Ana Saris y Horacio Saldaño encontraron en su hostería catamarqueña no sólo su hogar, sino también una nueva etapa laboral y un proyecto de vida que consolida sus 38 de matrimonio.
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“Yo siempre digo que el adobe es la continuidad de la tierra hacia arriba”, reflexiona Ana Saris, propietaria del hotel boutique Finca La Sala, a 9 km de Tinogasta, en plena Ruta del Adobe, Catamarca. Ana y su esposo, Horacio Saldaño, conocen este paisaje: tinogasteños de origen, viajaron por trabajo con sus tres hijos por todo el país hasta que, ya retirados, decidieron volver al pago para restaurar una antigua casona de mediados del siglo XIX heredada por él. Su proyecto fue creciendo y los mantiene unidos con la persistencia del adobe, ese material noble que resiste a lo largo de los siglos.
El hotel está ubicado a la vera de la RN 60, en el Km 1315, a 280 km de la ciudad de Catamarca y a solo nueve de Tinogasta. Alrededor de la imponente puerta de entrada, en relieve sobre la pared, se leen dos grandes letras: D F, y, un poco más abajo, M F. Las iniciales cuentan la historia de esta casa construida hacia 1850 por el Coronel Darío Figueroa, casado con Macedonia Figueroa. Oriundo de Salta, Figueroa peleó en las huestes del General Martín Miguel de Güemes, pero cuando el caudillo falleció decidió emigrar a Tinogasta. “Fue casa de los Figueroa a través de las generaciones, pero al final ya no la usaban como casa sino como finca, el mobiliario lo habían vendido y estaba muy deteriorada”, relata Ana. En 1968, la familia Saldaño compró la propiedad a José Venancio Figueroa, el último heredero de esa familia.
El abandono y después
En 2011, cuando falleció el padre de Horacio, el lugar quedó sin quien lo cuidara y Ana y Horacio decidieron mudarse desde Salta. “Primero me fui yo –cuenta Horacio–, retirado del Ejército. Empecé a trabajar solo allá en una casa que estaba abandonada, ni techo tenía en algunas partes y empezamos de a poquito a arreglarla. Logré acondicionar una habitación, entonces se vino mi señora, vivíamos en una piecita con un baño que habíamos reparado. Empezamos a trabajar los dos, vendíamos artesanías y regionales en esa casa que estaba prácticamente en ruinas. Los turistas iban parando, les impactaba cómo iba avanzando la casa, luego abrimos un saloncito de té, luego el restaurante, después nos animamos a abrir tres habitaciones, la pileta de natación y ahora abrimos dos habitaciones más y seguimos, estamos contentos con lo que hacemos”.
Los comienzos fueron difíciles, pero fueron avanzando de a poco. “Hicimos todo sin pedir crédito, trabajábamos, juntábamos plata e íbamos avanzando. Tinogasta es un pueblo chico, de 12 mil habitantes aproximadamente, la confianza comercial en estos pueblos del interior es distinta de la de la gran ciudad. Acá conocen a nuestros padres, los comercios abren y te dicen saquen lo que quieran, las bolsas de cemento, y lo vas haciendo, no necesitás ni tarjeta de crédito ni nada.”
Nueva etapa
Ana agrega que ellos no han reciclado la casa, simplemente han restaurado lo que ya estaba con ayuda de Juan Almaraz, albañil de la zona que conoce la técnica ancestral de la construcción con adobe y los acompaña desde que iniciaron el emprendimiento. El adobe es una mezcla de tierra de la zona, paja y estiércol amasado y secado al sol. Con esa masa se hacen ladrillos o se moldea una estructura continua que no se cuece, por eso la construcción es ecológica y no consume energía. Se trata de un material muy versátil, apto para un clima seco como el de Catamarca, donde mantiene los ambientes frescos en verano y conserva el calor en invierno. La casa fue una de las primeras en inaugurar la Ruta del Adobe, un recorrido que ya es marca registrada del turismo catamarqueño.
“Nosotros no somos restauradores –aclara Ana– , nos paramos sobre la premisa de no cambiar nada, solo arreglar lo que estaba. El trabajo de restauración es caro y lento porque hay que ir viendo cómo está hecho. El frente de la casa tiene 38 metros, la casa tiene casi cinco metros de alto, las paredes casi 80 cm, tiene cimientos firmes, pasaron sismos y la casa sigue en pie. Los pisos son originales, están hechos con piedras del cerro de enfrente que fueron cavando y poniendo de acuerdo al tamaño y la altura de la piedra, los colocaron y luego los nivelaron. Sí tuvimos que volver a hacer el techo con varas (cañas) y algunas partes de la casa no las pudimos restaurar. Mi madre estaba emparentada con los Figueroa y ella nos contaba que la casa tenía un sótano, pero no pudimos rescatarlo. Sabemos dónde está, hay vestigios, pero no lo pudimos rescatar.”
Los ambientes frescos y amplios, el estilo neoclásico, las paredes anchas y los muebles de estilo ayudan a que la estadía proponga un viaje en el tiempo. Aunque el mobiliario original de los Figueroa ya no estaba en la casa, Ana y Horacio trajeron sus muebles de Salta que parecían hechos a medida. “A nosotros siempre nos gustaron las antigüedades y nuestra casa estaba amoblada con cosas antiguas desde que nos casamos, muebles, araña, sillones, todo”. La amplia sala de estar con sus pisos originales y el hogar a leña, las habitaciones ambientadas en cada detalle, la cocina donde Ana prepara sus famosos platos, suman la calidez para sentirse en casa mientras afuera se disfrutan las tres hectáreas de parques, jardines y piscina.
Cocina y vinos de altura
La cocina guarda los secretos del hotel que también funciona como restaurante. Allí Ana despliega todo su arte, muy valorado por los viajeros. Horacio sirve las mesas mientras conversa. El plato más valorado son las costillas al malbec y le siguen especialidades regionales como el locro, la humita o las cazuelas de pollo y lomo.
La finca también produce su propio vino llamado Alma de Adobe. Horacio cuenta con orgullo cuáles son las características de este malbec que se elabora con uvas de la finca y luego se fabrica en una bodega de la región: “La característica de nuestros vinos de altura es que son fertilizados orgánicamente, no tienen agroquímicos, no necesitan plaguicidas porque la altura y los vientos fuertes hacen que no existan pestes. Tienen mucha amplitud térmica entre el día y la noche y eso hace que el granito de uva sufra y genera un hollejo donde se concentran los taninos, tiene una piel más gruesa que hace que salga con mucho cuerpo, mucha fuerza, con el aroma y el sabor de la tierra que lo vio nacer.”
El vino, junto con otros productos regionales como aceitunas, aceite de oliva, dulces, pasas de uva, se venden en el almacén de regionales de la finca. También tienen un almacén con exquisitas artesanías hechas en alpaca, plata, madera y barro, junto con chales, pashminas y otros tejidos de la región.
Proyecto de vida
Ana recuerda que con Horacio se conocieron en primer grado de la escuela primaria en Tinogasta y se pusieron de novios en séptimo. Luego él se fue a estudiar a Córdoba y a su regreso, cuando ambos terminaron la secundaria, se reencontraron. Seis años después se casaron y tuvieron tres hijos: Anita, Javier y Juan Ignacio, con los que se radicaron en distintos lugares del país. Cuando los hijos crecieron, lejos de la melancolía del “nido vacío”, decidieron dejar Salta para restaurar la antigua casona.
Horacio lo cuenta así: “Aunque los dos somos de Tinogasta, para nosotros fue difícil volver a esa tranquilidad. Teníamos una actividad feroz en Salta como en todas las ciudades, pero el hecho dejar a nuestros tres chicos allá fue reencontrarnos. Cuando nos vinimos el menor tenía 20 años, otro se casó, y cada uno tiene sus actividades. Volver a vivir solos fue una experiencia realmente hermosa porque después de tantos años fue volver a cuidarnos, mimarnos, cocinarnos, conversar de otras cosas y entendernos nuevamente. Emprendimos una actividad que nos llevó a conocernos y a abroquelarnos cada vez más.”
Ana aclara que se dividen las actividades, que cada uno tiene su propio espacio y que tratan de respetarlo. Con 38 años de casados vuelven a elegirse y dicen que la fórmula es mantener vivos los proyectos en las distintas etapas de la vida: “Empezamos con este proyecto a los 50 y ahora tenemos 60″, reflexiona Horacio. “Cuando uno es recién casado el proyecto es la crianza de los hijos, luego, nuestro proyecto común pasó a ser la finca. El proyecto común te mantiene vivo, unido, con ganas, con salud y con fuerza para salir adelante”
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