Quiénes son y cómo viven los integrantes de La Nueva Esperanza, la aldea menonita de La Pampa.
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Por el camino avanza un carro ligero, con neumáticos, tirado por un caballo y conducido por una mujer joven. No está sola. Otras tres la acompañan. Todas llevan vestidos oscuros y sombreros claros de ala ancha. Una bella foto de otra época.
Nuestro auto avanza y cuando estamos a punto de cruzarlas, las cuatro automáticamente dan vuelta la cara, ocultándose de la cámara.
Nos va a pasar muchas veces en la colonia menonita pampeana de La Nueva Esperanza. Sobre todo con las mujeres, que suelen ser muy tímidas y se sienten incómodamente observadas.
El vehículo es un buggie, el clásico medio de transporte de la colonia, ése en el que se maneja todo el mundo: las mujeres para hacer las compras, los chicos para ayudar a los padres, los adultos para desplazarse y todos para pasear dentro del predio porque el buggie no sale a la ruta.
La uniformidad es algo distintivo de la colonia. Uniformidad en los buggies, uniformidad en los formatos de casas y galpones, uniformidad en la vestimenta de la gente.
Los hombres usan estricto mameluco azul y gorra. Las mujeres, vestidos cerrados, con corte a la cintura y por debajo de la rodilla, que ellas mismas cosen.
Los vestidos se van oscureciendo a partir de la adolescencia. Las telas, amarronadas o violáceas, con dibujos en negro, cubierta la cabeza con un único modelo de sombrero, donde la variedad está en la cinta ancha de colores que rodea la copa.
Si no, pañuelo negro, enmarcando siempre una mirada clara.
Las nenas –delicadas, tímidas, ajenas a gritos y berrinches– se ven etéreas, con su piel increíblemente blanca y ojos de color aguamarina. Usan el mismo tipo de sombrero de ala ancha, pero, si llevan pañuelo, es blanco con flores.
De las mujeres, son pocas las que no se ocultan y contadas las que se comunican y dejan fotografiarse abiertamente. La gran excepción fue Helena Rempel, que sí lo hizo, y nos contó un poco de su vida. Que estaba por casarse, que no le gustaba coser y que sí disfrutaba de la cocina y de preparar tortas para sus hermanos. Tiene 20 años y aprendió castellano en su casa. El derrotero de su familia comenzó en el sur de Alemania, su abuelo nació en Belice, su papá en México y ella y sus hermanos en La Pampa.
De castellano, ni hablemos
Como la mayor parte de las mujeres se dedica a las tareas del hogar, tienen muy poca vinculación con el mundo exterior y en general no hablan castellano, o muy poco.
Esto es lo más sorprendente de la colonia: que en territorio argentino el Estado no respalde la igualdad de oportunidades a través de lo más básico que es garantizar el derecho de sus habitantes a comunicarse en castellano. Cuando el Estado aceptó la instalación de la colonia menonita en Guatraché delegó la educación de los niños en las autoridades de la propia colonia y el resultado es que no conocen historia argentina ni geografía americana y que en la escuela no les enseñan castellano, sólo alemán.
Los varones aprenderán castellano por su cuenta, como puedan, pero nunca a través de un maestro. Y las mujeres lo harán a través de los varones de la familia.
“Aprendemos español porque siempre tenemos gente de afuera acá”, dice Gerardo Rempel, dueño de la metalúrgica Metalmen. “Y así se aprende”. En su casa, como en las otras, se habla plattdeutsch, un idioma de raíz alemana y holandesa.
Pasar de banco
David Loewen es el maestro del campo 1 y ejerce desde el 2012. Lo eligieron los padres cuando se fue el anterior docente. Con 35 años, es de los primeros nacidos en La Nueva Esperanza. La búsqueda del maestro empieza en la colonia, pero si no se encuentra a alguien idóneo lo traen de otras, incluso del exterior.
Siempre son varones, que se forman en la tradición menonita, sin instrucción específica formal.
La educación se imparte de los 6 a los 13 años, con programa y calendario propio: desde noviembre hasta Navidad, y desde el 15 de marzo hasta fines de julio. “Es una costumbre antigua”, explica.
Loewen tiene 48 alumnos, de diferentes edades, y llegó a tener 56, pero dice que todos son respetuosos. Y sabe que su autoridad es indiscutida.
Los niños se sientan separados por sexo y con otra peculiaridad: los mayores adelante y los más chicos atrás, en un orden jerárquico dado por la edad. Así, “los chicos que entran (los más chicos) ven cómo tienen que comportarse”, explica.
Ana Lía Di Meo, nuestra guía, bromea con que los chicos “pasan de banco”, no de grado.
Sin próceres
El aula es grande y en el centro hay una estufa. Llaman la atención sus paredes descarnadas. Aquí no aparecen San Martín, ni Belgrano. Pero tampoco hay láminas de nada. Solo dos cuadros, uno con el abecedario y otro con los números del 1 al 100.
“Enseño con la Biblia, en alemán”, explica David.
En verano, la jornada comienza a las 7:30 con la enseñanza del catecismo, luego sigue con cantos litúrgicos, la lectura de la Biblia y finalmente, escritura. Las matemáticas quedan para después del almuerzo, y el español no existe.
Tal vez por el estilo de enseñanza, donde su único material de lectura es el libro sagrado, no son muchos los adultos que tienen el hábito de leer. Quienes lo hacen, recurren a la Biblia, el diario menonita que les llega del exterior o, a lo sumo, la vida de Menno Simons, el sacerdote que lideró a quienes optaron por separarse del protestantismo en 1527 en busca de volver a las bases con la religión. De allí el nombre de “menonitas”, seguidores de Menno.
Tal vez en esta ausencia del hábito de leer literatura o historia resida también la dificultad para hacer un relato detallado, tanto de la vida familiar como de la colonia. Son pocos los que conocen de dónde llegaron originariamente sus ancestros. ¿De Holanda, de Alemania, de Rusia? No recuerdan.
La historia ubica a los primeros menonitas en Frisia, en el norte de Holanda; el idioma, en el sur de Alemania mientras que los pañuelos blancos de las nenas, con flecos y flores, tienen un claro origen ruso.
Una vida sencilla, con la religión como eje
La vida espartana que llevan los menonitas en su casa está en línea con no apartarse de su misión que es servir a Dios.
Se lo ve en la vestimenta sin vanidades de hombres y mujeres, en la vida hogareña sin entretenimientos, en el rechazo a comodidades básicas como la cabina en los tractores o la luz eléctrica en las casas.
La tecnología está limitada al uso laboral y los menonitas llevan un estilo de vida austero que se asemeja a cómo se vivía en el campo hace más de 100 años.
Tampoco se permite la música, salvo la sacra. Y en Guatraché se repite desde hace años la anécdota de un padre que destrozó a martillazos un radiograbador de su hijo en cuanto se lo vio.
El entretenimiento no tiene espacio en la vida personal de los menonitas, aunque sí van de visita a casa de familiares o amigos, dentro o fuera de la colonia. De chicos, juegan “a trabajar”, a manejar un tractor, a usar herramientas, a ayudar a los padres en las actividades de campo o del taller. Y de grandes es poco el tiempo que les queda libre.
Rezan por la Argentina
Los menonitas no votan, no participan en política, no se anotan en planes sociales ni tampoco reciben jubilación. Cuando los padres ya no pueden trabajar, los hijos se ocupan de su manutención.
Se trabaja de sol a sol, seis días a la semana, y el domingo se va a misa y se descansa.
Los integrantes de La Nueva Esperanza llegaron de México y de Bolivia, los dos países de América Latina con mayor cantidad de colonias menonitas, pero su aspecto es alemán, con pieles muy blancas, ojos claros y, en general, buena estatura.
Penner cuenta que están contentos en La Pampa. “Vinimos, y nos gustó Argentina”, dice. Reconoce que los primeros años fueron duros. Años de poca lluvia, cosechas malas y encima un tornado que se llevó muchos techos. Fueron años “muy desparejos. Todo era complicado”, explica. “Pero estamos felices. No tenemos quejas. No estamos mal. Hay países que están más feos que acá”.
Y con su amplia sonrisa, como ratificando que está contento con su familia y sus 46 nietos, agrega: “Oramos todos los domingos por el país”.
Mirar para adelante
En el comedor de Isaac Fast hay varias mesas ocupadas. Ninguno de los comensales es menonita. Es gente que trabaja con ellos o que viene por negocios. En la cocina trajinan madre e hija. Apenas hablan algo de castellano. Fast llegó a La Pampa con siete años, en el primer contingente que vino de México. Sus padres y hermanos “vivieron acá hasta el ´91 y ahí se fueron todos a Bolivia, menos yo”. Dice, y cuenta que fueron a pasear, les gustó y se quedaron. Pero a él le gusta La Pampa. Aquí se casó, tuvo seis hijos y no contempla otro traslado fundamentalmente porque su familia se siente cómoda en La Nueva Esperanza. Ahora está pensando en sumar a su comedor un servicio de alojamiento, en principio para viajantes y remiseros.
Del mismo modo, Jacobo Wieber está pensando en ampliarse. Tiene 4 hectáreas y quisiera comprar algunas más porque su familia crece y lo necesita. Pero reconoce que comprar tierra ahora es difícil. También tiene una historia de emigración en su familia. Se abuelo se fue de Rusia a Canadá, de allí a México y finalmente a Bolivia. El conoce Bolivia pero no le gusta porque hay mucha pobreza. Le gusta La Pampa, el campo, aunque trabaja en metalurgia porque le rinde más. “Esta colonia se ve más linda porque hay fábricas”, dice y se le ilumina la cara.
Otro ejemplo es Gerardo Rempel. Llegó de México con su familia a los 12 años y hoy tiene una pyme que fabrica silos. Está asociado con su hermano, que vende chapa. Como a todos, la pandemia le afectó al negocio. “Se atrasó todo mucho, no se podía entregar”, dice. Pero sigue adelante con su fábrica, vendiendo a todo el país.
Isaac Penner resume la situación de los menonitas y dice que no son migrantes temporales, que llegaron para trabajar y es lo que hacen. “No vinimos como cualquier otra persona que trabaja un tiempo y se va. Nosotros vinimos a trabajar a Argentina y por Argentina”.
Polo industrial
La colonia La Nueva Esperanza es el polo industrial en Guatraché. Tiene un centenar de pymes, principalmente metalúrgicas, pero también carpinterías, tambos, fábricas de quesos y grandes almacenes de insumos de campo. Dan trabajo a 200 personas en la colonia y a remiseros que realizan todos los traslados de los menonitas hacia y desde la colonia.
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