La meca del esquí norteamericana convoca a famosos, millonarios y una gran cantidad de argentinos que viajan a trabajar durante la temporada de nieve, donde todo gira en torno al lujo.
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Desde la mañana y hasta las tres o cuatro de la tarde, las calles están casi desiertas. Una runner corre junto a su perro entre las casas de estilo victoriano. El típico bus escolar amarillo deja un grupo de chicos en una esquina y los pocos que circulan se dirigen al City Market, el único mercado local donde todos se saludan y es difícil ver caras extrañas. Las vidrieras de Gucci, Prada y Ralph Lauren relucen sin clientes a la vista.
Todo cambia cerca de la telecabina Silver Queen Gondola. A pasos de los hoteles, es el hot spot para detectar la masa de esquiadores. Camuflados en camperas impermeables, caminan como Robocop con botas de plástico, cascos, antiparras, esquíes y bastones al hombro, hacia los molinetes que conducen a ese mundo prometido de nieve polvo. La Silver asciende en poco más de 15 minutos a la cima de Aspen Mountain –o “Ajax”, como la llaman los locales–, quizás la más mítica de las cuatro montañas del complejo. Es el corazón de este destino de Colorado que dejó atrás su pasado minero para transformarse en uno de los resorts de esquí de élite mucho más allá de Estados Unidos. No fue algo espontáneo: hubo detrás un plan de gente que sabía lo que Aspen podía y tenía que ser.
Lo pueblerino y lo cosmopolita conviven sin conflicto. Los casi 8 mil habitantes estables hacen sus vidas lejos del turismo de turno (aunque viven de él) y de las celebrities –como Gigi Hadid, Rihanna, Mariah Carey (una habitué) y el príncipe Harry (de incógnito y sin guardaespeladas)– que estuvieron de paso esta temporada.
Primer mito a desterrar: no todos vienen a esquiar. La manera de comprobarlo es que muchos de los que merodean la base de Ajax visten ropa urbana y outfits dignos de invierno neoyorquino o de una revista de moda: botas de piel, camperas Moncler metalizadas (no bajan de u$s 2.500), pantalones de cuero, abrigos oversize, sombreros cowboy, makeup y hasta gafas con cristales de Swarovski. Es lo que pasa en el after ski de Ajax Tavern, justo al pie de las pistas. Esa mezcla de esquiadores y peatones que charlan con entusiasmo, comen papas fritas con trufa y toman cerveza o Aperol Spritz.
No es casual tampoco que existan muchos planes fuera del esquí, desde interesantes galerías de arte hasta el modernísimo Aspen Art Museum con su rooftop que mira a las pistas, cervecerías, restaurantes con estrellas Michelin, shopping y spas de alta gama. Sin esquíes, también es posible subir en la telecabina hasta la cima para hacer un snowshoe tour, una caminata con raquetas de nieve en medio del bosque con un guía naturalista que muestra huellas de animales, cuenta la historia de las Rocky Mountains y busca generar conciencia sobre el increíble ecosistema de Aspen, más allá del glamour de sus visitantes.
¿La mejor nieve del mundo?
“Si te gusta esquiar, esto es Disney”. Lo afirma Martín Bacer, el instructor barilochense que me asignan para iniciarme en Aspen Mountain, mientras subimos a la góndola y suena No woman no cry de Bob Marley. Algo de esto sabe. Con más de cuatro décadas de profesor y presidente de AADIDESS (Asociación Argentina de Instructores de Esquí, Snowboard y Pisteros Socorristas), es un gran referente del deporte blanco. Además, tiene un carisma y una chispa que lo hicieron popular en Aspen, a tal punto que lo celan un poco los instructores norteamericanos. Varios alumnos, incluidos famosos y millonarios, piden especialmente salir con él. Le encanta contar anécdotas, como cuando le mandó un email al Papa Francisco con el fin de pedirle una bendición para un torneo de esquí y el mismísimo lo recibió tiempo después en Roma. O cuando fue tapa de revista de espectáculos mientras le daba clases a Naomi Campbell en Bariloche. Y muestra, a mucha honra, que fue dos veces tapa de Lugares esquiando en cerros argentinos.
Nada de ese historial farandulero importa cuando se calza los esquíes y pisa la montaña. Es un hombre en su elemento. Así lo demuestra mientras nos deslizamos entre lomas perfectamente nevadas y los aspen (álamos), que en pleno invierno están secos –a diferencia de los altísimos y verdes pinos– y lucen su plateado característico. A cada rato se detiene y me dice “mirá esto”, maravillado por el combo nieve luminosa, bosque, montañas y el día soleado que nos tocó. Un lujo, coincidimos.
¿Por qué es tan especial Aspen?, le pregunto a la altura de Little Nell, una de las 76 pistas de esta montaña considerada de nivel intermedio y avanzado, con la vista del pueblo debajo. Martín enumera sin pensar: “nieve polvo toda la temporada, 150 días de esquí consecutivos, nunca cierra y tiene una logística impresionante como el transporte gratis. Es caro, pero lo vale.” Caro: léase, alrededor de u$s 250 el pase diario (durante la semana suele ser más barato) y u$s 1.200 la clase privada, sin contar alojamiento y comidas.
Con el mismo pase se accede a las cuatro montañas: además de Aspen Mountain está Buttermilk, ideal para principiantes, Aspen Highlands, para expertos y cultores del fuera de pista, y Snowmass, más grande que las otras tres juntas, con 98 pistas y la pendiente más grande de Norteamérica (Longshot, 1.343 metros en vertical), donde se puede pasar una semana sin esquiar dos veces en la misma pista.
La conectividad está muy aceitada: no solo están los buses gratuitos, sino también un sofisticado servicio de alquiler de equipos que permite devolverlos en una montaña un día y hacer el delivery a otra para que estén disponibles la mañana siguiente. Todo esquiador sabe que el drop off de los equipos es de las partes menos divertidas del deporte y acá es un trámite sencillo.
La infraestructura, para envidia de muchos, es nivel primer mundo. Los pisos de cemento para acceder a las pistas están calefaccionados para que no se congelen, y así evitar resbalones. Muchas botas también tienen sistema de secado automático y lo mismo pasa con las telesillas. Toda la parte incómoda del esquí es prácticamente evitable, tecnología mediante. De yapa, al bajar te ofrecen café y chocolate caliente, hasta protector solar, sin cargo. En Aspen te decodifican la necesidad antes de que la tengas. Es el paraíso de los cómodos.
Universitarios argentinos en Aspen
En Sundeck, el parador más icónico en la cumbre de Aspen Mountain, la falta de oxígeno y la ralentización que supone estar a 3.500 metros de altura (más que en Cusco, Perú), se recompensa con vistas 360º y un menú self service que incluye sopas, ensaladas, pizzas, sándwiches y un delicioso pad thai. Hay que llegar antes de las 12 para conseguir mesa y observar los picos nevados de las Highlands a través de los ventanales. Algunos se sientan afuera, cerveza en mano y con el casco todavía puesto, para aprovechar el sol y volver rápido a las pistas.
El chico que me cobra, la que atiende en la fila para pedir la comida, uno de los cocineros y una amplia mayoría de los que trabajan en Sundeck tienen algo en común: son jóvenes universitarios argentinos que vinieron de intercambio por el programa Work & Travel durante el receso de verano (de diciembre a abril). El requisito es que estén cursando una carrera y que tengan dominio de inglés.
Jazmín Azpeitia es una de ellos. Estudiante de gastronomía, le pareció un gran plan venir a hacer la temporada y conocer Aspen. Como tiene título de barista, le asignaron la cafetería y está chocha en su rol. “Me vine el 2 de diciembre y me voy en marzo. Se armó re lindo grupo con los otros argentinos. El año que viene seguro volvemos”, cuenta sin dudarlo.
Además de ganar plata (alrededor de u$s 18 la hora + propinas), aprovechan los días libres para salir a esquiar. Todavía no se recuperan del shock que fue, hace un par de semanas, cuando a uno de ellos le dejaron 10 mil dólares de propina en una mesa de un exclusivo club. Pero se van acostumbrando al target de Aspen, a los gastos estrafalarios, los autos eléctricos y los jets privados que ven cuando pasan por el aeropuerto desde Basalt, el pueblito donde viven, a 40 minutos.
El restaurante más elegante de Snowmass se llama Alpin Room. Tiene un menú inspirado en los Alpes y se llega esquiando. Me atiende una moza marplatense y los chicos que están en la recepción son de Rosario. En el mismo lugar donde hace poco comió Leo Di Caprio, me toca compartir mesa con un señor de pelo largo y canoso llamado Kelly Hayes. Personaje encantador, en sus sesentas muy bien llevados, es casi un local porque se mudó con su esposa Linda desde Los Angeles hace 30 años y jura no extrañar ni un poco las playas de Malibú. Kelly escribe una columna de vinos en The Aspen Times, el diario local más importante. En la última edición del festival Food and Wine que se hace anualmente pudo catar los vinos de altura de Colomé, los de Zuccardi y el Pinot Noir de la bodega rionegrina Chacra. Destaca el enorme potencial de nuestras bodegas y sueña con visitar Mendoza y la Patagonia. Así como elogia los vinos argentinos, no le tiembla el pulso para confiar que los producidos en Colorado –una zona vitivinícola emergente y en auge–, no le terminan de convencer. “Hay mal clima, les falta madurar. Prefiero los de Napa Valley”, esgrime.
En Prospect, el nuevo restaurante del hotel Jerome, no trabajan argentinos, quizás porque se trata del hotel más antiguo y tradicional de Aspen, fundado en 1899 por el inversionista más importante de la época minera: Jerome B. Wheeler. Prospect es la flamante incorporación de la guía Michelin, gracias a su menú degustación de cuatro pasos que destaca los productos locales. Por persona, tiene un valor de u$s 175 y hay que sumar u$s 125 si se quiere maridar con vinos.
Dormir al pie de la montaña
El francés Thibaut Asso llegó hace apenas tres meses y ya es la estrella del pueblo. Simpático, de fina estampa, con zapatos lustrados y pañuelito en el bolsillo del saco, nació para ser anfitrión. En el lobby del W Hotel Aspen, saluda a los huéspedes que llegan de esquiar y charla con el resto del staff sin perder la sonrisa. Dejó su Niza natal para encarar una vida nómade como director de Marketing de hoteles y vivió en los destinos más lujosos de playa, de Saint Barth a Bora Bora y, hasta hace poco, Miami. Como extrañaba la montaña –su padre era instructor de esquí–, cuando surgió la posibilidad de instalarse en Aspen, no lo dudó . “Amo este lugar”, dice, mientras descorcha un Veuve Cliquot, sirve las copas hasta que rebalsan de burbujas y recorre una de las modernas suites del hotel, al pie de las pistas de Aspen Mountain. Acto seguido nos lleva al rooftop WET Deck, el único que abre todo el año, incluso cuando se derrite la nieve y el esquí cede paso a festivales y otros deportes como escalada, rafting y pesca con mosca. Vidriado, con vistas inmejorables del pueblo y las montañas, tiene fogoneros rodeados de sillones, un bar siempre listo para despachar cocktails, DJ y una pileta climatizada donde varios disfrutan del vapor, copa en mano, sin percibir los -4°C del exterior.
A solo cuatro cuadras se levanta otro eslabón de lujo de la cadena Marriot, el The St Regis Resort. El mismo Thibault, el gran host, hace del site inspection una fiesta. Desde el lobby, que abunda en materiales nobles como madera y cuero –nada del cliché western rústico–, flores frescas y un enorme hogar a leña, pasamos a las habitaciones y sus baños de mármol y las residencias (ideales para familias, con cocina completa, living y dos suites), bajamos al spa (el mayor de Aspen) y la excéntrica sala de oxígeno: los huéspedes que sufren malestar al llegar a los 2.500 metros de altura –esa mezcla de dolor de cabeza y deshidratación parecida a una resaca–, pueden reservar un camastro con un tubo de oxígeno para recibir una dosis extra a través de una cánula que se coloca en la nariz. Thibaut lo recomienda aunque no haya malestar, dice que es espectacular.
Al final salimos al patio central para admirar desde afuera el imponente edificio de ladrillo. A las 5.15 PM en punto, mientras algunos siguen nadando en la pileta y otros se sacan fotos en bata con la montaña nevada de fondo, comienza uno de los ritos emblemáticos del The St Regis. Mathew, el sommelier, se acerca con una botella de champagne y un sable. Después de pronunciar la famosa frase de Napoleón Bonaparte “champagne: en la victoria, uno se lo merece; en la derrota, se necesita”, toma el sable y corta en un rápido movimiento el cuello de la botella para servir las copas de los huéspedes presentes. Cada tarde cortan un promedio de cinco botellas. El arte del sableado aporta una cuota de salvajismo al ambiente distinguido del resort. Incluso es posible reservar una clase privada para aprender a sablear al estilo de Napoleón. Por supuesto, esta experiencia también tiene un precio, como todo lo bueno de Aspen.
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