Por primera vez cruzamos la frontera a pie, desde el extremo norte del Lago del Desierto por el paso Portezuelo de la Divisoria hasta Candelario Mancilla a través de un bosque de lengas. Un trekking, esquivando raíces y saltando arroyitos, al límite menos explorado de la Patagonia.
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Cuando viajo por trabajo considero que estoy “en servicio”, como si fuera una comisionada o un soldado que debe volver con la misión cumplida. Y, como toda misión, cada viaje tiene intensidad, belleza y complejidades. La particularidad de este es que se trata de un lugar remoto del que se sabe poco y que nunca salió en la revista. Teniendo en cuenta que LUGARES se publica hace más de 30 años, sé que el país está rastrillado y cubierto en su mayor parte. Este viaje es un caso raro y no dudo en aceptar la propuesta.
–Tenés que cruzar a Chile por Chaltén, Lago del Desierto y Candelario Mancilla. Del otro lado, en Villa O’Higgins, te van a esperar para recorrer la zona. Si hay mal tiempo se cierra el cruce y vas a tener que quedarte ahí hasta poder cruzar.
–OK.
Me llevo bien con la lejanía momentánea, destierros controlados con pasaje de ida y vuelta. Los mapas son una de mis certezas: busco Candelario Mancilla en la web y veo un punto rojo perdido en la geografía patagónica, a orillas de un lago con tantos brazos como un pulpo, el O’Higgins, un lago binacional; San Martín en Argentina.
¿Quién sería Candelario Mancilla? ¿Es con s o con c? Lo veo escrito de las dos maneras. Parece el nombre de un colono, alguien de la tierra.
Bajo con el cursor hasta El Chaltén. Se ve una ruta provincial de ripio, la ex-23 (actual RP 41), hasta el Lago del Desierto y después nada hasta Candelario. Nada. ¿Cómo se supone que cruzaré? En los pasos fronterizos de la página de Gendarmería no aparece como cruce habilitado. Del otro lado es la región de Aysén, entre glaciares, cordillera, fiordos. Es la región menos poblada de Chile, eso quedará claro la noche que duerma en ese paraje de diez habitantes.
En viajes como este es difícil la producción sin fisuras desde Buenos Aires. Todavía quedan lugares alejados del radar a los que para llegar es necesario dejar atrás capas de ¿civilización?
El cruce queda a unos 2700 kilómetros de donde vivo. Primero hay que llegar a El Chaltén y eso lleva casi todo el día desde que salgo de casa para tomar el avión hasta El Calafate (con escala en Trelew). Desde ahí son unas tres horas de estepa por la RN 40. Patagonia extensa, brutal, de guanacos saltarines y zorros de mirada atenta, como ese par que veo pasando La Leona, ya en la ruta 41, en los 90 kilómetros de acceso al pueblo más joven del país. Zorros grises. Bajo a sacarles fotos. Me quedo quieta y se acercan, confiados; esperan comida que no les daré. La cara afilada, la cola espumosa, el lomo fibroso de vivir caminando.
Dejamos atrás la tarde limpia, vamos hacia la neblina.
–¿Ves allá al fondo, ahí donde está todo nublado y oscuro? Ahí vamos, a Mordor, ja, ja –se ríe el conductor.
Durante los días en El Chaltén varios harán referencia a la Tierra Negra de J. R. R. Tolkien por la niebla, la lluvia, los días de penumbra. Los habitantes sueñan con la brecha de buen tiempo, la desean, la esperan.
La primera noche duermo escuchando las gotas de lluvia sobre la chapa.
Desde El Chaltén hasta Lago del Desierto son 37 km de ripio que bordean el río de las Vueltas. El río nace en el lago, desemboca en el Viedma y luego, por el río La Leona, drena hacia el Atlántico.
Me lleva Gabriel Rapaport, guía histórico de El Chaltén que también tiene la concesión de la navegación en el Lago del Desierto. Es uno de los que llegaron a mediados de los 90, cuando se promocionaba el pueblo recién fundado.
–Yo me vine en carpa con Marianita, mi mujer, hace 30 años. Había una publicidad para traer gente de todas las provincias, pero veníamos pocos. En el 98 éramos menos de 100 habitantes. El gancho era que, si alambrabas y construías en un plazo de dos años, te daban la tierra.
Unos se vinieron antes y otros después, pero la primera generación de habitantes de El Chaltén llegó de otras provincias y países.
Apenas son las ocho y cruzamos caminantes que van hacia la montaña para hacer la Laguna de los Tres, el trekking más famoso. Todos queremos ver el Fitz Roy, pero por ahora la vista es ciega: una nube negra tapa la cima.
Seguimos hacia Punta Sur, un extremo del lago, por un camino que atraviesa bosques de lengas, canelos, ñires, coihues.
Argentina y Chile comparten una de las fronteras más largas del mundo: 5308 kilómetros en los que hay más de 70 pasos, 26 habilitados. Algunos son permanentes, los que cierran en algún momento del año transitorios y hay otros especiales que se habilitan excepcionalmente. Sólo unos pocos tienen rutas pavimentadas; otros, como este, son pedestres.
Hoy cruzaré la frontera por un paso que motivó un conflicto que derivó en enfrentamiento y alta tensión diplomática entre Argentina y Chile: la disputa de Lago del Desierto.
Hace casi 60 años, el 6 de noviembre de 1965, hubo un choque armado entre gendarmes y carabineros. Ocurrió en el puesto Arbilla, en la estancia La Florida, perteneciente en aquel tiempo a un poblador chileno de apellido Sepúlveda, al que la Gendarmería le pidió que se retirara por ser territorio argentino y él se resistió.
Las versiones de lo que sucedió son distintas en cada país, pero durante los incidentes de 1965 el carabinero Miguel Manríquez resultó herido y murió el teniente Hernán Merino Correa, que se convirtió en un héroe nacional en Chile. El destacamento donde me sellarán la entrada lleva su nombre.
La zona en disputa fue la comprendida entre el Hito 62 y el monte Fitz Roy. En 1902, a pedido de ambos países, una comisión británica había establecido la frontera. Sin embargo, a comienzos del siglo XX, la precisión geográfica era menor y había partes que no habían sido exploradas aún. Los mapas eran inexactos y no coincidían con la realidad geográfica.
La disputa terminó en 1994 con la resolución de un tribunal arbitral compuesto por juristas latinoamericanos, constituido en Río de Janeiro, que falló, por tres votos contra dos, en favor de las aspiraciones argentinas.
Después de aquel enfrentamiento se fundó Villa O’Higgins en la región de Aysén, del otro lado de la frontera. Años más tarde, en 1985, El Chaltén. Dos pueblos, uno de cada lado, para afirmar soberanía. Los divide la geografía: el lago, los bosques patagónicos y, desde 2001, el paso internacional Portezuelo de la Divisoria, también conocido como Dos Lagunas.
En la estancia La Florida se construyó la Plaza Soberanía con varias placas en memoria del teniente muerto en el enfrentamiento, “a los soldados que salvaguardaron la patria”, y otra que llama a la unidad de los pueblos hermanos.
Durante los incidentes lamentables, los gendarmes capturaron una bandera chilena que estuvo expuesta durante décadas en el museo del edificio Centinela de la avenida Antártida Argentina. El día en que se celebraban los 90 años de Carabineros, el 27 de abril de 2017, Argentina devolvió la insignia en señal de amistad.
Al recorrer estos parajes no se perciben viejas tensiones, pero sí gran cuidado de ambas partes en la relación. A la vuelta de este viaje llamaré al comandante principal Javier Álvarez, jefe del 42º Escuadrón de Gendarmería de El Calafate, de quien dependen la Sección El Chaltén y el Grupo de Lago del Desierto. Me cuenta que esta frontera está catalogada como transitoria porque abre sólo en temporada, entre noviembre y abril. Algunos la cruzan en bici, pero no es recomendable ir andando por la cantidad de raíces superficiales y los arroyitos. En el lugar trabajan cinco gendarmes que se quedan 30 días y realizan las funciones de Aduana, Migraciones y Senasa. También preparan tortas fritas ricas y crocantes, pero eso pertenece al ámbito extraoficial.
Le pregunto a Álvarez si quedan rencores del enfrentamiento de 1965.
–En ese momento cada uno lo entendió como un acto de soberanía y defendió su posición. Pero Gendarmería y Carabineros tienen una relación muy buena porque prestamos servicios en lugares inhóspitos y tenemos que trabajar en conjunto.
El viento que le vuela los cabellos a la pasajera rubia de pelo largo que saca fotos en la cubierta no se siente acá adentro. El catamarán, con capacidad para 36 pasajeros, es cómodo y se desliza con estabilidad sobre el lago finito y largo: 12 kilómetros por 2.
Los pasajeros se dividen entre los que bajarán para hacer caminatas a los miradores del glaciar Vespignani y los ciclistas que cruzarán hasta Candelario Mancilla y luego a Villa O’Higgins para tomar la Carretera Austral. También hay un australiano, Tim G, que hará un trekking en solitario dentro de la Reserva Provincial Lago del Desierto hasta el refugio Río Diablo. Las posibilidades de caminar son inmensas como la naturaleza que atravesamos.
Se despejó todo el cielo, menos la cumbre del Fitz Roy, que continúa coronado por una nube rebelde.
Le pregunto a Rapaport quién es el dueño de las tierras que dan al lago.
–Eran tierras fiscales que, a través del Consejo Agrario Provincial y la Ley Provincial 55, se fueron adjudicando, y hoy son tierras privadas.
La mayoría de los pasajeros baja en el muelle que lleva a un domo donde se conocen las posibles caminatas por el bosque y hacia el Vespi, como le dicen los guías, un glaciar colgante que desde el mirador más alejado se ve ahí nomás, se lo escucha crujir.
Seguimos hasta Punta Norte. La temporada está bajando y sólo viene un pasajero en bicicleta, Bruno Canuto, un matemático italiano casado con una argentina que vive en Buenos Aires y quiere hacer un tramo de la Carretera Austral y cruzar por Villa La Angostura.
En el destacamento de Gendarmería firmamos la salida del país en un cuaderno. La mayoría de las 1520 personas que cruzaron esta temporada es europea. Muy pocos argentinos.
Saludamos y a caminar.
Del lado argentino del cruce no hay ruta, apenas una senda, a veces clara y otras más o menos, porque no tiene mantenimiento: seis kilómetros en el alma del bosque andino patagónico, a media luz. Territorio de musgos, líquenes y podredumbre roja, vegetal, de troncos caídos que se desintegran en la tierra. Se respira humedad. El sendero es fino, como los que hacen las vacas, aunque por acá no hay.
Al final de la primera subida se llega a un claro desde donde se ve el lago y, a lo lejos, el catamarán que se va. Esquivo raíces gordas, salto arroyitos que colonizan el sendero, les saco una foto a los ñires que están pintando el paisaje de naranja.
El matemático italiano y Rapaport se adelantaron. No los veo ni los escucho. Camino sola por el bosque patagónico. ¿Es por ahí o por allá? Voy atenta para seguir las señales del terreno, las pisadas, las huellas de rodados de bicicleta para no perderme. Cada tanto alguna flecha. Habrá tres o cuatro en todo el cruce. Camino sola y sin miedo por la naturaleza. Una condición que no es menor siendo mujer en Argentina.
Escondida en una rama baja, canta una loica. El movimiento me mantiene en calor, pero hace frío. Después de un rato veo al italiano que levanta la bici para cruzar un arroyo. Durante los seis kilómetros la lleva caminando, demasiados obstáculos como para pasarlo andando. Paro a sacar una foto del rayo de sol que entra como una flecha en el bosque y escucho voces que no son duendes. Primero cruzo a dos ciclistas franceses de veintipico que vienen pedaleando desde Colombia. Ellos se animan a pasar las raíces andando. Los dos alemanes de 70 que vienen atrás preguntan cuánto falta. Les respondo que un rato para que no se desanimen, pero falta más, como mínimo tres ratos. Ya hicieron la Carretera Austral y vienen a conocer El Chaltén. También cruzo a cuatro mochileros que saludan y siguen.
Este tránsito repentino quiere decir que hace un rato llegó la embarcación de Villa O’Higgins cargada de pasajeros. Algunos acampan en Candelario y otros van directo al cruce. Apuro el paso en el último tramo y llego al Hito IV OB. Rapaport conversa con Ricardo Levicán, el nieto de Candelario Mancilla, y con Marcus Campos, operador de la embarcación que cruza el lago desde y hacia Villa O’Higgins. Hablan de la temporada, de cuántos viajeros cruzaron, de las próximas reservas. Mientras camino hacia ellos y los veo reír, pienso en la filosofía que habrán tenido que aplicar los pobladores comunes, los vecinos de a pie, para mantener las relaciones después del enfrentamiento de 1965. Filosofía para la vida cotidiana en zona de frontera. Filosofía para desenredar las roscas político-militares. Podrían escribir un libro con sus enseñanzas. (De fútbol, eso sí, mejor no hablar).
“Bienvenido a Chile”, se lee en un cartel de vialidad.
Parece que es un día especial: doña Justa, la única pobladora mujer del paraje Candelario Mancilla, cumple 96 años.
–Mi mamá está de cumpleaños hoy día. Vamos a tomar once (N de la R: merienda) con los carabineros.
Eso dice Levicán, su hijo menor, encargado del alojamiento y la logística para turistas en Candelario. Rapaport saluda y vuelve al bosque, a caminar los seis kilómetros en soledad (regresa a El Chaltén).
Subo a la camioneta de Levicán. Del lado chileno hay una ruta de ripio desde el hito, a la salida del bosque, hasta el muelle del lago: 16 kilómetros. El matemático italiano aprovecha para pedalear y en un minuto desaparece de la vista. El lago O’Higgins, azul-turquesa, domina el horizonte.
Mientras Ricardo cuenta de su madre, pasamos por laguna Larga, laguna Redonda, un cerro sin nombre y el cerro Tobi. Doña Justa es la única pobladora mujer de Candelario Mancilla. El resto son sus dos hijos, Héctor y Ricardo Levicán, que viven con ella, y los cinco carabineros del destacamento Hernán Merino Correa. La pareja de Ricardo y su hijo Sebastián vienen durante la temporada y el invierno lo pasan en Coyhaique.
Paramos en el destacamento donde la bandera chilena flamea enérgica con tanto viento. Antes de entrar en el recinto sobrio de hombres armados, en el porche del edificio, cinco gatitos medio amarillos duermen al sol, casi pegados al perro barbucho atento. Los animales de compañía son los regalones de los carabineros.
El carabinero ingresa los datos en una computadora, sella la entrada y seguimos. Los gatitos se desperezan para volver a dormir.
Llegamos a Candelario Mancilla, donde hay un camping sobre el césped con facilidades para cocinar y una casa con algunas habitaciones. Camino por el campo con vista al lago más profundo del continente, con 836 metros. Desde acá se ven tres brazos, pero tiene más de ocho.
Abro una tranquera chica, como para que pase una persona, y entro en la propiedad de doña Justa, que tiene casi 4000 hectáreas y se llama Santa Teresita. En el camino cruzo una gallina, me saludan dos perros y veo árboles de cerezas, un manzano rebosante de frutos y, más allá, una cortina de álamos amarillos.
–Ven, pasa, ella es mi madre.
Entro a la casa de doña Justa. La sala es larga y luminosa, pintada de verde manzana. A la izquierda, la cocina a leña donde Héctor Tito Mancilla, el mayor de los hijos, hornea pancitos que les vende por 1000 pesos chilenos (poco más de un dólar) la unidad a los turistas. En una esquina de la pared cuelga un calendario del supermercado Cordillera y en la de enfrente se ven tres estantes con adornos de cerámica, platitos, tazas, fotos de niños. En el centro del espacio, una mesa donde en un rato cantaremos el cumpleaños feliz. Junto a la ventana del fondo, como un altar, el router de Starlink, la conexión a internet de Elon Musk que, aclararán los dueños de casa con orgullo, sólo está en unos pocos países y uno de ellos es Chile. Hasta el año pasado no había más conexión que la lancha y, si llovía o castigaba el viento feroz de estas costas, no había nada. La lancha no zarpaba hasta nuevo aviso, fueran tres días o diez; tocaba esperar. Quizás por eso la pregunta ¿cómo estás? Suele venir asociada al estado del tiempo: “Bien por acá, con buen tiempo” o “Difícil, con esta lluvia”.
Estando acá, se entiende por qué cuesta planificar desde Buenos Aires. En viajes como este, “estar ahí” es la respuesta.
Doña Justa está sentada en un sillón rojo cubierto por una manta de lana a cuadros. La mujer toma mis manos entre las suyas, que se sienten tibias, y sonríe. “Feliz cumpleaños”, le digo, se la ve muy bien, que sea un gran año.
–Hola, hola, muchas gracias.
Doña Justa ve poco, me dicen, y no le gusta que le pregunten por sus recuerdos porque se le confunden fechas y lugares y eso la pone mal.
Al médico va una vez por año a que le revisen la vista. Su marido Jerónimo vivió hasta los 98 –murió en 2012– y cuenta Ricardo que a los 90 recorría el campo a caballo.
Frente a la mesa cuelga la foto del padre de doña Justa, Candelario Mancilla Uribe, el hombre que en los años 20 del siglo pasado llegó a poblar esta zona remota del país y del mundo. El pionero, el aventurero venido de Puerto Montt. Se lo ve elegante, serio, nariz aguileña, saco y sombrero.
Mientras en el camping los mochileros de Portugal, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Francia y Brasil conversan y se hacen amigos, en la cocina de doña Justa se escuchan anécdotas de inviernos crudos en esta misma casa. Cada tanto toca la puerta alguno y Tito le vende pancitos calientes.
Mancilla se instaló primero en Ventisquero Chico, a un par de kilómetros hacia Argentina, y a los pocos años recaló aquí y en esta misma casa crecieron sus hijos. Me muestran otra foto en blanco y negro donde se la ve a doña Justa con 14 o 15 años en la puerta de la casa de madera junto a su madre, Teresa Oyarzún, y a sus hermanos.
–Mi abuelo construyó la primera pista de aterrizaje y también le puso el nombre al río que baja de deshielo; lo llamó Obstáculo porque hasta que hizo un puente no lo podía cruzar.
Candelario Mancilla vivía del ganado, igual que su yerno y su hija Justa, igual que Ricardo, su nieto. No es tarea fácil porque el tiempo de engorde es corto: en octubre comienzan las pariciones y en febrero se acaba el pasto. Los animales andan sueltos (“a lo libre”), rebuscándoselas para conseguir alimento y en febrero se venden los machos y se retienen las hembras.
Los sacan a través de la barcaza estatal Integración, donde también se traslada leña para vender en Villa O’Higgins, forraje y vehículos, como la camioneta que usa Levicán para llevar turistas los 16 kilómetros desde y hasta el hito fronterizo. La barcaza asiste también a otros pobladores afincados en otros brazos del lago, como los Sepúlveda, los Barrientos y otros Mancilla.
En esta zona de la Patagonia, los límites políticos van detrás de los geográficos, las montañas, el lago, los ríos. Cuando doña Justa Mancilla era joven, hace unos 70 años, ensillaba el caballo, cargaba sus quesos y tejidos y se iba a campo traviesa hasta la estancia La Maipú a vendérselos al mercachifle, que llevaba mercadería como arroz, fideos, yerba y ropa. Era más simple la conexión, por eso dos de sus hijos trabajaron en esa estancia, en tiempos de Aureliano Pilín Leyenda.
Candelario Mancilla murió en 1967 y ahí le pusieron su nombre a la localidad, como homenaje al pionero.
A la hora de la once, cuatro en punto, llegan cuatro carabineros vestidos con impecable traje verde oliva y blanco. Traen una torta decorada con flores amarillas y un 96 de chocolate que encargaron a una panadería de Villa O’Higgins y que retiró Marcus Campus, capitán de Campito.
Nos amuchamos y somos diez alrededor de la mesa. El teniente Soto, jefe del destacamento, se sienta junto a la homenajeada.
Doña Justa habla poco, pero no deja de estar atenta ni de sonreír. La conversación arranca por los perros. Parece que el barbucho de los carabineros anda triste y llora por las noches.
–¿Será que anda merodeando un león o estará enamorado?
Y ja, ja, ja, ja.
La charla cambia de tema, pasa por la diferencia entre la sopaipilla y el chapalele y sigue hacia la importancia del desarrollo turístico de la región como corredor turístico integrado entre Villa O’Higgins y El Chaltén.
–Tenemos que levantar el destino –señala Marcus Campus cuando encuentra un silencio.
Doña Justa apaga las velitas con un soplido tenue y después toma un sorbo de café con leche y come una galleta. Los oficiales Paz y Guzmán registran el momento en sus celulares último modelo. Quizás les mostrarán las fotos a sus familiares cuando salgan, después de 20 días de servicio.
A los pies del Campo de Hielo Patagónico Sur comparto un momento íntimo con quienes hasta ayer eran desconocidas. El diálogo entre las personas de a pie, a uno y otro lado de la frontera, supera la vieja pica estatal, y en este cumpleaños seguimos sanando las astillas de aquel enfrentamiento. Doña Justa sonríe, todos sonreímos. Vuelvo a sentir que tengo el mejor trabajo del mundo y ya van n (ene) veces. (En Chile, ene quiere decir mucho, muchísimo).
DATOS ÚTILES
Cuándo ir
La temporada para cruzar por el paso Portezuelo de la Divisoria es la misma que la de El Chaltén, entre noviembre y abril. En la pandemia cerró y tardó más de dos años en reabrirse.
- Cruce Lago del Desierto T: (2966) 46-7103. www.receptivochalten.com El catamarán tiene capacidad para 36 personas. Esta temporada funcionará todos los días. Ofrecerá Escapadas de 45 minutos a las 12 y a las 14. $10.900 por persona. El cruce de punta norte a punta sur zarpará a las 11 a las 17. $34.000 por tramo
- Excursión glaciar Vespignani San Martín 55, El Chaltén. T: (2962) 49-3081. www.exploradoreslagodeldesierto.com Es un paseo de todo el día con navegación por el Lago del Desierto hasta el glaciar Vespignani, y luego trekking y ascenso a los miradores. Hay cuatro senderos con distintos grados de dificultad.
- Paso Portezuelo de la Divisoria T: (2902) 49-1706. Funciona entre el 15 de noviembre y el 30 de abril. En ese período abre todos los días, de 8 a 18.
Candelario Mancilla
- Alojamiento Santa Teresita T: +56 9 9126-7007 (Ricardo Levicán). Es posible dormir en carpa (u$s 10 por persona). También cuenta con seis habitaciones (u$s 15 la cama). Prepara comida casera por u$s 12, y ofrece el traslado hasta el hito (16 km) en su camioneta.
- Senderos Desde el paraje se pueden hacer, por lo menos, tres senderos de distinta duración. Uno de ellos va hacia el Ventisquero Chico y luego a un mirador del glaciar O’Higgins (dos días). Luego se podría seguir hacia la frontera argentina. Los mapas de Chaltén Outdoors son muy útiles para los que eligen las zonas menos transitadas. Se compran en la librería Marco Polo (Güemes 120, El Chaltén).
- Cruce del lago O’Higgins T: + 56 9 6627-8836. www.turismoruedasdelapatagonia.cl turismoruedasdelapatagonia@gmail.com La embarcación Campito, de Marcus Campus, es la única que realiza el cruce entre Candelario y Villa O’Higgins (dos horas) u$s70. Tiene capacidad para 16, por eso en alta conviene reservar para la fecha deseada.
Transbordadores
Por su geografía de fiordos y ensenadas, la Carretera Austral fue un gran avance en materia de comunicación para los pobladores de la región, pero el abastecimiento sigue dependiendo en buena medida de los transbordadores. Hay más de diez a lo largo de todo el trazado. El sitio www.voyonovoy.com/barcazas-de-la-carretera-austral mantiene actualizada la información sobre los distintos servicios.
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