Fue fundado en 1897. Auge, caída y resurrección de un símbolo cultural de la provincia de Buenos Aires.
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“El teatro siempre fue una insensatez si uno lo piensa desde el punto de vista económico, pero siempre fue un motor para la comunidad”. Quien lo dice es Carlos Filippetti, contador público de profesión y aficionado a contar historias. Historias como la del palaciego Teatro Español, hito cultural de la pampa gringa, una joyita de estilo neoclásico construido en 1897 con el impulso de la Sociedad Española.
Filipetti escribió un precioso y preciso libro sobre el zigzagueante destino de este coliseo, que es un orgullo azuleño, y que, extrañamente, no lleva la firma de ningún proyectista. “No hubo un arquitecto identificado con la construcción del teatro, cuya obra empezó once años antes que el Colón”, precisa el hombre, apasionado por esta joyita de la lírica y las artes escénicas, insignia de los tiempos dorados de la pampa bonaerense, asemejándolo al gran coliseo porteño.
El teatro, cuya sala fue diseñada en forma de herradura, se inauguró el 16 de enero de 1897 con la obra “La Tempestad” del Maestro Ruperto Chapí.
El auge en tiempos de Gardel
La primera etapa de este teatro que cumple 125 años en 2022 fue esplendorosa. En sus albores pasaron pasaron grandes figuras del mundo del espectáculo de aquellos tiempos, desde Margarita Xirgu, Libertad Lamarque y Tita Merello a Carlos Gardel. Incluso, dirigentes políticos de renombre para la época, como Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios y hasta Marcelo T. de Alvear, cuando era presidente, quienes hicieron gala de su oratoria sobre estas tablas.
Las leyendas sobre aquella época abundan, y muchos relatos giran, sobre todo, en torno a las presentaciones de Gardel y de Libertad Lamarque. “En su libro, ella afirma que debutó en un teatro de la provincia a sus 15 años, aunque no precisa en cual, se sospecha que fue en el Teatro Español”, puntualiza Filipetti un mediodía de sábado, durante un asado en la estancia La Aurora, como previa a la visita del teatro.
Sobre el Zorzal, quien se presentó varias veces en Azul, se cuenta que en el día de su última actuación, allá por el año 1933, había quedado tanta gente afuera que al terminar de cantar salió a entonar unos tangos en las escalinatas.
El deterioro, el cine y los murciélagos
Hacia la década del 40, el teatro entró en una lenta y larga decadencia, que se extendería hasta los años 70. En el medio, tironeos entre la Sociedad Española, el concesionario que lo dejaba languidecer y la Municipalidad que intentaba expropiarlo, marcaron a fuego esos años de deterioro continuo. El declive comenzó en la época en la que el teatro comenzó a funcionar como cine, desde la época de las películas mudas hasta los tiempos en que llegó el sonido.
Marcos Zuccato es ingeniero, testigo presencial de su larga historia y uno de los responsables de la restauración del teatro. “Cuando se inauguró el cine sonoro fue una gran novedad para la zona. Se hicieron reformas en los palcos, que eran abiertos, como la balaustrada de un balcón. Las faldas se acortaron y parece que había varios con tortícolis de tanto mirar para arriba” relata con una dosis de humor el ingeniero. “Los cerraron para que no se vieran las piernas de las señoritas”, especifica el hombre en el luminoso foyer, de pie bajo una espléndida araña que flanquea la entrada al interior.
También recuerda cuando él mismo, de chico, solía venir al cine. “Era la peor sala de la ciudad. Había mucha adrenalina, sobre todo para ver las de terror, porque estaban los murciélagos que te sobrevolaban en vivo”, bromea Zuccato.
Para los 70, el estado de abandono era total. A pesar de que la Sociedad Española quería retomar el control, no podían echar a los concesionarios porque la ley de alquileres lo prohibía. Finalmente, en 1976, la Municipalidad lo clausuró, y así comenzó el largo camino de la restauración.
Volver a empezar
A Zuccato lo acompaña Ezequiel Valicenti, presidente de Fundación Teatro Español de Azul. Ambos resumen la fructífera historia y los pormenores de la extensa restauraciónde este precioso teatro, que llevó unos 30 años.
Fue un hombre llamado Manuel Sánchez Trespalacios, en aquel entonces presidente de la Asociación Española, quien alineó los planetas para tamaña epopeya. Armó un equipo al que le llevó 25 años la tarea en la que se estima gastaron aproximadamente un millón de dólares. La primera etapa fue dirigida por el arquitecto Carlos Fortunato, a quien luego se sumaría la arquitecta Araceli Marateo, y más tarde el mismo Zuccato. “Se tardó muchísimo en restaurarlo porque estaba en muy mal estado”, explica el ingeniero, un hombre de mediana edad, con barba entrecana, que usa jeans y chomba a rayas. “Se hizo una restauración exacta de lo que había originalmente. Las molduras de yeso estaban cachadas, los vitrós del interior, que son franceses, del 1897, se restauraron. Solo el que está en hall es una réplica, y es exacta. Fue hecha con la misma técnica de vitralismo con la que se diseñó”, puntualiza el ingeniero.
Hoy, las butacas relucen tapizadas de un rojo vibrante, a tono con el telón. Las molduras, de impecable dorado, enmarcan los palcos y el encofrado, donde resplandecen los delicados vitraux. El piso, los zócalos y el mármol de Carrara que visten la escalera son los originales. La restauración obtuvo en el año 1996 el Primer Premio Nacional de Restauración en obras que involucren al Patrimonio Edificado.
“Pensá que cuando hicimos esto, hace más de 30 años, no había Internet ni celulares. Las fotos de época eran blanco y negro, sin mucho detalle”, resalta el ingeniero y revela que el empapelado se hizo traer especialmente de Estados Unidos. “Venía un viajante desde Buenos Aires cargando con las muestras en rollos, y después llegaban en barco. Pero la verdad que no teníamos un peso, todo fue hecho y se hace a pulmón. Ahora el teatro tiene aire acondicionado, radiadores y luz de emergencia, pero no los ves. La idea es que entres a la sala y parezca del siglo XIX, pero es una sala del XXI”.
El teatro hoy
En el hall, al lado de una de las escalinatas de mármol, atesoran el proyector de cine original, que está dentro de una caja de cristal. Al otro lado del pasillo, bajo la otra escalera, hay una vitrina que resguarda objetos, fotos y recortes de diarios de época.
En las paredes del hall de entrada cuelgan cuadros en blanco y negro de la mayoría de las principales figuras que se presentaron en su escenario. De Luis Landriscina, a Abel Pintos, Julio Bocca o Enrique Pinti. “Pasó todo el mundo por acá. De Alfredo Alcón al Chaqueño Palavecino y Rata Blanca. Es muy ecléctico, traemos todo lo que podemos”, confiesa Zuccato, y destaca otras personalidades como Ernesto Sábato y actores extranjeros como José Sacristán.
El Teatro se reinauguró en octubre de 1992, y desde el año 2013 funciona como la Fundación Teatro Español del Sur. Ezequiel Valicenti es su presidente. “Como el teatro es privado, pero no comercial, le decimos comunitario. No recibe subsidio, pero la actividad comercial que desarrollamos tampoco llega a cubrir los costos. La idea de la fundación es darle una entidad jurídica para captar aporte de benefactores y que se autosostenga”.
El espectáculo más recordado de esta nueva etapa es la presentación de Julio Bocca, que fue en 1992, poco después de la reinauguración. El público, que venía desde ciudades aledañas como Olavarría o Tandil, hizo cola desde la madrugada. La recaudación fue récord y tuvo que venir un camión de caudales a llevarse el dinero. Pero también, suscitó polémicas. Así lo recuerda Filppetti: “El escenario fue uno de los debates interesantes. A pesar de que era nuevo, trajeron un piso extra para poner sobre el escenario, que tiene 9 metros de boca, 10 de profundidad y buches de 5 metros para cada lado. Pero un periodista dijo que no se había podido lucir porque le quedaba chico”. La recaudación de aquella presentación se invirtió en la remodelación del frente. El teatro siguió en obra hasta el año 2003, aunque, como resalta Filippetti está en obra permanente. “Porque siempre hay algo para hacer”.
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