Desde su fundación en 1880, una narrativa que entrelaza el devenir político y económico de Argentina con los hitos de una institución icónica. Un verdadero faro en la historia del deporte argentino, con un legado cultural y arquitectónico vigente.
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Cuando Francisco “Coco” Montesanto obtuvo la autorización para ingresar a los archivos del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA), se encontró con una montaña de documentos, papeles y memorabilia en estado de emergencia, en un pequeño cuartucho de la sede central. El acervo de esta institución insignia -que cumple 143 años- estaba realmente en riesgo. Las filtraciones de agua habían acentuado la humedad que lo carcomía todo: el 30% de más de 10 mil fotografías estaban pegadas. Había que hacer algo urgente.
Como un paciente artesano, día tras día, Montesanto fue extrayendo partes del rompecabezas que conforman la rica historia de GEBA: el acta de fundación, las escrituras, una carta de puño y letra del presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosvelt, fotografías de la visita del príncipe de Gales, el afiche hecho con corcho de la primera reunión de la Comisión Directiva. Y así, de a poco, fue confeccionando un ambicioso libro que reúne metódicamente cada hito del club, desde 1880 hasta 2015, mechado con el devenir político y económico del país. Dos historias que se entrelazan.
Montesanto se encomendó en esta titánica tarea por un pedido del propio club. Claro que allí era un viejo conocido. Socio vitalicio, experimentado editor de libros en Argentina y el exterior: era el candidato perfecto. “En 2010, cuando José Beraldi -que era el presidente- me dijo que haga el libro, yo calculé, como mínimo, cuatro años de trabajo”, cuenta.
Los sueños de todo inicio
“Podemos afirmar que GEBA desarrolló el deporte en la Argentina, cuando era todo amateur: fue un club pionero”; dice acerca de los inicios de la entidad. La institución surgió por la inquietud de jóvenes entusiastas que, el 11 de noviembre de 1880, se reunieron con la intención de crear un centro para la práctica de deportes bajo techo.
“Gracias a la perseverancia de un grupo de jóvenes que, contra todas las dificultades, venciendo contrariedades y removiendo la indiferencia pública, ha logrado llegar al primer resultado de la instalación del gimnasio que es la base y la garantía del desarrollo de la sociedad”, escribió el diario La Nación, el 30 de diciembre de 1880.
Eran momentos convulsionados de la patria. En la Ciudad de Buenos Aires, el vigor del crecimiento poblacional y el movimiento económico se mezclaba con las tensiones con el resto del país por la disputa del establecimiento de la capital de la Argentina, cuestión que se resolvería el mismo año en que GEBA abría sus puertas. “A su inauguración fue Domingo Faustino Sarmiento… imaginemos que en ese momento el club estaba armándose, tenía un local en la calle Rivadavia. Era muy chico”, cuenta Montesanto. Y agrega: “Al año, se mudaron porque rápidamente superó las expectativas, y abrieron la mítica sede de Cangallo, ahora Perón”.
En ese momento, todos los deportes que se practicaban eran bajo techo: box, gimnasia artística y, claro, esgrima. “Pero se quería tener un predio para hacer deporte al aire libre para la práctica de fútbol, hockey, rugby y atletismo. Entonces se consiguió este terreno frente al Hipódromo. Por ese lugar pasaba el arroyo Maldonado, ahora entubado debajo de la Juan B. Justo, era el límite de la ciudad”, detalla el historiador.
La expansión
Después de innumerables gestiones, el Honorable Concejo Deliberante, le concedió al club un terreno en el Parque 3 de Febrero con frente a la Avenida de las Palmeras para la instalación de un Campo Atlético (actual sede Jorge Newbery). Mientras tanto, la sede central sobre Mitre, con salida por Perón, inauguraba un gimnasio monumental, con el salón de esgrima más importante del país, donde se formó una de las familias insignia de este deporte: los Villamil. “Fueron los pioneros de la esgrima en nuestro Club, Antonio Villamil fue representante de nuestra institución en tres Olimpíadas, en 1928 en Ámsterdam, en Berlín 1936 y Londres, 1948″, añade.
Montesanto hace mucho hincapié en los valores que GEBA impuso desde un primer momento, que están explicitados en su escudo: “Mens sana in corpore sano”. Su esplendor (“el club ha llegado a tener una pista sobre hielo”, aporta, como dato de color) atrajo a figuras de la talla de Marcelo T. de Alvear, quien fue su presidente, y a habitués célebres como Scalabrini Ortiz, Honorio Pueyrredón y José Ingenieros. “Era una conjunción de hombres y jóvenes pensando en el futuro, porque el Estado estaba ausente del deporte”, resume. En 1900 el club ya tenía 25 deportes federados, que aún conserva.
Sin embargo, aclara Montesanto, “no todo fue color de rosas”. A la habitual rosca, peleas entre socios por el control del club, se les montaban las crisis económicas. “Pero el concepto fue siempre muy claro: el deporte hace a los hombres más fuertes”. Ese contagio hizo que GEBA se extendiera hacia otras provincias, como Mendoza, Tucumán, Santa Fe, Entre Ríos, Salta, Jujuy, Corrientes, y localidades como San Nicolás. “También se incorporaron clubes en Bolivia, Perú y Uruguay”, agrega. Todos con los distintivos colores del club, que son los colores argentinos.
En paralelo, GEBA se nutría de una agenda cultural. Por ejemplo, Cándido López, el pintor de la guerra del Paraguay, hizo su primera exposición en la sede de Palermo. Sus cuadros están hoy en el Museo de Bellas Artes.
La era Aldao
Montesanto no duda al afirmar que fue Ricardo Aldao el hombre más importante de la historia de GEBA. “El club que tenemos hoy fue construido por él, fue presidente desde 1906 hasta 1946, siempre por aclamación de los socios”, revela. Aldao fue el ideólogo de la deslumbrante sede San Martín, ubicada en Palermo, que colocaría al club en la primera plana del deporte nacional, atrayendo a figuras de todo el país y congregando a lo más destacado de la élite porteña. Tan importante fue Aldao que, incluso tras su retiro, vivió en las instalaciones del club como “inquilino” de honor.
La expansión estaba en curso. Según las estimaciones de la Comisión Directiva, el Campo Deportivo Maldonado era “insuficiente” para las actividades deportivas que no paraban de multiplicarse y el incesante crecimiento en la afluencia de socios. Entonces comenzó un ida y vuelta con el Gobierno Nacional para lograr la concesión de terrenos ganados al río, en la sección conocida como Gral. San Martín.
En 1924 empezó la construcción de la llamada sede San Martín, una ambiciosa obra que estuvo a cargo del arquitecto J. Waldrop hijo y que no tenía antecedentes en la Argentina. El proyecto original contemplaba dos grandes hitos: el llamado “pabellón social”, una edificación señorial con un restaurante, gimnasio, vestuarios, baños, una pileta cubierta y capacidad para 10 mil asociados; y un gran estadio para 100 mil personas, que no llegó a construirse por falta de fondos.
En la edición de septiembre de 1929 de la revista “Nuestra Arquitectura”, se celebraba la iniciativa de GEBA e indicaba que Waldrop había logrado “una solución interesante a la arquitectura exterior, la que responde por sus características del Renacimiento. De cualquier parte que se observe la vista es agradable y armoniosa”. “El complemento de los jardines convenientemente delineados con sus canchas de tennis, pedanas al aire libre, ring de box, campo de juegos para niños, pista de patinaje y una pileta de natación, rodean al edificio en el que puede verse, sobre todo en los días festivos, un movimiento y una animación que ilustran bien el entusiasmo que en nuestro país existe por las cosas del sport”, relataba la revista, que no dudaba en calificar esta sede como “una de las más grandes obras que haya salido del taller de un arquitecto argentino”.
El 31 de diciembre de 1930 fue oficialmente inaugurado el que era entonces el predio deportivo más grande e importante de Sudamérica, con su Gran Salón de piso de mosaicos blancos y negros, las ornamentaciones de madera de petiribí y sus arañas de hierro forjado, todo engalanado con varios cuadros de los próceres de la patria. Su piso de roble de Eslavonia, sus columnas que se asemejan al palacio de Versailles y sus grandes ventanales con aplicaciones de madera aún intactas. No es casualidad, dice Montesanto, que -aunque tardíamente- la Ciudad de Buenos Aires haya reconocido a esta sede como Monumento Histórico Nacional.
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