El microclima de Villa Berna y la agricultura biodinámica regulan la actividad del único “open garden” que tiene en Argentina la compañía Weleda. Un vergel de 12 hectáreas donde se cultivan sin agroquímicos más de 70 especies para uso cosmético y medicinal.
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Cualquier época es buena para visitar Villa Berna, el pueblito de aires suizos ubicado entre La Cumbrecita y Villa General Belgrano donde es un placer perderse en sus calles arboladas, con pinos y robles que casi no dejan pasar el sol. Es un destino muy recomendado para trekking y cicloturismo, para pedalear hasta Intiyaco y Athos Pampa o, aprovechando las bajadas, unir los 18 km a Los Reartes en vigorosos 50 minutos.
En verano, este reducto del valle de Calamuchita resulta irresistible por el remanso que proponen los ríos Del Medio y Los Reartes, de aguas tan cristalinas que revelan hasta la última piedrita del lecho. En invierno, los 1.350 metros de altura son garantía de alguna nevada, postal que combina perfecto con un rico servicio de té. Difícilmente alguien se vaya de Villa Berna sin haberse cruzado con un zorro. Parecen acostumbrados a encontrarse con la gente y los mismos lugareños –unos 300 habitantes estables- bromean diciendo que algunos de los animalitos hasta tienen nombre propio.
La ruta que atraviesa el pueblo, avenida principal y única calle asfaltada de la villa lleva el nombre de su fundadora, la apicultora y naturista suiza Margarita Kellenberg, quien en 1942 llegó con su marido alemán y, enamorada del lugar, compró 400 hectáreas. Al ímpetu pionero y la intensa tarea de forestación que encaró antes de lotear la zona le debe Villa Berna buena parte de su encanto y de su microclima, que con el tiempo se reveló ideal para el cultivo de plantas con propiedades medicinales y cosméticas.
Por ello, en 1987, la compañía suiza Weleda radicó en esta aldea de montaña el único “open garden” de Argentina, 12 hectáreas donde crecen y se multiplican respetando ciclos biológicos, sin agroquímicos ni pesticidas, más de 70 variedades de árboles, arbustos, flores y hierbas para los laboratorios de Buenos Aires. Weleda, líder en cosmética y medicina natural, fue creada en 1921 por el fundador de la antroposofia, el austríaco Rudolf Steiner, y Margarita había sido una joven practicante en la empresa antes de cruzar el océano para establecerse en las sierras de Córdoba.
Bienvenidos al edén
El invernadero, los canteros de lavandas, de lirios, los bosques de robles y abedules, el secadero, las varas de malvas en flor, todo ese vergel que se abre a los sentidos apenas el visitante traspasa el arco del ingreso es la ocupación diaria de Jorge Giusto, asesor a distancia desde 1990 y radicado en el lugar desde 2005. “Es un bosque no autóctono, implantado. Se trabaja sin agroquímicos y bajo pautas de agricultura biodinámica, todo en armonía con la naturaleza”, explica, en ese edén de colores y perfumes embriagantes.
Anualmente, según la demanda de los laboratorios, desde Villa Berna se envía a Buenos Aires una producción de tres mil kilos, entre cortezas, plantas secas y frescas, y rosa mosqueta.
La visita a esta “botica” natural comienza por el invernadero que, para cualquiera que ame las plantas, es como descubrir un tesoro. “Acá es donde empezamos a producir las plantas desde sus simientes. Cultivamos con semillas ya adaptadas a este lugar. Generalmente para el laboratorio utilizamos plantas europeas, en su gran mayoría. Por ejemplo, esta es la Lysimachia, que interviene en un medicamento para la piel”, explica Jorge, al lado de un enorme almácigo donde crece la hierba rastrera de color verde brillante, casi amarillo, que en algunos viveros se apoda “la moneda”.
Una enredadera trepa por la esquina y en distintos rincones, agrupadas según la variedad, se ven macetas con malvas, mentas, salvias y artemisas. “Acá tenemos la equinácea. Esta sí es una planta americana, originaria de Norteamérica, de uso ancestral por sus beneficios para elevar las defensas propias del organismo. Es como un antibiótico natural”, resume, mientras alza un pequeño plantín que dará flores cuando alcance el metro de altura, ya en tierra, enriquecida con compost y fertilizantes naturales.
“La lavanda se usa más en cosmética, aunque también es una planta muy útil como tranquilizante”, asegura, y la presentación sigue con la Chelidonium Majus (“Golondrina” o “Verruguera”, dos de sus nombres populares), de florcitas amarillas, base para un medicamento recomendado para afecciones biliares.
“Aquí en el invernadero tenemos un poco de todo, hierbas aromáticas y plantas, tanto para cosmética como para medicina homeopática y antroposófica”, dice Giusto, saliendo ya para el campo. Junto al chalet rosado donde vivió Margarita Kellenberg (construido en 1940, según se lee en el dintel) hay un cantero que explota de hortensias y otro que llama la atención por las enormes varas en flor, erguidas y saludables, de color rosado. “Es la Malva Althaea, o malva mayor. Puede llegar hasta los tres metros. Muy útil para las afecciones respiratorias”, asegura, anticipándose a la pregunta.
Un organismo vivo
Tanto la producción del campo de Villa Berna como la labor profesional de Jorge Giusto cuentan con el aval de la Asociación Demeter Internacional, la autoridad en agricultura biodinámica, práctica que rechaza todo uso de pesticidas y agroquímicos industriales y considera a las huertas y los jardines como organismos vivos y complejos, con ciclos naturales y calendarios de siembra y de cosecha sobre los que influyen también los astros. “Las plantas son seres vivos y acompañan al hombre y a los animales en su existencia en el planeta. Nos dan alimento, pero también nos dan medicina; son fuente de salud. En la biodiversidad, la misma naturaleza tiene los elementos para restablecer el equilibrio. De lo que se trata es de cultivar en armonía con los ciclos biológicos de las plantas y, también, en su relación con los insectos, la tierra, el agua, y el ambiente en general. Un jardín es un organismo vivo”, remarca Jorge.
En el campo de Villa Berna se colecta el agua de lluvia y se usa para regar, se composta para fertilizar, se rotan y se asocian cultivos para atraer insectos que protegen el jardín, se usan trampas naturales para luchar contra las plagas y se abona con los mismos residuos de las plantas. Apunta a ser un ecosistema sustentable donde todos tienen algo que hacer, incluidos los pajaritos, las abejas, las vaquitas de San Antonio y las mariposas, grandes protagonistas en la recorrida. “La naturaleza hace lo suyo y el hombre es el que gestiona a favor de ella”, apunta Giusto mientras caminamos por un vergel de herbáceas y de flores dispuestas en canteros circulares entre matas silvestres.
El bosque de abedules tiene 20 años (“Lo implanté yo”, dice Jorge) y provee al laboratorio de hojas y cortezas que se utilizan para productos cosméticos y revitalizantes. La corteza del roble se colecta porque contiene calcio. Muy cerca está la colonia de Equisetum (conocida como “Cola de caballo”), con varas de un metro que forman una pequeña selva. Jorge explica que esa planta no genera flores ni semillas y se reproduce por esporas. Al ser muy rica en silicio, resulta apropiada para afecciones renales y, también, como regenerativo de la piel.
Las raíces de los lirios (Iris germánica) favorecen la humedad de la piel. La hoja marmolada del cardo mariano es excelente para el hígado. La Sympthytum ya está a punto de florecer y es la mejor aliada para huesos y articulaciones. “Por eso la llaman Consuelda”, apunta Jorge, ya camino al chalet de Margarita donde Susana Firmapaz, también 20 años cuidando este magnífico jardín, espera con budín casero y un té verde con jazmín, mandarina y miel.
WELEDA
Av. Margarita Kellenberg s/n, Villa Berna. T: (011) 5637-3073
jgiusto@weleda.com.ar
Las visitas son en grupo y se pautan con antelación para no interferir con la labor, que es intensa todo el año.
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