Raúl Tomás Boetsch es médico anestesiólogo, santafesino y un apasionado de los autos. Llegó a Alaska en su Torino GR 1980 en varias etapas a lo largo de siete años.
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“Llegué al puente colgante de Santa Fe después de recorrer 75 mil kilómetros y de atravesar todos los países continentales de las tres Américas, excepto El Salvador. Lo hice en 16 etapas, en 400 días y a lo largo de siete años”, detalla Raúl Tomás Boetsch, que tiene 58 años, es santafesino (aunque nació en Córdoba) y trabaja como médico anestesiólogo. Entonces explica orgulloso: “Mi Torino GR de 1980 me llevó desde Ushuaia hasta Alaska, ida y vuelta”. Y, con el único objetivo de convencer a quienes creen lo contrario, asegura: “Se puede”.
Hábil para la descripción, entre cirugía y cirugía, se toma un rato para narrar su experiencia empezando por cómo heredó la pasión por los autos. “Cuando mi padre se recibió de médico, en 1963, se fue a vivir a Gessler, un pueblito de mi provincia. No tenía auto hasta que un paciente le explicó que en esas tierras nunca podría ejercer sin coche y le dio el dinero para que se comprara uno, con la promesa de que lo devolviera cuando pudiera”, recuerda Raúl sobre esa primera Estanciera que su padre, un tiempo después, cambió por un Rambler Ambassador. Más tarde llegaría un Torino coupé TS (0 kilómetro, el primero), un Grand Routier SE –con palanca al volante– y finalmente, un Torino GR.
“El viejo era tuerca… A los Torino les siguieron tres coupés Fuego. Cuando era grande, se pasó a un Laguna y terminó sus días en un Mégane”, cuenta Raúl. “Cuando me casé, en 1983, mis viejos me regalaron un Renault 4L. Con Cecilia, mi esposa, nos fuimos de viaje de bodas hasta la Península Valdés, y de ahí, a Trevelin. Pasamos noches durmiendo en el auto. Y cuando fui teniendo hijos, lo cambié por un noble Renault 6”, agrega el médico que estudió en Córdoba, sigue casado y tiene cuatro hijos: Eugenia –que lo hizo abuelo de Camilo (2 años)–, Nicolás, Martina y Josefina.
¿Cómo llegó el Torino GR a su vida? “En 2003, cuando pude darme el lujo de comprarme un auto dominguero. Es de 1980, igual al último que había tenido mi papá. Estaba tan bien conservado y con tan poquito uso que fue seleccionado para la conmemoración de los 50años de la Fábrica Santa Isabel. Se hizo una caravana y participé junto a él”, celebra Raúl y trae a colación una reflexión de entonces: “Era lindo asistir a las exhibiciones, ¡pero yo quería usarlo!”.
Así fue como, en la Semana Santa de 2009, Raúl llevó su Torino al extremo Sur del continente: desde Santa Fe hasta la Bahía Lapataia, punto final de la RN 3. “Desde ahí me propuse llevarlo hasta el otro extremo, la Bahía Prudohe, en Alaska. Y el 9 de Julio de 2012, con un grupo de amigos, agité la celeste y blanca a orillas del Ártico. Fue después de ocho etapas de viaje, de entre tres y cuatro semanas cada una”, cuenta Boetsch, que en la puerta del auto había ploteado el nombre de la veterinaria de su hermana, en agradecimiento por los 200 pesos que ella le había regalado para lanzarse a la aventura.
Entonces, explica: “Mi situación familiar y laboral no me permitía hacer un viaje sin interrupciones. No soy millonario, ni mucho menos. Así que, cuando tenía que volver a trabajar, dejaba el Toro guardado en algún lugar del mundo. Es que sabía que siempre me esperaba para continuar. A veces lo dejaba en casas de conocidos, de amigos, de pacientes –como en Isla Margarita (Venezuela)– o simplemente de gente solidaria... Como en Playa del Carmen (México), donde un día antes de volar no tenía dónde estacionarlo, hasta que una uruguaya me contactó por Facebook y me dijo que me prestaba su cochera con la promesa de que a la vuelta le llevara yerba”.
El Torino además lo esperó, a la ida, en Brasilia y Recife (Brasil), Cayenne (Guayana Francesa), Santa Elena de Uairén (Venezuela), Panamá, y Austin y Fairbanks (Alaska). ¿A la vuelta? En Sacramento y Los Ángeles (Estados Unidos), San José de Costa Rica, Panamá, Guayaquil (Ecuador) y Lima (Perú). “Hasta que en noviembre de 2016 el periplo se terminó cuando atravesé el puente colgante de Santa Fe para llegar a casa”, rememora Raúl.
En relación a sus compañeros de ruta, el doctor nombra amigos, a su esposa, sus hijos y dice que hizo algunos tramos solo. “Arranqué con toda mi familia, en Ushuaia. Con mi esposa hice el tramo entre Brasilia y Recife. Y después algunas etapas solo, otras con un amigo, como de Cayenne a Santa Helena. Otras con tres amigos, en Estados Unidos, por ejemplo. Algunos de ellos médicos y otro –el que más me acompañó–, ingeniero agrónomo. Incluso viajé con un amigo que hoy es amigo, pero que antes de acompañarme era simplemente, amigo de un amigo. Con todos nos organizamos bien y compartimos gastos”, cuenta el anestesiólogo.
“Lo que más le ha gustado al Toro es atravesar puentes”, asegura Raúl con la convicción de conocer su máquina. “Le encantó cruzar el Golden Gate en San Francisco, el viejo Puente de las Américas en Panamá y también sobre el canal, el moderno Puente Centenario. También el JK en Brasilia, un gran puente de hierro sobre el río Yukón –en la Dalton Highway–, el puente Ayrton Senna, que cruza el río Paraná a la altura de Guaira, el Puente Orinoquia en Venezuela y el histórico de Boyacá, donde se liberó una gran batalla emancipadora en Colombia”, precisa con entusiasmo el médico. Y agrega que allí dónde no había puentes, cruzó en balsas y ferries. “El Amazonas entre Belem y Macapá, que duró 24 horas; el estrecho de Magallanes; el cruce del San Francisco en Penedo; el cruce del río de la Plata desde Colonia a Buenos Aires; la Isla Victoria, desde Vancouver en Canadá y desde ahí a Port Angels, en Estados Unidos”, detalla por nombrar algunos.
Comenta que elige no manejar de noche, que ni bien empieza a bajar el sol, busca dónde pasar la noche. “En general paro en hostels o hoteles dos estrellas”, explica. Mientras que sobre las comodidades del Torino, apunta: “Es un loft. Tiene sus cositas mecánicas, pero están solucionadas. Y cuando querés a un vehículo, te olvidás de esos detalles”. Cuenta, además, que cuando entró a Estados Unidos, proveniente de México, lo revisaron con perros y lo interrogaron a lo largo de todo un día. Cuando finalmente le dieron el ingreso, un guardia quiso saber: “¿Usted es un romántico o un loco?”. “Ambos”, contestó Raúl, sin titubear.
¿Alguna vez estuvo en peligro? “Solo una vuelta, por cometer una imprudencia...”, asegura Raúl pero se excusa y prefiere no dar detalles. “Siempre fue más la gente que me quiso ayudar en el camino”, alega antes de dar un ejemplo de solidaridad caribeña. “A 7 km de Oiapoque, justo antes de cruzar el río que tiene el mismo nombre, para ir de Brasil a Guayana Francesa, tuve un accidente con la suspensión del vehículo. Un mecánico me lo enderezó y pude continuar, pero se me hizo tarde. De otro lado de la frontera, todo era muy caro. Me querían cobrar 150 dólares por dormir en una pocilga. Entonces, como hago cada vez que no tengo dónde dormir, frené frente a un destacamento policial y avisé que pasaría la noche estacionado enfrente, en el auto. Los policías me dijeron que eso estaba prohibido, pero que fuera a la casa del jefe del destacamento, que tenía su propia seguridad, que le toque el timbre y que me iba a autorizar. Eso hice y me encontré con su esposa, una mujer rubia y bellísima, que me dio permiso con amabilidad. Jamás imaginé que al día siguiente me iba a traer un desayuno que incluía una baguette de medio metro untada con queso brie y una lata de cerveza. El mejor desayuno de mi vida”, relata entre risas.
“Ir y volver de Ushuaia a Alaska fue un periplo absolutamente enriquecedor e inolvidable. Todo a pesar de que he tenido que dejar de lado eventos familiares y de que he destinado muchos recursos. Porque nunca pedí ningún auspicio o colaboración”, aclara el médico que comparte experiencias en su Facebook. Cuenta que su mujer lo define como un inconformista, porque además de ser un apasionado del Torino, entre otras cosas es maratonista. De hecho, empezó proponiéndose correr una maratón importante, pero terminó haciendo las Seis Grandes Maratones: Nueva York, Boston, Berlín, Londres, Chicago y Tokio.
¿Su próximo desafío? “Que el Torino recupere su libertad. Porque después de plotearlo con la bandera argentina –gracias a la ayuda de mi hermana–, El Toro cruzó en barco el océano Atlántico, desde Montevideo al Puerto de Hamburgo. Ahora espera que yo pueda ir a buscarlo para volver a tomar la ruta… Está en el garage de una casa de familia en Brome, una pequeña localidad de Alemania, a 180 kilómetros de Hamburgo. Me prestaron el garage por cuatro meses y ya van cerca de veinte. ¡Me da vergüenza!”, lamenta el médico sobre este freno impuesto por la pandemia. Sin embargo, se entusiasma con la confirmación de un vuelo que lo llevará a Berlín el próximo 12 de octubre.
“Mi plan es recorrer Europa. Estaré un mes, en esta primera etapa, entre Alemania e Italia. En una segunda, quiero cumplir dos de mis mayores anhelos, que son visitar el Museo Renault en París y girar en el circuito de Nürburgring, donde tres Torinos 380W hicieron la carrera épica que los consagró mundialmente en 1969. Después me gustaría llevarlo hasta Moscú y ver si sigo por la ruta Transiberiana. Por otro lado, tengo un objetivo más local. Quiero completar los cuatro puntos tripartitos de la Argentina, ahí donde se unen las fronteras terrestres de tres países. Solo me falta el Cerro Zapaleri, con Bolivia y Chile. Y de los 140 que hay en el mundo, conozco once, pero me gustaría conocer más”, cuenta Raúl y asegura que se tiene fe… Bah, le tiene fe a su Torino “que siempre se comportó como lo que es: un digno y orgulloso exponente de nuestra industria nacional”.
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