Tiene casi 60 años de trayectoria, muchos hijos que prefiere preservar y un museo impactante en Amaicha del Valle.
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Héctor Cruz nació en los cerros y allí vivió hasta los cinco años. “Luego me bajaron al llano”, dice con voz gruesa y tono suave. Escueto para responder, sonríe sólo mientras explica sus obras –y recibe elogios– en su museo, el Museo de la Pachamama, en Amaicha del Valle, Tucumán. A 2.000 metros sobre el nivel del mar, en los valles Calchaquíes, a diez minutos de la RN 40, su museo contiene buena parte de su obra… Aunque, en rigor, el museo sea una obra en sí mismo, construido sobre 10.000 metros cuadrados, en piedra de tonos naturales y hierro.
“Es un aporte artístico para hablar de mi cultura. Esto es lo único que sé hacer. Es una manifestación actual sobre las culturas ancestrales”, apunta Cruz, de origen calchaquí e identificado –a grosso modo– con los diaguitas. Tiene las manos con cal porque lo descubrimos trabajando en una obra que no devela. Como sí muestra orgulloso El Inti, una gran escultura que está en uno de los patios de este museo privado que levantó en 1996. O El Chamán, contigua a la entrada y gigantesca. “Las culturas andinas han sido transgredidas. No hay un reconocimiento serio para resguardar tanto arte. Mucho de esto tiene que ver con la conquista, que es –al fin y al cabo– la tragedia de los pueblos. Pasó siempre; pasa ahora con las guerras. Está en la esencia del ser humano”, asegura Cruz, que tiene 72 años y, consultado por sus hijos –dicen que son muchos– contesta “lo dejamos ahí” para preservar su vida privada.
Tras recorrer una sala que habla de la geología de los valles Calchaquíes, hay otra sala con tapices, una con piezas de cerámica y otra con pinturas. Porque la obra de Héctor Cruz es vasta. “Debo tener 2000 obras en mi haber. Sobre todo en cerámica y tapiz”, resume sobre sus casi 60 años de trayectoria que empezaron tal vez de niño, como en todas las familias originarias de los cerros y el valle. “Nos criaron pastores y agricultores que además son ceramistas y tejedores. Es ancestral”, apunta el artista que nació en 1951 en Jasimaná, un pueblito salteño en el límite con Tucumán; y que en 1965 se lanzó enserio al arte textil y la cerámica. Autodidacta, en los 70 y 80 siguió con la escultura y pintura. ¿Ahora? Mucho de arquitectura. “En un principio todos lo hacemos para sobrevivir. Luego algunos dejan y otros no, como yo que siempre me dediqué de lleno a esto. El resto vino mucho después…”, reflexiona y ese “el resto” suena a exposiciones, emprendimientos, dinero y polémicas que prefiere evitar.
“Afuera me reconocen más que en Argentina”, desliza sobre aquello que ya me anticipó alguien de la zona. “Se hizo famoso en Europa por sus tapices. Empezó con una exposición en Munich y después llegó a Francia e Italia. Allá lo quieren más que acá, donde es muy castigado por algunas comunidades y tiene litigios con el Estado”, dicen algunos en referencia a sus emprendimientos en la zona, como el gran hotel que alguna vez montó y ya no funciona dentro de las famosas Ruinas de Quilmes, que tuvo en concesión durante años hasta que lo desalojaron. “La mayor parte de mi obra está en el Viejo Continente. Ellos valoran toda expresión artística y en particular aquello que hacemos los nativos. Participé de muchas exposiciones colectivas e individuales y mi obra está difundida. Soy uno de los artistas indígenas más reconocidos en el mundo”, contesta el dueño del Museo de la Pachamama.
Frente a una serie de cuadros con camélidos, hombres con flechas, serpientes y soles que sonríen –que están a la venta–, agrega: “Mi propuesta es universal. El problema es que aquí muchas veces mete la cola la política. Es muy duro. Se recurre a ideologizar y se pierde la esencia. Se habla de identidad y de reinsertar, pero al arte que habla de los pueblos originarios no se le da el espacio que realmente merece. Nosotros somos indígenas y pertenecemos a Argentina. Tenemos que luchar para tener presencia en este país moderno y nuevo. Los intereses de los punteros políticos son ajenos a nuestra cultura. Cuando esto deje de suceder, nos podremos hermanar. No quiero que la política sea dueña de la cultura. A mí se me persigue por luchar contra eso”.
Sin revelar su identidad a los turistas que visitan el museo, mientras camina por las salas Cruz habla de sus cuadros como si fuera un guía más. Cuando algún avivado descubre que está frente al artista, Cruz ríe y agradece los elogios. Entonces alguno le pregunta detalles sobre el éxito de un tapiz. “El arte es una expresión de sensibilidad que llega o no llega. No se puede imponer, ni explicar. Mi obra es un pequeño grano de arena para que quienes descienden de los pueblos originarios algún día tengan un espejo para mirarse… No como una gran obra, sino como alguien que está luchando por seguir existiendo en un universo nuevo”, resume Héctor Cruz, quien para muchos es un empresario polémico y acaudalado. Luego se despide con un estrechón de manos y sus dedos pintados desatan algún comentario que el artista desarticula con un simpático: “No se olvide que soy un artesano más”.
Datos útiles
Museo de la Pachamama. De fácil acceso, en el ingreso al pueblo de Amaicha del Valle, tiene una sala dedicada a la geología con una gran maqueta de los valles Calchaquíes. Hay patios internos con esculturas gigantes y salas con cerámica, tapices y pinturas. Se puede comprar obras en el lugar. Uno de los mejores guías es Miguel Chaile. Y en algunos casos se puede saludar a Héctor Cruz, que tiene perfil bajo pero suele andar por el museo. Abre de lunes a sábados de 9 a 18. Entrada por $1.000. RP 307, km 118, Amaicha del Valle. T: (381) 681-3935.
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