Su cuna de oro es el mar Caribe, y el origen del trago amable, fresco y perfumado que inspiró este alcohol de caña varias veces secular hay que buscarlo en Cuba, patria a su vez de una famosísima marca de origen catalán.
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Cuando en 1862 Facundo Bacardí Massó, oriundo de Sitges, decidió comprar una pequeña destilería en Santiago de Cuba, revolucionó el proceso de elaboración del ron al hacerlo más ligero y de sabor más suave. Este personaje fue el germen de una saga familiar de empresarios sin precedentes, a quienes ni las duras restricciones del gobierno de Castro lograron amedrentar; más bien los impulsó a reinventarse y crecer, crecer, crecer.
Ricos y famosos abrazaron el estilo de un ron al que solían llamar “del murciélago”; sucede que este quiróptero, que colgaba en numerosa comunidad de los techos de la destilería, fue considerado de buena suerte y, como tal, quedó inmortalizado en las etiquetas. En los albores del siglo XX, la célebre casa llegó a posicionarse como la primera multinacional de Cuba.
Recomiendo leer el libro Pasajes a América, del investigador y escritor Héctor Oliva, en el que reúne las biografías asombrosas de cinco catalanes fuera de serie que triunfaron en el Nuevo Mundo. La primera está dedicada a la rica y variopinta trayectoria de los Bacardí a lo largo de más de 150 años. Y tanto mejor si se la recorre con mojitos de por medio.
Rum, rhum, ron
El ron fue el mata-demonios (kill devil) del siglo XVII, tiempos en que el agua contaminada destrozaba la salud de los marineros. A partir de que se reglamentó el consumo de dos raciones de alcohol diarias, el cuco de la disentería quedó alejado. Según consta en algunos textos, en 1667 el ron ya era conocido como rum, o rhum.
Nomenclatura a un lado, el devenir de la industria de los destilados desplegó en el mercado una amplia variedad de rones. El especiado, que se perfuma con cardamomo, moscada, canela…; el escarchado, al que se le añade agua destilada con azúcar; los añejos de 12 meses para arriba, y así. El de la Martinica, por ejemplo, se elabora a la antigua usanza, o sea sólo con jugo de caña, y no con melaza, ese líquido más o menos viscoso obtenido de la fabricación del azúcar de caña. También hay destilaciones que combinan melaza y caña de azúcar; estas se realizan en alambiques de cobre o de acero inoxidable. A continuación, se embotella o se guarda en barricas de roble o cerezo.
El ron blanco revela ausencia de color, o a lo sumo la traza de un amarillo pálido, producto de su paso por madera. Este ron es el ideal para la preparación del delicioso mojito.
El archi famoso cubalibre que glorificaran los cubanos residentes en Miami, se prepara con un ron “dorado” o ron “ámbar”, un modelo que bien puede ser apreciado a palo seco, o sea, sin la popular gaseosa norteamericana.
Mojito por dentro
Ron, limón verde, azúcar, Mentha spicata + hielo. El secreto del mojito está, además de en la calidad y proporción de sus componentes, en la preparación.
Para un vaso de 300 cm3, se calcula ½ limón cortado en rajas o trozos: es imprescindible machacarlo con el hielo para que su aroma cítrico se libere; se añade un puñadito de hojas de la mencionada aromática (conocida como hierbabuena), una cucharadita de azúcar y 50 ml de ron blanco.
Se mezcla y se paladea esta frescura redentora tan propia del “mar de las Antillas que algunos Caribe llaman”, en palabras del poeta Nicolás Guillén.
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