Cómo fue el trabajo que se hizo desde el Museo Municipal de Ciencias Naturales Lorenzo Scaglia para proteger a una especie en peligro de extinción y que despierta fascinación por su rareza y sus exóticos comportamientos.
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Cuando a Gabriela Pujol le informaron sobre la posible existencia de una población de caballitos de mar en la costa de Mar del Plata, pensó inicialmente que se trataba de otra broma común entre pescadores y buzos de la ciudad costera. Uno de esos mitos que se cuentan en reuniones sociales y que todos consideran, aunque no lo mencionen abiertamente, como meros inventos. “Era como un chiste interno, siempre alguno decía que había visto a un hipocampo, pero nadie le creía”, dice Gabriela, sin contener la risa. Pero esta vez era diferente. La información provenía de un investigador vinculado al descubrimiento de un colega suyo, Diego Luzzatto, el biólogo que identificó y describió en 2004 una nueva especie, el Hipocampus patagónicus, que habita en las costas de San Antonio Oeste, en la provincia de Río Negro.
Un año antes, en 2003, Gabriela había comenzado a trabajar en el Museo Municipal de Ciencias Naturales Lorenzo Scaglia, con la misión de reestructurar el acuario. Pero esta bióloga formada íntegramente Mar del Plata, buzo profesional científico, ya tenía en mente un proyecto completo destinado a la investigación, divulgación y exhibición, en especial con las colecciones biológicas asociadas a la zona. “Desde ese momento, comenzamos a bucear con mayor frecuencia en la costa de Mar del Plata en busca de los caballitos de mar”, relata.
El ambiente era bastante hostil en la escollera norte del puerto marplatense. Además de ser una especie esquiva y difícil de avistar, existía un elemento adicional: la poca visibilidad y la temperatura del agua. “Lo interesante de este caso es que este animal está asociado a lugares prístinos, pero aquí está viviendo dentro del puerto, donde se encuentra de todo en el fondo, incluso lápidas”. Y agrega: “Esta especie es muy difícil de ver, no sólo porque están en bajas densidades, se camuflan con el fondo y permanecen quietos”.
Protegiendo a una especie vulnerable
Mientras miles de turistas disfrutaban de las playas, o soportaban temperaturas bajo cero en invierno, Gabriela y su equipo se sumergían en las profundidades del Atlántico hasta que finalmente encontraron un grupo de caballitos de mar. “Posteriormente pudimos confirmar que se trataba de la misma especie descubierta por Diego en el sur, mediante análisis de biología molecular”, revela.
Una vez que confirmaron que se trataba de una población estable, comprendieron que debían tener cuidado, ya que los caballitos de mar son una especie codiciada y de alto valor. Si anunciaban su presencia así sin más, corrían el riesgo de que los sacaran para venderlos en el puerto.
El monitoreo les llevó dos años, entre 2008 y 2009, un trabajo que luego se extendió en el laboratorio. Antes de dar a conocer la noticia, que estaba garantizada para tener un gran impacto, el Museo de Ciencias Naturales comenzó a trabajar en la protección del caballito de mar. Se presentaron ante el Concejo Deliberante de la ciudad y solicitaron que se lo protegiera como Monumento Natural. La normativa se aprobó en 2010. “Me presenté en el recinto para solicitar su protección. Cuando se dio a conocer su presencia en Mar del Plata, causó sensación y nos hicieron entrevistas de todo el mundo”, recuerda Gabriela.
Campañas de concientización y fascinación por el caballito de mar
¿Por qué es importante su protección? Un Monumento Natural es cualquier animal, planta o manifestación de la naturaleza (incluso un volcán) que, debido a sus características, rareza, belleza, importancia educativa o por ser una especie emblema, merece un grado de protección especial. Algunas subespecies del caballito de mar está en peligro de extinción a nivel internacional. “A nivel internacional están protegidos”, enfatiza. Son pocos y se sabe poco sobre ellos. La investigación aún está en curso. “El Hipocampus patagónicus está considerado como vulnerable”, amplía.
“Aquí hay una realidad”, advierte Gabriela. “Hay muchas cosas que están desapareciendo antes de que nos demos cuenta. Reconozcámoslo”, indica. Los caballitos de mar tienen características biológicas que los hacen muy vulnerables a los cambios físico-químicos, a la sobrepesca, la pesca incidental, la captura para la medicina tradicional china y el acuarismo. En muchos lugares se venden como souvenir, por ejemplo, en los países asiáticos está relacionado con la fidelidad y es un regalo que se les hace a los recién casados. Es una especie que se reproduce poco y no migra. “Si destruís el lugar donde están, destruís esa población, ya que no pueden desplazarse”, agrega.
Una vez que obtuvieron la protección para la especie, comenzaron a llevar a cabo una campaña de concientización intensiva, utilizando al caballito de mar como emblema. “Empezamos a trabajar con escuelas, docentes y grupos de protección del patrimonio. Y realmente funcionó muy bien. La gente se asombra, no puede creer que haya caballitos de mar aquí. Y esta especie genera un atractivo especial”, comenta.
Lo que fascina a Gabriela de este animal es su ritual de apareamiento y su forma de reproducción. Es algo único y fascinante. El macho es el que se embaraza, la hembra deposita los huevos en una bolsa incubadora que fertiliza. Dentro de esa bolsa, los embriones se implantan y se produce un intercambio de fluidos. En un momento determinado, se produce el parto. “Eso es increíble, es muy raro en la naturaleza”, dice maravillada.
Una vida ligada a la ciencia y la investigación
Gabriela asegura que no había posibilidad de que su vida no estuviera ligada al mar. Su primer acercamiento a ese mundo “desconocido” fue a través de las enciclopedias de Jacques Cousteau. Cada semana esperaba ansiosa la llegada de un nuevo volumen de la enciclopedia. Ese día era una fiesta. “Además, luego empezaron a llegar los videos y fue una locura total. Nací con esta conexión con la naturaleza y, más específicamente, con el mar, ya sea para bien o para mal”, recuerda.
Desde su infancia, Gabriela siente una relación especial con el agua. Comenzó a bucear a los 13 años y nunca dejó de hacerlo. “Es tan hermoso y gratificante que se convierte en un estilo de vida”, afirma. “Mi padrino era investigador y me traía materiales. Me apoyaron. Estoy eternamente agradecida por el entorno en el que crecí. Mis padres siempre estuvieron a la altura de cualquier cosa que surgiera de mi curiosidad”, cuenta.
Llegó el momento de elegir una carrera y no había muchas dudas al respecto. Se graduó rápidamente como bióloga marina, una carrera que –dice- que elegiría una y otra vez: “Y no es porque no pueda hacer otra cosa, simplemente no puedo ser otra cosa”.
Al principio, fue docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata con una beca de CONICET. Sin embargo, su trayectoria se interrumpió a fines de los años 80 debido a la crisis hiperinflacionaria. Gabriela estaba embarazada y sus colegas habían abandonado el país, por lo que decidió tomarse un tiempo. Hasta que tuvo la oportunidad de regresar a la actividad en 2003, en el Museo de su ciudad natal.
¿Qué la motiva? La curiosidad, el desafío constante, hacerse preguntas, la posibilidad de formar equipos de trabajo y transmitir el amor y la pasión por esta labor. Gabriela suele comenzar sus charlas con unas palabras de Jorge Luis Borges, del poema “El Mar”: “Antes que el sueño (o el terror) tejiera mitologías y cosmogonías, antes que el tiempo se acuñara en días, el mar, el siempre mar, ya estaba y era”.
“Lo leí cuando era adolescente y se grabó en mi memoria. El mar es algo que nos trasciende. Cuando tenés la oportunidad de estudiar esta disciplina, tomás conciencia de la efímera naturaleza de nuestra existencia en este mundo. Más allá de la locura cotidiana, de los problemas reales o insignificantes, el mar, el siempre mar, ya estaba y era”, reflexiona.
La lucha por la conservación
Esas rarezas, comportamientos, colores y formas que se encuentran en el mar convergen para crear un universo único que no se repite en ningún otro lugar. Un generador de perspectivas de vida: “El mar es un mundo tan desconocido, tan inaccesible, que provoca asombro y fascinación”.
Para Gabriela, su carrera ha sido un desafío y un aprendizaje constante. Un viaje que nunca termina. “Este trabajo de protección del caballito de mar se realizó en equipo, fue una iniciativa que involucró a muchas personas y nos enorgullece mucho”, resume. “Somos un grupo que trabaja en colaboración, de manera interdisciplinaria, que se implica en cada material de difusión y concienciación. Incluso hemos organizado concursos literarios para niños”, añade.
Campañas, charlas, tesis de grado y posgrado y producción científica incesante. Todo con este extraño animalito como excusa. “Son más de 20 años de trabajo. Hemos logrado mucho, por suerte. Tuvimos la oportunidad y también la buscamos”, concluye.
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