Desde 1689, un establecimiento inglés fabrica a mano las pelucas y togas que utilizan los abogados y magistrados del Reino Unido y otros destinos que aún mantienen esa ¿anacrónica? costumbre.
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Quien pasee por la elegante zona de los tribunales de Londres, encontrará en el número 93 de Chancery Lane una vidriera poblada de trajes, túnicas negras y pelucas blancas. Sobre este despliegue de formalidad, un cartel con letras doradas dibujadas sobre un previsible verde inglés: Ede & Ravenscroft. El local, fundado en 1689, se reivindica como una de las sastrerías más antiguas del mundo, con un largo historial en el que figuran desde reyes y reinas hasta jueces, abogados y graduados. Allí se fabrican las pelucas y togas todavía indispensables para actuar en algunos fueros de la justicia británica.
El negocio fue creado hace ya 332 años por la familia Shudall, que asistió a la familia real en 12 coronaciones y sumó clientes entre la iglesia, el estado, la academia y los abogados. En el siglo XIX, tras el matrimonio de Joseph Ede con Rosanna Ravenscroft, esta última familia añadió la fabricación de pelucas a los servicios de sastrería. Este es “el” lugar para comprar, alquilar o por lo menos curiosear de qué se trata el particular atuendo que conocemos por las películas.
Aunque las pelucas se usan desde la antigüedad, la costumbre llegó a las cortes inglesas durante el reinado de Carlos II (1660-1685) y de allí saltó a la justicia. Blancas, con pesados rulos que caen por debajo de los hombros, varían en largos según el rango de jueces, abogados y funcionarios. Las de Ede & Ravenscroft están fabricadas a mano con crin de caballo y son una inversión para toda la vida, ya que ellos mismos se encargan de limpiarlas y repararlas. Una peluca corta para un abogado se cotiza en la página de la empresa en 599 libras (alrededor de 80 mil pesos argentinos).
La costumbre se instaló en el siglo XVII para dar solemnidad y autoridad a las actuaciones judiciales, aunque muchos afirman que el verdadero motivo era mantener en el anonimato a sus portadores frente a posibles represalias de los imputados que los reconocieran fuera de los tribunales. En cuanto a las togas, se impusieron en 1635 cuando se reguló la vestimenta para los jueces, que simbolizaba el estatus inmutable e imparcial de la justicia.
El atuendo legal tuvo pocos cambios hasta que en 2007 se produjo una verdadera revolución, cuando el Presidente del Tribunal Supremo, Lord Phillips de Worth Matravers, rompió con la tradición de siglos al anunciar que las pelucas ya no serían necesarias en los casos civiles y de familia (aduciendo, con razón, que intimidaban a los niños). Sin embargo, todavía sigue vigente su uso en los tribunales penales para mantener la autoridad y el anonimato, aunque muchos las consideran anacrónicas, incómodas y caras. También se simplificaron las túnicas para las cortes civiles, se suprimieron las capas rojas y de colores para dejarlas en una versión más simple y menos costosa.
Pese a estos cambios, Ede & Ravenscroft sigue siendo referente para prendas de la realeza, el poder judicial y la academia. No solo provee vestimenta legal para el Reino Unido sino también para otros países aún apegados a esa tradición como Nigeria, Australia, Estados Unidos y Hong Kong. El fuerte del negocio son los trajes de graduados que alquilan o despachan a distintos lugares del mundo. La tienda, además, se fue ampliando y cualquier mortal con (bastante) dinero puede acceder a un traje a medida por una suma considerable, o, si se busca un recuerdo modesto, unos gemelos por cuatro libras (unos 530 pesos).
Aún no se sabe si la pandemia, que arrasó con tantos usos y costumbres, también se llevará las túnicas y pelucas que aún quedan en los tribunales; por el momento la tradición se sigue imponiendo sobre la comodidad. En los últimos años se añadió un nuevo cuestionamiento de los jóvenes graduados preocupados por la sustentabilidad de las pelucas confeccionadas con crin de caballo.
El debate sobre el atuendo legal no es nuevo. Hace un siglo, cuando las mujeres se incorporaron a la práctica del derecho, se generaron largas controversias sobre cuál debería ser su vestimenta. Las asociaciones de abogados se preguntaban cómo harían para esconder sus cabelleras debajo de las pelucas y cuál debería ser el largo de sus polleras. Frente a estas acaloradas discusiones Miss Helena Normanton, la primera abogada colegiada en Middle Temple, observó con ironía: “No importa demasiado lo que queda por fuera de la cabeza”.
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