Desde hace más de un siglo, esta área protegida de California convoca a turistas que buscan “medirse” con su proverbial tamaño
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Hace 100 millones de años habitan el planeta. Será su longevidad, o su tamaño, o ambas cosas, pero lo cierto es que basta ver una sequoia en una foto para que la obsesión de estar frente a ellas se active. Para conocerlas es preciso volar hasta los aeropuertos de Los Ángeles, San Francisco o Las Vegas. El parque nacional Sequoia, ubicado en el estado de California, posee una superficie de 1600 km2 y destaca por su emblemático bosque de sequoias gigantes que incluyen un ejemplar especial: el General Sherman, el árbol más grande en volumen del mundo. Contiguo del Kings Canyon, un poco más al norte, entre ambos suman 3.500 km2.
El PN Sequoia fue el primer parque del estado (1890) y el segundo del país tras el PN Yellowstone, fundado en 1872. A poco de ingresar, el guardaparque indica los higlights junto a una pequeña reseña histórica. En tono efusivo menciona que durante milenios, las tribus tolowa, yurok y chilula, entre otras, vivieron tras una barrera casi impenetrable de sequoias de más de 100 metros de altura, alimentándose de salmón, carne de uapití y bellotas de litocarpo, y tallando largas canoas con los troncos caídos. La historia alimenta nuestras ganas de verlas, tocarlas y sentirlas. Tras abandonar la ruta, nos internamos por rutas menores en el profundo bosque. Las vistas panorámicas dejan al descubierto las moles de granito, su altura y belleza.
Curiosos miramos por la ventana esperando que algo se asome. De vez en cuando, a lo lejos, se dejan ver. Con guía en mano indagamos acerca de los primeros ejemplares. Así aprendemos que en el tronco cuentan con unos compuestos llamados polifenoles, que hacen que rehúyan de ellas los insectos y hongos que descomponen la madera. Además, su correosa corteza contiene poca resina, haciéndolas muy resistentes al fuego, elemento vital en el ciclo reproductivo de la especie.
Los suspiros anticipan a la razón. De repente, un ejemplar se alza a pocos metros al costado de la ruta. Es imponente. Ojos y alma se pierden en la altura obligando a detener el auto. En silencio, esquivando helechos y troncos, la encaramos. Su corteza es corpulenta y el diámetro colosal. Basta compararlo con los pinos u abetos vecinos para tomar referencia de su gran tamaño. El lapso de contemplación permite indagar en ellas, mientras las ardillas miran con curiosidad. Las sequoias son fantásticas e inteligentes, de gran capacidad para producir brotes cada vez que el cámbium (tejido vivo que está debajo de la corteza) queda expuesto a la luz. Si la copa se parte, si una rama se rompe, o si un leñador corta el tronco, una nueva rama brotará de la herida y crecerá con rapidez. A su vez, tienen otra cualidad que adoran los silvicultores. Su tolerancia a la sombra y su capacidad de rebrote hacen que puedan permanecer aletargadas durante décadas a la sombra de sus mayores. Pero cuando el árbol dominante cae o es talado, abriendo el dosel del bosque y permitiendo que entre más luz, el árbol dormido renace y se cubre de brotes nuevos, un fenómeno conocido como “liberación”.
A pesar del golpe emocional, seguimos adelante. La zona presenta cientos de ejemplares y hemos de ir por ellos. En el área central se encuentra el Giant Forest Museum, un espacio para profundizar y disfrutar de la historia. Siguiendo la hoja de ruta y a unos pocos kilómetros al norte damos con la primera parada, The Congress Trail. Este panorámico y reducido trekking conduce al mítico General Sherman. Atentos, avanzamos en fila respetando el silecio y la distancia. Cabe aclarar que en esta tierra merodean osos. El más conocido es el oso negro americano, un ejemplar divertido, pero al que se le debe tener respeto. Ante la noticia, permanecemos expectantes. Mientras tanto, el bosque nos sacude con más sequoias. Los tamaños son variados y todas tienen su propia personalidad. Posar junto a ellas es una actividad compleja porque hacer entrar en cuadro el árbol completo está fuera de la capacidad de muchos gran-angulares, y nos recuerda lo pequeño que somos.
En pleno juego, el momento se corta con un suspiro general de la platea. De golpe, y desde lo profundo del bosque, el oso hace su aparición estelar. Ante el público enmudecido, decide avanzar con un paso perezoso y desinteresado. Permanecemos inmóviles, a pesar de que él sigue firme en su marcha. Pasa a dos metros de distancia. Las caras expresan sorpresa, miedo y alegría. Como un ángel, cruza el camino. Qué momento. En segundos se pierde en el bosque. El General Sherman, un poco opacado por la bestia, nos despide al final del sendero.
Volviendo a la ruta, rodeado de grandes ejemplares rojizos y marrones, retomamos el hilo de la historia acerca de los primeros habitantes de la zona y su trágico final. Sucedió que, cuando en 1848, Estados Unidos arrebató California a México y descubrió oro en su territorio, los comerciantes de la costa Este vieron una manera fácil de enriquecerse: explotar la madera rojiza y resistente a la podredumbre que ya gozaba de gran demanda en un estado que cuadruplicaría su población en una década. Con el tiempo, los grandes bosques de San Francisco quedaron casi arrasados. Más al norte, con métodos más o menos honestos, los barones de la madera se hicieron con miles de hectáreas de tierras federales en el territorio de las sequoias, a 6,20 dólares la hectárea, iniciando una era de explotación privada que perdura hasta hoy.
El área de Crescent Meadows nos recibe con aires de libertad y vegetación en estado puro. En la ruta atravesamos una sequoia caída, a la que le calaron parte de su tronco para formar un túnel famoso, el “Tunnel Log”. A pocos metros, otra, en el suelo, invita a subir a su lomo y así entrar en contacto con su pesada y robusta madera. Esta última impacta de sobremanera ya que sus gigantes raíces se encuentran expuestas. El tamaño es alucinante y dista del de cualquier árbol caído que hayamos visto. Un poco más adelante, realizamos un nuevo stop para recorrer a pie el Giant Forest. Rodeado de pequeños helechos y flores silvestres disfrutamos de más ejemplares. Las formas varían y arrojan rastros de su vida, algunas fueron dañadas por el fuego; otras están intactas. Sin embargo, todas se alzan con fuerza al cielo. Es curioso y cómico que el hombre haya tomado como práctica deportiva escalarlas. A simple vista pareciera ser una terea difícil y ambiciosa.
Antes de irnos, nos adentramos un poco más en su compleja historia. La última fiebre maderera, la más intensiva, comenzó luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando el boom de la vivienda volcó a un ejército de leñadores a los bosques de sequoias. En los años 50, los aserraderos procesaban más de dos millones de metros cúbicos de madera al año, nivel que se mantuvo hasta mediados de los años 70. Los cortes a tala rasa y la explotación del bosque con los grandes tractores, convertidos en la herramienta básica de la industria maderera, acabaron por alterar el ecosistema, no sólo en lo relativo a su flora: disminuyeron también los salmones y empezaron a escasear otras especies presentes durante milenios en los bosques de sequoias. De las aproximadamente 800.000 hectáreas de bosque primario hoy se conserva menos de un 5%, disperso en parques y reservas en toda el área.
Los haces de luz que atraviesan el bosque compensan con alegría el trágico relato del ser humano y su ambición por la madera del siglo XX. El sol oblicuo y la presencia de algunos venados anticipa que es hora de partir. Sin embargo, hay espacio para más. Tras subir 400 escalones alcanzamos Moro Rock, un sendero para obtener buenas panorámicas de las montañas, las praderas y el extenso mar de bosques. A 2.050 m y sobre la gran piedra de ganito disfrutamos de la inmesidad y el aire puro de los bosques californianos. El sol se esconde tras la montaña. Tras volver al auto nos dirigimos nuevamente hacia el norte en busca del General Grant el ejemplar más famoso dentro parque nacional Kings Canyon. El motivo de la visita, 81 m de altura, 32 m de diámetro, un volumen cúbico de 1.320 metros, más de 1600 años de antigüedad y una belleza incomparable. Los cuellos se quejan queriendo volver a su posición lineal pero la altura de la sequoia no lo permite. Sin emitir una palabra y con muchos suspiros damos por finalizada la visita a los gigantes californianos.
Datos útiles. Los parques están abiertos las 24 horas, no así los centros de visitantes que tienen distintos horarios.
Más info: @gavito.travelling
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