La llegada del Dakar en 2009 y los consejos de un amigo llevaron a Carlos Lilljedahl a cambiar el rumbo de su vida para dedicarse de lleno al turismo en un destino con muchísimo potencial.
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Si había un plan que el pequeño Carlos Lilljedahl amaba hacer, era visitar junto a su padre la vieja casona familiar en Fiambalá. Era una garantía de aventuras en la cordillera, de travesuras y descubrimientos. Esas incursiones, a principios de los años 90, estaban marcadas por la imponencia de un paisaje todavía virgen: ni siquiera había corriente eléctrica en la pequeña localidad catamarqueña. Sin saberlo aún, Carlos estaba forjando un vínculo estrecho con el sitio que años después lo llevaría a renunciar a su trabajo en sistemas para dedicarse a la hotelería y el turismo y marcar tendencia en uno de los lugares más bellos de Catamarca.
La casa en cuestión fue construida en 1830 por Clotilde Díaz, la bisabuela de Carlos, quien estaba casada con un arriero de apellido Castro, que desapareció en una de sus excursiones para llevar ganado a la cordillera. La finca ocupaba toda la manzana y tenía un taller, panadería, herrería y carpintería. Un pequeño ecosistema en forma de herradura, con todas las habitaciones que daban a un patio con aljibe. Los días de Clotilde pasaban al cuidado de Delia, su hija, quien luego se casaría con Jorge Isaac del Pino, descendiente directo del hermano de Joaquín del Pino, quien fuera Virrey del Virreinato del Río de la Plata. Tuvieron 5 hijos, entre ellos, Horacio del Pino, el abuelo de Carlos.
Con la muerte de los dueños, la casa se dividió en tres y todos se fueron de Fiambalá.
Una casa a la deriva
La casa se convirtió en una carga, pero también en una atracción. Funcionó como un lugar secreto para pasar las vacaciones familiares, en un destino que estaba lejos de ser una atracción turística, pero que escondía tesoros como las dunas, las termas y las lagunas en altura. Desde Buenos Aires, Noemí del Pino -la madre de Carlos- había tomado la posta en la manutención de la propiedad. Una tarea poco sencilla: la casa no tiene cimientos, las paredes son de 30 centímetros de adobe, los techos de caña y vara, que con el clima y el tiempo se van deteriorando.
Carlos era, de los tres hermanos, el que más afinidad tenía con el lugar. No sólo iba con su familia, sino también con sus amigos. Salían a buscar sitios de pesca en la cordillera, andaban por las quebradas, incursionaban en las dunas, indagaban con los locales acerca de los misterios cordilleranos. Esas visitas en plan de amigos serían la clave para la historia de este emprendimiento.
En enero de 2009 se corrió por primera vez el rally Dakar en la Argentina y uno de los sitios elegidos como posta fue Fiambalá. La pequeña localidad estaba revolucionada. Carlos y su novia, María José Castro, habían viajado hasta allá para pasar unos días de vacaciones, cuando recibieron un llamado. “Era un amigo mío, Juan Pablo Ramella, que trabajaba para el Inprotur y que ya conocía la casa por los viajes que habíamos hecho, me pregunta si podían usarla para dormir porque no había nada”, cuenta.
Como era la noche de despedida de Argentina del rally, que luego pasaba a Chile, Juan Pablo le consultó si podían hacer el asado ahí mismo. A la vieja casona de los Del Pino cayeron autoridades turísticas de todo el país que no se cansaron de decirle a Carlos que debía encarar un proyecto en la propiedad. “En ese momento yo trabajaba en sistemas para una empresa de telecomunicaciones y mi mujer era docente: nada que ver con el turismo”, dice entre risas.
Los inicios del emprendimiento
Que Fiambalá es impresionante, que la casa es espectacular, que tiene mucha historia y una impronta muy interesante. Los argumentos quedaron retumbando en su cabeza. “Nos miramos con mi novia y dijimos: ¿Hacemos algo con esto o no?”. La pregunta dispararía el empuje para dar finalmente el salto hacia la puesta en acción.
Empezaron de a poco a acondicionar la casa, mientras seguían con sus trabajos. Agregaron habitaciones y baños, cambiaron cables y plomería: la pusieron a punto para recibir gente, pero sin que la casa perdiera identidad. “Tocamos lo menos posible”, explica.
Siempre les parecía que algo les faltaba hacer. “Estábamos inseguros”, reconoce Carlos. Sin embargo, una noche él decidió marcar un punto de no retorno: armó un perfil en Booking y se fueron a dormir. Al otro día, cuando se levantaron, ya tenían cinco reservas. No lo podían creer. “Nos puso el deadline para abrir sí o sí”. En marzo de 2015, la Casona Del Pino abrió sus puertas. “Así arrancamos y así seguimos, empezó a funcionar de entrada: es un hotel chico de cinco habitaciones, con su impronta e identidad. Entran 12 personas y estamos bien así”.
Mientras avanzaban con las remodelaciones, Carlos y María José se encontraron con tesoros, como la primera moneda de la Argentina, acuñada en 1813. “Es una moneda de ocho reales, la primera de la patria, y como dato de color, la parte dorada de la moneda de un peso actual es una representación a esa moneda”, cuenta.
El enamoramiento con Fiambalá
La llegada de Carlos al mundo del turismo fue todo un descubrimiento. Con el tiempo se convertiría además en Secretario de Turismo de Fiambalá, desde donde trabajó para la promoción del destino. “Tenemos la duna más alta del mundo, el volcán más alto del mundo, las termas con mayor temperatura del país y la laguna más alta del mundo. Después del Aconcagua, están los seis picos más altos de América”, enumera.
Además, dice, todavía hay lugares no explotados, como dos sitios arqueológicos donde se han encontrado petroglifos, y las termas de Los Hornos, en la localidad de Las Papas. “Son unas termas naturales, el agua brota del suelo y tienen mucho calcio y sarro natural, con lo cual forman estructuras que parecen un horno de barro. Es todo virgen, es difícil llegar pero es muy bello”, describe. “Es una locura todo lo que hay para ver y hacer, pocos lugares conjugan tantas cosas. Yo estoy enamorado de este lugar”, dice, sin vueltas.
Datos útiles
Casona Del Pino. Diego Carrizo de Frites s/n, Fiambalá, Catamarca. La familia Del Pino recibe en esta casa de 1830, construida con gruesas paredes de adobe, techos de caña y aberturas de algarrobo, un verdadero tesoro arquitectónico rodeado de olivos centenarios. Los cuartos, que son cinco, conservan detalles de época, como los placares de madera tallada y las camas de bronce. Proveen de vajilla a aquellos que quieran utilizar el asador o la cocina exterior. Tablas de sandboard, sin costo adicional. T: (03837) 69-7429. IG: @casonadelpino.
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