Con la edición de la 12º edición de la Bienal de Escultura, la capital chaqueña reafirma su condición de referente internacional en ese arte.
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Caminar por las calles de Resistencia significa toparse con obras de los mejores escultores argentinos y extranjeros de los últimos 60 años. Aparecen en esquinas, boulevares, plazas y plazoletas del centro de la ciudad y cada vez en un radio más amplio, según un plan maestro trazado hace unos 15 años.
Así, con 656 obras emplazadas en el espacio público, la capital del Chaco se ha convertido en la Ciudad de las Esculturas, en Capital Nacional de las Esculturas, en Capital de las Esculturas del Mercosur y el desafío de largo plazo es que la UNESCO reconozca el valor de este patrimonio único en alguna de sus categorías. Pero ¿cómo se originó este proyecto?, ¿Cómo se sostuvo en el tiempo? ¿Cuál es la magia que hace que obras valiosas se exhiban en el espacio público sin rejas y sin ser vandalizadas?
La historia reconoce a dos visionarios, dos hombres de distintas generaciones que llegaron a conocerse y que, por distintos caminos, impulsaron la misma idea: llevar el arte a la gente.
Todo comenzó en la década del ‘60. Los hermanos Aldo y Efraín Boglietti hacía casi 20 años que se habían instalado en Resistencia desde su Santa Fe natal y habían convertido su casa en un espacio de cultura y vanguardias que fue bautizado “El Fogón de los Arrieros”.
Amigos de artistas, músicos e intelectuales, la casa de los Boglietti siempre fue un ir y venir de gente. Tanto en la original en Brown al 100 donde se establecieron en 1943, como en la definitiva, dos cuadras más cerca de la plaza central, a la que se mudaron en la década del ‘50.
A lo largo de esos años, el Fogón se había poblado de obras y objetos que Aldo le había ido pidiendo a la troupe descontracturada y creativa que era parte de la concurrencia habitual. “Tenía un atractivo con la gente, se hacía amigo”, cuenta Daniel Moscatelli, presidente del Fogón. “(Jorge) Romero Brest, que era el director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, era amigo de Boglietti y mandó muchas obras”, agrega.
Así, las paredes estaban cubiertas y no había lugar de la casa que no estuviera abarrotado de esculturas, pinturas, grabados, retratos, fotos y simplemente objetos firmados o con alguna impronta de quien lo había legado. Cada obra u objeto provenía de un amigo de nombre reconocido, muchos ya artistas consagrados.
Pero, curiosamente, todo ese acervo, esa riqueza de vanguardias y diferentes estilos, le quemaba en las manos a Aldo. Pensaba que no podía ser solo parte del disfrute de quienes se acercaban al Fogón. Tenía que ampliarse el auditorio, compartirse con la comunidad. Literalmente, ese arte debía “salir a la calle”. Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo lograr que estuviera al alcance de todo el mundo y no encerrado en un edificio?
Lo resolvió con una idea simple: invitó a los vecinos a embellecer su jardincito, su vereda, la plazoleta que tenía enfrente de su casa. Y una vez preparado el terreno… saldrían las esculturas a la calle. Así, para predicar con el ejemplo, en junio de 1961 las tareas comenzaron en la propia calle de la casa de los Boglietti. Y, una vez que estuvo todo prolijo, las donaciones del Fogón comenzaron a abandonar la sede de Brown 350 y a instalarse en calles, veredas y boulevares.
La iniciativa fue bien recibida por la gente e incluso contó con el entusiasmo de un concejal que propuso un premio para la mejor vereda.
Aldo Moro y San Martín
Las primeras esculturas que se emplazaron en el espacio público fueron Figura Abstracta de Víctor Marchese y un busto del poeta Gaspar Benavento, obra del escultor Crisanto Domínguez. Les siguieron un Torso de José Alonso, Figura de Mujer, de Vicente Puig, un busto de Aldo Moro de Marchese y uno de bronce del general San Martín.
Ese año y el siguiente fueron muy activos y se ubicaron en el centro de Resistencia obras de Perlotti, Devoto, Herminio Blotta, Eduardo Barnes, dos tallas en quebracho de Schenone, y esculturas de Leguizamón Pondal y Libero Badíi.
Para marzo de 1962 había 49 esculturas emplazadas. Todas de artistas reconocidos, con premios y algunos con trayectoria en Europa.
Hacia fines de ese año y como parte de la misma iniciativa vio la luz otra rareza: murales al aire libre en la plaza central de Resistencia. Raúl Monsegur sería el encargado de llevarlos a cabo.
Todo el proyecto era atractivo y movilizante para los amantes de las artes pero tenía un punto débil: No podía depender de la voluntad de los vecinos para mejorar y mantener los espacios públicos. Se necesitaba contar con el apoyo activo de la municipalidad que debía aportar sus cuadrillas. Pero este resultó inconstante y con el paso de los meses la situación se puso tensa entre el municipio y el Fogón hasta el punto que a fines de 1962 la iniciativa había comenzado a languidecer.
Del profesorado al cincel
Pasaron seis años y nuevos aires reactivaron el proyecto. En 1968 se emplazaron en las calles de Resistencia esculturas de Lucio Fontana, Carlos de la Cárcova, Hernán Domp, Pedro Zonza Briano y también de un joven chaqueño, de nombre Fabriciano Gómez, el segundo visionario de esta historia.
Fabriciano nació en junio de 1944 muy alejado del ambiente de las artes plásticas. No obstante, estudió en la Academia de Bellas Artes de la provincia y obviamente participaba del Fogón y se relacionaba con los Boglietti. Conoció a ambos, pero con Efraín trabó una relación entrañable.
“Para Fabriciano, Efraín era su padre, y para Efraín, Fabriciano era su hijo”, dice Eugenio Milani, uno de los miembros creadores de la Fundación Urunday, organizadora de la Bienal de Esculturas.
Fue precisamente Efraín quien, consciente de su talento, le buscó un mecenas. Lo presentó al dueño de Supercemento, Julián Astolfoni, y el empresario le financió estudios en Carrara, Italia.
Hacia allá partió Fabriciano en 1977, con 33 años y seis premios bajo el brazo obtenidos en la Argentina. Durante cinco años su vida osciló entre Carrara y París, además de los viajes a los certámenes en los que se presentaba. Estudiaba, exponía, experimentaba en distintos materiales y cosechaba premios (hasta en modelado de nieve y talla en hielo). En 1980 el gobierno argentino lo nombró representante del país para la Bienal de Venecia, lo “que para un artista plástico es el mayor reconocimiento que puede tener”, dice Josese Eidman, actual presidente de la Fundación Urunday.
Después de cinco años decidió volver. Ya había fallecido Aldo Boglietti y Efraín seguía adelante con las tareas del Fogón. Fabriciano se vinculó más activamente con la mítica entidad y le dio impulso a la tarea de emplazar esculturas. Pero, además, imbuido de todo lo que había visto en Europa, impulsó la idea de organizar un concurso en Resistencia. “Trataba de convencer a todo el que se le cruzaba de que había que hacer algo como lo que había visto en Europa, pero con la madera chaqueña”, recuerda Eidman.
Fabriciano tenía claro su objetivo: un certamen a cielo abierto, con los escultores trabajando frente al público y, luego, la donación de la obra a la ciudad. El sueño se concretó en 1988. Los escultores se instalaron en la plaza central de Resistencia y ahí comenzó ese diálogo tan poco común que se da en la capital chaqueña entre la gente y los escultores. “Fue una experiencia inédita en la Argentina”, recuerda Eidman.
En los primeros ocho certámenes se convocó a artistas argentinos para trabajar exclusivamente en madera. Luego el concurso se internacionalizó, la organización se fue complejizando y a partir del año 2000 se convirtió en Bienal. “Hoy, en su modalidad, es el certamen escultórico más importante del mundo”, expresa Eidman, porque es a cielo abierto, con talla directa y durante siete días, ante la mirada del público, los escultores trabajan sus bloques de mármol, metal u otros materiales.
Del concurso a la Bienal
El certamen cobró entidad, creció con otros concursos paralelos –por ejemplo el de arte efímero–, se agregaron recitales, obras de teatro y galas de ballet y se volvió masivo. Hoy la Bienal es un megaevento cultural y social que moviliza a toda la sociedad chaqueña.
La responsable de la organización y del llamado a concurso es la Fundación Urunday, presidida por Eidman desde la muerte de Fabriciano en 2021. La entidad prepara el reglamento, realiza el llamado a concurso y se ocupa del proceso de selección de escultores (10 por certamen, uno por país).
En el Predio de la Bienal, de varias hectáreas, se lleva a cabo todo el evento, con horarios específicos en los que el público ve a los artistas trabajando. Y es entonces cuando se produce ese diálogo sin fronteras en el que les preguntan por la técnica que utilizan, el mensaje que quieren transmitir, el diseño, etc.
“Acá llegan los escultores y son estrellas de rock”, dice Eidman entusiasmado. “Les piden fotos, autógrafos. (Ellos) no lo pueden creer”.
La gente ve el proceso creativo, vota incluso en un premio “del público”, y el círculo se cierra con el emplazamiento de esas obras en las calles de Resistencia. “Hay tres generaciones que vieron nacer una obra de arte y después se las encuentran en el espacio público, y conocen a los autores”, afirma Eidman tratando de explicar por qué las esculturas no sufren vandalismo ni agresiones a pesar de no estar enrejadas.
En la actualidad son más de 500 las obras exhibidas a cielo abierto en Resistencia en mármol, metal e incluso algunas en madera, que surgieron de estos certámenes más las aportadas originalmente por el Fogón. Ellas resumen 60 años de compromiso con la comunidad no solo de los dos visionarios que impulsaron su salida a la calle sino de mucha gente, hombres y mujeres que se sumaron a la iniciativa y colaboraron para transformar a la Bienal en una marca y a las esculturas en la identidad de la ciudad.
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