A la vera de la RN 40, muy cerca de Angastaco, el lugar es propiedad de la familia Miralpeix desde hace cinco generaciones.
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La Ciénaga de Angastaco: así se llamó originalmente el pueblo de Angastaco, asentado en Finca del Carmen, lugar donde vive la familia Miralpeix desde hace cinco generaciones y que tiene una historia tan valiosa como las increíbles réplicas de carruajes que se pueden ver en una de las salas del museo que hay en la finca. De tal historia no hay documentación escrita, fue transmitida por vía oral, y dicen que fue así, o así la recuerda Emiliano Miralpeix que tantas veces la oyó en los relatos de su abuela Gloria Arzelan, casada con Leopoldo Miralpeix, su abuelo. En el año 1600 los jesuitas desembarcaron en esta zona de los Valles Calchaquíes, enclavada en los márgenes del río Calchaquí y rodeada por la Quebrada de las Flechas. Con vista a los cerros, y de espaldas al tramo por donde pasaría la RN 40, comenzaron a levantar una iglesia. Hicieron un molino que consiguieron poner en marcha y algo que, según deducciones y evidencia encontrada, fue una herrería. En los cimientos que quedaron de dicha herrería, el bisabuelo de Emiliano, también llamado Emiliano Miralpeix, levantó la casa donde viviría, edificación que hoy tiene 75 años.
En 1635, los jesuitas se retiraron y la iglesia quedó sin terminar y abandonada por cien años: sólo habían llegado a hacer a la cabreadas del techo. La pasó de manos siete veces hasta hasta que llegó a manos de los Miralpeix. En 1780, arribó desde España el presbítero Pedro Pablo del Sueldo y Ríos, tomó posesión del lugar y terminó la iglesia en tres años. Luego construyó la casa donde, actualmente, funciona la hostería.
A Pedro Pablo le siguió Isidro Poveda y, poco tiempo después el español Martín Gómez, gaucho de la escolta y padre de Indalecio Gómez, quien fuera Ministro del Interior del presidente Roque Sáenz Peña. A Indalecio lo sucedieron su hijo y su nieta Carmen Gómez de Flores, gracias a quien la finca lleva ese nombre. En 1889 es comprada por una familia de apellido Miranda y, diez años más tarde, pasa a remate del Banco Provincia La compran Saturnino Sánchez Isasmendi y don Félix Usandivaras, hasta que llega a otro cura español de apellido Terres que toma esa finca y otra situada en La Paya, a pocos kilómetros de Cachi y a 80 del actual Angastaco.
Terres es el puente para que la familia Miralpeix desembarque en La Ciénaga de Angastaco. Desde San HIlario Sacalm, Cataluña viajaron a tierra calchaquí, José y Joaquín, los dos hermanos Miralpeix que llegaron a trabajar en La Paya. En el año 1927, consiguieron comprarle la Finca del Carmen al cura Terres, ubicada en aquel entonces en el viejo pueblo, La Ciénaga de Angastaco. Cuentan que a uno de los hermanos le gustaba hacer engorde de hacienda, que vivir en un lugar poblado no le servía; al otro hermano le interesaba la viticultura. José y Joaquín se pusieron de acuerdo y decidieron separarse, uno se quedó con la hacienda, la finca, la iglesia, otro se mudó a 8 kilómetros, llevándose con él su emprendimiento vitivinícola y todo el pueblo, rebautizado Angastaco. En 1929 hubo un terremoto: la iglesia y todas la edificaciones que habían, sufrieron grandes destrozos. La familia Miralpeix cumplió un rol importante en la reconstrucción.
El derrotero de las imágenes de la iglesia del Carmen
“La reconstrucción de la iglesia la retoman mis bisabuelos”, cuenta Emiliano. Aunque sus bisabuelos consiguieron hacer poco: el gran trabajo lo llevaron adelante Leopoldo y Gloria. Su mérito no fue sólo recuperar el templo, sino también lograr que las antiguas imágenes, que había sido trasladadas al oratorio de Guasaloma, volvieran a su lugar.
El litigio por regresarlas a la Iglesia del Carmen fue largo y tedioso. En el pueblo ya las consideraban propias, y si no hubiera sido por un viejo documento que encontró Gloria Arzelan, no lo hubieran logrado. “Por suerte, mis abuelos habían dejado constancia de que las imágenes habían ido solo en calidad de préstamo, y gracias a ese escrito pudieron volver acá, en 1969, para la reinauguración”.
Réplicas de carruajes y el gran galeón
El origen del apellido Miralpeix parece más vasco-francés que catalán, reflexiona Emiliano, pensando en sus tatarabuelos venidos a la Argentina desde Cataluña. Aunque según el recorrido genealógico que él hizo junto con un amigo historiador, “Miralpeix” podría llegar hasta la antigua Roma.
“Googleando encontramos una tumba de 1535, de un Miralpeix en Roma”. “Mira el pez” es el significado del apellido. Y quizás haya algo ancestral en la pasión que Emiliano siente, desde muy pequeño y sin saber por qué, por los barcos, del mar, el agua. A los quince hizo su primer barco dentro de un foco de luz y, actualmente, en el tiempo libre, todavía crea barcos pequeños en focos chiquitos. Tiene, por ejemplo, una miniatura de las tres carabelas, dentro de lamparitas. Pero lo más sorprendente es el galeón a escala que hizo, y que más de un coleccionista quiso comprarle. No, señores, no está a la venta. A lo sumo, les deja tomarse una fotografía junto al gran barco.
“Estuve casi ocho meses para hacerlo”, cuenta Emiliano que llegaba de trabajar, tomaba mate y se iba a cortar, pegar y pintar hasta las cinco de la mañana. En aquella época estaba de novio con su actual mujer, ella iba a visitarlo y se quedaba hablando con la madre de él, porque Emiliano no quitaba los ojos del sagrado galeón. Un día, cuando estaba por terminarlo, una mañana la llamó por teléfono y le pidió que le consiguiera unos escarbadientes torneados para hacer las barandillas. “Y dónde se consiguen”, preguntó ella. “En cualquier bazar”, contestó él. Pero no fue así, la muchacha estuvo cuatro días dando vueltas por Salta hasta conseguir los escarbadientes. “El barco es mi locura. Cuando estoy así... voy y me siento a verlo un rato. Saco los vidrios y me pongo a verlo por todos lados. Para acordarme del trabajo que significó”. Está expuesto en una de las salas del museo, junto a otras réplicas de carruajes que hicieron Emiliano y su padre, Ricardo Miralpeix, respetando las formas y los materiales de construcción. “Todo lo que hicimos son piezas que se han utilizado y que se han encontrado en el país”, dice Emiliano.
Finca del Carmen
Finca del Carmen tiene 240 hectáreas, de las cuales 90 son productivas; un paisaje muy difícil de igualar por lo bello y abierto, lo colorido y silencioso. El edificio principal donde se encuentra el hospedaje tiene una galería con vista directa a los cerros. Las habitaciones son amplias y tienen detalles en piedra, como puede ser un hogar o el respaldo de las camas. Hay piscina, la bodega propia y artesanal Josefa Rodó, gastronomía con platos regionales, y los deliciosos alfajores de dulce de leche elaborados por Carolina Miralpeix, la hermana de Emiliano.
En definitiva, se trata de un alto placentero que incluye una porción de historia de los Valles Calchaquíes.
Finca El Carmen. RN 40 Km. 4.420, Angastaco.
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