Gracias a sus más de 50 canales y los ríos Spree y Havel, la ciudad es considerada una Wasserstadt, o ciudad del agua.
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Dicen que hasta Berlín se puede llegar navegando desde Amsterdam o París. Su río más conocido es el Spree, fuente vital y vía de circulación, que con sus más de 380 km de largo atraviesa la capital. Se lo podría equiparar al Támesis de Londres. El 6,7% de su superficie berlinesa está bañada por el agua dulce.
Desde hace un par de años se pusieron de moda las balsas o casas flotantes (Floss, en alemán), embarcaciones que se detectan en distintos puntos para alquilar y a los que se accede con facilidad.
A sólo 15 minutos en auto desde el centro es posible remar por los canales de “Neu-Venedig” (o nueva Venecia), uno de los lugares más lindos y ocultos de Berlín. Un asentamiento residencial de casas pequeñas en el bosque del río Spree, pero sin góndolas.
Aquí, un recorrido de 3 días desde Berlín hacia el mar Báltico, atravesando paisajes de naturaleza protegida y vegetación exuberante, fauna autóctona y mucha historia.
Día 1: Floss para cuatro
Una pareja de amigos alemanes (expertos en este tipo de programas), Pablo –el fotógrafo– y yo alquilamos una floss (balsa) con capacidad para cuatro, cocina a gas, cuchetas y el elemento fundamental para cualquier espíritu argentino: ¡una parrilla portátil!
Estamos a principios de septiembre, a pocas semanas del fin del verano en el hemisferio norte, pero aún con días lindos para hacer una escapada de este tipo y darse el gusto de un chapuzón.
Durante los próximos tres días exploraremos uno de los últimos cursos fluviales más salvajes de Alemania, el Peene, río costero que se extiende por el este de Mecklemburgo-Pomerania Occidental y que fluye, por más de 85 km, libre de obstáculos –esclusas o represas–, por un paisaje casi ausente de casas y gente en sus orillas.
El Peene nace en el lago Kummerow y discurre hasta Anklam para desaguar en la laguna del Oder. Navegamos las aguas de un parque natural creado en 2011 para proteger la flora y la fauna del valle de este río que, con su delta del Peenestrom, considerado el “Amazonas del Norte”.
Fondeamos donde nos da la gana, respetando, eso sí, la distancia con la orilla natural, que está protegida. Lo hacemos en un lugar idílico. Echamos anclas y nos desconectamos del mundo, mientras la noche lentamente nos envuelve.
Día 2: Imbiss + Menzlin
En este viaje, la idea no es recorrer kilómetros, sino dejarnos llevar sin apuro, explorar el entorno y aprender algo de la historia del valle del Peene.
En el Km 83,5 nos desviamos por un canal secundario que conduce hasta un muelle de madera. Amarramos a unos pasos de un bar al aire libre, que aquí llaman “Imbiss”: puesto de comida rápida donde, por lo general, venden Bratwurst, típica salchicha que se aproximaría al chorizo criollo.
Estamos cerca del pueblo de Menzlin, rodeados de arbustos de saúco y arvejillas con flores violetas. Nos encontramos con Mike Stegemann, subdirector del Parque Natural del Paisaje Fluvial del Valle del Peene, vestido con el clásico uniforme de guardaparque; el hombre se ajusta las botas de montaña y nos lleva a recorrer la zona.
Munidos con binoculares subimos a una torre de avistaje instalada en un espejo lacustre. La zancuda Francesina (Vanellus vanellus), de pecho blanco y penacho negro, sobrevuela en bandada las aguas someras; garcetas blancas se paran, inmóviles, sobre los juncos.
La caminata de dos horas se percibe mucho más breve. Del cuello de Mike cuelga una cámara con un teleobjetivo pesado. “Nunca se sabe con quién te podés encontrar en el camino”, dice. Una gran pila de ramas desgastadas, con los extremos mordidos, delata la presencia de una madriguera de castores, cuya singularidad es que cuenta con una entrada subacuática para protegerse de los depredadores.
“Los castores fueron exterminados y luego reinstalados en la década del 70 –informa Mike–, y hoy están por todo el valle”.
Tierra de Vikingos
Menzlin es un lugar con historia. Hace unos 1.200 años hubo un asentamiento vikingo en una llanura junto al río. Hoy, alguien que se viste como aquellos navegantes escandinavos está sentado en el Imbiss: es Rainer Vanauer, un conservacionista voluntario.
Luce camisa de lino naranja y pantalones verdes; una melena gris plateada que le llega hasta el hombro, y del cinturón de cuero le cuelga una taza de madera con la que toma agua. “Acá encontré perlas, patines de hielo hechos de hueso, cristales de roca del Cáucaso y monedas de plata árabes”, dice Rainer.
Desde su niñez recorre el antiguo campamento en busca de fragmentos de cerámica y huesos, además de haber ayudado en varias excavaciones. Su hallazgo más importante sucedió mientras buceaba: el pilote de un antiguo puente del siglo VIII que debió pasar sobre el río Peene.
Con él vamos cuesta arriba y señala un grupo de grandes cantos rodados a la sombra de unos viejos pinos. “Aproximadamente desde la Edad de Bronce ahí existió una necrópolis”, dice. “Los vikingos enterraron a sus muertos en entornos de piedra con forma de barco, y estas son las únicas tumbas de este tipo en el área sur del mar Báltico, las demás se encuentran sólo en Dinamarca”.
Vemos varias tumbas que yacen como barcos de madera, con una piedra alta en la proa y otra baja en la popa. “Se cree que aquí hay alrededor de 850 entierros escandinavos. Hasta ahora, sólo 33 de ellos fueron exhibidos”, concluye.
Rainer nos conduce hasta Zum Wikinger –Lo del vikingo–, un Imbiss de su propiedad. Bajo un techo de chapa revolotean unas golondrinas confianzudas, a las que él llama “nuestros canarios”. La parrilla ya está humeando para el almuerzo. Rainer desaparece unos segundos en la cocina y vuelve con una botella de aguamiel casera, antigua y popular bebida alcohólica a base de agua y miel fermentada. Como despedida, sirve un vaso a cada uno y brindamos.
A primera hora de la tarde apagamos el motor en el Km 82,5 del río. A la distancia, se perciben sonidos de civilización. Bajamos el kayak al agua y, en sintonía con una brillante puesta de sol, remamos en silencio a lo largo de la costa, repleta de cañas. De repente aparece una nutria a nuestro lado. Flota de espaldas y come algo (¿quizás una perca?) que sostiene entre sus patas, sin que nuestra presencia la inquiete. Nos regala unos momentos de espectáculo y luego se sumerge entre nenúfares de flores blancas.
Día 3: final y regreso
En nuestro último día de balsa amarramos en el puerto de Stolpe, otro lugar histórico en las márgenes del río Peene. En el pueblito se encuentran los restos del primer monasterio de Pomerania, que fue construido en el siglo XII. Frente a las casas con techo de paja típicas de la región, las gallinas picotean al pie de los manzanos.
Echamos un vistazo a la iglesia de ladrillo y a la casa señorial, ahora convertida en Gutshaus Stolpe, un hotel de lujo. Del monasterio sólo se conservó una bóveda de piedra que nos repara un rato del sol. A unos pocos pasos se encuentra la posada Fährkrug, construida hace más de 300 años con las ruinas del monasterio.
Una mesa libre en la terraza del restaurante nos inspira a ocuparla. A la sombra de los tilos, pedimos unas cervezas frescas que sirven en vasos de medio litro, la medida estándar.
El futuro inmediato nos obliga a poner proa rumbo al punto de partida. Debemos dejar la balsa en el puerto de Anklam y tomar el tren en dirección a Berlín. La casa nos espera.
Datos útiles
Abenteuer Flusslandschaft. T: (+49) 3971 242839. Tarifas 2023. La compañía ofrece paquetes de 3 días desde € 621 y de 7 días, desde € 1.431. Para travesías más largas, se puede consultar por un transfer de regreso. Hay que estar atento a ofertas de último momento. Las balsas tienen capacidad hasta seis personas, dos habitaciones separadas y cuentan con ducha y cocina equipada. No hace falta contar con carnet de timonel ni licencia de ningún tipo. FB: abenteuer.flusslandschaft
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