justo en el límite con Chile. Y enseguida repasa la expedición en altura –6739 metros sobre el nivel del mar– que hizo la National Geographic en marzo de 1999. Fue con un grupo de montañistas y arqueólogos peruanos y argentinos, liderado por el científico estadounidense Johan Reinhard y por la antropóloga, montañista y arqueóloga argentina Constanza Ceruti, donde encontraron momias intactas.
“Contienen todos sus órganos y su sangre. Las estudiaron a través de tomografía computada. Tienen un enorme potencial científico. Son portadoras genéticas de la historia cultural inca. Y son el resultado de la ceremonia más importante que practicaba este pueblo ancestral: la ofrenda de vidas humanas”, agrega la antropóloga, especializada en arqueología.
Veintidós años después de aquel hallazgo –que por escasos metros es argentino y no chileno– LUGARES recorrió el laboratorio del MAAM, junto con la directora y también con Fernanda Zigarán, la técnica que está a cargo del área de investigación. Visten delantales blancos y usan guantes. La temperatura es baja y la sala tiene presión negativa, es decir, que la puerta se cierra y se abre con un sistema de fuerzas que evita que las partículas contaminadas puedan entrar. Mientras con un pincel trabaja sobre restos del ajuar funerario que descubrieron enterrado con los cuerpos que tienen más de 500 años, Recagno explica: “Reinhard creía que en Llullaillaco probablemente quedaban ofrendas, porque había una estructura que así lo indicaba. Pero no sabía si eran humanas... Solo tenía la sospecha de que ahí se había celebrado la ceremonia llamada capacocha”.
Entre tumbas y ofrendas
“En todo el Tawantinsuyo –el imperio incaico sobre los Andes– hay ofrendas humanas en lugares sagrados. Se hacían para pedir una buena cosecha o por el éxito de un nuevo gobierno, por ejemplo. La ceremonia consistía en seleccionar un niño de clase alta, llevarlo a Cusco –capital del imperio–, que reciba la bendición del soberano y trasladarlo en caravana hasta el lugar de la ofrenda, acompañado por sacerdotes y por su familia. El niño era enterrado a un metro y medio de profundidad, con vasijas, comida, ropa y otras ofrendas que llegaban de varios puntos del imperio. Había hasta plumas del Amazonas. Eran regalos que los iban a acompañar en su próxima vida”, describe la directora del museo que se inauguró en 2004, depende del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la provincia y está cada vez más abocado a la investigación.
Una vez en la sala Llullaillaco, los mapas que cuelgan de las paredes invitan a comprender los alcances del imperio, entre las vitrinas con estatuillas decoradas con muchas de las ofrendas que se encontraron junto a las momias, y que denotan una gran diversidad de materias primas, colores y formas con múltiples significados para representar en miniatura las creencias de los incas.
Durante la recorrida, la experta detalla que la colección expone a los tres menores del hallazgo –La Doncella, La Niña del Rayo y El Niño–, pero que los presenta de a uno por vez, para preservarlos. Los cambian cada cuatro o cinco meses.
Además, entre lo más llamativo del ajuar mortuorio de Llullaillaco, hay un conjunto de estatuillas antropomorfas femeninas confeccionadas en oro y spondylus pertenecientes a la Niña del Rayo. Son figuras vestidas con accesorios característicos de la elite incaica, que dan cuenta del rango de las mujeres representadas y de sus características étnicas. Al Niño, en tanto, lo encontraron rodeado de lanas de camélidos. Por otro lado, Alrededor de La Doncella sobresale un tocado ceremonial femenino de gran tamaño (comparado con otras ofrendas) que está cubierto con plumas blancas engarzadas y confeccionado en lana.
Como informan las láminas en el museo, el volcán donde aparecieron las momias es mucho más que el lugar donde estaban las tumbas y las ofrendas. Llullaillaco contiene varios sitios relacionados que van desde la base hasta la cima, entre las laderas de las montañas, donde todavía hay estructuras que hace más de 500 años funcionaban como campamentos para detenerse durante las caravanas de ascenso. Los niños aparecieron en el interior de una estructura rectangular –plataforma ceremonial– donde posiblemente se llevó a cabo el rito de la ofrenda, pero en aquella cima secundaria donde los encontraron también había dos recintos o chozas dobles y una estructura semicircular abierta.
“Sabemos que habían consumido chicha –alcohol de maíz– y que por eso estaban adormecidos cuando los enterraron. Tras la caminata, murieron congelados en su tumba. En este caso no hubo violencia en la ofrenda. En otras capacochas, como la de Chuscha –cerca de Cafayate–, la momia tiene un lanzazo en el omóplato”, indica Recagno. Y agrega que se cree que El Niño, que tenía alrededor de siete años, murió antes de llegar a la cima porque lo encontraron enterrado ya atado.
La Doncella es quizás la más impactante de las tres momias. A través de una cápsula que la protege, se puede observar a la joven que tenía 15 años. Luce un vestido ajustado con una faja decorada con motivos geométricos y los hombros recubiertos de un manto sostenido por un tupu –gancho– de plata. Mención aparte merecen los polcos –zapatitos cerrados de cuero de camélidos– que visten La Doncella y el resto de los niños, porque hablan del estatus divino que se les atribuía. Según la creencia inca, para poder ingresar en un lugar sagrado, las personas comunes debían descalzarse. Ellos, en cambio, fueron enterrados con sus zapatos puestos.
Lugares sagrados
La antropóloga cuenta que para comprender del todo la propuesta del museo hay que empezar por la historia de los incas. “Antes de estar frente al niño que se presenta, hay que hacer un recorrido por las salas que permite conocer esta cultura. Porque para los incas la muerte tenía un significado distinto al que tiene para muchos de nosotros. La muerte de estos niños no era un final. Era un viaje para convertirse en dioses, encontrarse con sus ancestros y proteger los territorios que el imperio iba anexando. Era una ceremonia religiosa, pero también política”, apunta la antropóloga.
Comprometida con la causa de comunicar esta cultura, la directora del museo no niega las controversias que genera el museo. Están los que se escandalizan frente a ofrendas humanas –y más aún, de niños–, y aquellos que están en contra de la profanación de un lugar sagrado. “El MAAM siempre ha sido un museo polémico. Sin embargo, su aporte a la diversidad cultural es lo importante. En este país se ha negado sistemáticamente nuestra identidad indígena. Para nosotros es fundamental rescatarla. Todos los museos del mundo tienen momias. Pero como estas se mantuvieron congeladas y por eso tienen carne, generan más impresión”, plantea.
Y agrega: “La expedición, que es previa al museo, generó controversia por sacar un cuerpo humano de un lugar sagrado. Si a mí me preguntás, yo no las hubiera sacado. Pero ahora que están abajo, me toca cuidarlas y preservarlas. Y lo cierto es que en la actualidad los arqueólogos trabajamos en diálogo con comunidades. Ya no se tocan más lugares sagrados si no es con permiso y acompañamiento de la gente del lugar. Por otro lado, ¿a quién le pertenecen hoy los niños de Llullaillaco? No sabemos. Porque por ahí son cercanos a Cusco, pero no se sabe con exactitud de dónde”.
El meticuloso cuidado de las momias
En este sentido, repasa cómo hizo –y sigue haciendo– el MAAM para velar por la criopreservación de estas momias. “El ingeniero Mario Bernaski con su padre, Marcelo Bernaski, diseñaron la cápsula que conserva estas momias únicas y sin precedentes. Lograron replicar la temperatura a 20 grados bajo cero y las condiciones de asepsia de la montaña con las cenizas volcánicas. El INVAP, que depende del Instituto Balseiro, las fabricó y el resultado es exitoso. Tienen mucho nitrógeno y muy poco oxígeno. Los niños están sobre una balanza que controla que no haya alteraciones en el peso, que sería indicador de que algo anda mal. La iluminación al exponerlas también es especial: filtra los rayos UV”, afirma.
Cuenta que cada vez que las momias se manipulan, se hace con un traje específico, máscara, guantes y por no más de 20 minutos. ¿Qué ocurre frente a un corte de luz que afecte a las cápsulas? Salta el grupo electrónico y, si este fallara, tienen otro equipo que funciona a gas. Siempre con el objetivo de preservar las momias de Llullaillaco: un tesoro arqueológico que invita a abrazar lo más intrínseco de la cultura inca.
Datos Útiles:
Museo de Arqueología de Alta Montaña. Bartolomé Mitre 77, Salta capital. T: (387) 437-0592/93. www.maam.gob.ar Abre de martes a domingo de 11 a 19 horas. Lunes, cerrado. Feriados con horarios a confirmar. Ubicado frente a la plaza central, además de la sala dedicada a los Niños de Llullaillaco cuenta con otras muestras referentes a la cultura andina. Por pandemia solo se ingresa previa reserva de turnos por www.turnos.culturasalta.gov.ar/maam Reciben 80 personas por hora. Hacen visitas guiadas por código QR. Las entradas cuestan $400 para extranjeros; argentinos, $300; salteños, jubilados y pensionados nacionales y estudiantes, $150. Entran gratis los menores de 12 años, personas con discapacidad y un acompañante y guías de turismo profesionales.
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