La pintura, los sabores caseros y el descanso marcan el ritmo de esta finca de agricultura orgánica atendida por una pareja de artistas. Una vuelta a la vida rural en plena Quebrada.
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Hay vidas bastante planificadas y hay de las otras, donde rigen más las intuiciones que las agendas. Las de Rémy Rasse y Analía Rondón se parecen más a las segundas. Antes viajeros que anfitriones, este artista plástico nacido en Niza y esta fotógrafa jujeña deambularon sin rumbo por Ecuador, Chile, Perú y Bolivia, siempre cerca de la cultura andina, hasta que el padre de Analía les regaló un terreno en Huacalera. El paraje mínimo, del que poco se sabía, se encuentra en el corazón de la Quebrada de Humahuaca, a 15 km de Tilcara. Su rasgo más sobresaliente es el de encontrarse en la línea imaginaria del Trópico de Capricornio.
Dicha condición y la de pueblo (en esencia agricultor) aún prácticamente no tocado por el turismo -aunque en los últimos años empezó a llegar más gente y aparecieron otras propuestas-, los motivó a empezar a construir una casa allá por 2004. Así nació en 2009 Solar del Trópico, una finca de tres hectáreas en plena explotación agrícola, con caballos y cosecha de verduras orgánicas.
Concebida a la francesa como chambre d’hôtes (casa de anfitriones), la base es la casa particular de la pareja, más cuatro habitaciones para huéspedes, el taller de Rémy y un salón comedor repartidos en una colorida construcción en U con arcos coloniales y pilares provenzales.
En el centro, un patio de permacultura colmado de malvaviscos rosados, tapiz de nieve, frondosas lavandas sin podar, caléndulas, dalias y girasoles que forman un vergel en plena aridez quebradeña, por donde rondan enloquecidas las abejas de la colmena que los abastece de miel pura y casera. Muchas flores que se reproducen casi sin intervención y en el centro, el infaltable cardón. No es un jardín prolijo. Es exuberante. Como sus dueños. Como la pintura expresionista de Rémy, presente en cada pared, en las puertas y hasta en los pisos.
Una exuberancia que contrasta, a su vez, con la búsqueda incesante de un equilibrio. A pesar de la buena recepción que tuvo el hospedaje que soñaron, diseñaron y plasmaron, Analía y Rémy no planean ninguna expansión. “Seguimos con cuatro habitaciones porque así está a la altura de nuestro trabajo, esto nos permite cerrar cuando queramos. Somos viajeros, salimos y buscamos contrastes por el mundo”, dice Analía.
Bajo el sol del Trópico
Los días en la finca transcurren al ritmo de las propias ganas. Uno puede despertarse con el canto de los pájaros, desayunar con música clásica y el pan recién horneado que prepara Analía, salir en auto para hilvanar los pueblos de la Quebrada (Humahuaca hacia el norte; Tilcara y Purmamarca hacia el sur) o extender el descanso y, al final del día, compartir la cena con los anfitriones, algún buen torrontés de la zona y la garantía de aromas y colores naturales sobre la mesa.
En una de esas comidas, Rémy me pregunta: “¿Sabés por qué estoy acá? Yo no puedo vivir en un lugar donde haya menos sol que en Niza”. Y aquí eso es lo que sobra: un sol brillante que ilumina los cerros color ocre y el tapiz verde de plantaciones, maravilla observable a través de los ventanales.
Dos historias y la confluencia del amor
Antes de que todo esto tuviera consistencia, hacia 1992, Rémy daba clases de pintura en una escuelita de El Angosto, en la Puna jujeña. Ahí conoció a Analía, que filmaba un documental sobre los buscadores de oro. Hubo flechazo y Rémy partió detrás de Analía y las huellas del oro.
Se casaron y se fueron a vivir al sur de Francia. Durante esos años, alternaron el trabajo en el viñedo familiar de Rémy con los viajes por la Cordillera. Los carnavales, mercados y rituales andinos se convirtieron en su inspiración. Él pintaba y ella le sacaba fotos in situ. De esa sinérgica experiencia surgió el libro “Andes, visiones de un pintor itinerante” (editado en francés). Hoy varios de esos trabajos están exhibidos en el taller junto a la casa.
“No somos de tocar puertas. Creemos que cuando uno hace las cosas bien, todo llega”, afirma Analía. Lo mismo les pasó con la posada. No hicieron ninguna publicidad y los viajeros empezaron a caer espontáneamente. Un día los visitaron sin aviso unos corresponsales de la guía francesa Routard. Pasaron menos de tres horas en la finca y le dedicaron un espacio considerable en el capítulo asignado al norte argentino; fue el reconocimiento indicado para recibir a huéspedes francoparlantes que toman esta guía como referencia. Dentro del público local, se acercan sobre todo los que aprecian la conjunción de arte y campo que ofrece el lugar, lejos del tumulto turístico.
“Este mundo es muy estresante y caótico; entonces la gente viene a estos lugares para soñar un poco, entrar en contacto con la naturaleza y el arte”, explica Rémy. “Creamos una especie de isla en el mundo andino”, describe. “Cuando la gente viene -continúa- se siente en una burbuja, se pierden en los jardines floridos, en la vegetación exuberante, la montaña, la ausencia de ruido. Es un reposo. Y esa fue siempre nuestra idea.”
Con acento franco- andino
Rémy se define como “artista ante todo, agricultor por convicción y cocinero epicureano”. Puede encarar la ejecución de un plato con la misma entrega que pone en uno de sus cuadros. “Veo a la pintura como una forma de cocina”, dice.
De la huerta orgánica obtienen todo lo necesario para abastecer el restaurante exclusivo para huéspedes, quienes deben avisar con antelación si optarán por el servicio, ya que todo lo que ofrecen es realmente fresco y hecho en el momento. La obsesión de Rémy son los tomates. Suele plantar entre seis y siete variedades (rojos, amarillos, ojos de buey, ananas, entre otros) y los cuida con devoción.
Cada día elige los vegetales de la huerta e improvisa una decoración sobre la mesa digna de una naturaleza muerta, con tomates, chauchas francesas, zucchini, una variedad toscana de cebollas y hojas verdes. También con aceitunas de un olivo que da frutos a 2.600 metros de altura, toda una rareza. “Son chiquitas y bien sabrosas”, dice Rémy.
Los exhibe como piezas de arte e invita a olerlos, antes de que desplieguen más aroma en los fuegos. El omelette de flor de zapallo, las ensaladas y las tartas son algunas especialidades. “Lo que yo hago es una fusión de comida mediterránea francesa del sur con la cocina andina”, explica. Por ejemplo, uno de sus platos es una carne macerada al vino durante cuatro horas, con acelga o espinaca, cebolla, pasas de uva y arriba un manto de quinoa con un gratinado de pan rallado, aceite de oliva, ajo y queso. Todo al horno.
Analía por su parte, se concentra en los dulces. Su mousse de mango es una delicia, como las galletas de avena que acompañan el café o la tisana. Todas las frutas que sirven de materia prima también provienen de la propia finca: durazno, pera, manzana, uva, frambuesa, frutillas. “Hacemos una jalea de uva al malbec, que es una delicia; otra de pera con jengibre, preparamos el alvarillo (damasco de altura), que a la gente le encanta”, enumera. “Y cuando lo piden, compramos dulce de leche para argentinos fanáticos”, ríe.
La cocina es un hecho estético en el Solar. Y si la transgresión en el cultivo permitió trascender el mandato local de la papa andina y el maíz, ¿por qué no animarse a explorar otras vertientes de inspiración? El sueño de Rémy, quien además es cónsul honorario de Francia en Jujuy, es “dejar un lugar de encuentro” para artistas plásticos, escultores, fotógrafos. Una suerte de fundación que logre continuar en el tiempo con el impulso creativo, de reconexión con la naturaleza y el arte, que lograron construir y que tanto les obsesiona a ambos.
Datos útiles
Ruta 9, Km 1789, Huacalera, frente al monumento al Trópico de Capricornio, del otro lado del Río Grande.
T: (3884) 78-5021.
La habitación doble, $22.000; la triple, $28.000 y la cuádruple, $34.000. Incluye desayuno con pan y dulces caseros. Los almuerzos o cenas son exclusivamente para huéspedes y no toman reservas externas. Los precios dependen del menú del día. IG: @solardeltropico. www.solardeltropico.com
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