Ernesto de Estrada urbanizó también Villa La Angostura, Villa Mascardi, Villa Llao Llao y Villa Catedral. También arquitecto, su hijo custodia el legado de su padre desde la Biblioteca Popular Sarmiento, que se transformó en la Usina Cultural del Cívico.
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“Soy el noveno de once hermanos: tres mujeres, siete varones y un Centro Cívico”, dice, a modo de presentación, Gonzalo de Estrada. Aunque suene a broma y parezca algo exagerada, la definición se ajusta bastante a la realidad, como irá demostrando a lo largo de la charla este arquitecto de 68 años que se instaló en San Carlos de Bariloche hace más de 30 para cuidar el legado de su padre.
Además de ser bisnieto del escritor y político José Manuel de Estrada (1842-1894), Gonzalo es hijo de Ernesto de Estrada (1909-1998), responsable del Centro Cívico barilochense, un ícono que en marzo cumplirá 82 años.
Gonzalo es el único que estudió arquitectura y desde la década de 1990 preside la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular Sarmiento, la institución más pujante del corazón urbano que ideó su padre. Desde que Gonzalo se involucró con el espacio, la biblioteca fue transformándose en la Usina Cultural del Cívico, con múltiples talleres, exposiciones y espectáculos artísticos.
El amor por los paisajes de Bariloche y la arquitectura respetuosa del entorno se entrelazan en la historia de Gonzalo, una historia de herencia familiar.
Arquitecto de estirpe
Ernesto de Estrada se recibió de arquitecto en la UBA y luego consiguió una beca para estudiar urbanismo en La Sorbona. “En aquel momento, principios de la década de 1930, todos se iban a Alemania, era el gran momento de la Bauhaus. Pero un profesor de la última materia le dice al viejo y a otros dos flamantes urbanistas, uno peruano y otro uruguayo: ‘Ustedes conozcan pueblos parecidos a los que tienen en sus países’. Les hizo contactos con intendentes de distintos pueblos en Bélgica, Francia e Italia, y les consiguió trabajo a cambio de alojamiento y comida”, sonríe Gonzalo.
Compraron un autito y estuvieron dos años y medio recorriendo Europa y resolviendo cuestiones urbanísticas en diversas localidades. Con toda esa experiencia en la mochila, Ernesto volvió a la Argentina y conoció a Exequiel Bustillo (1893-1973), que venía trabajando fuertemente en la creación de las primeras áreas protegidas de Argentina.
Entusiasmado, el joven urbanista viajó por primera vez a Bariloche y, al poco tiempo, se convirtió en el primer arquitecto de Parques Nacionales. Fundado en 1934, el Parque Nacional del Sud (hoy, Nahuel Huapi) fue, junto con Iguazú, el primer parque nacional de Latinoamérica y representó para Ernesto de Estrada un verdadero lienzo a estrenar.
En plena urbanización de Bariloche (diseñó la costanera, las diagonales, las calles en zig zag), Exequiel le pidió que eligiera terrenos donde hacer el palacio municipal, el correo, la comisaría, el juzgado y la aduana. Con la tipología pintoresquista centroeuropea en la cabeza, Ernesto propuso unificar todo y crear un Centro Cívico. Sería el primero en el país.
“El primer proyecto lo hizo donde está hoy la Catedral, que sería proyectada por Alejandro Bustillo. En ese terreno, la Biblioteca Sarmiento –que por aquellos años funcionaba en el hall de la Escuela N°16 y no tenía siquiera sala de lectura por falta de espacio– tenía un lote donado por la Municipalidad. Finalmente, el Centro Cívico se hizo en un terreno que pertenecía a la familia Capraro. Pero el viejo generó un vínculo muy fuerte con la gente de la biblioteca y les propuso un intercambio: que la biblioteca cediera su terreno a Parques para poder hacer la Catedral y, a cambio, él les hacía un lugar en el Centro Cívico”, cuenta Gonzalo.
Los pocos miembros que la biblioteca tenía en ese momento le dijeron “Usted está loco” cuando vieron que su asociación, de repente, tenía a disposición 980 m2 en pleno centro de la ciudad. Ernesto diseñó incluso los muebles de la biblioteca, que fueron construidos por carpinteros de Parques con madera de la Isla Victoria.
“También pensó en cómo hacer para que entrara plata para mantener la sala de lectura. Como al lado estaba el juzgado, el viejo diseñó una sala de eventos en la biblioteca (hoy es la sala teatral). La gente se casaba y hacía la fiesta ahí”, agrega.
Una vida en Parques
A lo largo de los años, Estrada hizo una fenomenal carrera como arquitecto de Parques Nacionales (urbanizó Villa La Angostura, Villa Mascardi, Villa Llao Llao y Villa Catedral, entre otros rincones) y luego desde el Ministerio de Obras Públicas. Trabajó también en el norte del país, pero siempre volvía a Bariloche: hizo muchas casas particulares y lo seguían contactando como consultor porque había redactado el Código Urbano de la ciudad.
“Él siempre apostó por respetar el paisaje. Decía: ‘Si vas a poner un revestimiento en madera, fijate qué bosque hay alrededor. Mirá si las ramas tienen tendencia horizontal o vertical. Si vas a hacer una pendiente en un techo, mirá qué montaña predomina, para acompañar la pendiente’. Su obsesión era cuidar el lago y las montañas, creía que la arquitectura debe estar integrada al entorno”, revela su hijo.
Con ese legado en las venas, Gonzalo se recibió de arquitecto en Mar del Plata a mediados de la década de 1980, y se mudó en 1990 a Bariloche. Trabajó algunos años en la actividad privada y en 1995 comenzó a trabajar en Parques Nacionales.
Padre e hijo compartieron decenas de viajes a la Patagonia: “Cuando ya estaba viejito, en uno de sus últimos viajes, estábamos caminando por el centro de Bariloche y me dijo: ‘Vamos a hablar de la sucesión’. Me sorprendí porque el viejo laburó siempre mucho, pero nunca hizo fortuna. Lo que juntó, lo usó para darnos una mano a nosotros, sus hijos. Y, de hecho, sobre el final de su vida, hacíamos una vaquita para ayudarlo a él y mamá. ‘A vos te queda el Centro Cívico, hacete cargo’, y me encomendó especialmente la Biblioteca Sarmiento: ‘Los tenés que acompañar siempre’”.
Al día siguiente, Gonzalo se presentó a la comisión directiva de ese momento y se puso a disposición, como arquitecto, para lo que necesitaran. Su relación con la institución terminaría siendo tan fuerte como la que forjó su padre.
Y desde su rol en la biblioteca se involucró también con la evolución del Centro Cívico. “La plaza seca que diseñó mi papá está pensada como un lugar donde se junta la gente. Hemos hecho mucho, incluso cuando el viejo todavía vivía, por ir transformando el Cívico en un gran centro cultural y turístico. Queda mucho por hacer, pero creo que ese es su destino”, asegura Gonzalo.
Defender y conservar el legado es parte de su motor diario. Así como antes de la pandemia se embarcó en un proyecto de investigación sobre quiénes construyeron el Centro Cívico (trabajaron 400 personas, entre rusos, polacos, italianos, ingleses, escoceses, españoles y chilenos) y durante la cuarentena hizo un curso de patrimonio arquitectónico, hoy alza la voz sobre el estado de deterioro en que se encuentra el Monumento Histórico Nacional.
“Del mismo modo que Rosario no sería lo mismo sin el Monumento a la Bandera, ni Mar del Plata sin el Provincial, el gran referente de Bariloche es el Centro Cívico”, sentencia.
Miles de historias se entrecruzan en ese punto emblemático y Gonzalo las conoce casi todas. Además de ser su extraño “hermano” de hormigón armado con revestimiento en piedra y madera, ese sitio fundamental encarna su pasión.
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