En un pequeño salón privado ubicado en la planta alta de un restaurante dedicado a la gastronomía y coctelería japonesas le rinden culto al divertido rito nacido en Japón.
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Es jueves por la noche en la esquina de Sucre y Castañeda del Bajo Belgrano. Adentro, en un salón semicircular con mucha madera y un aire de tranquilidad, circulan las delicias japonesas: sashimi, sopa de miso, croqueta de choclo, queso y tonkatsu y, por supuesto, sushi, entre otras.
En el primer piso de Kōnā Corner, el restaurante de Narda Lepes e Inés de los Santos, funciona el bar, con una delicada carta de cócteles y clásicos japoneses, a base de sake. Dos de las joyitas son el Kaisō Mizu (Vodka Ketel One, té oolong y algas, jugo de melón e hijiki) y el Tan’nin (Hennessy V.S de frutos secos, awamori chuko, jerez Palo Cortado y tintura de té).
Además de la gastronomía, mencionada en la lista de recomendados de la prestigiosa Guía Michelin, el lugar guarda un pequeño secreto; una forma de dar rienda suelta a la creatividad de los comensales y rendir homenaje a un invento japonés: el salón dedicado al karaoke.
En el primer piso, en una habitación, hay un cómodo -y largo- sofá, sillas, dos pantallas para seguir las canciones, un sistema de sonido y una computadora para elegir la favorita. Se puede hacer en un sistema predeterminado o buscar en YouTube. Las paredes reproducen con sutileza la estética kitsch de los karaokes, con luces de colores verticales y espejo en los techos. Con un botón, se puede llamar al bar para encargar tragos. Y darle play a la diversión.
“Me gustaba la idea de un pequeño rincón de la ciudad en el que pueda encontrar parte de las cosas que me gustan cuando viajo. Queríamos que la gente tuviera esa sensación propia de los lugares japoneses, en los que cada piso ofrece algo distinto. Abrís una puerta y pasa algo. Acá hay un restaurante, luego viene el bar y ahora el karaoke. Es una cultura que no estaba muy metida entre nosotros. Preferimos un karaoke privado y no público para que puedas estar con tus amigos. Un lugar de juego”, lo definió Narda Lepes, la reconocida chef y una de las propietarias del lugar.
El karaoke privado, como ella lo define, se reserva exclusivamente para grupos (el mínimo es cinco personas y el máximo diez) y está abierto desde las siete de la tarde a la una de la mañana. El valor por persona se toma a crédito de las consumiciones durante la visita. En el salón sólo se pueden consumir bebidas.
“Hay mucha gente que quiere pasar su cumpleaños y mostrarle el lugar a los amigos. Al principio, decían: ‘No me animo’. Cuando suben y lo experimentan, quieren volver con otra gente”, dice Narda. Después de la cena, es hora de probarlo. A los pocos minutos, alguien rompe el hielo con un clásico de clásicos: Loco (Tu forma de ser), de los Auténticos Decadentes. Una pelotita va saltando por la letra que se ve en la pantalla y califica la performance de los cantantes, que a los pocos minutos es lo menos importante.
“Yo soy el próximo”, pide alguien más. Otro clásico: Fito Páez y su Mariposa Tecknicolor. Un pie de micrófono da pie para jugar a ser cantante. Lo movemos, pedimos palmas, improvisamos pasos que existen en la coreografía de las canciones originales. O los inventamos en el momento. Alguien se atreve con Queen. Nos ponemos melosos con Bailar pegados de Sergio Dalma y con Azul de Cristian Castro.
Al costado, una pequeña heladera está cargada de cervezas y botellas de agua fría para hidratar tanto baile. Llega el mozo y dice que en un momento cerrará el restaurante. Pedimos una última vuelta de tragos. Todos hacemos esfuerzo por recordar cuál era el que más nos gustó para repetir. Bailamos otro rato en ese ambiente de mini boliche. Cantamos. Y, aunque sea por un ratito, nos olvidamos de todo.
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