La saga de un negocio familiar, con más de medio siglo de historia, liderado por cuatro generaciones de mujeres.
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A finales de los 60, Buenos Aires contaba con un único y muy exclusivo circuito de compras para la alta sociedad porteña, que incluía, entre otras coordenadas indispensables, a las zapaterías Perugia, Botticelli y Guido, la peletería Charles Calfun y la perfumería Pozzi. Entre esas firmas, se hizo un lugar propio la por entonces flamante Fahoma, inaugurada en 1968. Una tienda de accesorios y complementos para mujeres que, 55 años después, todavía marca su particular impronta sobre la calle Libertad al 1100, una de las zonas más coquetas de Recoleta. Y que aún hoy está en manos de las descendientes de su fundadora, Erlinda Gilgorry: cada día, son su nieta María Amalia Ballvé y dos de sus bisnietas, Juana y Martina Fernández Brital, quienes dan la bienvenida del otro lado del mostrador.
Hay incluso algunas clientas actuales que siguen recordando a Erlinda, trabajando sin descanso en el taller que montó detrás del negocio, donde pasaba horas creando con sus propias manos los diseños que su imaginación le dictaba: pulseras, collares y aros, entre sofisticados y atrevidos, que llegaron para demostrar que la elegancia no tenía por qué ser seria o aburrida.
“Mi abuela materna era rosarina, pero hija de inmigrantes vascos. Se crió en el campo y sólo completó algunos pocos grados de la escuela primaria. Consiguió trabajo como secretaria en el almacén de ramos generales de mi abuelo, Jaime Roffe, que había llegado de Marruecos literalmente sin nada. Se casaron al poco tiempo y, con los años, Erlinda adquirió un gran gusto por la moda y demostró ser una gran comerciante, al punto que fue ella la que se hizo cargo de los siguientes emprendimientos que llevaron adelante juntos”, arranca Marion Stocki, otra de sus nietas.
Marion fue quien, en 2002, cruzó el Atlántico para llevar la marca Fahoma a Madrid, más específicamente al barrio de Salamanca, en donde repitió el boom que había logrado Erlinda casi tres décadas antes en Buenos Aires. Sobre esa hazaña, Marion confiesa: “No hicimos ningún estudio de mercado, pero el mismo día que abrimos la tienda se llenó de gente que no paraba de comprar. No había nada como Fahoma en Madrid, porque traía una propuesta de accesorio muy original. Fuimos algo único en ese momento, al punto que tuvimos que abrir otra tienda al año siguiente”.
El boca a boca fue tan potente que hasta llegaron al local los asesores de imagen de Letizia Ortiz, quien por entonces se estaba por casar con el Príncipe Felipe. “Durante un tiempo, Letizia compró muchísimo en Fahoma, hasta que se convirtió en reina y ahí su look se volvió más clásico”, cuenta Marion. Pero la que nunca dejó de comprar fue la Reina Máxima, que sigue visitando el local de Buenos Aires cada vez que puede en su paso por la Argentina.
Podría decirse que Máxima mantiene viva una tradición familiar: su mamá, clienta asidua, la trajo por primera vez cuando era una adolescente, como muchas otras madres porteñas que, antes de un evento social importante, llevaban a sus hijas a elegir algún complemento especial a Fahoma. De ahí, además, que Máxima se siga sintiendo identificada con el estilo de la marca. “Para nosotras es un orgullo enorme. Además, ella es super sencilla, entra a la tienda como cualquier otra”, dice María. Marion completa: “Es una mujer que usa mucho accesorio y, en ese sentido, marcó una estética: no hay otra reina que se le ocurra ponerse pendientes de resina y madera en vez de esmeraldas. Es muy única en su estilo y lo lleva muy bien”.
Si hay algo que destaca a la atención personalizada que brindaron y siguen brindando las cuatro generaciones de mujeres detrás de Fahoma es la franqueza absoluta. “Somos una marca especializada y ecléctica al mismo tiempo, con un montón de estilos y productos. Entonces, la asesoría es super importante y somos muy sinceras con lo que a cada quien le queda bien o no, si bien respetamos el gusto propio”, apunta Martina. “Aunque quizás esto que hacemos, la tienda de autor, sea una especie en extinción. No parece que el mundo vaya hacia eso”, reflexiona Marion.
Sin embargo, hay una fusión entre la tradición y la renovación: por sobre la experiencia y el oficio de cada una de las herederas, prima siempre una mirada audaz y original. La misma que llevó al alma mater de Fahoma, a lanzarse una y otra vez a emprender, guiada por su “sexto sentido” para la moda y los negocios.
Entre el legado y la vigencia
El primer emprendimiento de Erlinda fue una sombrerería, que abrió con unos pocos ahorros que le quedaban a su marido después de la quiebra del almacén de ramos generales. Se llamó Marion y fue todo un éxito en Rosario. Sin embargo, en 1945, la pareja decidió cerrar ese negocio y mudarse a Buenos Aires. En una ciudad nueva y desconocida para ella, Erlinda volvió a apostar y no falló: “Eran tiempos de posguerra y ella tuvo la intuición de saber que el sombrero no iba a usarse más. Entonces, en vez de retomar lo que ya sabía hacer, decidió fundar Rodier, un local muy grande de bijouterie en plena avenida Santa Fe. Fue absolutamente innovador para la época. Más de 20 años después, cuando su hija Amalia Roffe (mi madre) se quedó el frente de Rodier, Erlinda creó una nueva marca propia. Y ahí recién empieza la historia de Fahoma, con la idea de llevar a la bijouterie a la categoría de joya. Siempre fue una visionaria, una vanguardista”, explica María.
Tanto ella como su hermana Marion revelan que nunca pensaron dedicarse a continuar el negocio familiar. Sin embargo, Fahoma fue siempre una parte central de sus vidas: iban cada tarde al local, después del colegio, a estar con su abuela, a “jugar” a hacer pulseras, a charlar con las clientas. Después, empezaron a acompañar a su abuela y a su mamá en sus viajes a Nueva York, Brasil, Italia o Francia en busca de inspiración.
Eran tiempos previos a Internet, en donde tenían que mirar las etiquetas de los accesorios que les gustaban para anotarlos y acto seguido rastrear los contactos de los diseñadores y proveedores en la guía de teléfonos local. “Me gusta pensar que es un oficio que se hereda por el simple hecho de estar y empaparse de todo ese mundo. Ahora, mirando para atrás, creo que no habría hecho otra cosa. Hasta hoy, vengo a trabajar contenta todos los días”, admite Marion.
La historia se repitió de la misma manera, natural y sin esfuerzo, con Martina y Juana, hijas de María. Ellas estudiaron Cine y Ciencias Políticas respectivamente, pero también terminaron cayendo en el hechizo del legado familiar. “Nos criamos en Fahoma. Lo sentimos siempre como el living de casa. Yo venía de bebé en el Bebesit, como después traje a mis hijos, con eso te digo todo”, se ríe Martina, y agrega: “Nunca sentí que mamá se iba a trabajar cuando se iba al local, y ahora mis hijos me dicen lo mismo a mí”.
Por su parte, Juana, la gran artífice detrás de las redes sociales y la tienda online que la marca lanzó en los últimos años, admite que fue el desafío de llevar la marca al mundo digital lo que la terminó de convencer. El impacto de los canales virtuales, además de permitirles sobrevivir el golpe de la pandemia, nutrió toda una renovación de la marca offline. “Descubrimos que había gente que tenía casi miedo de entrar. Era un lugar con mucha historia, con mucha tradición, y eso inhibía a algunas mujeres que, sin embargo, se sentían atraídas por nuestra propuesta. Entonces, hicimos un rediseño para hacer más amigable la experiencia en el local. Creo que el hecho de que Marti y yo hayamos tomado más la posta en la atención a las clientas también contribuyó a que se rejuveneciera la imagen de la marca”.
La nueva impronta de la cuarta generación es muy celebrada por sus antecesoras, que siguen al frente del negocio (Marion en Madrid, y María en los locales de Buenos Aires y Montevideo, donde abrieron el cuarto local, en 2013) pero han dado paso y espacio a las nuevas herederas, como en su momento se les dio a ellas. “Lo que hacen en redes me parece increíble y yo nunca podría hacerlo”, se sincera Marion. Basta scrollear brevemente el Instagram de Fahoma para entender a qué se refiere: entre stories, vivos y videos de TikTok, Juana y Martina tienen raptos de total desparpajo.
Ya sea probándose los mil y un accesorios de la tienda, desfilando looks o compartiendo historias de clientas que las emocionan, es como si las hermanas siguieran jugando como cuando eran chicas. “Tenemos muchas seguidoras que no son clientas pero nos ven porque se matan de risa. Igual, me sigo replanteando si lo que hacemos está bien, porque se supone que Fahoma es otra cosa, pero nosotras somos así, tal cual nos mostramos, y es lo más auténtico que nos sale”, comparte Juana, y remata: “Siempre sentimos la libertad de hacer la nuestra, de seguir avanzando”.
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