De madera o de piedra, con cúpulas multicolores o no, pares o impares según lo que representen, blancas por fuera y todo lo contrario por dentro
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El itinerario vincula ocho emblemáticos mojones de la fe y arranca en Kizhi, islita de 1 km de ancho x 6 km de largo, gran museo a cielo abierto y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco al que se llega navegando el lago Onega. La isla pertenece a la república rusa de Carelia; queda a 220 km de la frontera con Finlandia y a una hora y pico de vuelo desde Moscú. Sus edificios relevantes integran el “pogost” (centro religioso) con dos iglesias, un campanario y un pequeño cementerio.
KIZHI
EL ÁLAMO DE LOS CARELIOS
Las 22 cúpulas de la preciosa iglesia de la Transfiguración parecen cubiertas por escamas de asombrosa simetría: son las tejas planas de álamo moldeadas con vapor en un número superior a treinta mil. Los maestros carpinteros del norte ruso usaban álamo por su plasticidad y porque con el paso del tiempo vira a un gris que, desde lejos, se ve plateado. El número de cúpulas, como en toda iglesia ortodoxa, responde al canon bizantino: aquí se buscó representar a Jesús, sus discípulos (12) y las jerarquías de los ángeles (9).
Durante siglos, en el territorio que va prácticamente desde San Petersburgo hasta el Ártico, en la Rusia europea (no incluye el norte de Siberia) las edificaciones se levantaron a fuerza de ensamblar y calzar troncos, sin un clavo. La iglesia de las 22 cúpulas también fue hecha así, y se la menciona por primera vez en una crónica de 1563, pero la actual tiene 150 años menos y carga sobre sí varias restauraciones.
El pogost se salvó de ser bombardeado por los nazis, en diciembre de 1941, porque el piloto finlandés que debía ejecutar la orden no logró distinguirlo por la nieve.
En los 60, el gobierno soviético reconoció en la arquitectura de madera del norte ruso una herencia medieval valiosa. Encaró así un proyecto para relevar la región en busca de ejemplos destacables –casas, graneros, molinos e iglesias– con el fin de desmontarlos y ensamblarlos en Kizhi.
La isla alberga más de 80 estructuras históricas de madera y luce tan cuidada como una maqueta. Sin vehículos a motor, sólo se ven unos pocos carros tirados por caballos para pasear turistas. Y no hay dónde pernoctar. Aquí sólo se escucha, cada tanto, el tañer de las campanas de la capilla del arcángel Miguel, que se ve en la senda que lleva a la minúscula iglesia de la Resurrección de San Lázaro, la estructura de madera más vieja de Rusia.
PSKOV
LOS MEJORES FRESCOS
Unos 600 km al sur de Kizhi, cerca del límite con Estonia, se levanta la muy antigua Pskov. Fue ciudad estado, república, el lugar donde firmó su abdicación el último zar, Nicolás II Romanov, y es sinónimo de iglesias y monasterios medievales.
En el casco urbano, los blancos templos que desafiaron los bombardeos alemanes atraen por su sencillez. Pskov también tiene su kremlin, recinto amurallado que protegía la ciudadela. Muy cerca de él –y de un Lenin enorme con su brazo extendido– se ve una iglesia de una sola cúpula, negra: es la de los arcángeles Miguel y Gabriel, de 1339.
El monasterio Mirozhki (1156) asoma en una suerte de península, en la confluencia del Mirozhka y el Veliky; cuando el agua sube el edificio queda aislado, circunstancia que hace más increíble aun que en la catedral de la Transfiguración se hallen los frescos medievales más antiguos y mejor conservados del patrimonio ruso.
A pasos de la puerta, de piso a techo, los frescos resisten las crecidas con el azul predominante de sus colores. Las paredes se leen como un libro, hacia la derecha, y muestran escenas del Nuevo Testamento. Las imágenes son bizantinas, es decir planas. En la representación de La Última Cena los apóstoles no comparten el pan, sino pescados del mar de Galilea.
PECHORI
LAS CATACUMBAS
Por la ruta que lleva a Estonia y 53 km al oeste de Pskov se halla un monasterio muy visitado, activo desde hace más de 500 años. Pechori está demasiado cerca del límite, y el haber quedado del lado estonio cuando se corrió la frontera lo salvó de la destrucción en los primeros años de la Revolución de 1917.
Por su estratégica ubicación y por estar amurallado con paredes de dos metros de espesor y más de 700 metros de largo, cumplió un rol defensivo. Tiene nueve torres y tres accesos. El gran campanario en dos niveles es típico del siglo XVI, el estilo arquitectónico de Pskov. La fachada colorida y barroca –clásica imagen de Pechori– data del siglo XVIII. El techo a dos aguas incluye cinco torres alineadas, con ventanales a los costados y un fresco al frente; sobre las torres pintadas en azul y dorado, hay otro ventanal más chico. Lo coronan las cúpulas cebollitas, que concluyen en una cruz.
Son diez las iglesias del monasterio –no todas abiertas al turismo–, pero aquí lo remarcable son las cuevas donde vivieron los primeros monjes y sobre las que se construyeron los templos. Esas cuevas hoy son catacumbas para el descanso eterno de casi diez mil monjes. Las siete galerías subterráneas, celosamente custodiadas, suman más de 200 metros de longitud.
SOLOVETSKI
PRISIÓN ZARISTA Y GULAG BOLCHEVIQUE
Desde 1430 vigila las frías y tempestuosas aguas del mar Blanco. Apenas 165 km al sur del Círculo Polar Ártico, el monasterio de Solovetski fue un centro espiritual del cristianismo ortodoxo y el faro cultural de ese territorio durante la Edad Media. Su ubicación fronteriza le permitía para frenar las invasiones europeas, de ahí que la corte lo financiara. Pero su principal fuente de recursos era la sal que extraía, procesaba y vendía a toda Rusia.
Solovetski era un monasterio rico, célebre por su taller de íconos y su biblioteca, por sus manuscritos antiguos y por las obras de ingeniería y arquitectura que desarrollaron los monjes en el archipiélago. Ya en época del zarismo durante cuatro siglos sus celdas habían dado cobijo tanto a monjes como a presos políticos. Y con la llegada de la revolución de Octubre la fortaleza inexpugnable perdió su status religioso y se convirtió en gulag.
El soberbio edificio medieval de Solovetski fue el primer campo de prisioneros soviético y, en su momento, el más grande del norte de Rusia. Por allí pasaron más de 80.000 prisioneros entre opositores a la revolución, religiosos, militares zaristas y presos comunes.
Destruida y esquilmada su riqueza artística y patrimonial, tras la caída de la URSS, en 1991, la iglesia ortodoxa recuperó el edificio y los monjes lograron restituirle su esencia religiosa.
SAN NICOLÁS
EL SANTO MILAGRERO
Moscú concentra el mayor patrimonio en monasterios ricos y grandes; también tiene decenas de iglesias y capillas de los últimos 900 años, muchas con historias insólitas. La de San Nicolás, en Khamovniki, a unas 20 cuadras del Kremlin, en la zona de Park Kulturi, se destaca por sus pinturas e íconos. De estilo barroco moscovita, es una de las más bonitas de la capital rusa, aunque casi ni figura en las guías turísticas.
Su campanario es la joya del barrio de Khamovniki, en el que se luce su maestro campanero cuando llama a la oración con mini conciertos de diez minutos. La iglesia fue consagrada en 1625 a San Nicolás “el milagrero”, querido miembro del santoral ruso muy venerado en la zona del Ártico, y que no es otro que San Nicolás de Bari, también conocido como de Myra.
Restaurarla, tras los daños sufridos con los incendios de 1812 para frenar el avance de las tropas napoleónicas, demandó años. Un siglo después, durante las siete décadas del régimen soviético, la iglesia –dato curioso– no fue cerrada y siguió oficiando misa, pero no pudo evitar que le quitaran 82 kilos de oro y plata como contribución a la revolución.
Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, un hecho puntual tuvo al templo de protagonista: la traza de una nueva avenida multicarril de varios kilómetros impactaba de lleno en San Nicolás. Y parece ser que el propio Stalin cambió ese destino. Verdad o mito urbano, la cierto es que la Av. Komsomolsky se construyó con una notoria curva que evita la iglesia.
CRISTO SALVADOR
LA PISCINA MÁS GRANDE DEL MUNDO
Desde San Nicolás en Khamovniki y en dirección a la Plaza Roja, se llega a la catedral, construida en homenaje a los caídos durante la invasión napoleónica de 1812, con su cúpula lobulada –a imagen de San Pedro, en el Vaticano– y una fachada con llamativas esculturas y alto relieves. En 1931, el gobierno bolchevique la voló en pedazos, con explosivos, para construir el Palacio de los Soviets, que se proyectaba como el más alto del mundo: 415 metros hacia arriba y rematado por un Lenin de cien metros. Pero la invasión nazi de 1941 interrumpió los planes.
En 1958, ya muerto Stalin y con el predio todavía en suspenso, el proyecto se cambió por una gigantesca piscina al aire libre, destinada también a ser la más grande del mundo: 129 metros de diámetro, capacidad para miles de personas y calefaccionada para contrarrestar los –15 °C invernales.
Colapsada la URSS, la piscina dejó de existir: había que recuperar la catedral, que pudo replicarse con los planos originales a un costo de 200 millones de dólares. Con cinco cúpulas, la principal la eleva a 103 metros de altura. Mármoles en pisos y columnas, y un arte exquisito desplegado en las paredes. En el mismo edificio conviven una catedral arriba y una iglesia abajo. No faltan una galería histórica, dos museos y un mirador –imperdible– que rodea la cúpula principal, con una panorámica única del río Moscova y el Kremlin.
Cristo Salvador es la iglesia ortodoxa más alta de Rusia en la que caben diez mil personas.
NOVODEVICHI
LAS MONJAS SE JUGARON
El monasterio de Novodevichi, en estilo barroco moscovita, fue fundado en 1524. Conocido como “el pequeño Kremlin” por sus tesoros en obras de arte, allí iban a parar esposas, hermanas e hijas de zares para alejarlas de por vida de la posibilidad para acceder al trono. Toda esa nobleza femenina, así como los familiares que borraron sus derechos sucesorios, legaron cuantiosas fortunas al monasterio a lo largo de 400 años.
La catedral de cinco cúpulas dedicada a Nuestra Señora de Smolensk es el edificio más antiguo del complejo. E inmensamente rico es el iconostasio de siete niveles, donde el oro de la estructura opaca las decenas de íconos que lo cubren. Cuatro soberbias columnas de un metro y medio de espesor sostienen el techo abovedado y varias cúpulas pequeñas. En lo alto, ángeles bizantinos recuerdan el origen de la fe cristiana entre los rusos. En las paredes, un tromp l’oeil poco refinado imita cortinas. Sobre ellas, a casi dos metros, una franja en eslavo antiguo recorre la planta de la iglesia.
Cuando en 1812 Napoleón invadió Moscú, furioso ante el escenario de la ciudad vacía e incendiada, ordenó volar el monasterio. Los soldados pusieron las cargas de dinamita y las encendieron, pero no contaron con la audacia de las monjas que lograron apagar las mechas e ipso facto esconderse para salvar sus vidas.
Novodevichi también es patrimonio de la Unesco. En un cementerio lateral descansan personajes célebres de la literatura y el cine rusos, e incluso el expresidente Boris Yelsin.
SÉRGUIEV POSAD
EL VATICANO ORTODOXO
En esta antigua ciudad a 70 km de Moscú, opera desde la Edad Media un centro espiritual de la iglesia ortodoxa: el monasterio de la Santísima Trinidad. Su arquitectura es tan bella y su historia tan rica que lo llaman el “Vaticano ortodoxo”.
Hasta sus puertas llegó, en 1380, el príncipe Dimitri Donskoi con su ejército a pedir la bendición del abad para ir al combate contra tártaros y mongoles. Quien hoy es San Sergio Radonezh, santo muy venerado, no sólo se la dio, sino que envió a dos de sus monjes guerreros con él y le vaticinó que saldría triunfante de su combate contra el infiel. Por esto, San Sergio está asociado con el renacimiento espiritual de Rusia.
De las varias iglesias y edificios monásticos, destaca el campanario barroco que, con sus 88 metros de alto, supera cómodamente al del Kremlin de Moscú. Su silueta estilizada, con cuatro niveles de columnas y pintado de blanco y el verde agua imperial, se divisa desde lejos detrás de las murallas. La campana principal pesa 72 toneladas y reemplaza a la que destrozaron los bolcheviques antes de cerrar el convento.
Todo es color en el complejo edilicio. Y en el conjunto arquitectónico se destacan, además del grosor de sus murallas, la docena de cúpulas en dorado, negro o verde que coronan las construcciones.
La catedral de la Trinidad, de piedra blanca, es la estructura primigenia del monasterio, erigida en 1422. Está pintada de arriba abajo y los techos sobre los que se asientan tres de sus cúpulas tienen unas impresionantes imágenes de María, el niño Jesús y el Pantocrátor que bendice al mundo.
Fue para esta iglesia que el principal pintor de íconos de todas las épocas, Andrei Rublev, creó su obra más trascendental: la Trinidad. Esa pintura al temple en madera –hoy en la galería Tretyakov, de Moscú– fue reproducida al infinito y se la considera obra clave de la iconografía rusa.
La catedral de la Asunción, concebida a imagen de la homónima del Kremlin moscovita, alberga la tumba del zar Boris Godunov y sus frescos datan de 1684.
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